Hay poco que decir sobre la música que no se haya dicho ya; en esta ocasión prefiero trascribir letra por letra cuentos cuyo eje central es la música; los sonidos ficcionan y logran una dimensión emocional distinta. Estos cuentos (sin connotaciones PaulSimonicas) son la música del silencio.
Encontré Nepomuk en el libro Materia de sombras de Enrique López Aguilar; de él sólo tengo noticia por lo que dice en su Nota autobiográfica en vísperas de los 25 años: Melómano nacido en la Ciudad de México en 1955, estudió Letras.
La sorpresa fue de todos, y no bastó preguntarse ni especular sobre conjunciones o disyunciones astrales: el hecho golpeaba todas las caras y aturdía los oídos: Nepomuk producía sonidos desde que nació, desde el seno materno, e incluso se corrían rumores sobre la concepción. La sorpresa resbaló al asombro y luego al miedo cuando los padres, tíos y familiares, y más adelante todo el burgo, dedujeron que a la sonoridad se agregaba el mutismo obstinado del niño, cuyo verdadero trabajo consistió en aprender a sonar y en desparramar sus sonidos adecuadamente durante el sueño y la vigilia. Después de esfuerzos incontables logró alcanzar cierta habilidad, creando a partir de sí mismo sinfonías de tres semanas o improvisaciones de dos segundos. Por estas habilidades muchas veces fue invitado a los conventos, a las comunidades cercanas o a la iglesia, para que sustituyera al coro de religiosos con sus mil voces¹ gregorianas. Como la música germinaba y salía de Nepomuk y parecía un surtidor incansable de sonidos que disfrutaba de los juegos sonoros producidos, causó el asombro y la curiosidad de todos. Hacía alarde de sus voces y registros, se complacía en la sorpresa (en su propia sorpresa) ante las nuevas figuras realizadas, pero el aura que lo acompañaba provocó diversas reacciones en la gente: era aplaudido y admirado con fervor por unos, otros lo miraban con indiferencia, no faltaban aquellos en quienes inspiraba envidia. Estos sentimientos se mantuvieron hasta que llegó al colmo del virtuosismo y provocó el terror de algunos de los desprevenidos habitantes del burgo: después de atroces estudios y férrea disciplina, Nepomuk logró elaborar una fuga² a sesenta y cuatro voces, todas distinguibles, perfectas. La evolución musical de Nepomuk fue tan desaforada a partir de ese momento, que nunca dio oportunidad a la gente del burgo para arroparse ante sus nuevas peripecias o pirotecnias sonoras.
Había organizado sencillamente su vida, de tal modo que una parte del día se retiraba a un bosque cercano a estudiar, y de regreso sonaba sus últimos descubrimientos. A veces mantenía inauditas conversaciones con algún sesudo sacerdote, con algún hombre estrafalario de inclinaciones alquímicas o con viajeros recién llegados. Por ellos se enteraba de la aparición de algún Proslogion³ en Bolonia, de una teoría astrológica en Brujas, de una nueva escritura musical en Arezzo.⁴ Y el tiempo pasaba sin sobresaltos, con críticas variadas y comentarios diversos. Pero cuando los años dieron madurez a Nepomuk y se separaron los oyentes y mirones, cuando cierta costumbre había disipado el asombro pero no el temor, comenzaron a correr rumores terribles. Se había propagado la noticia de que Nepomuk tenia pacto con el demonio, de que su mutismo era fingido y conjuraba a gritos a Lucifer y que su música convertiría en cerdos negros a quien la escuchara una sábado a la medianoche, a la luz de la luna llena. Se dio la malhadada circunstancia de que por esos días, en un momento de veleidad, Nepomuk sonó percusiones de todos tipos, y no pocas fueron las personas que huyeron despavoridas. Por si fuera poco, después de eso produjo el sonido que harían varios martillitos contra cuerdas tensas. El efecto era aterradoramente desconocido e insospechado y algunas personas se golpearon el codo, guiñaron un ojo o se retiraron con cautela. Aunque algunos fieles se mantuvieron firmes, se ausentaron primero los timoratos, luego los poco convencidos y por último los clandestinos admiradores que no deseaban ser relacionados con el mago. Nepomuk lo había previsto, y sintió que poco a poco el eco le devolvía la música en las tortuosas calles.
