jueves, 31 de mayo de 2018

De cómo Diderot aserciona verdades que parece ir contracorriente y otras cosas que los músicos deben saber

La paradoja del comediante de Denis Diderot es un diálogo sobre el arte teatral; una voz le pide a Diderot su opinión crítica sobre una obra del gran comediante inglés David Garrick, con esa excusa, el autor comienza a ofrecer una serie de observaciones que, a mí parecer, son de una lucidez asombrosa y perfectamente aplicables a muchos ámbitos artísticos, no solo al teatral.
En esta ocasión rescato algunas de las ideas centrales y las transporto al ámbito de la música, donde creo que podrían hacer un efecto benéfico ayudándonos a comprender mejor las implicaciones de la creación artística y el papel del músico.

De la diferencia y la aproximación
Pregunta Diderot:
“¿Cómo podría la Naturaleza sin el arte formar a un gran comediante, desde el momento que nada pasa en la escena exactamente igual que en la realidad y los poemas dramáticos están todos compuestos con arreglo a un sistema determinado de principios? Y ¿Cómo podría un papel ser representado de la misma manera por dos actores distintos, ya que en el escritor más claro, más preciso, más enérgico, las palabras no son, ni pueden ser, otra cosa que signos aproximados de un pensamiento, un sentimiento, una idea; signos cuyo valor completan el movimiento, el gesto, la entonación, el rostro, los ojos, la circunstancia?”
La primera pregunta alude a la diferencia esencial que hay entre la realidad y la obra de arte, esto basado en el principio elemental de que el arte es una imitación de la naturaleza; Diderot expone que resulta inusual que a pesar de que la obra de arte se basa en la naturaleza, ésta carece de cualidades naturales; que tiene sus propios preceptos, es decir, se trata de un mundo aparte. No hay una aplicación precisa al ámbito musical en ésta idea. En si, resulta una explicación del por qué no se dan sinfonías en los trinos de las aves: la obra de arte es una manipulación y ordenamiento de algunos elementos, y al hablar de ésto, ya se percibe que debe haber una conciencia que pueda comprender y organizar dichos elementos.
En cuanto la segunda pregunta: hay quizá en ella una de las poquísimas apologías a que no existen dos cosas iguales; y ésto es cierto en medida que las cosas se diferencian por sus detalles. Resulta que en cualquier sistema de escritura, los símbolos son sugerencias de algo que no puede ser aprehendido, ésto sumado al hecho de que en el proceso de decodificación estamos sesgados por nuestra experiencia y formación, dan como resultado que cada interpretación de un mensaje es distinta al sentido original, es decir: una aproximación. Así es como debe verse la partitura, como una aproximación a la música, como una sugerencia. A menudo se suele poner a la partitura como una piedra inamovible, pero en realidad es todo lo contrario a esto; es un objeto plástico que admite su manipulación, en virtud de que buscar una interpretación universal y verdadera  es absolutamente imposible. Retomando a Diderot: “Pensad bien lo que sigue y reflexionad lo frecuente y fácil que es a dos interlocutores, empleando las mismas expresiones, haber pensado y decir cosas radicalmente diversas.” No es gratuito agregar que esto empata con aquello de que el mapa no es el territorio”, así como “la partitura no es la música.”

