martes, 4 de febrero de 2020

Antología de cuentos sobre antropofagia: E3. Sobre el tabaco, disuasor del canibalismo

Edgar Wilson Nye mejor conocido como Bill Nye fue un destacado peridista estadounidense. Se puede decir que era contemporáneo de Ambrose Bierce, con el que comparte el adjetivo de humorista. Y es que a mediados del siglo XIX y aún hasta sus años finales, la idea de periodista aún estaba ligada a la de entertainer. Además de comunicar los sucesos de la vida cotidiana, los periodistas trataban de dotar a las historias con una prosa viva para entretener a los lectores; de eso a volverse un comediante sólo hay un par de pasos. Como Bierce, Nye no tardó en explotar esa vena lúdica de la escritura y terminó por publicar una serie de artículos —con mucho menos veneno que Ambrose— donde divagaba de lo lindo sobre temas muy variados.
La justicia no es una cualidad de la fama, y hoy, que estamos a 124 años de la muerte de Nye, su obra no a logrado traspasar las fronteras de su patria; por suerte, hoy tenemos más herramientas que antes, y podemos desenterrar, eventualmente, una que otra joya del pasado. 
El texto que sigue a continuación es una apresurada y libre traducción de un ensayo sobre Canibalismo y Tabaco, me imagino muchas cosas sobre este texto. Fue escrito en un momento histórico que se caracterizó por universalizar la idea de la Antropofagia como algo cotidiano, humano y real; con todo lo despreciable que eso pueda ser. La —casi— total exploración del mundo en el siglo XIX supuso una revolución en el pensamiento como pocas se han visto en la historia de la humanidad, por primera vez, todo estaba conectado, ya ninguna distancia pudo separar las regiones antipodas. 
Sobre lo que escribe Nye: es curioso ver que tuvo el tino de no confundir corpus con semana santa. Estaba enterado de las prácticas caníbales en las Islas de los Mares del Sur o de las exageradas historias sobre la América precolombina, y no sólo eso; aunque ahora parece un lugar común, retrata bien la condición de peligro a la que se sometían los misioneros en aquellas expediciones para pescar hombres, resta decir que dejó el original en inglés al final y que acepto todas las sugerencias y quejas sobre mi trabajo.

