jueves, 8 de febrero de 2018

Intitulado #0

Un cuento sin título que escribí hace algún tiempo; una ilusión paranoica sobre la voz; las voces. Busqué suprimir cualquier rastro de género, entonces es factible suponer cualquier cosa sobre quien narra. Léase Calmement, mot pour mot même que l'eau.

Tu voz es un eco, no te pertenece
Jorge Cuesta

Te cambiamos algunos gestos en la memoria para que al recordarte no nos avergonzara tanto verte triste todo el tiempo. También, hablamos de cosas que nunca hiciste y otras que jamás dijiste, todo para hacernos pensar que no eras como eras. Qué estéril fue todo aquello, porque te empeñaste en lucir triste a pesar de que te recordábamos con una sonrisa discreta y la esencia de quien eras y lo que pensabas fue más sólido que cualquier intento por deformar nuestra memoria. Como fue imposible cambiarte y aun más olvidarte, fue mejor no recordarte.
Más fácil fue tomar tus cosas y prenderles fuego en el patio. También prohibirles a los niños hablar de ti. Echamos todas las fotografías donde aparecías a la basura. Cerramos tu habitación.
Todos se fueron adaptando, unos más lento que otros. Pero cada quien cerraba su círculo. Menos yo. Fingía que no sabía ni quién eras, pero no podía desaparecerte. Y cada que sentía que te estaba pensando con menos intensidad era cuando oía las palabras que tú oías y que habían sido la causa de tu desquiciamiento.
Decías que si uno cerraba los ojos y se permitía escuchar atentamente las voces de las personas a nuestro rededor, se podía oír la conversación secreta de la naturaleza con la muerte. Que se podían entender las posibilidades más inciertas del futuro y saber qué puentes se tienden entre la vida pasada y la vida presente.
Al principio yo cerraba los ojos y oía murmullos y veía en mi mente cúmulos de humo. Pero cuando te perdimos y seguí empeñándome en oír, sucedió un prodigio. El humo se disipó un poco y pude oír cómo la voz de alguien decía: “ya”; y la voz de otra persona decía: “veo”;  alguien más continuaba con un: “que”; y luego otra voz; “empiezas”; y otra: “a”; otra voz: “escuchar.”
Mil voces distintas; de cada persona una palabra y en mis oídos las frases, los poemas oscuros y la violencia de quien te cuenta un secreto frente a todos y aun así nadie lo nota.
Desde el momento en que a mis oídos despertaron a los secretos, supe que terminaría igual que tú. Que desaparecería. Poco importaba que escuchara o no lo prohibido.
Y nada pude hacer cuando me enteré de qué catástrofes nos tenía preparado el porvenir. En las voces de la gente oí cómo moriría nuestro primogénito, oí sobre la soledad que atormentaría a tu madre, sobre las enfermedades de mis amigos, oí cómo se romperían los huesos del cráneo de mi hermano...
Ese terrible monólogo polifónico me habló durante largo tiempo. Permaneció sordo a mis palabras, que también le pertenecían. Comprendí que no le interesaba escucharme y que cuando yo hablaba, entonces hablaban la muerte; y la vida. Opté por permanecer en silencio, enmudecer, aunque fuera un poco, al futuro.
Y la voz, las voces, es decir la conciencia, me habló más fuerte, y me contó el origen del dolor y me reveló el nacimiento del grito que me daría muerte. Entonces decidí cambiarme algunos gestos en mis recuerdos, para evitar ser mi propia vergüenza y pensé en cosas que nunca hice como si en realidad las hubiese hecho. Cerca mi muerte siento algo de alivio...
Ahora estoy en este páramo, a punto de gritar todas las palabras guardadas, hasta que de mí sólo quede la voz...

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