viernes, 24 de abril de 2020

Reunión: 1. Las muertes concéntricas (The Minions of Midas)

El primero cuento de esta nueva antología es un paradigma personal del miedo. No soy asustadizo; no le temo a lo sobrenatural: fantasmas, demonios, seres extradimensionales, magia, oscuridad... etc... y ni qué decir de lo natural. Sin embargo, si hay algo que puede llegar a incomodarme es la capacidad del hombre para engendrar métodos que provean iniquidades a sus semejantes. Esta historia de Jack London es de las pocas que me ponen nervioso debido a lo viable y hasta lo probable que resulta la ejecución de su argumento en la vida real: plantea una posibilidad sutil y extraordinaria: secuestrar a la humanidad. El sistema y la idea de la prisión son posibles gracias a que se hace concientes a los presos de que son vigilados, que no pueden salir de un espacio determinado; y este cuento de London extrapola hasta el máximo este supuesto. Otro motivo genial que me fascina de esta narración es el tema de la sociedad secreta que, además, resulta ser maligna. Las historias de logias, sectas, grupos y cofradías me resultan muy atractivas, sobre todo si son inconvencionales y persiguen fines que pueden juzgarse como imposibles y extravagantes. 
Sólo una anotación marginal: resta decir que tomé el texto de la antología homónima a este cuento. La traducción es de Jorge Luis Borges
Tengo mis reservas con respecto al título que le dió en español. Estoy de acuerdo en que el mecanismo de extorsión que London atribuye a The minions of Midas es una paulatina concentración de acciones que buscan llegar un punto, como ondas en el agua que tratan de regresar al foco... el efecto del nombre Las muertes concéntricas hace mucho más potente el contenido del relato. Es una lástima que la traducción del título original no esté al nivel que merece una historia así.

Wade Atsheler ha muerto… ha muerto por mano propia. Decir que esto era inesperado para el reducido grupo de sus amigos, no sería la verdad; sin embargo, ni una vez siquiera, nosotros, sus íntimos, llegamos a concebir esa idea. Antes de la perpetración del hecho, su posibilidad estaba muy lejos de nuestros pensamientos; pero cuando supimos su muerte, nos pareció que la entendíamos y que hacía tiempo la esperábamos. Esto, por análisis retrospectivo, era explicable por su gran inquietud. Escribo “gran inquietud” deliberadamente.
Joven, buen mozo, con la posición asegurada por ser la mano derecha de Eben Hale, el magnate de los tranvías, no podía quejarse de los favores de la suerte. Sin embargo, habíamos observado que su lisa frente iba cavándose en arrugas más y más hondas, como por una devoradora y creciente angustia. Habíamos visto en poco tiempo que su espeso cabello negro raleaba y se plateaba como la yerba bajo el sol de la sequía. ¿Quién de nosotros olvidaría las melancolías en que solía caer, en medio de las fiestas que, hacia el final de su vida, buscaba con más y más avidez? En tales momentos, cuando la diversión se expandía hasta desbordar, súbitamente, sin causa aparente, sus ojos perdían el brillo y se hundían, su frente y sus manos contraídas y su cara tornadiza, con espasmos de pena mental, denotaban una lucha a muerte con algún peligro desconocido.
Nunca habló del motivo de su obsesión, ni fuimos tan indiscretos como para interrogarlo. Aunque lo hubiéramos sabido, nuestra fuerza y ayuda no hubieran servido de nada. Cuando murió Eben Hale, de quien era secretario confidencial —más aún, casi hijo adoptivo y socio—, dejó del todo nuestra compañía, y no, ahora lo sé, por serle desagradable, sino porque su preocupación se hizo tal que ya no pudo responder a nuestra alegría ni encontrar ningún alivio en ella. No podíamos entender entonces la razón de todo esto. Cuando se abrió el testamento de Eben Hale, el mundo supo que Wade Atsheler era el único heredero de los muchos millones de su jefe, y que se estipulaba expresamente que esta enorme herencia se le entregara sin distingos, tropiezos ni incomodidades.
Ni una acción de compañía, ni un penique al contado, fueron legados a los parientes del muerto. Y en cuanto a su familia más cercana, una asombrosa cláusula establecía expresamente que Wade Atsheler entregaría a la esposa e hijos de Hale cualquier cantidad de dinero que a su juicio le pareciera conveniente, en el momento que quisiera. Si se hubieran producido escándalos en la familia Hale, o sus hijos fueran díscolos o irrespetuosos, habría habido alguna excusa para esta inusitada acción póstuma; pero la felicidad doméstica del difunto había sido proverbial, y era difícil encontrar progenie más sana, más pura y más sólida que sus hijos e hijas, mientras que a su esposa, quienes mejor la conocían la apodaban “Madre de los Gracos”,¹ con cariño y admiración. Inútil es decirlo, este inexplicable testamento fue el tema general por nueve días, y hubo una gran sorpresa cuando no se produjo demanda alguna.
Ayer apenas, Eben Hale entró en reposo eterno en su mausoleo. Ahora, Wade Atsheler ha muerto. La noticia apareció en los diarios de esta mañana. Acabo de recibir una carta suya, echada al correo, evidentemente, sólo una hora antes del suicidio. Esta carta que tengo a la vista es una narración, de su puño y letra, en la que intercala numerosos recortes de diarios y copias de cartas. La correspondencia original, me dice, está en manos de la policía. También me suplica divulgar la incontenible serie de tragedias con las que estuvo inocentemente relacionado, para advertir a la sociedad contra el diabólico peligro que amenaza su existencia. Incluyo aquí el texto por entero.
     
Fue en agosto, 1899, después de regresar del veraneo, que recibimos la primera carta. No comprendimos entonces; no habíamos acostumbrado nuestra mente a tan tremendas posibilidades. El señor Hale abrió la carta, la leyó y la echó sobre mi escritorio, con una carcajada. Cuando la hube recorrido, también reí, diciendo: “Es broma lúgubre, señor Hale, y de pésimo gusto.” He aquí, querido John, un duplicado exacto de esa carta.

Oficina de los Sicarios de Midas, 17 de agosto, 1899. 
Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro: Queremos obtener al contado, en la forma que usted decida, veinte millones de dólares. Le requerimos que nos pague esta suma, a nosotros o a nuestros agentes; usted notará que no especificamos tiempo, pues no deseamos apresurarlo en este detalle. Hasta puede pagarnos, si le es más fácil, en diez, quince o veinte cuotas; pero no aceptamos cuotas inferiores a un millón.
Créanos, querido señor Hale, cuando decimos que emprendemos esta acción desprovistos de toda animosidad. Somos miembros del proletariado intelectual, cuyo número en creciente aumento marca con letras rojas los últimos días del siglo XIX; hemos decidido entrar en este negocio después de un completo estudio de la economía social. Nuestro plan no nos permite lanzarnos a vastas y lucrativas operaciones sin disponer de capital inicial. Hasta ahora hemos tenido bastante éxito, y esperamos que nuestras gestiones con usted resulten gratas y satisfactorias.
Le rogamos que nos siga con atención mientras le explicamos nuestros puntos de vista. En la base del presente sistema social se halla el derecho de propiedad. Este derecho del individuo a detentar propiedad se funda única y enteramente, en última instancia, en la fuerza. Los caballeros de Guillermo el Conquistador dividieron y se repartieron Inglaterra con la espada desnuda.² Esto es verdad para todas las potencias feudales. 
Con la invención del vapor y la revolución industrial vino al mundo la clase capitalista, en el sentido moderno de la palabra. Estos capitalistas o capitanes de la industria virtualmente despojaron a los descendientes de los capitanes de la guerra. La mente, y no el músculo, prima hoy en la lucha por la vida: pero esta situación también está basada en la fuerza. El cambio ha sido cualitativo. Los magnates feudales saqueaban el mundo a sangre y fuego. Los magnates financieros explotan al mundo, aplicando las fuerzas económicas. La mente y no el músculo es lo que perdura, y los intelectual y comercialmente poderosos son los más aptos para sobrevivir.
Nosotros, los Sicarios de Midas, no nos resignamos a ser esclavos a sueldo. Los grandes trusts y combinaciones de negocios (entre los que sobresale el que usted dirige) nos impiden levantarnos al lugar que nuestra inteligencia reclama. 
¿Por qué? Porque no tenemos capital. Pertenecemos al bajo pueblo, pero con esta diferencia: nuestras mentes están entre las mejores. Y no nos traban escrúpulos éticos o sociales. Como esclavos a sueldo, trabajando de sol a sol, con vida sobria y avara no podríamos ahorrar en sesenta años —ni en veinte veces sesenta años— una suma de dinero capaz de competir con las grandes masas de capital existentes ahora. Sin embargo, entramos en la lucha. Arrojamos el guante al capital del mundo. Si éste acepta el desafío o no, igual tendrá que luchar. 
Señor Hale, nuestros intereses nos dictan exigir de usted veinte millones de dólares. 
Ya que nosotros somos considerados y le otorgamos un plazo razonable para que lleve a cabo su parte de la transacción, le rogamos que no se demore demasiado.
Cuando usted se haya conformado con nuestras condiciones, inserte un anuncio conveniente en el Morning Blazer. Entonces le comunicaremos nuestro plan para transferir el capital. 
Es mejor que usted lo haga antes del 1° de octubre. Si no es así, para demostrarle que hablamos en serio, mataremos a un hombre en esa fecha, en la calle Treinta y Nueve Este. Se tratará de un obrero, a quien ni usted ni nosotros conoceremos. Usted representa una fuerza en la sociedad moderna y nosotros otra —una nueva fuerza—. Sin odio entramos en combate. Usted es la muela superior en el molino, nosotros la inferior. La vida de ese hombre será molida por las dos, pero podrá salvarse si usted acepta nuestras condiciones a tiempo. 
Hubo una vez un rey maldito por el oro: su nombre está en nuestro sello oficial.³ Algún día, para protegernos de competidores, lo haremos registrar. 
Quedamos Ss. Ss. Ss. 
Los Sicarios de Midas.

