viernes, 25 de diciembre de 2020

Arborescencias: frutos simbólicos y raíces secretas de los árboles [I - III]

Escribir es mi manera de ordenar el pensamiento. Publicar es a penas un capricho ajeno a todo lo que atañe la escritura. Incluso, siendo extremista, no distingo entre escritura y pensamiento. Por ello, sostengo que: quien me lee, lee mi pensamiento. Esta es la razón por la que escribo una nueva entrada, algo sobre los árboles y el interés —científico, poético y abstracto— que me despiertan. Lo siguiente son mis apuntes, mis datos, observaciones y demás, despojados de la intensión ensayística, simplemente ordenados para mostrarme un fenómeno.

I. Del mar y el detrimento del árbol

Sin duda uno de los libros que más me sorprendió este año (2019) fue Iconografía romántica del mar de W. H. Auden. Sus observaciones sobre el parteaguas que es el arte romántico en la percepción que se tenía del mar antes y después de él, me hicieron reflexionar bastante; y ahora mismo leo El Mar, una obra híbrida de Jules Michelet sobre casi el mismo tema. Si mi memoria no me es infiel, Auden no menciona ni de lejos a Michelet a pesar de estar en gran sintonía con sus observaciones. Pero, lo que importa más que si Auden y Michelet coinciden, son estas líneas del segundo: «Por los eriales, se extiende, antes del mar, un mar previo de hierbas ásperas y bajas, helechos y brezos. Todavía a una legua, a dos leguas, se notan ya los árboles, enclenques, dolientes y ariscos, que anuncian a su modo por sus actitudes, iba a decir por sus ademanes extraños, la proximidad del gran tirano y la opresión de su resuello. Si no estuvieran presos por sus raíces, obviamente huirían; con la mirada al suelo y dando la espalda al enemigo, parecen estar justo a punto de salir, derrotados y desgreñados. Se doblan, se inclinan hasta el suelo, y al no poder hacer nada mejor, ahí clavados, se retuercen con el viento de las tempestades. En otras partes también, el tronco se achica y extiende sus ramas indefinidamente en el sentido horizontal. En las playas, las conchas disueltas levantan un fino polvo que va invadiendo, sepultando el árbol. Al cerrarse sus poros, faltándole el aire, se ahoga; pero conserva su forma y ahí se queda como árbol de piedra, espectro de árbol, sombra lúgubre que no puede desaparecer, cautiva en la muerte misma».
El cuadro descrito no es de los pocos donde se nos pinta una naturaleza costera corrupta¹ y (aunque Michelet no use colores) gris. Recuerdo también lo descrito por Robert Louis Stevenson sobre el atalón de Farakawa, en la geografía de las islas Pomontú, que básicamente es un paraíso pútrido; las circunstancias para que un árbol crezca son adversas: «El cocotero crece con exhuberancia en este solum austero; hunde sus raíces, hasta las aguas estancadas y turbias y levanta contra el viento su verde cabeza, pletórico de placer y salud. Sin embargo en su infancia tiene necesidad de una alimentación especial, y en muchas islas del bajo archipiélago se entierra al lado del árbol un trozo de galleta ¡y hasta un clavo oxidado!». El clavo funciona para proporcionar hierro a la planta y ayudarla en su desarrollo; hoy día, ya hay mejores métodos.
Pero, ¿qué relación existe entre las palmeras de las islas de los mares del Sur y los árboles de la costa bretona de Pornic? Es fácil advertir que los climas, las situaciones geográficas y la vegetación son dos mundos a parte. El común denominador es el Mar.
Las marismas bretonas y las islas pútridas de Pomontú comparten su odio natural por la vida. Claro que el hombre puede interceder en favor del árbol. Y lo hace. Lucha contra el mar, pero aún con su voluntad e inteligencia no es mayor rival que el árbol mismo.
Michelet habla del curioso fenómeno de petrificación déndrica que el agua y la arena provocan. El mar es una Medusa despiadada. Sus fuerzas para transformar la madera son muchas, los trozos de tronco arrojados a las orillas de las playas, largamente tallados por las lenguas del agua, son otro ejemplo. 
El mar tormentoso cosecha al árbol y de nada valen las manos-raíces sujetando la tierra; después de la adversidad, el árbol queda botado vulgarmente en algún rincón impropio, muerto. Mientras tanto, el Mar vuelve sobre sí y se olvida de todo.
Pocas fuerzas en la naturaleza son verdaderos peligros para el árbol; las plagas y el fuego no se comparan con el Mar.
Entonces, ¿es acaso el Mar el enemigo por excelencia del Árbol; una suerte de Dios despiadado e inconsciente? 
Ofrezco mi punto de vista: sepulta un bosque con tierra; incéndialo y los árboles podrían derrotar tales sepulcros, renacer de sí mismos. Sepulta un bosque con agua salobre —es más, ni de Mar— y el ahogo será fatal.

¹ Otra imágen interesante está en el tercer capítulo de la segunda parte de Lolita de Vladimir Nabokov. El autor describe: Finally, on a Californian beach, facing the phantom of the Pacific, I hit upon some rather perverse privacy in a kind of cave whence you could hear the shrieks of a lot of girl scouts taking their first surf bath on a separate part of the beach, behind rotting trees; but the fog was like a wet blanket, and the sand was gritty and clammy, and Lo was all gooseflesh and grit, and for the first time in my life I had as little desire for her as for a manatee. La pasión apagada de H. H. es reflejo de esos «rotting trees».