Me alegra notar un gran esfuerzo por parte de los amigos de la humanidad para alentar a aquellos que desean dejar el consumo del tabaco. Renunciar al uso de esta hierba es uno de los métodos de relajación más agradables. Lo he intentando muchas veces, y puedo decir con seguridad que me ha brindado mucha felicidad.
Reformar violentamente y desechar la hierba y, al final de una semana, encontrar, inesperadamente, un buen cigarro en el bolsillo, silencioso y sin ostentación, de un viejo chaleco, brinda el deleite más intenso y delirante.
Los científicos nos dicen que una sola gota de aceite concentrado de tabaco en la lengua de un perro adulto es fatal. No tengo dudas sobre la verdad o el poder cohesivo de esta afirmación, y por esa razón siempre me he opuesto al uso del tabaco entre los perros. Los perros deben rechazar el aceite concentrado del tabaco, especialmente si les perjudica la longevidad. Tampoco aconsejaría a un hombre que pueda tener tendencias caninas o una cepa de esa sangre en sus venas, que use el aceite concentrado del tabaco como sozodont (1). A aquellos que pueden sentir lo mismo por el tabaco, diría que lo eviten por todos los medios. Evítalo como lo harías con el mortal árbol de upas (2) o el árbol aún más mortal de los tópicos (?). 
Debo decir debajo de este encabezado que se tenga en cuenta que no hablo del cigarrillo. Estoy limitando mis comentarios enteramente al tema del tabaco.
El uso del cigarrillo es, de hecho, beneficioso de alguna manera, y ninguna casa infestada por plagas debe intentar llevarse bien sin él. Se dice que son muy populares en el Oriente, especialmente en las casas de lazar, donde la vida se volvería muy monótona. 
Los científicos, que no han podido usar con éxito el tabaco y que, por lo tanto, han dedicado toda su vida y el uso de sus microscopios a la investigación de sus horrores, dicen que los caníbales no se comerían la carne de los seres humanos que consumen tabaco. Y, sin embargo, le decimos a nuestros misioneros: “Ningún hombre puede ser un cristiano y usar tabaco.”
Digo —y lo digo, también, con toda esa profundidad de sentimiento que siempre ha caracterizado a mi naturaleza sincera— que en esto estamos cometiendo un gran error. ¿Qué han hecho los caníbales por nosotros, como personas, que debemos evitar el uso del tabaco para que nuestra carne se adapte a sus mesas? ¿De qué manera han tratado de mejorar nuestra condición de vida que debemos luchar a muerte para hacerle cosquillas a sus paladares?
Mire la historia del caníbal de épocas pasadas. Lea cuidadosamente su registro y verá que no ha sido más que la historia de una raza egoísta. Eche un vistazo sobre su hombro al último siglo y, ¿cuál es la condición de los caníbales? Quizá haya llegado un nuevo misionero algunas semanas antes. Un pequeño grupo se reúne en la playa debajo de un árbol tropical. Los caníbales representantes de las islas adyacentes están presentes. El olor de la santidad impregna el aire. 
El jefe se sienta debajo de un nuevo paraguas, mirando las imágenes en una gran concordancia. Un nuevo sombrero de tapón está colgado en un árbol cercano.
Anon (3), los principales ciudadanos se reúnen en el suelo, y escuchamos al jefe preguntarle a su fiscal general, si tomará algo de carne clara o de carne oscura. 
Eso es todo
Muy lejos, en Inglaterra, el periódico contiene el siguiente anuncio:
Se busca —Un joven para partir como misionero. Hay que remplazar una vacante en una isla caníbal. Debe comprender completamente los apetitos y los gustos de los caníbales, ser capaz de alcanzar su naturaleza interna de inmediato y no debe consumir tabaco. Los solicitantes pueden comunicarse en persona o por carta.
¿Es extraño que, en estas circunstancias, quienes frecuentaron las islas caníbales durante el último siglo se hubiesen acostumbrado tranquilamente al uso de una marca de tabaco peculiarmente perniciosa, violenta y omnipresente? Yo creo que no. 
Para mí, la afirmación de que la carne humana contaminada con tabaco es ofensiva para el caníbal no vuelve a casa con poder aplastante. 
Tal vez no ame a mi prójimo tan bien como lo hace el caníbal. Sé que soy egoísta, y si mi hermano caníbal desea pulir mi espoleta, debe llevarme cuando me encuentre. No puedo abstenerme por completo del uso del tabaco para satisfacer los gustos mimados de alguien que nunca se esforzó por hacerme un favor. 
¿Le pido al caníbal que interrumpa el uso pernicioso del tabaco porque no me gusta el sabor en su pecho? Desafiaré a cualquier residente respetable de las Islas Caníblales hoy para colocar su dedo en alguna de mis solitarias instancias donde por palabra o por obra haya insinuando que debe hacer el más mínimo cambio en sus hábitos... a menos que sea: Es posible que haya sugerido que una dieta compuesta por más anarquistas y menos seres humanos sería más productiva para el bien general y duradero. 
Mi propia idea sería enviar a una clase de hombres a estas islas, tan profundamente impregnados de su gran objeto y aceite de tabaco que la gran sopa de raza caucásica de esas regiones estaría seguida por tal llanto, lamentos y crujir de dientes, de tal remordimiento, arrepentimiento y transtornos gástricos; que una misión a las islas caníbales equivaldría en peligro a comer helado en Norteamérica hoy en día.

1. El Sozodont fue un producto de higiene bucal muy popular en el siglo XIX en Estados Unidos.
2. El árbol de Upas es una planta muy común en las Islas de Java, se conoce por su alta toxicidad y por ser usada por los nativos para envenenar sus dardos.
?. La referencia es oscura, y si se me permite especular al respecto: pienso que el autor se puede referir a variedad temática y superficialidades del pensamiento, algo así como decir que saber mucho de muchas cosas es señal de no tener profundidad en nada
3. Es difícil decir a qué se refiere el autor, pero sospecho que es al árbol típico de las antillas, téngase en mente que además de las islas de Oceanía, a las islas del Caribe también se les reconoció por sus prácticas caníbales.