Tú te preguntarás, querido John, por qué no reírnos de una comunicación tan descabellada. No podíamos dejar de admitir que la idea estaba bien concebida, pero era demasiado grotesca para que la tomáramos en serio. El señor Hale dijo que conservaría como curiosidad literaria la carta, y la metió en una casilla de su archivo. Pronto olvidamos su existencia. Y puntualmente, el 1° de octubre, el correo matutino nos trajo lo siguiente:

Oficina de los Sicarios de Midas, 1° de octubre, 1899. 
Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro: Su víctima encontró su fatalidad. Hace una hora, en Treinta y Nueve Este, un obrero fue apuñalado en el corazón. Cuando usted lea esto su cuerpo yacerá en la Morgue. Vaya y contemple la obra de sus manos. El 14 de octubre, en prueba de nuestra seriedad en este asunto, y en caso de que usted no ceda, mataremos un policía en (o cerca de) la esquina de Polk y Avenida Clermont. 
Muy cordialmente. 
Los Sicarios de Midas.

Otra vez, el señor Hale rió. Su mente estaba muy ocupada con el trato en perspectiva, con un sindicato de Chicago, sobre la venta de todos sus tranvías en aquella ciudad, así que siguió dictando a la taquígrafa, sin volver a pensar en la carta. Pero de algún modo, no sé por qué, una honda depresión me atacó. ¿Si no fuera broma? Involuntariamente busqué un diario. Allí había, como convenía a una oscura persona de las clases pobres, una mezquina docena de líneas, junto al aviso de un boticario, en un rincón: 

Poco después de las cinco, esta mañana, en la calle Treinta y Nueve Este, un obrero llamado Pete Lascalle, yendo a su trabajo, recibió una puñalada en el corazón, de un agresor desconocido, que huyó. La policía no ha descubierto ningún motivo para asesinarlo.

¡Imposible!, fue la respuesta del señor Hale cuando le leí la noticia; pero el incidente pesó evidentemente en él, pues más tarde, el mismo día, con muchos epítetos contra su propia tontería, me pidió que comunicara el asunto a la policía. Tuve el placer de que el comisario se riera de mí, aunque me prometió que la vecindad de aquella esquina sería vigilada especialmente la noche antedicha. Así quedó la cosa, hasta que pasaron las dos semanas, y la siguiente nota nos llegó por correo:

Oficina de los Sicarios de Midas, 15 de octubre, 1899. 
Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro: Su segunda víctima cayó a su hora, según se planeó. 
No tenemos prisa, pero para aumentar la presión, desde ahora mataremos semanalmente. 
Para protegernos de las interferencias policiales, ahora le informaremos de las ejecuciones poco antes o simultáneamente al hecho. 
Esperando que ésta lo encuentre a usted en buena salud, somos Ss. Ss. Ss. 
Los Sicarios de Midas. 

Esta vez fue el señor Hale el que tomó el diario, y después de breve búsqueda, me leyó esta noticia:

Un cobarde crimen

Josep Donahue, destinado a una guardia especial en la Sección Once, fue muerto a medianoche, de un tiro en la cabeza. 
La tragedia ocurrió en la esquina de Polk y Avenida Clermont, a plena luz. En verdad que nuestra sociedad es poco estable cuando los guardianes de su paz pueden ser asesinados tan abierta y alevosamente. La policía no consiguió hasta ahora el menor indicio de una pista. 

Apenas acababa de leer, cuando llegó la policía —el comisario con dos de sus hombres, en visible alarma y seriamente perturbados—. Aunque los hechos eran tan pocos y tan sencillos hablamos mucho, repitiéndonos una y otra vez. El comisario aseguró que pronto se arreglaría todo y que los criminales serían aplastados.
Mientras tanto juzgó conveniente poner una guardia para nuestra protección personal, y una patrulla para vigilancia continua de la casa y jardines. Una semana después, a la una de la tarde, recibimos este telegrama:

Oficina de los Sicarios de Midas, 21 de octubre, 1899. 
Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro: Sinceramente lamentamos que usted nos haya interpretado tan mal. 
Ha encontrado conveniente rodearse de guardias armados, como si fuéramos criminales comunes, capaces de asaltarlo y arrancarle por la fuerza sus veinte millones. 
Créanos: esto dista muchísimo de nuestra intención. Usted comprenderá, después de reflexionar un poco que su vida nos es preciosa. No tema. Por nada en el mundo le haremos daño. Es nuestra política protegerlo de todo peligro y cuidarlo a usted con toda ternura. Su muerte no significa nada para nosotros. Si así no fuera, tenga seguridad de que no vacilaríamos en destruirlo. Piénselo bien, señor Hale. Cuando haya abonado nuestro precio tendrá que reducir los gastos. Desde ahora despida a sus guardias. Dentro de los diez minutos del momento en que reciba esto, una joven enfermera habrá sido estrangulada en el Parque Brentwood. El cuerpo se encontrará entre los arbustos, al borde de la senda que va hacia la izquierda del quiosco de música. 
Cordialmente. 
Los Sicarios de Midas.

En seguida el señor de Hale avisó por teléfono al comisario. Quince minutos después, éste nos comunicó que el cadáver, todavía caliente, había sido hallado en el lugar indicado. Esa noche los diarios abundaban en chillones títulos sobre Jack el estrangulador, denunciaban lo brutal del hecho y se quejaban de la laxitud policial. Nos volvimos a encerrar con el comisario, que nos rogó mantener al asunto en secreto.
El éxito, dijo, dependía del silencio. 
Como tú sabes, John, el señor Hale era hombre de hierro. Rehusaba rendirse. Pero, oh John, esa fuerza ciega en la oscuridad era terrible. No podíamos luchar, ni hacer planes, ni nada, sólo contener las manos y esperar. Semana tras semana, cierta como la salida del sol, venía la notificación y la muerte de alguna persona, hombre o mujer, inocente de todo mal, pero tan muerta por nosotros como si la matáramos con nuestras propias manos. Una palabra del señor Hale, y la matanza habría cesado. Pero él endureció su corazón y esperó; sus arrugas se ahondaron, sus ojos y la boca se afirmaron en severidad, y la cara envejeció. No hay ni qué hablar de mi sufrimiento en ese tremendo período.
Encontrarás aquí las cartas y los telegramas de los Sicarios de Midas y los artículos de los diarios. También encontrarás las cartas advirtiendo al señor Hale de ciertas maquinaciones de enemigos comerciales y manipulaciones secretas con acciones. Los Sicarios de Midas parecían tener acceso a la intimidad de los negocios y de las finanzas. Nos comunicaban informaciones que ni siquiera nuestros agentes conseguían.
Una nota de ellos, en el momento crítico de un trato, ahorró al señor Hale cinco millones. En otra ocasión nos mandaron un telegrama que impidió que un anarquista exaltado quitara la vida a mi jefe. Capturamos al hombre en cuanto llegó y lo entregamos a la policía, que le encontró encima un poderoso y nuevo explosivo como para hundir un barco de guerra.
Persistimos. El señor Hale estaba resuelto a todo. Desembolsaba a razón de cien mil dólares semanales en servicio secreto. La ayuda de Pinkerton, de Holmes⁴ y de un sinnúmero de agencias particulares fue requerida; miles de hombres figuraban en nuestras listas de pago. Nuestros pesquisas pululaban por doquier, con todos los disfraces, investigando todas las clases sociales. Seguían millares de claves y pistas; centenares de sospechosos eran detenidos; y miles de otros sospechosos eran vigilados; nada tangible salió a luz. Para sus comunicaciones, los Sicarios de Midas cambiaban continuamente el método de envío.
Cada mensajero que mandaban era arrestado de inmediato. Pero siempre éstos demostraban ser inocentes, mientras que sus descripciones de las personas que los enviaban nunca coincidían. El 31 de diciembre nos notificaron: 

Oficina de los Sicarios de Midas, 31 de diciembre, 1899. 
Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro: Siguiendo nuestra política —nos halaga que usted ya esté versado en ella— nos permitimos comunicarle que daremos un pasaporte, desde este Valle de Lágrimas, al comisario Bying, con quien, a causa de nuestras atenciones, usted llegó a relaciones tan estrechas. Acostumbra estar en su oficina a esta hora. Mientras usted lee esta carta, respira él su último aliento. 
Cordialmente. 
Los Sicarios de Midas.

Corrí al teléfono. Grande fue mi alivio cuando oí la simpática voz del comisario. Pero, mientras hablaba aún, su voz en el receptor terminó con un estertor, y oí, apenas, la caída de su cuerpo. Luego una voz extraña me dio los saludos de los Sicarios de Midas, y cortó.
Pedí con la oficina pública, para que socorrieran al comisario. Pocos minutos después supe que lo habían encontrado bañado en su propia sangre, y muriendo. No había testigos; no se encontraron huellas del asesino.
En consecuencia, el señor Hale aumentó de inmediato su servicio secreto hasta que un cuarto de millón fluía por sus arcas por semana. Estaba resuelto a ganar. Las recompensas ofrecidas llegaban a sumar más de diez millones de dólares. Tienes aquí una idea clara de sus recursos y de cómo los usaba sin tasa. Decía que luchaba por un principio.
Hay que admitir que sus actos probaban la nobleza de sus motivos. Los departamentos de policía de todas las grandes ciudades cooperaban con él, y aun el gobierno de los Estados Unidos entró en la lucha, y el asunto se convirtió en una de las principales cuestiones de Estado. Algunos fondos nacionales se dedicaron a descubrir a los Sicarios de Midas y todo agente del gobierno estuvo atento. Pero fue en vano. Los Sicarios de Midas golpeaban sin errar en su obra inevitable. Sin embargo, aunque el señor Hale luchaba hasta la muerte, no podía lavar sus manos de la sangre que las teñía. Aunque no era, técnicamente, un asesino, aunque ningún jurado de sus iguales pudiera acusarlo, no era por eso menos causante de la muerte de cada individuo. Como dije antes, una palabra suya habría detenido la matanza. Pero rehusaba decir esa palabra. Insistía en que la sociedad estaba amenazada, que él no era tan cobarde para desertar su puesto, y que era justo que unos cuantos fueran mártires por la prosperidad de los más. Pero la sangre caía sobre su cabeza, y él se hundía cada vez más en el abatimiento y la pena. Yo también estaba abrumado con la culpa de ser cómplice. Niños eran asesinados sin piedad, y mujeres y ancianos; y no sólo eran locales estos crímenes, sino que se distribuían por todo el país. A mitad de febrero, una noche, mientras estábamos en la biblioteca, golpearon a la puerta con violencia. Respondí yo, encontrando sobre la alfombra del comedor esta misiva:

Oficina de los Sicarios de Midas, 15 de febrero, 1900. 
Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro: ¿No llora su alma por la roja cosecha que recoge? Quizás hemos sido demasiado abstractos en el manejo de nuestro negocio. Seamos ahora concretos. Miss Adelaide Laidlaw es una joven de talento, tan bondadosa, entendemos, como bella. Es la hija de su viejo amigo, el juez Laidlaw, y sabemos que usted la llevó en sus brazos cuando niña. Es la amiga más íntima de su hija y ahora está visitándola. 
Cuando usted lea esto, la visita habrá terminado. 
Muy cordialmente. 
Los Sicarios de Midas.