II. Irse por las Ramas, pensar desde el Árbol

La dimensión de los sueños, mejor dicho, del ensoñamiento, está emparentada con la copa del Árbol. En las modestas alturas de las ramas se piensan ideas que desafían la gravedad;¹* quizá no llegan a la elevación que alcanzan los disparates de las aves, pero su belleza es suficiente para marear y adormecer la mente.
Antes de hablar de esas ideas, frutos suspendidos, hay que buscar las razones para subir al Árbol. 
Elena Garro escribe esto en Andarse por las ramas:
«Encima del muro surgen las ramas de un árbol y Titina, sentada en una de ellas. Mientras tanto don Fernando habla, dirigiéndose a la silla vacía.
Don Fernando: Siempre haces lo mismo. Te me vas, te escapas. No quieres oír la verdad. ¿Me estás oyendo?
Titina (desde el árbol): Lo oigo, don Fernando.
[...]
Polito: Titina te oye y también te oigo yo.
Don Fernando: Se escapa, y lo peor de todo es que a ti también te enseña a irte por las ramas.
Titina (desde el árbol): Yo no creo que sea malo irse por las ramas...
Don Fernando (a la silla vacía): Irse por las ramas es huir de la verdad».
Titina se ausenta de una realidad que Don Fernando trata de mantener cabal, censurando el juego, la poesía y el ensueño; luego esa sensatez comete la insensatez de hablarle a la ausencia. La de Titina es la primera razón para subir al Árbol: para escapar. Andarse por las ramas es fugarse del tedio y la cuadratura. 
La segunda razón para subir al Árbol nos la ofrece Wolf Erlbruch en el cuento tanático El pato y la muerte:
«—¿Qué hacemos hoy?  —preguntó de buen humor.
—Hoy no iremos al estanque —exclamó el pato—. ¿Qué te parece si hacemos algo verdaderamente emocionante?
La muerte se sintió aliviada.
—¿Subirnos a un árbol? —preguntó burlonamente».
El pato y la muerte después de bastantes paseos, divagan y lo que inicia como una broma termina en las alturas de un árbol. Irse por las ramas es fruto del ocio. La mente aburrida se pasea sin rumbo y va subiendo a cada pensamiento.
Pero, si bien las razones no son similares entre sí, al menos lo son las ideas que resultan del disparate de trepar entre el follaje. Garro continua:
«Titina: Las ramas son verdad. Polito, dile a tu papá que las ramas son verdad.
Polito: Sí, son verdes y sirven para columpiarse, papá.
Don Fernando: ¿Para columpiarse? Aquí se trata de tener los pies honestamente en el suelo...
Titina: Las ramas tienen los pies en el suelo.
Don Fernando: No respondas con sofismas, Justina.
Titina: No son sofismas. Las ramas tiene los pies en el suelo. Pero dígame, don Fernando, ¿el suelo dónde tiene los pies?
Don Fernando: ¡Qué idea tan atropella!
Polito: ¡Es cierto! ¿En dónde están los pies del suelo?
Titina: El suelo es la cáscara que cubre el mundo... y debe tener...
Polito: Entonces el suelo tiene los pies en el mundo.
Titina: ¡Claro! ¿Y el mundo dónde tiene los pies, don Fernando?
Don Fernando: ¡El mundo no tiene pies!
Polito: Entonces, ¿cómo se sostiene?
Don Fernando: El mundo gira en el espacio.
Titina: ¡El mundo baila un vals! ¿Ves qué hermoso, Polito? El mundo está bailando un vals. (Silba el Danubio azul.)»
No es de extrañarse que Titina coseche sus disparates en las ramas, allí crecen las flores, las frutas. Sus observaciones son periféricas, sólo también en la periferia de las ramas, lejos del tronco, podrían haber formas de mirar desde arriba el mundo, encontrarle una cara lateral.
Erlbruch continúa:
«El estanque se veía muy, muy abajo.
Ahí estaba, tan silencioso... y solitario.
"Así que eso es lo que pasará cuando muera", pensó el pato.
"El estanque quedará... desierto. Sin mí."
A veces la muerte podía leer los pensamientos.
—Cuando estés muerto el estanque también desaparecerá: al menos para ti.
—¿Estás segura? —preguntó el pato desconcertado.
—Tan segura como seguros estamos de lo que sabemos —dijo la muerte.
—Me consuela, así no podré echarlo de menos cuando...
—...hayas muerto. —terminó la muerte.
Le resultaba tan fácil hablar sobre la muerte
—¿Por qué no bajamos? —le pidió el pato un poco después—. Subido a los árboles se piensan cosas muy extrañas».
De nuevo, pensamientos nacidos del vértigo vegetal. Pequeñas reflexiones, del alejamiento, porque andarse por las ramas es tomar distancia. ¿Hay peligro? Claro, la altura es contra natura, lamentablemente. Irse de rama en rama no puede ser forma de vida, porque busca lo ideal; las ramas crecen hacía el sol, y eso deslumbra, hace perder la noción y se corre el riesgo de caer. Todo lo que sube, tiene que bajar (si estuviera en el Árbol, diría: ¿Dónde es arriba y dónde abajo?). También, cortar mucha fruta y mucha flor, llenarse las manos, puede terminar mal. Es cosa de moderación, tal vez...
Algo más. Creo —siento, sobre todo— que leer es una sofisticación del andarse por las ramas. Están todos los elementos: uno se ausenta, uno se aleja, uno medita en las alturas y corta las flores, las frutas, a veces se descalabra por la cosecha, pero todo lo vale por esas delicias. No es de extrañarse que los libros sean producto del árbol, donde uno se anda por las ramas.

¹ El psicoanalista semiperdido de Augusto Monterroso es otro ejemplo del disparate de alturas arborescentes: “Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no solo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.” Sus observaciones derivan en un ensayo que invierte los papeles de los animales que observa: El conejo y el león. Contraria a la tradición, la conclusión psicoanalítica de nuestro erudito “demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.
* Cuenta Johan Huizinga que J. P. B. de Josselin de Jong observó en Babar que los nativos, cuando trepan a los cocoteros para extraer savia, «cantan, en parte, sombrías canciones quejumbrosas y, en parte, canciones burlescas a costa de un camarada que se halla en el árbol próximo. A veces, estas canciones derivan en un áspero duelo musical que antes solía ocasionar heridas y asesinatos. Todos los cantos se componen de dos versos, que se distinguen como «tronco y copa», pero donde ya no se reconoce, o apenas, el esquema de la pregunta y respuesta. Lo que caracteriza a esta poesía de las Babar es que el efecto se busca más en la variación juguetona del modo de cantar que en el juego con el sentido de las palabras y con su sonido». Imagino a estos hombres jugando al ludibrio o inventando otros nombres para sus tristezas; todo en las alturas, cosechando ingenios...