Por primera vez, Nepomuk comenzó a laborar afanosamente en los silencios, encontrando en ellos posibilidades inagotables, y produciéndolos y trabajándolos se encerró largamente en su estudio. El aprendizaje del silencio le causó confusión y tuvo que vencer las constantes tentaciones de sonar, hasta que logró entrever diversos planos y combinaciones, entregándose a su creación con tal entusiasmo que pasó días enteros sin producir sonido alguno. Su silencio era entonces ancho y profundo, y emergía de sus entrañas poco a poco. Descubrió la luz última al mezclar, entre tembloroso y pudibundo, los sonidos y los silencios. Pleno de gozo, ejerció, extendió y varió sus descubrimientos y se dispuso a realizar una extraña búsqueda, en la que sedujo a algunos niños que produjeron en una olvidada noche un sonido o un grito inusitados. Eran pocos y a hurtadillas recibían sus últimos logros, y finalmente fueron atraídos a la emulación. Pacientemente, el trabajo fructificó en una secreta congregación infantil que intentaba sonidos candorosos y juguetones. La relación que unía esas sonrisas con el sonoro mutismo del maestro era constante y llegó el día en que la música se diversificó en una polifonía inmensa y desigual. Cuando las miradas sebosas de los habitantes del burgo se intercambiaron rebosando sospechas, era demasiado tarde: después de una larga ausencia, Nepomuk se presentó con todos sus discípulos para protagonizar el más monstruoso concierto jamás imaginado. Era tal la cantidad de sonidos, tan sobrecogedor el espectáculo de Nepomuk caminando por todo el pueblo con los niños detrás repartiendo acordes, que muchos lloraron de pavor. Un fraile y un tembloroso sacristán salieron en pos de los niños para exorcizarlos, hombres y mujeres trataron vanamente de tomar hachas y albardas para acabar con el encanto. Pero la voz de un inmenso instrumento lo trastornaba todo: se alcanzó a oír un grito que decía “Jericó, Jericó.” La misma luz participó del desorden y se solidificó en muchos lugares. La gente caía de rodillas y temblaba esperando se abriesen los cielos en presencia de Señor o de un nuevo diluvio. Un perdido se secó los ojos y huyó a una abrupta montaña para lamentar sus pecados, jurando haber visto rasgarse por la mitad la cortina del Templo de Jerusalén. Algunas piedras cayeron inertes de las manos de los burgueses y el contraste de sus convulsiones con el bullicio de los niños y Nepomuk con su introducción, las variaciones canónicas (siete variaciones, siete voces, siete fugas simultáneas desarrollándose individualmente), las arias y coros, las invenciones a dos partes, la inmensa fuga final, hacía más terrible el momento. Después de cuatro abrumadoras horas, al terminar el gigantesco oratorio, todo pareció quedar igual, salvo algunos ánimos turbados.
El involuntario público pretendió volver a sus ocupaciones, pero el silencio se sobrepuso a los planos sonoros, se desdobló y desenvolvió sobre sí mismo. Más sonoro y ensordecedor ese silencio después del atronador concierto, más punzante y más terrible que el peor de los estruendos. El silencio se escuchaba y se tocaba, penetraba hasta los huesos y sustituía el tuétano. Todos los silencios se cernían sobre las cabezas de la gente. Varios rostros se crisparon en gestos de angustia. Alguien, en una esquina, trataba de gritar y hacerse oír creyéndose sordo. Unos hombres trataron de convencer a Nepomuk y sus infantes para que produjeran cualquier clase de sonidos. Terrible sorpresa la suya al comprender que eran ellos quienes ayudaban a la creación de ese silencio que llovía lentamente, empapando a todos, que conforme se desparramaba, parecía mezclarse con agua, en lágrimas. El silencio perturbador, el silencio en una rápida metamorfosis. Cuando por fin quedó todo callado, cuando el oratorio era ya una glosa a esta planicie de silencio, la gente olvidó labores, hachas y ocupaciones. Algunos se recogieron en casa o en la iglesia. Hubo quien prefirió permanecer en las calles, en actitud de espera. Si algún ruido se dejaba sentir era para hacerles oír su propio mutismo. Cuando la noche comenzaba a hacerse grande, muchos comprendieron que la ausencia de sonidos era su espejo: tras la aparente inmovilidad y estatismo había un pozo de ecos y cada persona pudo escuchar sus callados y reprimidos murmullos.
¹ El cuento alude aquí a un fenómeno exponencializado; se trata de la Diplofonía o Triplofonía. Una particular técnica de canto que consiste en esforzar los músculos de la laringe de forma asimétrica para lograr entonar dos o más sonidos a la vez. Hay una enfermedad del mismo nombre; un malestar que produce dos o más voces. Así mismo; ésta práctica vocal puede rastrearse hasta los cantos de bajo tono originarios de Mongolia, El Tíbet y Tuva. En la praxis; esta técnica le permite al cantante entonar hasta acordes de tres sonidos.
² La fuga es una forma musical contrapuntística representativa del Barroco; consiste en la presentación sucesiva de un tema a cargo de las diversas voces que intervienen en la composición. Tenemos excelentes ejemplos en gran parte de la obra de Joan Sebastian Bach, como su Das Wohltemperites Clavier. Pero aquí encontramos un pequeño problema de coherencia temporal: El Barroco se suele situar entre 1600 y 1750; y más adelante en el cuento se hace alusión a una región de Italia llamada Arezzo (véase nota 4), donde se comenzó a desarrollar el sistema de notación musical, hallamos una inconsistencia puesto que este sistema surgió hacía 1030 d.C. aproximadamente, entonces resulta, cronológicamente hablando, imposible que Nepomuk pudiera componer fugas cuando el sistema musical de notación a penas estaba desarrollándose.
³ El Proslogion es una obra teológico-filosófica de Anselmo de Canterbury. Dicha obra contiene el primer argumento ontológico de la tradición cristiana occidental para la demostración de la existencia de Dios. El axioma propuesto es: "[Dios] es aquel del que nada más grande [que él] puede ser pensado". Esta obra data de 1078, una vez más Enrique López Aguilar temporaliza Nepomuk en los años 1000. Cabe agregar que Rene Descartes formuló axiomas similares al de Anselmo de Canterbury; es harto conocido su Cogito Ergo Sum que deriva en su demostración sobre la existencia de Dios.
⁴ La referencia de la región italiana de Arezzo remite inmediatamente a Guido D'Arezzo, un monje benedictino al cual debemos la mnemotecnia que designa el nombre de las notas en la escala diatónica, es decir, las sílabas que tomo de un himno en latín a San Juan:
UT queant laxis, (luego reemplazado por Do)
REsonare fibris,
MIra gestorum,
FAmuli tuorum,
SOLve polluti,
LAbii reatum,
Sancte Ioannes.