Al instante comprendimos lo que significaba. Corrimos por la gran casa, sin hallar a la muchacha. La puerta de su departamento estaba cerrada con llave, pero la hundimos a empujones desesperados, y allí, vestida para la Opera, asfixiada con almohadones, todavía tibia y flexible, yacía casi viva. Deja que pase sobre este horror. Seguramente recordarás los relatos de los diarios.
Tarde, aquella misma noche, Eben Hale me citó, y ante Dios me juramentó solemnemente a quedarme con él y a no transigir, aunque la familia entera fuese destruida.
A la mañana siguiente me sorprendió su alegría. Yo había previsto que la tragedia última le produciría un hondo shock; pero ignoraba aún hasta que punto lo había afectado. Al otro día lo encontramos muerto en su cama, con una pacífica sonrisa en su rostro devastado por la congoja. Murió asfixiado. Con la connivencia de las autoridades se comunicó al mundo que se trataba de un ataque al corazón. Creímos juicioso ocultar la verdad. 
Apenas dejé esa cámara de muerte, cuando —pero demasiado tarde— recibí la carta siguiente:

Oficina de los Sicarios de Midas, 17 de febrero, 1900.
Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro: Usted perdonará nuestra intrusión, tan poco después del triste evento de anteayer; pero lo que deseamos decirle puede ser de grandísima importancia para usted. Se nos ocurre que usted pueda intentar escapársenos. No hay sino un camino, en apariencia, como usted sin duda lo habrá descubierto. Pero queremos informarle que aun este único camino le está cerrado. Usted puede morir, pero reconociendo su fracaso. Tome nota de esto: Somos parte y porción de sus posesiones. Con sus millones pasamos a ser sus herederos y cesionarios para siempre. 
Somos lo inevitable. Somos la culminación de la injusticia industrial y social. Nos volvemos contra la sociedad que nos creó. Somos los fracasos triunfantes, los azotes de una civilización degradada. Somos las criaturas de una perversa selección social; combatimos a la fuerza con la fuerza. Sólo los fuertes perdurarán. Creemos en la supervivencia de los más aptos. Habéis hundido en la miseria a vuestros esclavos a sueldo y habéis sobrevivido. Los capitanes de guerra, a vuestras órdenes, fusilaron como a perros a vuestros obreros en tantas huelgas sangrientas. Por tales medios habéis durado.
No nos quejamos del resultado, porque reconocemos y tenemos nuestro ser en la misma ley natural. Ahora surge la cuestión: Bajo el presente medio social, ¿quién de nosotros sobrevivirá? Creemos ser los más aptos. Vosotros creéis ser los más aptos. 
Dejamos la eventualidad al tiempo y a Dios. 
Cordialmente. 
Los Sicarios de Midas.

John, ¿te sorprendes ahora de que yo haya huido de placeres y amigos? Pero, ¿para qué explicar? Este relato aclarará todo. Hace tres semanas murió Adelaide Laidlaw. Desde entonces aguardé con esperanza y miedo. Ayer se abrió el testamento y se hizo público.
Hoy fui notificado que una mujer de clase media sería muerta en el Parque Puerta de Oro, en el lejano San Francisco. Los diarios de esta noche dan los detalles del crimen, que corresponden a los que yo conocía.
Es inútil. No puedo luchar contra lo inevitable. He sido leal al señor Hale y trabajé duro. Por qué mi lealtad se premia así, no entiendo. Sin embargo, no puedo faltar a la confianza puesta en mí, ni a la palabra dada. Ahora legué los muchos millones que recibí a sus poseedores legítimos. Que los robustos hijos de Eben Hale obren su propia salvación. Antes que leas esto, habré muerto. Los Sicarios de Midas son todopoderosos. La policía es impotente. Supe por ella que otros millonarios han sido multados y perseguidos del mismo modo. ¿Cuántos?, no se sabe, pues si uno cede a los Sicarios de Midas, su boca queda sellada. Los que no cedieron aún, están recogiendo su cosecha escarlata. El torvo juego sigue hasta el fin. El Gobierno Federal no puede hacer nada. También entiendo que organizaciones similares han hecho su aparición en Europa.
La sociedad está sacudida hasta sus cimientos. En vez de las masas contra las clases, es una clase contra las clases. Nosotros, los guardianes del progreso humano, somos elegidos y golpeados. La ley y el orden han fracasado. Las autoridades me suplicaron que guardara este secreto. Lo hice, pero ya no puedo callarlo. Se ha transformado en cuestión de importancia pública, llena de tremendos peligros y consecuencias, y mi deber es informar al mundo, antes de abandonarlo.
Tú, John, por mi último pedido, publica esto. No temas. El destino de la humanidad está ahora en tus manos. Que la prensa tire millones de ejemplares, que la electricidad lo difunda por el mundo, que donde los hombres se encuentren y hablen, hablen de ello temblando de terror. Y entonces, cuando estén bien despiertos, que la sociedad se alce con toda su potencia y arroje de sí esta abominación. 
Tuyo, en largo adiós. 
Wade Atsheler.

¹ Cornelia, hija de Escipión el africano, fue una ilustre dama romana, conocida por —después de una serie de infortunadas perdidas— haberse consagrado a la educación y cuidado de sus hijos. Fue la primera mujer a la que se le dedicó un monumento público en el imperio Romano.
² Guillermo I de Inglaterra fue el primer rey normando de esta nación. La referencia es poco clara, ya que a lo largo de su vida, Guillermo se vió envuelto en una serie de sucesivos combates para unificar su poder o conquistar territorios para anexar a su reinado. Aunque cada región era gobernada de manera independiente con respecto al resto, a pesar de pertenecer a la misma corona. Quizá hace alusión a su primogénito Roberto con que el tuvo bastantes conflictos, al grado de que éste traicionó a la corona; o quizá la conocida rebelión de los duques, un levantamiento por parte de varias familias nobles para destronar al rey.
³ De todos es conocido el mito del rey Midas y su funesto don, no así los detalles, entonces los comentamos brevemente: era rey de Frigia; en cierta ocasión en que Midas encontró borracho a Sileno, lo trató con grandes honores y le ayudó a incorporarse al séquito de Dioniso. Éste, en agradecimiento, concedió a Midas su más ferviente deseo: que todo lo que tocase se convitiese en oro. Cuando Midas quiso comer, comprendió cuán terrible era su facultad. Suplicó a Dioniso (otras tradiciones dicen que a la Sibila de Cumas) que lo librara de tal don. Le ordenaron bañarse en el río Pactolo y entonces el río comenzó a arrastrar arenas de oro, por lo que es llamado aureo, y sólo así, Midas quedó libre.
El guiño al celebre detective creado por Arthur Conan Doyle es muy obvio, pero no así la referencia a la National Detective Agency de Allan Pinkerton. Fue una organización privada de investigación que intervino en muchas de las grandes conspiraciones de la historia de Norteamérica y en general del mundo; como el asesinato de Abraham Lincoln, por ejemplo. La agencia de Pinkerton sentó las bases para las modernas organizaciones gubernamentales de servicios secretos. Su alcance y poder fue tal que en algún momento se les consideró como una milicia independiente. El dictador mexicano Porfirio Díaz Mori llegó a contratar sus servicios para encontrar, infiltrar y desarticular los grupos revolucionarios del Partido Liberal Mexicano que estaban en el extranjero. Su lema fue “We never sleep.” Actualmente son una filial de una compañía de seguridad sueca Securitas AB.
Alusión veterotestamentaria al Salmo LXXXVI: 5-6.

Reunión: Antología de cuentos imprescindibles según Yo

El diálogo entre mi yo y el yo.

—¡¿Otra antología?!...
—Sí... otra...
—¿No son suficientes las tres que has compilado y el montón de acumulaciones que tienes?
—No... cada cierto tiempo se vuelven insuficientes...
—Bueno, pero vas a procurar escapar a esa manía ordenadora al menos por esta vez, ¿no?
—Sí, el único criterio es mi gusto.
—Pues, vamos a ver...