III. De Defoliaciones y el viento

Trepar la estatura del árbol tiene una contraparte, una que prefiero mirar con imparcialidad, porque es justo como se debe mira el curso natural de la existencia. Hay quienes piensan que vamos en un transito circular, hay otros que dicen que vamos en uno en espiral. Soy de los últimos, no veo una repetición o un paso por los mismos sitios calcando los caminos; veo la prolongación de una curva infinita porque en ella se cumplen las dos cualidades de la existencia: unidad y variedad. La fuerza de la vida que está condenada a la muerte sólo puede jugar una carta. La vida se conserva en sí misma y es abono y semilla al mismo tiempo. Lo que digo no es una novedad, pero es el telón para fijarse en un punto de esa espiral, el momento en el que aquella vida que ha hecho su parte para la conservación de sí misma, se abandona en (o es arrancada por) lo inevitable. Villiers de L'Isle-Adam abre su cuento Las hijas de Bienfilâtre con esta imágen: «A los padres; sin embargo, en algunas tribus de América se les persuade para que suban a un árbol, y luego se sacude dicho árbol. Si caen es un deber sagrado de cualquier buen hijo, como antiguamente entre los Messenitas, el de matarlo allí mismo golpes de tomahawk para ahorrarles los sufrimientos de su decrepitud. Si tienen fuerzas para agarrarse una rama, es que entonces aún sirven para la caza o la pesca, y se aplaza su inmolación.» Nuestro autor lo comenta para ilustrar un punto sobre las diferentes presentaciones de lo que son lo bueno y lo malo, que —citando a Pascal— son tan sólo una cuestión de latitud. Pero, además, hay una metáfora: la de las hojas caducas —figura que recorre todas las culturas—. El viejo trepado el árbol no es un jóven soñando con alcanzar las estrellas o mirando las nubes pas(e)ar; es, en realidad, la hoja marchita del otoño, o la que ha sobrevivido al invierno y que se aferra para no caer. En La ley de la vida de Jack London, el viejo Koskoosh le dice a su hijo (que está a punto de abandonarlo en la tundra): «Está bien. Soy como la hoja del año pasado, que se aferra débilmente al tallo. Al primer soplo, caeré. Mi voz se ha vuelto como la de una vieja. Mis ojos ya no me muestran el camino de mis pies, y mis pies están pesados y estoy cansado. Está bien.» Hay un estoicismo agreste en este viejo que ha llegado a comprender esa Ley: «La veía ejemplificada en toda la vida. El desarrollo de la savia, el verde estallido de la yema del sauce, la caída de la hoja amarillenta: en esto sólo estaba narrada toda la historia». El motivo es claro y el destino también. Koskoosh sería una carga para la tribu que viaja a una tierra más propicia durante el invierno; su sacrificio es abono, permite a los suyos andar sin él como lastre [¿acaso no es dura esa terrible ley?]. La imágen de la Defoliación es constante en muchos ámbitos, irónicamente hasta en los muebles, tal cual escribe Pedro Antonio de Alarcón en Las ferias de Madrid: «como caen de los árboles las hojas secas, para abonar la tierra que embellecieron y sombrearon, y cooperar al florecimiento de otra primavera futura, así los trastos viejos de las ferias de Madrid se desprenden, todos los otoños, de los sotobacos y buhardillas de la corte y se convierten en lúgubres mueblajes para casas de huéspedes, o en ajuares de media tijera para matrimonios nuevos. —Tal es la ley universal de lo creado». Esto no puede ser todo. Me niego a que sea así, y como toda ley tiene su laguna, hay que hablar de la esterilidad. Las hojas que cumplen el ciclo son las más, las suficientes, pero no son el total. Hay una, o dos hojas que son del viento¹, que viajan con él. Una hoja que termina entre las páginas de un libro, que ha renunciado a dar vida a la vida y que ahora está fuera del tiempo. Rompen la hipnosis porque se alejan y en la distancia se pierden, se hunden en el mar, se consumen en el fuego, se caen antes de tiempo, hacen todo menos cumplir la ley y es el viento el que se las lleva, ¿qué puede significar el viento?: un motivo, una inspiración súbita por perseguir algo que está más allá de la comprensión; el viento es la libertad, por supuesto, pero es en el fondo, otra manera, una muy personal de romper la ley y sin embargo cumplirla.

¹ Hay un hombre que canta que «todas las hojas son del viento porque él las nueve hasta en la muerte», y no se equivoca, pues si bien las hojas pertenecen al viento, éste no las reclama a todas.

martes, 15 de diciembre de 2020

Antología de cuentos sobre antropofagia: BT4. El caníbal arrepentido

Creo recordar que fue Pascal quien dijo que lo bueno y lo malo no son más que cuestiones de latitud; que yendo de un territorio a otro, lo que se considera permitido, es luego perseguido sistemáticamente por la justicia o la tradición. Quizá por esta razón se repite a menudo que: al lugar al que fueres, has lo que vieres. Aunque esto también plantea el problema de qué hacer cuando son los extranjeros quienes llegan a un territorio y aborrecen lo que ven; cuando intervienen en la soberanía e imponen sus leyes, sus visiones y sus tradiciones. La historia está llena de estas invasiones; unas más violentas que otras. Cabe preguntarse si son justificables, si el imponer un modo de vida, una religión o una gestión política son cosas benignas para los otros; porque claro, nuestras formas no son panaceas, lo que nos sirve no necesariamente es bueno para los demás. Sobre las consecuencias de la intervención es que trata este texto del autor italiano Giovanni Papini. Su excéntrico multimillonario hawaiano —descendiente de caníbales maorís— toma por compañía a un caníbal africano rehabilitado, o más bien sometido. La influencia de los europeos hizo mella en él, dejándolo en una especie de penitencia permanente; renegando de su pasado antropófago y sufriendo su presente de hombre reformado. Quizá el elemento más interesante de esta querella interior es el dilema: nuestro caníbal había vivido conforme a sus reglas sin conflicto, hasta que le obligaron a practicar otro modo de vida. Esto me lleva a clasificar la narración en la categoría de Tierras de Ultramar; por los datos aproximados de los hombres que pudo haber devorado Nsumbu, podemos decir que es parte, también, de la categoría de banquetes: canibalismo sistemática y socialmente aceptado.

Dakar, 28 enero.