Bill Nye on Tobacco.—A Discourager of Cannibalism.

I am glad to notice a strong effort on the part of the friends of humanity to encourage those who wish to quit the use of tobacco. To quit the use of this weed is one of the most agreeable methods of relaxation. I have tried it a great many times, and I can safely say that it has afforded me much solid felicity. To violently reform and cast away the weed and at the end of a week to find a good cigar unexpectedly in the quiet, unostentatious pocket of an old vest, affords the most intense and delirious delight. Scientists tell us that a single drop of the concentrated oil of tobacco on the tongue of an adult dog is fatal. I have no doubt about the truth or cohesive power of this statement, and for that reason I have always been opposed to the use of tobacco among dogs. Dogs should shun the concentrated oil of tobacco, especially if longevity be any object to them. Neither would I advise a man who may have canine tendencies or a strain of that blood in his veins to use the concentrated oil of tobacco as a sozodont. To those who may feel that way about tobacco I would say, shun it by all means. Shun it as you would the deadly upas tree or the still more deadly whipple tree of the topics. In what I may say under this head please bear in mind that I do not speak of the cigarette. I am now confining my remarks entirely to the subject of tobacco. The use of the cigarette is, in fact, beneficial in in some ways, and no pest house should try to get along without it. It is said that they are very popular in the orient, especially in the lazar houses, where life would otherwise become very monotonous. Scientists, who have been unable to successfully use tobacco and who therefore have given their whole lives and the use of their microscopes to the investigation of its horrors, say that cannibals will not eat the flesh of tobacco-using human beings. And yet we say to our missionaries: "No man can be a Christian and use tobacco." I say, and I say it, too, with all that depth of feeling which has always characterized my earnest nature, that in this we are committing a great error. What have the cannibals ever done for us as a people that we should avoid the use of tobacco in order to fit our flesh for their tables. In what way have they sought to ameliorate our condition in life that we should strive in death to tickle their palates. Look at the history of the cannibal for past ages. Read carefully his record and you will see that it has been but the history of a selfish race. Cast your eye back over your shoulder for a century, and what do you find to be the condition of the cannibalists? A new missionary has landed a few weeks previous perhaps. A little group is gathered about on the beach beneath a tropical tree. Representative cannibals from adjoining islands are present. The odor of sanctity pervades the air. The chief sits beneath a new umbrella, looking at the pictures in a large concordance. A new plug hat is hanging in a tree near by. Anon the leading citizens gather about on the ground, and we hear the chief ask his attorney-general whether he will take some of the light or some of the dark meat. That is all. Far away in England the paper contains the following personal: Wanted.—A young man to go as missionary to supply vacancy in one of the cannibal islands. He must fully understand the appetites and tastes of the cannibals, must be able to reach their inner nature at once, and must not use tobacco. Applicants may communicate in person or by letter. Is it strange that under these circumstances those who frequented the cannibal islands during the last century should have quietly accustomed themselves to the use of a peculiarly pernicious, violent, and all-pervading brand of tobacco? I think not. To me the statement that tobacco-tainted human flesh is offensive to the cannibal does not come home with crushing power. Perhaps I do not love my fellow-man so well as the cannibal does. I know that I am selfish in this way, and if my cannibal brother desires to polish my wishbone he must take me as he finds me. I cannot abstain wholly from the use of tobacco in order to gratify the pampered tastes of one who has never gone out of his way to do me a favor. Do I ask the cannibal to break off the pernicious use of tobacco because I dislike the flavor of it in his brisket? I will defy any respectable resident of the cannibal islands to-day to place his finger on a solitary instance where I have ever, by word or deed, intimated that he should make the slightest change in his habits on my account, unless it be that I may have suggested that a diet consisting of more anarchists and less human beings would be more productive of general and lasting good. My own idea would be to send a class of men to these islands so thoroughly imbued with their great object and the oil of tobacco that the great Caucasian chowder of those regions would be followed by such weeping and wailing and gnashing of teeth and such remorse and repentance and gastric upheavals that it would be as unsafe to eat a mission ary in the cannibal islands as it is to eat ice-cream in the United States to-day.

From  The Bill Nye's Cordwood, 1887.

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