8. La nueva Melusina / Johann Wolfgang von Goethe

viernes, 17 de abril de 2020

Antología de cuentos sobre antropofagia: CC3. Fábulas antropofágicas

Como sucede con muchas de las obras grecolatinas, la autoría de las Fabulæ está en tela de juicio, pero casi por unanimidad se atribuyen a Gayo Julio Higino, un liberto de la época del emperador romano Augusto
Existen paralelismos entre las Fábulas y otra obra intitulada Astronomía, así que tradicionalmente se piensa que ambas obras pertenecen al mismo autor.
Las Fabulæ, junto con la Biblioteca de Pseudo Apolodoro, las Metamorfosis de Ovidio y la Teogonía de Hesíodo son algunas de las fuentes más completas de mitología clásica; pero éstas se distinguen por su carácter enciclopédico, siendo en el fondo más un diccionario (o como comentan los editores de la edición de Gredos —de la que proceden los textos que antologo—: un verdadero Nomenclator, una titánica colección de nombres) que una obra literaria. Los detalles de sus breves narraciones hacen que sea casi necesario que el lector conozca el mito de antemano; por lo que bien pudo haber sido un libro de rápida consulta o de referencia general. Como muchos de los mitógrafos, el autor incurre en confusiones, errores e imprecisiones, pero en general nada que no pueda aclarar una buena edición anotada.
Hablando de las referencias antropofágicas en el libro, podemos distinguir 3 casos:
  1. La cometida —las más de las veces de forma accidental— por los dioses. Por ejemplo, Ceres / Deméter asiste a un banquete ofrecido por Tántalo para los dioses; éste, entonces, sirve como platillo a su propio hijo Pélope; luego la diosa devora, distraídamente, el hombro (o el brazo, según la tradición) del niño (Higino, fab. LXXXIII.); También es el caso de Licaón, quien habría hospedado a Zeus. Los hijos de éste querían averiguar si su huésped era un dios y le sirvieron un banquete de carne humana (según algunas tradiciones, de su propio hermano menor); huelga decir que Zeus no probó bocado y que al percatarse de esto, volcó la mesa; fulminó (o transformó en lobos, según otras tradiciones) a los hijos de Licaón (y no conforme con ello, convencido de la corrupción de la raza humana, desató el diluvio universal. Según otras tradiciones). (Higino, fab. CLXXVI.). Estas historias no entran en el interés de nuestra antología, pero son buenas referencias porque guardan una íntima relación con el caso tres, que comentaré en dicho punto.
  2. La cometida por monstruos semihumanos. Los seres híbridos que aparecen en las páginas mitológicas de Higino pueden ser producto de una metamorfosis divina o de bestialismo (que la mayoría de las veces también es por intervención divina). Parece que estos seres sienten una predilección por la carne humana y, así, nos encontramos con que en las fab. XXXIX a XLI, Higino nos relata lacónicamente que un criminal y desterrado Dédalo llega a Creta; y luego, gracias a cierto invento, ayuda a Pasífae —esposa del rey Minos— a copular con un toro del que ella se había enamorado por intervención de Venus / Afrodita; Minos, vencedor de los atenienses, determinó que estos tenían que pagar un tributo humano cada cierto tiempo; los elegidos entraban al laberinto que Dédalo edificó para contener al Minotauro y eran devorados por éste. Por otro lado tenemos a Escila, hija de Tifón o de Palante «que tenía <la parte> superior del cuerpo de mujer, la inferior desde la ingle, de pez, y tenía seis perros que nacían de ella». En la fab. CXXV 14. se nos cuenta que tal quimera devoró a seis compañeros de Ulises. Y en la fab. CXCIX. Higino recoge otra variante del mito de Escila, que sería hija del río Crateide. Al ser una doncella de gran belleza, Glauco se enamoró de ella, por esta razón e impulsada por celos, la diosa Cirse la transformó en el monstro que mencionamos arriba; y ella, en venganza contra Cirse que amó a Ulises, devora a los seis compañeros de éste, uno por cada perro nacido de sus ingles. En la introducción a esta antología ya me encargué de comentar la razón por la que estos relatos no nos interesan —por ahora. Pero es importante mencionar la tendencia terrible que tienen: los híbridos no son propicios a los hombres, y las más de las veces son depredadores de éste; ¿qué nos dirán en el fondo estas manifestaciones de hombres-bestia? que en efecto ¿(semi)homo homini lupus?, ¿que el lado primitivo del hombre, llevado a su expresión más acabada en los híbridos, evidencia precisamente que la naturaleza del ser humano es la de consumirse entre ellos?
  3. Por último —y la antropofagia que más nos importa— la cometida por hombres. Hay tres fábulas explícitas sobre esto: XLV; LXXXVIII y CCVI, el mitema que las liga es una venganza y un banquete de carne humana. En estas tres fábulas un personaje comete un crímen contra otro y éste último, en venganza, le sirve a su(s) hijo(s) en un banquete. La mitología es una historia de revanchas y sus consecuencias; una forma de explorar las posibilidades de la ley del talión. Podemos concluir un par de observaciones a partir de esto:
a) En las antropofagias cometidas por dioses como por humanos, la carne consumida siempre es cocinada; y hasta presentada de manera apetitosa. Nos dicen los insignes decadentes Lucan & Gray que el único libro de cocina grecolatina que ha llegado a nuestros días es el De Re Coquinaria de Apicio, «cuya ocupación preferida era confrontar sabores y utilizar insólitas bestias», que «prácticamente cualquier cosa que se moviera era sacrificada, cocinada y servida con todo el ingenio y la elegancia posibles. “No sabrán lo que comen —se jactaba—, ¡estofado de anchoas sin anchoas!”». Las recetas recogidas en The decadent cookbook nos muestran que la cocina grecolatina era verdaderamente un arte de las combinaciones exóticas pero, además, un arte de engañar al paladar; en el último capítulo del Satiricón de Petronio, el poeta Eumolpo dice sobre comer carne humana que evitar el asco y el horror es fácil con un buen aliciente y que «ninguna carne gusta por sí sola sino que es a fuerza de artificios como se la transforma para que sea aceptada por los estómagos exigentes». Podemos ver que la alquimia culinaria tenía sus métodos para disfrazar los alimentos y hacer de lo desagradable un delicioso platillo.
b) La cocina es una actividad exclusivamente humana; Tántalo, los hijos de Licaón, Procne, Atreo y Harpálice, cumplen una doble función de asesinos y cocineros. Los dioses, superiores a los hombres, no precisan de dicha actividad; y los monstruos y quimeras, de carácter más salvaje y primitivo, tampoco cocinan. Esto no es una generalidad, nuestro ejemplo sólo se limita a estas tres razas; pero centauros, cíclopes y egipanes, también conocen el arte culinario.  La cocina va ligada al raciocinio del hombre; es importante destacar esto porque explica la última observación que podemos hacer sobre estos mitos.
c) Como comentaba al principio, la antropofagia en estas fábulas es consecuencia de una vendetta; después de haber sufrido una iniquidad, distintos personajes dan la revancha de forma multiplicada: matan y cocinan a un familiar, posteriormente se lo sirven al objetivo de su venganza. Esto nos dice escuetamente que los actos de brutalidad salvaje (violaciones, homicidios, etc) conducen a actos más terribles y sofisticados; el caso ilustrativo sobre esto se ve en la accidentada relación de los hijos de Pélope (aquel, que destrozado por su padre es servido a los dioses y cuyo hombro fue devorado por Ceres); Atreo y Tiestes, quienes se provocan toda suerte de horrores que escalan cada vez más en sofisticación y maldad. Esta misma consecusión de un hecho brutal-primitivo a uno terrible-sofisticado se ve en las tres fábulas. Podemos deducir que, en rigor, son más terribles los segundos, porque el odio que impulsa sus acciones va acompañado de la reflexión intelectual que los lleva no sólo a asesinar por venganza, sino a hacer que el objetivo de su venganza pruebe —más que en carne propia— en paladar el producto de sus acciones.

Además de las tres fábulas que hemos nombrado, incluyo las pequeñas referencias que hay sobre las acciones de los personajes en el resto del libro. Pertenecen a lo que en la obra de Higino se nombra como Catálogos: se trata de listados que reúnen nombres de personajes que comparten un común denominador; los reyes tebanos, los reyes atenienses, quiénes fueron más bellos, las mayores islas, etc... Dada la cantidad de información, voy a detallar algunas precisiones sobre los mitos a manera de introducción, por lo que respeto las notas de los editores de Gredos tal cual están en el libro.

Fábulas antropofágicas

El motivo de la antropofagia que presentan las tres fábulas me hace colocar esta entrada en la categoría de lo Psiquiátrico y en la subcategoría de Consecucialismo; pues se da no por lo que son, sino como móvil de una venganza.

CATÁLOGOS

CCXLVI. QUIÉNES SE COMIERON A SUS PROPIOS HIJOS EN BANQUETES.

Tereo, hijo de Marte a Itis, nacido de Procne. Tiestes, hijo de Pélope, a Tántalo y a Plístines, nacidos de Aérope.¹ Clímeno, hijo de Esqueneo, a su propio hijo nacido de su hija Harpálice.

¹ Aunque Aérope es la esposa de Atreo, recordemos que Tiestes se acostó con ella (véase fab. LXXXVI), razón que le valió la expulsión del trono por parte de Atreo. Cómo Atreo sirve a sus hijos en un banquete lo ha contado ya Higino en la fab. LXXXVIII.

CCXXXIX. MADRES QUE ASESINARON A SUS HIJOS.

1. Procne a Itis, nacido de Tereo, hijo de Marte.
3. Harpálice, hija de Clímeno, a causa de la impiedad de su padre, ya que ella había yacido con él contra su propia voluntad, mató al hijo que de él había concebido.

CCLIII. LAS QUE YACIERON CONTRANATURA.

1. Harpálice con su padre Clímeno.

CCLV. QUIÉNES FUERON DESPIADADAS. 

1.  Procne, hija de Pandión, mató a su hijo.
2. Harpálice, hija de Clímeno, mató a su hijo, a quien había engendrado de la unión con su padre.

CCXXXVIIII. LOS QUE ASESINARON A SUS HIJAS.

1. Clímeno, hijo de Esqueneo, a Harpálice, porque le había servido a su propio hijo en un banquete.


FILOMELA

El mito de Filomela, Procne y Tereo, es uno de los más extendidos y modificados de toda la literatura grecorromana, tal es así que encontramos variaciones y correlatos en diversas épocas y tradiciones. Este mito es de ascendencia ática y encuentra su versión más fiel en el mito tebano del matrimonio discordante entre Aedón y Politecno, quienes incurren en los mismos crimenes que Tereo y Filomela 
Tereo (junto con Tiestes y Clímeno) que devora a su hijo, en el fondo no podría ser considerado como tal un antropófago —a menos que sea bajo el adjetivo de accidental— y paradójicamente, son Filomela y Procne (junto con Harpálice y Atreo) las de la voluntad antropofágica. Los personajes resultan en una suerte de geometría correspondiente y contrastante; Tereo, que es el arquetipo de bárbaro —como en general se consideraba a los tracios—, es, en su crueldad y acciones, víctima de impulsos primarios; no así Procne y Filomela; que traman un plan que supera con creces a las iniquidades de Tereo. En la versión ovidiana del mito, Filomela anuncia a su hermana las acciones de Tereo a través de un tejido y finalmente sirven en un banquete a Itis, ambas actividades son de naturaleza femenina, en contraste con las acciones de hombre y guerrero de Tereo.