El viejo Nsumbu, que he tomado conmigo para que me haga compañía, es demasiado melancólico. No creía que un negro pudiese dejarse dominar por los remordimientos hasta ese punto. A fuerza de arrepentimiento se hace insoportable.¹
Nsumbu tiene setenta y cinco años y creció cuando en su tribu florecía todavía, sin escrúpulos ni restricciones, la difamada práctica de la antropofagia. Durante cuarenta años seguidos Nsumbu comió de todo, pero lo más frecuentemente que podía, carne humana, blanca o negra, como fuese.
Mas las aldeas de su tribu fueron comprendidas en una de las nuevas colonias europeas a fines del pasado siglo y el canibalismo ha sido ferozmente reprimido: fueron muertos todos los sospechosos de haber matado. Han resultado igualmente cadáveres, pero no ha sido posible comérselos.
Nsumbu vegetó modestamente durante esta época de reacción. Los extranjeros le habían arrancado brutalmente el mejor alimento de su mesa. Nsumbu se puso triste, pero, por miedo, no quiso recurrir al contrabando para procurarse, a espaldas de la ley, el alimento preferido. Debe a esta cautela el estar todavía vivo y ser casi célebre, como uno de los veteranos de la antropofagia en esta parte de África. Los forasteros que se hallan de paso le hacen hablar y le obsequian con un poco de dinero.
Pensé tomarlo conmigo para tener, en los momentos de aburrimiento, una conversación menos insípida que de ordinario. La gente que habla siempre de cuadros, de bailes, de beneficencia y de problemas industriales me es detestable. Un hombre que ha devorado, en cuarenta años de canibalismo legal, por lo menos trescientos de sus semejantes, debería tener indudablemente una conversación infinitamente más «apetitosa» que un clergyman, un boss o un asceta.
Pero he sufrido una desilusión.
A mí, que detesto a los hombres en general, el sencillo aspecto de un antropófago me hace el efecto de un tónico. Mirando a Nsumbu pensaba, con sarcástica satisfacción, que aquel vientre arrugado de viejo había sido el sepulcro de una multitud de hombres iguales en número al de los héroes de las Termópilas.² Si cada uno de nosotros, en el curso de su vida, consumiese un número igual de sus semejantes, las teorías de Malthus serían económicas y prácticamente confutables.³ Trescientos hombres representan siempre más de doscientos quintales de carne sabrosa y sana.
Nsumbu no tenía nada que decir contra la calidad del hombre considerado como alimento.
—No todos los hombres —me decía— son igualmente digeribles, pero el sabor es casi siempre agradable y delicado. Podemos jactarnos, entre otras superioridades de la especie humana, de que nuestra carne es mejor que la de cualquier otro animal. Y es, además, en suma, más nutritiva. Después de haber comido una buena ración de enemigo asado podía resistir el ayuno, aun trabajando, durante un par de días. Hay quien prefiere las mujeres; otros, los niños. Por mi cuenta he apreciada siempre a los hombres hechos y me han sentado muy bien. Comiendo un animal, como usted sabe, se adquieren también sus cualidades. Para ser valiente se comen corazones de león; para ser astuto, sesos de lobo. Cebándome con hombres maduros me enriquecía en fuerza y sabiduría y he podido vivir hasta esta edad.⁴
»Pero la carne humana, al fin, acaba por aburrir. Su bondad nos disgusta de toda otra carne, pero luego, a su vez, se nos hace poco sabrosa. ¡Siempre aquel sabor dulzón, aquellas manos que tal vez nos han acariciado, aquel corazón que habíamos sentido latir!
»Y después hay el peligro del alma. A fuerza de comer tantos hombres, alguna acaba por permanecer dentro de nosotros. Y entonces se venga. A mí me parece que me han quedado cuatro o cinco que me atormentan, ahora una, ahora otra, y algunas veces todas juntas. La más potente es, creo yo, el alma de un blanco misericordioso que durante muchos años me ha torturado con la tentación de la piedad. Y, ahora que soy viejo, probablemente esta alma ha adquirido la supremacía. No puedo recordar sin náuseas los fastuosos banquetes de victoria de mi juventud, cuando la tribu había hecho una buena caza y había en la aldea presas vivientes para hartarme durante una semana. Me vienen algunas veces a la memoria, con mordiscos de reprobación, algunos rostros desesperados de víctimas que esperaban la muerte, atadas en la tienda del sacrificio, ante nuestras bocas aulladoras y hambrientas. Los misioneros tienen razón: comerse a nuestros semejantes, provistos de alma como nosotros, es un pecado. La carne humana es el más apetitoso de los manjares y precisamente por esto es más meritorio el ayunar de ella. A vosotros, los blancos, que os abstenéis, el Amo del Cielo os ha dado en recompensa el dominio de toda la tierra.
Temo que Nsumbu haya caído en la imbecilidad a causa de sus años. Con gran estupefacción de mi cocinero no come ahora más que legumbres y fruta. La civilización le ha corrompido, le ha hecho volver humanitario y vegetariano. Creo que me veré obligado a licenciarle en el primer puerto en que hagamos escala.

¹ La incredulidad de Gog es un prejuicio racial; entre las personas de su idiosincrasia estaba difundida la idea de la limitación intelectual y emotiva de la raza negra; este detalle nos va poniendo de manifiesto la ironía de descubrir en un otrora devorador de hombres a un ser reflexivo y suspicaz.
² La célebre batalla de las Termópilas fue aquella que los griegos de Esparta libraron contra Jerjes I y su ejército en el marco de la segunda guerra Médica. Durante una semana de combates, los espartanos contuvieron el avance del poderoso ejército persa, aunque fueron finalmente derrotados por una traición. 
³ El autor se refiere a las teorías sobre la demografía de Thomas Malthus, expuestas en su Ensayo sobre el principio de población, donde postula que la población del mundo crece geométricamente, mientras que la producción de alimentos lo hace aritméticamente; por lo que estamos condenados al desabasto y el déficit. Aunque acertadas para su tiempo, en sus observaciones, Malthus no consideró el progreso tecnológico de la agricultura, lo que ha desarticulado en alguna medida sus proyecciones.
⁴ En este párrafo está expuesta una de las más grandes justificaciones del canibalismo: el poder asimilar y apropiar las características del ser consumido; la razón detrás de esta idea es difícil de explicar y es aún más complicado detectar su orígen. Pasó a formar parte de la cultura popular. Podemos ver el mismo argumento en el texto judicial y periodístico de André Gide.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Poemas para que (tal vez) nunca los leas

Fingir que uno va a dar el salto

Me planto —la semilla está en mi mente, crece hacia abajo y dibuja un salto en mis músculos.
Arrojo una mirada al vacío y cálculo la trayectoria que ha de seguir después mi cuerpo.
La mirada rebota cual piedra sobre el agua y llega al otro lado, entonces hago el ademán de saltar.
Digo que lo voy a dejar todo: mi alma —si es que existe—, mi vida —si es que vale algo—, mi fe.
Pero no salto...
No le temo al vacío, sólo hago lo que hago porque deseo que me mires aproximándome al filo de la nada.
Anhelo que me llames y en mi desesperación saltar es mi forma de gritar.
Pero no salto.
Y no es que en el fondo no lo desee, sino que estoy inmóvil.
Soy árbol marchito, porque guardo tus secretos, todo lo que dijiste a mi oído me carcome. «Ya nunca te vayas» y por ti me he quedado siendo árbol.
Y ahora deseo saltar y romper con mi promesa, pero es tan difícil, porque mis raíces son manos sujetando la tierra que nos une. Y fingir que salto es todo cuanto me queda.