XLV. FILOMELA¹

1. El tracio Tereo, hijo de Marte (Ares), que se había casado con Procne, hija de Pandión, fue a Atenas ante su suegro Pandión para pedirle que le concediera en matrimonio a Filomela, su otra hija² y le dijo que Procne había muerto.
2. Pandión le dió su consentimiento, y dejó marchar a Filomela y a unos acompañantes con ella. A ellos Tereo los lanzó al mar, y a Filomela —después de encontrarla en un monte— la violó.³ Y cuando regresó a Gracias, entrego a Filomela al rey Linceo, cuya esposa Latusa al punto envió a la rival a Procne, puesto que ésta era amiga suya.⁴
3. Al reconocer Procne a su hermana y descubrir el despiadado crimen de Tereo, comenzaron las dos a urdir de común acuerdo cómo devolver al rey una acción de tal jaez. Entretanto conoció Tereo por medio de unos prodigios cómo a su hijo Itis le acechaba la muerte procedente de una mano cercana. Oído este vaticinio, pensando que su propio hermano Driante⁵ tramaba la muerte para su hijo, mató a su hermano Driante, que era inocente.
4. Procne, por su parte, mató a su hijo Itis, nacido de ella y de Tereo, se lo sirvió en un banquete y huyó con su hermana.
5. Conocido el crimen, Tereo persiguió a las fugitivas, y sucedió que —por compasión de los dioses— Procne se transformó en golondrina, Filomela en ruiseñor. En cuanto a Tereo, dicen que fue convertido en gavilán.⁶

¹ La versión más completa y célebre de este mito es la de Ovidio (Met. VI 462-674). Un estudio exhaustivo del mito en todas sus versiones puede verse en A. M.ª Rodríguez, De Aedón a Filomela. Génesis, sentido y comentario a la versión ovidiana del mito, Universidad de las Palmas de Gran Canaria, 2002.
² Pandíon I, rey de Atenas, tuvo dos hijos, Efecto y Butes, y dos hijas, Procne y Filomela. En la versión de Higino, la iniciativa de viajar a Atenas parte de propio Tereo y no de Procne, como la versión de Ovidio, lo que implica que el enamoramiento debió de tener lugar antes, y no como resultado de su llegada a Atenas.
³ El detalle del séquito que envía Pandíon no aparece ni en Apolodro (Bibl. III 14, 8) ni en Ovidio. Del hecho de que se especifique que la encuentra en un monte, parece deducirse que ella había huido tras ver arrojar al mar a sus guardianes. En Apolodro (Bibl. III 14, 8), Tereo la seduce haciéndola creer que Procne ha muerto, y se casa con ella.
⁴ En vez de cortarle la lengua a Filomela para que no diga nada de la violación, Higino introduce esta variante de enviarla a la corte de un rey amigo. Jessen («Prokne», Ausfürliches Lexicon der Griechischen und Römischen Mythologie, Hildesheim-Nueva York-Zúrich, 1993, vol. III.2, pág. 3.024) pensaba que la glosotomía cuadraría mal con la posterior transformación en ruiseñor. Lo anagnórisis, por lo tanto, es también distinta, habiendo desaparecido en Higino el tema del bordado.
⁵ De todas las versiones existentes del mito, Higino es el único autor que introduce a Linceo, Letusa y Driante, así como el vaticinio de la muertd del hijo.
⁶ Los autores griegos hacen de Filomela la golondrina y de Procne el ruiseñor, frente a los mitógrafos latinos, quizá para justificar éstos el nombre de philomela, «ruiseñor». En Ovidio, Tereo es transformado en abulilla (Met. VI 647), siguiendo probablemente a Sófocles. La idea de Tereo como gavilán aparece en algunas versiones anteriores a Sófocles (véase A. Ruiz de Elvira, Mitología clásica, págs. 360-364, y A. Rodríguez, op. cit., pág. 24), si bien para la metamorfosis en gavilán la mitología contaba ya con otro personaje, Dedalión, del que Higino habla en fab. CC 2.


ATREO

En Higino, el ciclo mítico que comprende las relaciones de Atreo y su hermano Tiestes, va desde la última parte de la fab. LXXXIV hasta la que presentamos aquí. Según otras tradiciones, los hijos asesinados de Tiestes no son los que nos nombra el mitógrafo, sino: Áglao, Calileonte y Orcómeno

LXXXVIII. ATREO

1. Atreo, hijo de Pélope y de Hipodamía, deseando vengar las ofensas recibidas de su hermano Tiestes, se reconcilió con él y lo invitó a volver a su reino; mató a Tántalo y a Plístenes, hijos de Tiestes, y se los sirvió en un banquete. 
2. Mientras éste comía, Atreo mandó que le fueran traídos los brazos y cabezas de los niños. Por este crimen incluso Sol desvió su carro.¹
3. Conocido el abominable crimen, Tiestes huyó a la corte del rey Tesproto, donde se dice que se encuentra el lago Averno. De allí llegó a Sición, donde habia sido dejada Pelolopia, hija de Tiestes. Allí llegó por casualidad Tiestes, de noche, mientras se estaban realizando sacrificios en honor de Minerva; éste, temiendo contaminar los sacrificios, se ocultó en un bosque sagrado.
4. Por otra parte, mientras Pelopia dirigía unas danzas acompañadas de canto, resbaló y se manchó el vestido con la sangre del animal sacrificado. De camino hacia el río para lavar la sangre, se quitó la túnica manchada, y Tiestes salíl del bosque sagrado con la cabeza cubierta. Pelopia le extrajo la espada de la vaina en el transcurso de la violación y, al volver al templo, la escondió bajo el pedestal de Minerva. Al día siguiente, Tiestes pidió al rey que le permitiera regresar a Lidia, su patria.
5. Entretanto sobrevino en Micenas una gran esterilidad y escasez de alimentos a causa del crimen de Atreo.² Allí se pronunció un oráculo por el que Atreo debía reintegrar a Tiestes a su reino. 
6. Tras haberse dirigido Atreo a la corte del rey Tesproto, pensando que allí se encontraba Tiestes, vio a Pelopia, y pidió a Tesproto que le concediera a Pelopia en matrimonio, porque pensaba que ella era hija de Tesproto. Éste, para no despertar
sospechas, le entregó a Pelopia, que ya había concebido a Egisto de su padre Tiestes. 
7. Llegada ésta al palacio de Atreo, dio a luz a Egisto, a quien dejó abandonado. Pero unos pastores lo confiaron a una cabra, y Atreo lo mandó buscar y criar como si fuera suyo. 
8. Por ese tiempo Atreo envió a sus hijos Agamenón y Menelao para buscar a Tiestes, los cuales se dirigieron a Delfos a fin de realizar una consulta. Casualmente Tiestes había llegado allí para obtener una respuesta acerca de la venganza que inflingiría a su hermano. Apresado por ellos, fue conducido ante Atreo. Éste mandó meterlo en la cárcel y llamar a Egisto, pensando que era su propio hijo, y lo envió para que asesinara a Tiestes. 
9. Cuando Tiestes vio a Egisto y la espada que éste llevaba, reconoció que era la que había perdido durante la violación, y preguntó a Egisto de dónde la había sacado, Éste respondió que su madre Pelopia se la había dado, y ordenó que se la hiciera venir. 
10. Ella le respondió que una noche, en el transcurso de una violación, se la había extraído a un desconocido y, que como fruto de aquel acto, había concebido a Egisto. Entonces Pelopia arrebató la espada fingiendo que deseaba reconocerla
y se atravesó el pecho.
11. Egisto, empuñando la espada cubierta con la sangre del pecho de su madre, se la llevó a Atreo. Éste, creyendo que Tiestes había muerto, se llenó de gozo. Egisto mató a Atreo mientras éste ofrecía sacrificios en la costa y volvió con su padre Tiestes al reino de sus antepasados. 

¹ Guidorizzi interpreta este suceso como una ordalía para decidir quién de los dos hermanos habría sido destinado a reinar. Zeus había enviado a Hermes a casa de Atreo para comunicarle que debía pactar con Tiestes, y que obtendría el trono si el sol recorría su camino en sentido contrario. Tiestes aceptó y aquel día el sol se puso por oriente (Apolodoro, Epit. II 12: Ovidio, Met. 429-431; Seneca, Tiestes 776 ss.). De aquí nació la interpretación racionalista que hacía de Atreo el primer astrónomo (véase fab. CCLVI). Sobre el desvío del carro de Sol y las fuentes que lo detallan, cf. M. R. Ruiz De Elvira, «Los Pelópidas en la literatura clásica», CFC 7. 1974, págs. 276 - 486. Añádanse algunos ejemplos del Antiguo Testamento como Isaías 38, 8. 
² Sterilitas et penuria frugum. Esta expresión, que sólo aparece en Higino, la emplea el mitógrafo hasta cuatro veces en su obra para hablar de los castigos infligidos por la impiedad de un hombre, enviados por los dioses a una ciudad. Además de la presente (a propósito del crímen de Ino contra los hijos de Nébula fab. II), Ia que sobreviene en Tebas con motivo del asesinato de Layo y el incesto de Edipo con Yocasta (fab. LXVII 6), la que llega a Micenas con motivo del asesinato de los hijos de Tiestes por Atreo (fab. LXXXVIII 5), y la del país de Perses (fab. XXVII 2), donde como prueba de que la esterilidad es consecuencia de un crimen, Medea afirma que ella puede expiarla (XXVII 3). En los cuatro pasajes hay dos constantes: a) la naturaleza castiga a una ciudad, nunca a un particular; b) pero por el pecado de un ciudadano, consistente en haber atentado contra el ritmo establecido por la naturaleza, como es impedir la germinación de las semillas (fab. II), el parricidio e incesto (LXVII), el infanticidio (LXXXVIII), o un crimen no especificado (XXVII).

CCLVIII. ATREO Y TIESTES¹

Como en el transcurso de una discusión los hermanos Atreo y Tiestes no lograban provocarse ningún daño el uno al otro, fingieron una reconciliación. En esta ocasión Tiestes se acostó con la esposa de su hermano. Atreo, empero, le sirvió a su hijo en un banquete.² Sol, para no verse mancillado, huyó de estas abominables acciones. Pero la verdad es la siguiente: Atreo fue el primero en descubrir en Micenas un eclipse de sol. Su hermano, envidioso de él, abandonó la ciudad.³

¹ Como señala Rose, las fab. CCLVIII a CCLXI parecen tomadas directamente del comentario de Servio a Virgilio, por lo que se trataría probablemente de una interpolación de un copista posterior. Ésta de Atreo y Tiestes, de quienes Higino ya ha hablado en las fab. LXXXVI a LXXXVIII, estaría tomanda de A En. I 568.
² Nueva contradicción de Higino. En fab. LXXXVIII 1 dice que mató a dos hijos, Tántalo y Plístines.
³ Parece interesante esta reflexión final de Higino, de naturaleza racionalista, que se encuentra igualmente en Estrabón (I 2,15), Luciano (Astrología 12) y Servio (A En. I 568). Por ello, mientras en la anterior mención, Sol se refiere al astro personificado (como en fab. LXXXVIII 2), aquí es simplemente el astro, con minúscula.

HARPÁLICE

Este mito es el más corto de los tres. Al igual que en los demás, las acciones que suceden en él son crímenes encadenados. 
A manera de epílogo: resta decir que si bien Higino tiene en su obra una de las colecciones mitográficas más grande, adolece por la falta de algunas referencias antropofágicas: el mito de Tideo en el ciclo de Los siete contra Tebas, por dar un ejemplo. Hay una referencia más, que por menor y diferente a estas fábulas, quedó en esta entrada.

CCVI. HARPÁLICE

Clímeno, hijo de Esqueneo, rey de Arcadia, cautivo de amor por su hija Harpálice, se acostó con ella. Habiendo ésta dado a luz, sirvió a su hijo en un banquete a su padre. Su padre Clímeno, conocido el crimen, mató a Harpálice.¹

¹ No debe confundirse a esta Harpálice con la heroína tracia, de la que Higino ha hablado ya en fab. CXCIII. El mito que aquí narra se encuentra a su vez en Partenio (Sufrimientos de amor XIII, que depende de Euforión en su obra Tracio), Ovidio (Met. 435) Nono De Panópolis (XII 71-75) y esc. a Il. XIV 291.

martes, 14 de abril de 2020

Antología de inventos inventados: B. II. El tratamiento del doctor Tristán

Siendo precisos, este cuento no versa sobre una nueva invención tecnológica. En realidad, presenta un método, que no dista de parentesco con las ideas de progreso científico que inspiran al resto de los inventos antologados aquí. Entonces, si bien, no hay un aparato, por otro lado hay una motivación (extraña) para valerse de la ciencia y resolver una antigua problemática de la humanidad: Las voces en la cabeza. Villiers de L'Isle-Adam nos entrega la descripción detallada del método propicio para acabar de una vez por todas con aquello que no debe ser oído por peligroso. Es de notarse la autoreferencialidad de nuestro autor, que menciona el resto de sus fantasías tecnológicas.

Este cuento apareció en La République des lettres, el 18 de febrero de 1877, con el título de Le traitement du Dr. Tristan Chavassus.

Al señor Jules de Brayer¹

Fili Domini, putasne vivent essa ista?
ISAÍAS²

¡HURRA! ¡Está hecho! ¡Alegría! ¡For ever!³ El Progreso nos arrastra en su torrente. Lanzados como estamos, cualquier pausa sería un verdadero suicidio. ¡Victoria!, ¡victoria! La velocidad de nuestro movimiento adquiere unas proporciones de bruma tan admirables que apenas si tenemos tiempo de distinguir algo más que la punta de nuestra propia nariz. 
Para escapar al horrible hipnotismo que podría derivarse de ello, ¿tenemos algún otro medio que el de cerrar definitivamente los ojos? No. No hay otro. Cerremos, pues, los párpados y dejémonos llevar.
¡Qué de descubrimientos! ¡Qué de invenciones! ¡Todos haran su agosto! ¡La Humanidad se convierte, entre dos diluvios, en un hecho positivamente divino! Recapitulemos:
1.° El polvo de arroz negro, para aclarar la tez de los negros marrones.
2.° Los reflectores del Dr. Grave, que van, desde mañana, a cubrir con carteles el vasto muro del cielo nocturno.⁴
3.° Las telas de araña artificiales para sombreros de sabios. 
4.° La Máquina de Gloria del ilustre Bathybius Bottom, el perfecto barón moderno.⁵
5.° La nueva Eva, máquina electro-humana (¡casi un animal!) que ofrece el cliché del primer amor, por el extraño Thomas Alva Edison, el ingeniero americano, el Padre del Fonógrafo.⁶ 
Pero, ¡silencio!, ¡esto es nuevo! ¡Todavía algo nuevo!... ¡Siempre!... Esta vez, es la Medicina la que va a asombrarnos. ¡Escuchemos! Un asombroso facultativo, el Dr T. Chavassus, acaba de encontrar un tratamiento radical para los Ruidos, Zumbidos, y todos los demás trastornos del canal auditivo. Cura incluso a las personas que oyen al revés, enfermedad que se ha tornado contagiosa en nuestros días. Chavassus, al conocer, a fondo, todas las particularidades del oído humano, se dirige, de una manera intelectual, a esas personas nerviosas que en seguida tienen, como suele decirse, la Mosca detrás de la oreja. ¡Calma los picores que, por ejemplo, la sensación de «ultrajes» aún provoca en el apéndice auricular de ciertos individuos retrasados y que son demasiado susceptibles! Pero su triunfo, su especialidad, es la curación de la gente que oyen Voces, como Juana de Arco, por ejemplo. Ese es su principal título para la estimación pública. 
El tratamiento del Dr. Chavassus es totalmente racional; su divisa es: «¡Todo para el Sentido común y por el Sentido común!» Con él ya no hay que temer más inspiraciones heroicas. Este príncipe del saber impediría, si es necesario, que un enfermo distinguiera incluso la voz de su conciencia. Y garantiza, con indemnización, que cualquier Juana de Arco, cuando saliera de sus iluminadas manos, no oiría ninguna especie de Voz (ni siquiera la suya), y que sus pabellones estarán tan velados en ella como cualquier oido serio y racional debe estarlo hoy en día.
Ya no habrá más irreflexivos arranques debidos, por ejemplo, a la excitación que los viejos cantos patrióticos despiertan, de una manera enfermiza, en el corazón de los últimos entusiastas. ¡Nada de infantilismos! ¡No temamos ya reconquistar provincias alocadamente!⁷ El Doctor está aquí. ¿Que os atormentan lejanos cantos de sirena de la Gloria?... Chavassus os quitará esos zumbidos de los oídos. ¿Que oís unos sublimes acentos, en el silencio, como si el alma de vuestro país os hablase?... ¿Que experimentáis sobresaltos de sublevado honor cuando el sentimiento del valor vencido de la indomable esperanza de los grandes mañanas enciende vuestro corazón y hace enrojecer el lóbulo de vuestras orejas?... ¡Rápido! ¡Rápido!, a casa del Doctor: ¡él os aliviará de tales picores!
Su consulta es de dos a cuatro. Y ¡qué hombre más amable!, ¡encantador!, ¡irresistible! Entráis en su despacho, una habitación decorada con esa ornamentación severa que es propia de la Ciencia. Como único objeto de lujo, veréis un manojo de cebollas colgando de un busto de Hipócrates, para indicar a las personas sentimentales que podrán procurarse, si lo necesitan, lágrimas de gratitud tras el éxito del tratamiento. 
Chavassus les indicará un sillón fijado al suelo. Apenas se hayan instalado cómodamente, unas bruscas grapas, semejantes a garras de tigre, le impedirán realizar, desde ese mismo momento, el más ligero movimiento. Entonces, el Doctor os mira durante algún tiempo, bien de frente, alzando las cejas, empujando el carrillo con su lengua y con un mondadientes en la mano, para testimoniaros así el violento interés que le inspiráis.
—¿Habéis tenido a menudo, en la vida, las orejas gachas? —os pregunta. 
—Pues... como todo el mundo, hoy en día —respondéis alegremente—. Algunas veces, para distraerme 
—En tal caso, esperad —dice el Doctor—. Son ecos, amigo mío; no son Voces lo que habéis oído.
Y de repente, precipitándose hacia vuestra oreja, acerca su boca. Después, con una entonación primero lenta y baja, pero que no tarda en inflamarse como el rugido del trueno, articula esta única palabra: «HUMANIDAD». Con la mirada en su cronómetro, llega, tras veinte minutos, a pronunciarlo diecisiete veces por segundo, sin confundir las sílabas, resultado logrado tras muchas vigilias, fruto de numerosos y peligrosos ejercicios.
Así pues, él repite esa palabra, de esa sorprendente manera, en vuestra oreja: ¡no porque ese vocablo tenga, para él, un sentido especial! ¡Al contrario! (El sólo lo utiliza, personalmente, al igual que cierto cantante utilizaba la palabra «Carcassone» todas las mañanas, para aclararse la garganta, eso es todo.) Pero le atribuye virtudes mágicas y pretende que cuando ha dormido bien, cuando ha castrado y enviscado el cerebro de un enfermo con esa palabra, la curación está conseguida en sus tres cuartas partes. 
Una vez hecho esto, él pasa a la otra oreja y susurra, con las inflexiones de una tirolesa, alrededor de noventa terminaciones de su propia cosecha. Tales terminaciones se aplican a las desinencias de ciertos términos pasados de moda y cuya significación es imposible encontrar, por ejemplo, palabras tales como: ¡Generosidad!... ¡Fe!... ¡Desinteresadamente!... ¡Alma inmortal!..., etc., y otras expresiones fantásticas. Al final le escucháis moviendo suavemente la cabeza de arriba a abajo; sonreís, en una especie de éxtasis. 
Al cabo de una media hora, tras haber llenado el jarrón de vuestro entendimiento de esa manera, es preciso taponarlo, ¿no es cierto?... por temor a que su precioso contenido se evapore. Por lo tanto, Chavassus, en el momento que juzga psicológico, os introduce dos hilos de cobre especialmente recubiertos, preparados y saturados de un fluido positivo cuyo secreto poseé. ¡Silencio! ¡No se mueva!... Acciona el interruptor de una pila cercana; la chispa entra en vuestra oreja. Treinta mil platillos resuenan en vuestro cráneo. Las grapas y el sillón soportan el duro salto cuyo empuje contenido saboreáis interiormente.
—¿Y bien? ¿Qué?... ¿qué?... ¿qué?...  —os repite sin cesar, sonriendo, el Doctor.
Segundo chispazo. ¡Crac! Es suficiente. ¡Victoria!... El tiempo no está destrozado, es decir, ese misterioso punto, ese punto enfermo, ese inquietante punto que, en el tímpano de vuestra miserable oreja, llevaba a vuestro espíritu aquel zumbido de gloria, de honor y de valor. Estáis salvado. No oirés nada más. ¡Milagro! ¡La Abstracción y la Terminación tapan todos los gritos de cólera ante el viejo Ideal asesinado! ¡El exclusivo amor por vuestra salud y por vuestras comodidades os inspira un ilustrado desprecio ante cualquier ofensa! Desde ahora estáis a cubierto de diez mil claques, ¡¡¡AL FIN!!! Respiráis. Chavassus os propina una palmada en la nariz como señal de curación; os levantáis; sois LIBRE...
Si aún tenéis algunos pueriles renacimientos de dignidad, si, en una palabra, todavía dudáis, el Doctor Tristán, mientras masca su mondadientes, os propina, en la caída de vuestros lomos, una fuerte patada, que recibís con un corazón desbordante de gratitud y mirando el manojo de cebollas. Ya estáis seguro. Os marcháis después de haberle cubierto de oro. Salís de su casa, fresco, dispuesto, decidido (com ese bonito traje nuevo, vulgo frac, alias chaqué, con el que lleváis, tan divinamente, el luto por las palabras que habéis matado), al alegre sol, con las manos en los bolsillos, con aspecto de entendido, el ojo fino, con el espíritu bien librado de todas esas vanas y confusas Voces que, todavía la víspera, os perseguían. Sentís que el Sentido común impregna, como un bálsamo, todo vuestro ser. Vuestra indiferencia... ya no conoce fronteras. Estáis consagrado por un razonamiento que os hace superior a cualquier vergüenza. Os habéis convertido en un hombre de la Humanidad.