Mirar al espejo por un microscopio

Re du ci do

Recuerdo dulce, circundante dolor

Asomar el ojo por el lente y encontrarme de mi tamaño real. La luz me trae los detalles de lo insignificante que soy.

Recuerdo dulcemente que te di un beso la última vez que te ví. Ahora lo miro, veo lo que significa en el tiempo y desde entonces. Está aquí, pequeño, es una flor marchita.

Es tan diminuto que cabe en cualquier sitio, es casi nada. Entiendo por qué se cayó de tus labios.

Miro la tristeza de mis ojos, esa mirada me pide ayuda. No hay nada que pueda hacer por su dolor. Afortunadamente no se ve a simple vista, es tan chico su sufrir, su suave forma de decir «no sé, no me importa» que nadie lo nota.

Al alba se seca la lágrima y veo su vapor. Soy fantasma de mi propia tristeza. En ligero suspenso, aire insustancial, soy en mi tristeza lo que no se refleja en el espejo, lo que no percibe el microscopio.

¿Qué hago con tu nombre?

«te regalo mi nombre»
Ojalá tu nombre fueras tú
Así, serías lo que conservo de ti
¿Qué puedo hacer con una palabra
tan ajena a ti sin que la signifiques tú?
¿Juegos de palabras?

Oculta
Sensación
Invisible
Recuerdo
Impronunciable
Sentimiento

Osiris, otra ola olvidé
Si sabes soñar
Infinitas islas
Recordarás regresar
Intactos ilapsos

Repito tu nombre y lo escondo
Y vuelvo a hacer lo mismo una y otra vez
Escribo pésimas cosas para cifrar mis deseos... ¿para qué uso tu nombre?, si te llamo no vendrás, si te hablo no has de oírme, pues de mi voz no reconoces ni las palabras que antes sabías hasta por instinto...

Tengo tu nombre dándome vueltas en los labios, esperando cobrar sonido. Y si te nombro... ¿para qué? no vendrás.

Escuchando música a las 2:40 —mientras abandono una lectura extraña y pienso en abandonar más cosas

No me importa lo que digan. Para mí «recordar es volver a olvidar»
Me repito, en voz baja, y mejor omito imitarme.
No pretendo arruinar esta contradicción. Te escribo que «olvidar es volver a recordar»
Volver otro día más, lleno de impaciencias y falto de imaginación para no ser esclavo de lo que siento. (Mucho me quejo de Elena y su delirio de persecución, de su unayotravez hablar de ella huyendo con su hija y no soy mejor ni diferente, con mi unayotravez hablar de ti)
Olvidar que no me iba a poner nostálgico, taciturnático, conticiníatico, patético; que no me iba a dejar herir por la música que tiene resabios de ti.
Recordar que estoy escribiendo: miríadas de voces clamando por estrellas; porque eso busco: estrellas y no las tengo.

Origen, forma y propósito de estos días en la distancia

Si tú confías, el horror que estoy viviendo tal vez sea un poco menos eterno...
Levántate díanuevo
Tienes la forma de lo que me acontece: nada. Eres nada.
Agradezco que no seas nada, porque no hay nada más útil que tú.
Puedo hacer de ti lo que me plazca.
Cabes en mi mirada
Hago de ti un paliativo contra la palidez de la vida.
No lloro porque no me salva. Pero si tú confías, el dolor que estoy sufriendo tal vez sea un poco más justificado
Levántate díadenuevo
Déjame agradecer que no vienes a pesar de mi tristeza
No me buscas y me encuentras donde me dejaste al anochecer, durmiendo entre las novelas que me ayudan a olvidar que estoy en duelo
Si soy un poco ridículo para ti, me disculpo
Veo que traes nuevo sol pero la misma luz inútil
Si tú confías mañana también será un tiempo sordo y podrás ignorar mis lamentos
Dejé un poco de alma a tus pies para que la pises a gusto
El resto la conservo para hacerla arder y darte forma, para que mañana me sirvas de filo, de folio, uno corta y el otro explica la razón, la motivación y el significado de que me abandone entre novelas tontas de PrimerAmores de AmoresContadosEInterrumpidos de MetaAmores
Mi dulce amor, si tú supieras que hablo de ti, de ti, de ti, de ti, de ti, deti, d...e,,,tii
pobre amor mío que añoras tu amor tuyo y que se fue, si tú confías en mí, vamos a dejarte morir en paz

Terri(ble)-(ama)torio

Nunca hubo tierra bajo tus uñas
Sé tú secreto, la vergüenza por tus manos
Con ellas ocultas, tú sabes
La vista no es rápida, se queda prendada
Entre cimientos que nada sostienen ya

Hablo y escribo víctima del momento
No me importa si
Al final resulta que dije tonterías

Tengo más recuerdos de ti
Son cartografías del cielo
Mapas de algo perdido
Nada, no sirven de nada
Porqueelmapanoeselterritorio
No lo es, me repito la lección
Perdí tus puntos cardinales
Miro el recuerdo

¿Dónde me ponía a tus pies
Dónde a tu sombra?
¿Dónde está el paraíso perdido
Dónde las lágrimas corrosivas?
Tu paisaje se pierde
La última vis(i)ta hacia atrás
Cuando la tormenta
Arroja a la nave solitaria
Cuando me deja a la distancia
Me deja lejos de mi puerto
Y nunca vuelvo
A casa
(Desigual)

Lo que fuimos no le importa a nadie
Y no sé para qué lo escribo
No sé por qué alguien lo leería
Son sólo tonterías dispersas
¿Quién podría entretenerse
con este dolor pretérito,
quién podría sufrir o gozar
con semejante fantasma?
De nada me sirve todo esto
Sufro mientras escribo y luego nada
¿Quién va a leerlo? Si lo borro todo...
Qué horrible e inútil quehacer
Sería mejor perder la memoria
Lo que fuiste no le importa a nadie
Y todos los que se encuentran aquí
Los que hallan similitud
Los que sienten que se repite su vida
Que piensan que aquí hay algo de su historia
Son tontos, tontos de lo peor
Porque esto es mío, solamente mío
Lo que ella fue
nada más me
importa a mí