¹ Músico, familiar de Augusta Holmes.
² «Hijo del Señor, ¿piensas tú que esos huesos pueden revivir?». Villiers cita la Vulgata de memoria, ya que este texto no pertenece a Isaías sino a Ezequiel XXXVII, versículo 3, y sus primeras palabras son «Fili hominis», es decir, hijo del hombre.
³ Para siempre.
L'Eve nouvelle era el título primitivo con que se publicó en 1880 La Eva Futura. Edison es uno de sus personajes principales.
Se refiere a Alsacian y Lorena, perdidas en 1871 como consecuencia de la guerra franco-prusiana.
Esta locución, que no aparece reseñada en ningún diccionario, es una invención de Villiers. Podría referirse a las terminaciones que se dan en el argot a algunas palabras, como la terminación -muche, en el argot francés.

lunes, 6 de abril de 2020

Antología de inventos inventados: B. I. El aparato para el análisis químico del último suspiro

Villiers de L'Isle-Adam es un autor que ni aún póstumo ha captado toda la atención que merece. Sus narraciones son prodigios de imaginación que revelan a un autor capaz de proponer fantasías de la más variada invención. Es precisamente ésta última palabra la que define al cuento que ahora presento. Una invención que especula sobre uno de los grandes problemas de la humanidad: la melancolía, pero no cualquiera, sino la que uno experimenta por la perdida de un ser amado. ¿Cuánto tiempo, fuerza, vida y demás habremos perdido e invertido en sufrir por aquello que es irrecuperable e irreparable? Villiers nos presenta la solución, ¡y qué solución! Un mitridatismo tanatológico: superar la muerte del ser querido antes de que ésta acaesca. Hay una razón práctica tras esta necesidad: ahorrarse los sentimentalismos, el disgusto, el miedo... el dolor. ¿La inspiración es mezquina o justificada? Juzguen ustedes. Resta decir que el método y el aparato —invento inventado— descritos en el cuento no son algo gratuito. Los griegos creían que la respiración estaba fuertemente ligada con el alma (no por nada las expresiones de «exhalar la vida» o «con mi último aliento»). La letra Ψ (Psi) es el dibujo estilizado de una mariposa que en griego es psije - soplo - mariposa; o como más comúnmente se le conoce: alma. Tiene sentido pensar que el alma abandona el cuerpo como una mariposa, por ello me encanta el argumento de Villiers, que pretendería recolectar algunas mínimas expresiones del alma: los suspiros, para vacunar al hombre contra el dolor de la muerte.

Este cuento fue publicado por primera vez en La Semaine parisieme, el 21 de mayo de 1874 como L' Appareil du Dr. Abeille E. E. pour l'analyse chimique du dernier soupir; es publicado por segunda vez en La Lune rousse, núm. 78, el 2 de junio de l878, con el titulo de L' Appareil du Professeur Schneitzoëffer junior, y la última publicación es la de L' Etoile française, el 7 de enero de 1881, con el título Apparel pour l'analyse chimique du dernier soupir.

Utile dulci.
FLACCUS¹

¡Está hecho! No se pueden contar nuestras victorias sobre la Naturaleza. ¡Hosanna! ¡Ni siquiera el tiempo de pensar en ello! ¡Qué triunfo!... En efecto, ¿para qué pensar? ¿Con qué derecho? Y además: ¿pensar?, en el fondo, ¿qué quiere decir? ¡Palabras!... ¡Descubramos apresuradamente! ¡Inventemos! ¡Olvidemos! ¡Encontremos! ¡Recomencemos y sigamos! ¡Cuerpo a tierra! ¡Bah! La Nada sabrá reconocer a los suyos.²
¡Oh, magia! ¡He aquí que finalmente los más sutiles instrumentos de la Ciencia se convierten en juguetes entre las manos de los niños! Testigo, el delicioso Aparato del profesor Schneitzoëffer jr., de Nuremberg (Baviera), para el análisis quimico del ultimo suspiro.
Precio: un doble thaler —(7,95 fr. con la caja)—, ¡un regalo!... Franquear. Sucursales en París, en Roma y en todas las capitales. Porte incluido. Evitar las falsificaciones.
Gracias a este Aparato, desde este momento, los niños podrán echar de menos a sus padres sin dolor.
¡EI bienestar fisico ante todo! Aunque se parezca a la descripción que el moralista nos da del interior de un convento en Justine, o la Virtud recompensada
Hay que preguntarse, en una palabra, si la Edad de oro no vuelve.
Naturalmente, semejante instrumento encuentra su lugar entre los obsequios útiles como regalo entre las familias, con un doble valor: la alegria de los niños y la tranquilidad de los padres.
También es posible deslizarlo en un huevo de Pascua, colgarlo del árbol de Navidad, etc.
El ilustre inventor hace una rebaja a aquellos periódicos que quieran ofrecerlo como regalo a sus suscriptores; igualmente es recomendable para los promotores de tómbolas; las loterías nacionales piden cada vez más.
Esta joya puede colocarse, a propósito, bajo la servilleta de un abuelo en una cena de fiesta —o en un banquete de bodas— o en la cesta, como un presente para la abuela, o tambien entregarse, simplemente, en mano, a los progenitores de los viejos amigos de provincias cuando se deseé causar eso que se llama una encantadora sorpresa.
En efecto, imaginemos la hora de la siesta en una pequeña ciudad. Las madres de familia, una vez hechas sus compras, han vuelto a sus casas. Han cenado. La familia ha pasado al salón. Es una de esas tardes sin visitas, en las que, reunidos alrededor de la chimenea, los padres están un poco adormecidos. La lámpara alumbra poco, y la pantalla reduce aún más su luz. Las inclinadas puntas de los gorros de seda negra sobrepasan las orejeras de los sillones. La lotería, a veces tan trágica, está suspendida; el juego de la Oca está guardado en el gran cajon. El periódico yace a los pies de los durmientes. El viejo invitado, discipulo (en voz baja) de Voltaire, digiere apaciblemente, hundido en alguna mullida poltrona. Sólo se oye la aguja de la joven picando su bordado junto a la mesa y acompasando así la tranquila respiración de los autores de la suya, todo medido por el tic-tac del péndulo. Resumiendo, el honesto salón burgués respira la quietud bien adquirida.
Dulce cuadro de familia, el Progreso, lejos de excluiros, os rejuvenece, como un hábil tapicero renueva unos muebles de antaño.
Pero no nos enternezcamos.
¿Cómo se divertirán entonces los niños, en lugar de hacer ruido y despertar a sus airados padres, con esos antiguos juguetes, tan ruidosos? ¡Mirad! Ved cómo vienen, de puntillas, on tip toe, reprimiendo las frescas carcajadas de sus locas risas inextinguibles. ¡Silencio!... Inocentemente, acercan a la boca de sus ascendientes el pequeño aparato del profesor Schneitzoëffer, jr. (En Francia se dice Bertrand, para abreviar.)⁴
¡Ese es el juego! ¡Pobres pequeños!... ¡Practican!... Preludian ese momento (¡ay! al cual debería ser normal acostumbrarse pronto), en el que lo harán de verdad. Desgastan así, en una especie de gimnasia moral, lo demasiado punzante de la pena que sentirían por la pérdida de sus parientes (y no esa ficticia costumbre). ¡Embotan de antemano el desconsuelo final!
Lo ingenioso del proceso consiste en recoger, en ese alambique de lujo, una buena cantidad de anteúltimos suspiros, durante el sueño de la Vida, para poder, un día, al comparar los pálpitos, reconocer en qué se diferencia el primero del sueño de la Muerte. Tal divertimento es un fortificante preventivo, que depura los tiernos temperamentos de nuestros benjamines de cualquier predisposición a la emociones demasiado dolorosas, desde ahora y para siempre. Les familiariza artificialmente con las angustias del día de luto, que, ENTONCES, ya serán conocidas, asumidas e insignificantes.
¡Y cómo, al despertar, se abrazan a todas estas cabecitas rubias! ¡Con qué dulce melancolía aprietan contra su corazón a estos alegres traviesos! 
¿Podríamos, sin faltar a nuestro deber de filósofo, resistir deber de repetirlo una vez más? ¿A disgusto? Es una joya científica, indispensable en cualquier salón de buena compañía, y los servicios que puede dar a la sociedad propiamente dicha y al Progreso prescriben, sin lugar a dudas, la obligación de preconizarlo entusiásticamente. 
Nunca estará de más inculcar a la juventud —y muy pronto, incluso a la infancia— el gusto por este higiénico recreo. 
El aparato Schneitzoëffer, jr. —el único que tonifica los nervios de los niños demasiado cariñosos—, está destinado a convertirse, por así decirlo, en el vademecum del colegial de vacaciones, del amable espabilado, que estudiará su aplicación, entre la de los verbos pronominales o deponentes. Sus maestros le exigirán esto como un trabajo, A su vuelta, podrá poner el juguete en su pupitre. 
¡Siglo feliz! En su lecho de muerte, ahora, ¡qué consuelo para los padres el pensar que esos dulces seres —¡demasiado amados!— no perderán ya el tiempo —¡que es dinero— en los inútiles flujos de las glándulas lacrimales y en ridículos gestos que provocan, casi siempre, inopinadas muertes!... ¡Cuántos inconvenientes se evitarán con el uso cotidiano de este aparato! 
Una vez asentada la costumbre, los herederos —habiendo adquirido la indiferencia iluminada, simpática, triste, en fin, conveniente—, ante el óbito de los suyos —al haber, digámoslo así, diluido la desolación desde hace mucho tiempo—, no tendrán que temer las consecuencias del trastorno y aturdimiento en el que la inmediatez de los preparativos sumía a veces a los antepasados: estarán vacunados contra tal desesperación. Una nueva era se va a inaugurar, positivamente, a este respecto.
Los funerales se haran sin problemas y, por así decirlo, sin esmero. 
En cualquier circunstancia nuestra divisa debe ser ésta (¡no lo olvidemos nunca!): ¡Calma! Calma. Calma. 
Así, los intereses, desatendidos los primeros días, el espanto y el desconcierto del momento que sólo beneficia a la proverbial rapacidad de los sepultureros (¡qué negros enredadores!), los testamentos redactados apresuradamente y, como se suele decir, de cualquier modo —incomprensibles hológrafos sobre los cuales se abate la bandada de cuervos de los abogados con gran perjuicio de los colaterales, inconsolables—, las últimas instrucciones dictadas atolondradamente por los moribundos, el abandono de la casa mortuoria, las dilapidaciones de los criados, ¡cuántos detrimentos puede conjurar el uso diario del aparato Schneitzoëffer, jr.! 
Se escamotearán⁵ los cadáveres lo más rápidamente posible, y ni siquiera se darán cuenta, en la casa, de vuestra desaparición. Continuará, en ese momento, la razonable rutina. 
Las artes se resentirán. Gracias a él, en unos diez años, el cuadro de la Hija de Tintoretto⁶ ya no será famoso sino como coloración, y las marchas fúnebres de Beethoven y de Chopin sólo se comprenderán como música de baile. 
¡Oh! ¡No ignoramos contra qué prejuicios tiene que luchar Schneitzoëffer!... Pero, ¿estamos, sí o no, en un siglo práctico, positivo e ilustrado? Sí. Pues bien, ¡seamos de nuestro siglo! Hay que pertenecer al siglo. ¿Quién quiere sufrir, hoy en día? ¿Realmente? Nadie. Por lo tanto, nada de falso pudor ni sensiblería de mal gusto. Fuera sentimentalismos estériles, dañinos, a menudo exagerados, y que no engañan ni a los transeúntes, esos del convenido gesto de quitarse el sombrero ante los coches fúnebres.
¡En nombre de la Tierra, un poco de sentido comun y de sinceridad! Por más importancia que nos diésemos, ¿éramos visibles en el microscopio solar hace unos años No. Así pues, ¡no condenemos demasiado deprisa lo que nos choque, por falta de costumbre y de reflexión suficiente! Valientes librepensadores, pongamos de moda la sonriente dignidad del dolor filial, podándolo, de antemano, de esos aspectos descerebrados que rozan, las más de las veces, lo grotesco.
Digamos más: la piadosa postración del niño que ha perdido a su anciana madre, por ejemplo, ¿no es (en nuestros días) un lujo que los indígenas, acuciados por una tarea obligatoria, no pueden permitirse? El ocuparse de este mórbido ensueño no es, pues, de primera necesidad: ¡podemos pasar sin él! ¿Qué otra cosa son los gemidos de la gente acomodada sino un gasto de tiempo social compensado por el quehacer de las clases trabajadoras, que menos favorecidas por la dama Fortuna, refuerzan los suyos? 
El rentista no llora a los suyos sino a costa de los necesitados: se hace ofrecer, implíicitamente, el coste social de tal prerrogativa, las lágrimas, por esos mismos que no tienen la posibilidad de derramarlas sino a escondidas. 
Está demostrado que, hoy en día, todos pertenecemos a la gran Familia humana. Entonces, ¿por qué echar de menos a éste en lugar de aquél?... Concluyamos: puesto que todo se olvida, ¿no vale más acostumbrarse al olvido inmediato? Los gestos más alocados, los llantos, los hipos mejor entrecortados, los gritos y lloriqueos más sentidos no resucitan, ¡lástima!, a nadie. 
¡Felizmente!... por que si no, ¿no estaríamos muy pronto tan apretados, en el planeta, como un banco de arenques? Prolíferos como somos, sería insoportable. La ineluctable profecía de los economistas se cumpliría en un corto plazo; el digno Pólipo humano moriría de plétora, y, una vez reconocidas como insuficientes las soluciones intermitentes de las guerras o epidemias, el pegarse unos con otros, con grandes golpes, a la salida del baile, se convertiría en indispensable si persistiéramos en querer respirar o circular en este globo, globo en el que la Ciencia nos prueba, por A más B, que no somos, después de todo, sino una miseria provisional. 
Dicho sea esto para esos burlones, ¿saben?, para esos oscuros escritores a quienes hay que leer varias veces si se quiere desentrañar el verdadero significado de lo que dicen.⁷
—¡Sin dolor! ¡Señores! ¡Acudan! ¡Pidan! ¡Háganse servir! ¡7,95 fr. con caja incluida! Vean... señoras y senores, ¡el objeto!.. ¡El alma está en el fondo. Debe estar al fondo! El cuadro que enseñan allí, en el escaparate, al extremo de mi vara, representa al ilustre profesor en el momento en que, al desembarcar en los muelles del Sena, es recibido por el señor Thiers, el Shah de Persia y una multitud de personajes famosos. ¡El instrumento es inofensivo! lotalmente inofensivo. Sobre todo si se quieren tomar la molestia de leer (no con una mirada perdida y distraída, como ésa con la que me honráis en este sublime momento, Sino con atención y madurez) las instrucciones que lo acompañan. Los reactivos empleados —revulsivos, tóxicos y esternutarios— son un secreto del Inventor, la Administración de patentes nos prohíbe, desgraciadamente, que los divulguemos. El aviso nos ha llegado ayer, por los oficios de la Oficina de las escarapelas.
»Sin embargo, para asegurar a los clientes de la Burguesía, clase a la que se dirige, muy especialmente, el profesor, podemos revelar que la mixtura contenida en la bola de cristal multicolor que constituye Aparato en su forma, está compuesta de nitroglicerina y todo el mundo sabe que nada hay más inofensivo y untuoSO que la glicerina. Empleada diariamente para el aseo. (Agítese antes de usar.) ¡Apresúrense! ¡Estas ortopédicas joyas del corazón son el éxito del momento! ¡Nos las quitan de las manos! ¡La fabrica de Nuremberg esta sobrecargada de trabajo!...
»El extraño profesor Schneitzoetfer, jr., está desesperado, al no poder dar abasto a los pedidos a pesar de los obstáculos que pone, en todo momento, el clero. 
»Tesoro de los nervios, calmante gradual, Oued-Allah⁸ de las familias, este Aparato se impone a los padres serios que, libres de los prejuicios de corazón, juzgan que si el sentimiento es una cosa dulce en sus momentos, no hace falta demasiado, cuando verdaderamente se es un Hombre.
En efecto, bajo la antigua luz de los astros, humanidad sólo se llama ya, hoy en día, al público, y Hombre al individuo. Tomamos por testigo de ello no ya a un firmamento vago y pasado de moda, sino al Sistema solar, señoras y señores, sí, ¡al Sistema solar! desde Mercurio al inevitable Zeta Hércules*»

* Sabido es, hoy en día, que la totalidad de nuestro sistema solar se
dirige, insensiblemente, hacia el punto celeste marcado por la sexta estrella de la constelación de Hércules (es decir, Zeta Hércules, en nuestro lenguaje)⁹ Este abismo ígneo —de dimensiones tales que las cifras que lo expresan confundirían en cierta manera el pensamiento (en el caso de que, para aquéllos que piensan, el cielo aparente pudiera tener alguna importancia)— parece, en astronomía, que debe ser el fin o la desaparición inevitable, en efecto, de nuestro conjunto de fenómenos. Es sin duda a este desenlace a lo que quiere referirse el profesor bávaro. Lo que nos tranquiliza, a nosotros, Franceses, es que lo sabemos tan bien como él y que, a pesar de todo, tenemos el tiempo de pensar en ello. [Nota de Villiers.]

¹ «Útil para lo agradable». Cita de Horacio, Ars Poetica, verso 343, acerca de la poesía. Villiers se divierte designando a Horacio por su segundo nombre.
² Parodia de la orden de Simón de Monfort en la cruzada contra los Albigenses: «¡Matad todo! Dios reconocerá a los suyos.»
³ Villiers mezcla los titulos de dos obras del marqués de Sade, calificado como «moralista»: Justine o las desventuras de la Virtud y Juliette o la prosperidad del Vicio, en las que varias escenas se desarrollan en un convento.
⁴ Villiers toma prestado el nombre del científico a un músico frances, muerto en 1852, que en sus tarjetas de visita ponía: «Schneitzoëffer, pronunciado Bertrand».
Villiers utiliza el verbo escoffier que significa «matar», dándole el significado de «escamotear o hacer desaparecer».
⁶ Famoso cuadro de León Coignet, El tintoretto peinando a su hija muerta, expuesto en el Salón 1845.
⁷ Es decir, él mismo y sus amigos como Mallarmé.
⁸ Licor parecido al chartreuse fabricado en Argelia.
 La creencia de que el sistema solar se encaminaba hacia la constelación de Hércules formaba parte de las ideas popularizadas en el siglo XIX.

7. Invocación y evocación de la infancia

En un viejo cuaderno escolar tengo escrita esta frase al margen de una de las últimas páginas: Busco quién se acuerde de lo que se me olvida...