Partículas

Polvo hecho añicos
Pedazos que se rompen
Dosveces caer y fragmentarme
Fracturar lo quebrado
Grietas hechas de fisuras
La ramificación invisible de un árbol
Abriéndose paso por mi piel
Me destroza hasta destruir la destrucción
Y le pongo todo ello a mi
Ahogarme en un vaso de agua
Esta tonta tristeza es tan pequeña
Tan pequeña que no empaña nada
El agua sigue tan transparente
Todo sigue igual
Todo suena igual
Porque todo es partículas
Todo es pedacitos de nada
Que flotan anónimamente
Que habitan tragedias de domingo
Y yo estoy tan roto que
Mis piezas se van quedando regadas
Como flores marchitas
Regadas con aquella agua
Transparente
Donde estoy disuelto
Mira la claridad del agua con sal
Lo diáfano del agua con azúcar
Nadie distingue mis partículas
Lo desarmado que estoy
Floto en la nada porque soy nada
Y mis fragmentos son como
Gotas de agua con sal, con azúcar
Mi tristeza es la misma en cada una
Si junto mi separación
Nada cambia
El agua no conoce
La idea de estar roto
Junto mis partículas
Las mezclo con agua
Muerdo el polvo

Nube no ve naves, aves y clave(le)s

Que tu me dejas es algo que puedo... que puede hacer que no escriba.

De la A a la B por Z

Abanico el pánico
Babélico y épico
A va hacía B
B es un polo positivo
A es un polo positivo
A siempre está a la misma distancia
Pero cuando se acerca
B se aleja
Porque si A, entonces B
Y la geometría se conserva
Y la simetría es perfecta
Es la ley que rige esta vida
A es el sueño
B es la consecuencia
Terror y piedad
Unidad y continuidad
A frente al espejo
B resulta su reflejo

La Quimera que no era Quimera

Pocas obras han sido tan significativas para mí como Movimiento Perpetuo de Augusto Monterroso; y hasta ahora me doy cuenta. Su influencia ha sido tan sutil que sólo cuando sumo las veces que he consultado sus páginas veo lo constante que es su presencia en mi blog, y en mis ideas. Digo esto como apunte marginal, porque ahora que estaba pensando en cómo empezar a redactar esta entrada, y que justo me acordé de Borges, me saltó a la memoria Monterroso y su texto Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges. Por supuesto es un digno ejercicio de admiración hacia la obra del Rioplatense y rescato esta anécdota —que sospecho fue ideada a la medida—:

Un amigo mío llegó a desorientarse en tal forma con «El jardín de los senderos que se bifurcan», que me confesó que lo que más lo seducía de «La biblioteca de Babel», incluído allí, era el rasgo de ingenio que significaba el epígrafe, tomado de la «Anatomía de la melancolía», libro según él a todas luces apócrifo. Cuando le mostré el volumen de Burton y creí probarle que lo inventado era lo demás, optó desde ese momento por creerlo todo, o nada en absoluto, no recuerdo.

Tito cierra el texto con una lista de 10 cosas que considera benéficas y maléficas del contacto con Borges. No creo ser el primero en arriesgarse a sumar algo al decágolo. Yo agregaría: 11. Se vuelve uno maníaco, escéptico, cauto, incrédulo, nervioso, cuidadoso, suspicaz, etc... (Maniqueo).
Y es que cualquier lector más o menos curioso —o neurótico— de Borges que revise, por ejemplo, El Zahir y se tope con la seductora referencia de un libro como el Urkunden zur Geschichte der Zahirsage (Documentos y leyendas sobre el Zahir) de un imposible Julius Barlach [quien se propuso «reunir en un sólo volumen en manuable octavo mayor todos los documentos que se refieren a la superstición del Zahir, incluso cuatro piezas pertenecientes al archivo de Habitch y el manuscrito original del informe de Philip Meadows Taylor»]; seguramente sentirá la urgente necesidad de consultar una bibliografía de ese calibre.
El cuento de Borges apareció en 1947 en una revista y luego en 1949 ya en los folios de un libro. Desconozco que tan fácil era comprobar si un libro citado por un escritor erudito en efecto existía. Pero no creo que sea un desatino afirmar que no era tarea fácil. Aún hoy, en plena época de revoluciones tecnológicas es muy difícil dar con la información y que, además, esa información sea real (*). Respecto a lo que decía: el libro de Barlach no existe.
Borges no ha sido el único en hacer este tipo de juego literario; incluso en el prólogo de Ficciones menciona algunos de sus antecedentes: «Carlyle en Sartor Resartus, así Butler en The Fair Haven...». A estos dos podemos sumar a Rabelais que repasa varios libros quimera (1) en su Gargantua y Pantagruel o John Donne y su Catalogus Librorum aulicorum incomparabilum et non vendibilum. Podemos tambíen hallar formidables ejemplos en Conrad, Lem, Aub o hasta el novelista de ciencia ficción Wyndham.
Con tanto apócrifo acechando a la vuelta de cualquier página, de cualquier literatura, uno se vuelve precavido —o paranoico—. Y a cada referencia bibliográfica sospechosa se corre a buscar sí el libro existe o es pura fábula.
Muchos de los libros quimera son ornamentales, como el caso del Urkunden zur Geschichte der Zahirsage de Borges, que a penas si comenta en El Zahir, como de pasada, hablando descuidadamente de algo que parece que todos deberíamos conocer; otro tanto pasa, por ejemplo con los 50 años de desgobierno, la historia de las iniquidades políticas de la nación imaginaria de Costaguana, en la novela Nostromo de Conrad... Podría seguir, pero éste no es el propósito de la entrada.
Hay libros quimera que sí constituyen un elemento activo de la narración, ya sea un poco marginalmente como The Repetances en Las Crisálidas de Wyndham, que es un libro que determina todo el pensamiento de sus personajes; y los hay que son el centro de la acción, como Vacío Perfecto de Lem, donde el autor comenta libros imposibles.
Entrando en materia, después del largo prolegómeno: una de las cualidades principales de estos libros quimera es la posibilidad contradictoria de que pretendan ser tan reales que pasen desapercibidos o que aspiren a ser tan exóticos que sea fácil descubrir su embuste. Esto último pensé de dos libros que son la quimera que no era quimera.
El primero de ellos es El himen en México del Dr. Francisco A. Flores, comentado detalladamente por Arreola. El tema del libro ya se antoja excéntrico —comprendería a cualquiera que al leer este cuento(?) lo tomara como una humorada de Arreola—. Se nos dice que el librito es de 1885, que tiene 99 páginas, que no presenta erratas, detalles del impresor (dirección), dieciséis laminas ilustrativas y detalles académicos del autor; todo muy puntual y a pesar de su buena voluntad y honestidad, el lector sensato no haría más que aumentar su incredulidad y escepticismo sobre la, en efecto, existencia del singular volúmen.
Para aumentar el efecto de existencia del libro, se habla de su contenido inicial: una breve historia de la vagina, la virginidad, y el himen. Deteniéndose en Lecrerc de Buffon, uno de los Naturalistas más insignes de las ciencias biológicas. Sigue con cuestiones de tecnicismos y principia a hablar sobre uno de los tipos de himenes más comunes en México.
El serio estudio tiene pretensiones de establecer un método, que a partir de la reconstrucción de los himenes profanados pretende averiguar si su ruptura consiste con una violación o un consentimiento. El autor logra esta hazaña recurriendo a una serie de ecuaciones físicas de carácter mecánico que establece con la ayuda de un ingeniero. Arreola cita al pie de la letra las fórmulas que calculan el tiempo-fuerza-trabajo necesarios para poder romper un himen según su tipo y morfología.
El texto se va por derroteros difíciles de seguir —comenta Arreola—, luego vuelve a la carga con un llamado a la protección y estudio del himen, incluso, en un descaro de imaginación, Flores propone crear el Instituto Nacional del Himen. Nuestro autor cita a una serie de interesados, colegas, discípulos y amigos que colaboraron en el dossier del eminente Himenólogo. Se describen las potenciales actividades de dicha institución, como levantar estadísticas sobre los himenes de toda mujer desde su nacimiento o entregar certificados con detalles sobre el proceso de ruptura ideal del himen a los futuros cónyuges.
Se menciona superficialmente al sexólogo francés Marcel Tardieu y se pasa revista de las aportaciones más significativas de Flores, incluyendo un himen descrito sólo por él, mismo que recibe su nombre. El texto acaba.
Recomiendo leer a la brevedad el comentario-cuento que Arreola hace del libro de Flores
Ahora, bien. Este texto es extraño en la literatura de nuestro autor, pues, si bien es uno de los más grandes representante de la escritura de la imaginación, no volvió a repetir la hazaña —como Borges, que usa y abusa el recurso—; este es su único libro quimera. Creo que leído así, sin más, como ya he dicho, uno piensa de inmediato en una farsa muy bien montada, una transmisión de radio a la Orwell que engaña y pasa la página. Pero cuál va siendo mi sorpresa cuando hace algún tiempo uno de mis contactos en facebook comparte la foto de un ejemplar de El himen en México. Por supuesto me lance a la búsqueda de una explicación y, resulta que, en efecto, ¡el libro existe! incluso en 2006 se reeditó y se puede conseguir con relativa facilidad.
Mi sorpresa fue mayúscula, hubiera jurado con mi vida que todo fue un embuste, uno muy bien tramado. 
Casi al tiempo en que me enteré de la existencia de dicho libro, estaba leyendo La sinagoga de los iconoclastas de Juan Rodolfo Wilcock; otro de esos libros que —como diría el buen Alejandro Barrón— son rompedores.
Esta colección de biografías, unas apócrifas, otras no, de este polígrafo argentino también contiene muchos libros quimera: estudios sobre la correlación luz-pureza y ruido/sonido-pecado; una novela pornográfica hecha a partir de un diccionario, montones de folletines prometiendo la inmortalidad, obras de teatro basadas en las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein y otras excentricidades.
Me repito: Borges lo vuelve a uno maníaco... —al menos a mí—. Busqué con cuidado separar la verdad de la farsa y ¡sorpresa! Wilcock también reseña otro formidable, e imposible, e increíble, e imprevisible libro llamado La Civilización Neolítica de A. de Paniagua.
La biografía de Wilcock comienza así:

Discípulo de Elisée Reclus y amigo de Onésime Reclus, A. de Paniagua escribió «La civilización neolítica» para demostrar que la raza francesa es negra de origen y procede de la India Meridional; lo que no excluye que más antiguamente proviniera de Australia, dados los vínculos lingüísticos que según Trombetti comunican al dravídico con el australiano primitivo. Esos negros eran propensos a constantes migraciones; su primer tótem era el perro, como indica la raíz «kur», y por ello se llamaban kuretos.

Con semejante despliegue de imaginación: una tesis extraña deducida de consecuencias lingüísticas, la mención de Alfredo Trombetti (lingüista italinao, mundialmente reconocido por sus aportaciones al estudio de la evolución de los idiomas) y los Reclus (Onésime y Elisée, intelectuales franceses; geógrafos de profesión, el segundo fue miembro destacado de los movimientos anarquistas de su época) y el poco convincente nombre de Paniagua (¿será?); uno ya esta descalificando la posibilidad de que este autor y su obra puedan ser reales. La biografía continúa haciendo mención de los cada vez mas temerarios postulados de Paniagua: que si el clima cambio el color de estos franceses negros primigenios; que si todos los lugares donde se acentaron llevan en sus nombres las partículas kor y kur, referentes a sus tótems, el gallo y el perro; que si una enrevesada etimología explica que el nombre de Italia significa país de los perros lamedores; y otras excentricidades.
El texto es breve y cierra magistralmente con los datos exactos de año y la casa editorial que tuvo a bien publicar un volúmen como este; además, de informarnos sobre otros títulos de la colección. Después de esto, sería descabellado pensar que una obra así sea posible, eppur si muove, o existe. Contra todo pronóstico y en el lugar mental del nigroque simillima cygno, el libro se puede encontrar y descargar en internet.
Un corolario apropiado es que los libros que no existen, llenan un vacío con otro.

* Aprovecho para quejarme amargamente y en total fuera de lugar sobre un asunto que no viene al caso. En contexto, estoy realizando un trabajo de investigación sobre Literatura pianística para la mano izquierda sola y me lancé a consultar estadísticas sobre amputación del brazo, mano, o dedos izquierdos en México. Lo más que hallé fue un informe de la Academia Nacional de Medicina de 2015 —basado en la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de 2012. Me reservo el nombre de la doctora que realiza las tablas y demás estadísticas (pero, no será imposible consultarlas para cualquiera que tenga curiosidad con sólo googlear el nombre de la institución mencionada arriba y Los amputados: un reto para el estado) y sólo comento mi desason: en la tabla que refiere el número total de amputados contabilizados en el país dice que son: 14,472, de los cuales 12,155 perdieron una mano o uno o más dedos de alguno de sus brazos, y 3,066 perdieron la totalidad de alguno de sus brazos. Una suma rápida de las milésimas arrojaría más de 15k amputados y eso que ni siquiera estamos computando los datos de amputaciones en las extremidades inferiores. A menos que yo sea reverendamente obtuso y que mi capacidad de interpretación de una estadística con 4 variables y el total sea nula, creo que cualquiera puede notar que evidentemente los datos están mal; por más que revisé distintas formas de hacer cuadrar los datos, me tuve que rendir a la Navaja de Ockham: es decir, simple y sencillamente los datos están mal. Peor aún, cuando consulté la Encuesta de donde la doctora toma su referencia. No pude localizar ninguna estadística de amputaciones. Como decía arriba, y a propósito de la búsqueda de información, aún hoy, y con toda la tecnología que tenemos, no es tarea fácil.

1. Varios autores se han empeñado en llamar libros fantasma a estos textos inexistentes, pero se me antoja impreciso. Si bien el adjetivo fantasma si refiere a cosas que no existen —o cosas potenciales—; su significación principal es sobre cosas que fueron y dejaron de ser, del que sólo queda una esencia. Estos libros no son fantasmas; no fueron nunca ni son esencia de nada. Su existencia es desde el comienzo inexistente; son como fachadas sin estructura detrás. Por lo que es más lógico pensarlos como quimeras, cuya definición nos propone: algo que no es y sin embargo parece serlo.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Antología de cuentos sobre antropofagia: E5. Caníbales [una crónica]

Debo agradecer a mi buen amigo chileno (admirador de Stendhal, cinéfilo y gran lector) la referencia de este texto de André Gide. Vino a parar en el apéndice porque recoge una historia real sucedida hacia poco más del primer cuarto del siglo pasado. Proviene de un libro de Gide que en español nos llegó como No Juzguéis; la obra recoge las impresiones del Nobel francés a propósito de su experiencia como jurado en el tribunal de Rúan. El título es apropiado; la postura imparcial que debe adoptar un jurado ante los hechos más oscuros del alma humana tiene un motivo: precaución. Juzgar a un hombre, juzgar sus acciones, precisa de pericia; es un trabajo duro porque es fácil sucumbir a los sentimientos, o la experiencia personal y se corre el peligro de condenar a un inocente por un arrebato de humanidad o dejar impune a un criminal por una omisión.
El texto que transcribo a continuación es en realidad el calco de un periódico de la época, Gide no juzga, se limita a comunicar un Suceso. Me gustaría distenderme en algunas ideas sobre la curiosidad, los animales y la capacidad del hombre para proveer iniquidades que André nos ofrece, pero eso será para otra ocasión.

10
Canibalismo
Todos los periódicos han hablado de este caso de canibalismo. Facilitamos los hechos tal como están relatados en L'Eclair de Montpellier (número de los días 10 y 11 de marzo de 1927).

DEVORADORES DE CARNE HUMANA

«Bajo la sospecha de haber asesinado a varias personas, una banda de gitanos fue arrestada por la gendarmería de Moldava (Checoslovaquia¹ oriental). El jefe de la banda, Alexandre Filke, encarcelado al mismo tiempo que veinticinco de sus compañeros, acosado a preguntas, acabó por hacer una confesión que supera lo más horroroso que quepa imaginar.
»—En efecto, fuimos nosotros —dijo—, los que matamos a las cuatro o cinco personas desaparecidas. En nuestro campamento, las hemos despedazado y nos las hemos comido.
»Con esta carne humana, algo sosa para el paladar de uno de los inculpados, los antropófagos hacían un gulasch cuya preparación quedaba al cuidado de las cocineras más expertas de la tribu. Salsa de páprika, arroz, patatas, no se escatimaba detalle para conferir a este plato nacional de Hungría todo el sabor picante que requiere.
»Uno de los gitanos, Rybar, un sordomudo que sabía leer y escribir, precisó que los cadáveres, debidamente troceados, que no eran consumidos en el acto, se salaban con esmero, con el fin de poder conservarlos. Cuatro mujeres y un muchacho de catorce años habrían servido así de alimento para los bandidos.
»—No teníamos nada para comer —aducen como disculpa—, y para nosotros era el único modo de no morir de hambre».²

LOS GITANOS CANÍBALES

«La instrucción del caso de canibalismo gitano descubierto en Checoslovaquia oriental prosigue de forma activa. El número de individuos detenidos por el momento asciende a veintiséis, de los cuales doce son hombres; y catorce, mujeres y niños. Han confesado haber perpetrado doce asesinatos, la mayoría a lo largo del año 1926. De estas doce víctimas, cinco hombres y cuatro mujeres fueron troceados y comidos.
»Los miserables hacen gala de un cinismo desconcertante. Explican con complacencia cómo se las arreglaron para matar y despedazar a sus víctimas y las maneras de condimentar su carne. Debido al carácter supersticioso de sus creencias, muy próximas a las ideas primitivas sobre la magia, uno tiene la impresión de encontrarse en presencia de los pueblos salvajes de África. Uno de los criminales explica, por ejemplo, que los sesos se les daban preferentemente a los niños, para que se volvieran más inteligentes. Otro expone que la carne de mujer era la preferida de los jóvenes, que le encuentran un sabor más delicado y creen que gracias a ella alcanzarán virtudes de seducción.³
»La mayoría de los caníbales detenidos no tenía sus guaridas en Checoslovaquia. Las víctimas parecen ser sobre todo húngaras».

¹ Un antecedente interesante sobre la antropofagia entre los gitanos (y justamente en Checoslovaquia) nos la ofrece Donald Kenrick, que en su libro The A to Z of the Gypsies (Romanies) cuenta que: «Nineteen Gypsies were tried for cannibalism in Kosice in 1924 (and eventually found not guilty). [Diecinueve gitanos fueron juzgados por canibalismo en Kosice en 1924 (y finalmente fueron declarados inocentes)]».
² El argumento que Filke da para justificar los crímenes cometidos por él y su grupo es el hambre. Podríamos suponer dos razones para la falta de alimentos —que en el fondo bien pueden ser ambas—: la primera sería la situación de marginalidad en que ha vivido el pueblo Gitano a lo largo de su existencia, sería natural pensar que la dificultad para conseguir alimento era alta para un paria. La segunda razón puede deberse a que los efectos de la primera guerra mundial (que habría terminado hacia 1918) aún eran latentes, y eso imposibilitaba el abastecimiento de alimentos.
³ Estas curiosas ideas sobre los efectos positivos del consumo de carne humana parecen ser una constante en el pensamiento de quienes practican la antropofagia. Algo comentó Robert Louis Stevenson al respecto, véase las entradas de este mismo apartado.

7. Invocación y evocación de la infancia

En un viejo cuaderno escolar tengo escrita esta frase al margen de una de las últimas páginas: Busco quién se acuerde de lo que se me olvida...