De la comprensión sobre la inspiración¹
“Exijo [..] comprensión y ninguna sensibilidad” / Si el actor fuese sensible, de buena fe, ¿Podría acaso representar dos veces consecutivas un mismo papel con igual calor e igual éxito? Muy ardoroso en la primera representación, estaría agotado y frío como un mármol a la tercera. En cambio, si a la primera vez que se presenta en escena [...] es imitador atento y reflexivo de la Naturaleza, copista riguroso de sí mismo o de sus estudiosa y observador continuo de nuestras sensaciones, su arte, lejos de flaquear se fortificará con las nuevas reflexiones que haya recogido, se exaltará o atemperará y cada vez quedaréis más satisfecho. / Lo que confirma mi idea es la desigualdad de los actores que representan por inspiración. No esperéis en ellos la menor unidad; su estilo es alternativamente fuerte y endeble, cálido y frío, vulgar y sublime. Fallarán mañana en el pasaje en que hoy sobresalieron; y, al contrario, se realizarán (en el mejor de los casos) en el que fallaron la víspera. En cambio, el actor que representa por reflexión, por estudio de la naturaleza humana. Por constante imitación de algún modelo ideal, por imaginación, por memoria, será siempre uno y el mismo en todas las representaciones [...] Todo ha sido medido, combinado, aprendido, ordenado en su cabeza; no hay en su declamación ni monotonía, ni disonancias. El entusiasmo tiene su desenvolvimiento, sus ímpetus, sus remisiones, su comienzo, su medio, su extremo. Son los mismos acentos, las mismas actitudes, los mismos gestos. Si hay una diferencia de una representación a otra, es una generalmente en ventaja de la última. No será nunca voltario: es un espejo siempre dispuesto a mostrar los objetos y a mostrarlos con la misma precisión, la misma fuerza y la misma verdad.”
Tengo el vago recuerdo de haber leído en alguna revista (quizá Esquire) un decálogo(?) de Nick Cave; rescato de la memoria una frase (cercenada por el olvido) que dice más o menos: “La inspiración es una excusa para la falta de ella.” Vaya máxima... que viene muy a cuento por la reflexión de Diderot. Éste piensa que el artista que obra por inspiración es un artista menor, condenado a la inestabilidad, y ciertamente que tiene razón. Pensemos en un músico que se trepa a un escenario e interpreta alguna canción o pieza hecha al momento, quizá consiga un prodigio, quizá sólo se ponga en ridículo. Y es que en el territorio de la inmediatez es fácil accidentarse. Dice María Zambrano, en su magnífico ensayoPor qué se escribe, que “lo inmediato, lo que brota de nuestra espontaneidad, es algo de lo que íntegramente no nos hacemos responsables [...] es una reacción siempre urgente, apremiante.” Por obra de la inspiración las ideas buscan salir todas a un tiempo y encuentran el tropiezo.
No así es el caso del artista que obra por disciplina, estudio y preparación. Es altamente improbable fallar cuando se conoce a detalle la obra que se interpreta, y en cada interpretación que derive de la reflexión, se gana siempre más dominio sobre el arte propio. Muchas veces pensamos, al oír a un gran músico, que su buena estrella lo ha dotado con el talento para lograr una bella ejecución; en los escasos minutos que dura una pieza, una canción, no se perciben las largas horas de trabajo y reflexión que hubo para lograr esa ilusión de hacer algo como si no tuviera mayor complejidad. Las virtudes de comprender la obra artística son siempre mayores al riesgo de hacer sin comprender. 

1. [Nota marginal y posterior a la publicación original de la entrada] a continuación un fragmento de Para un retrato del señor Teste, de otro lúcido pensador francés, Paul Valery, que viene a dar mayor fuerza a la idea propuesta por Diderot:
Una de las ideas reiteradas de Teste, no la menos quimérica, fue la de querer conservar el arte —Ars— mediante el exterminio de las ilusiones de artista y de autor. No soportaba las pretensiones tontas de los poetas, ni las groseras de los novelistas. Pretendía que las ideas claras de lo que uno hace conducen a desarrollos mucho más sorprendentes y universales que las patrañas acerca de la inspiración, la vida de los personajes, etcétera. Si Bach hubiera creído que las esferas le dictaban su música, no hubiera podido tener la fuerza de limpidez y la soberanía de combinaciones transparentes que obtuvo. El staccato.”
(Noviembre 34.)

Veo innecesario agregar más al respecto, creo que el párrafo es transparente y logra hermanarse con la propuesta de Diderot.

Del genio insensible

Los grandes poetas, los grandes actores y, acaso en general, todos los grandes imitadores de la Naturaleza, sean lo que sean, dotados de una fértil imaginación, de un gran criterio, de un tacto fino, de un gusto segurísimo, son los seres menos sensibles.” / “La sensibilidad no es cualidad de grandes genios.” / “No es su corazón, sino su cabeza la que hace todo. A la menor circunstancia inopinada, el hombre sensible la pierde; no será ni un gran rey, ni un gran ministro, ni un gran abogado, ni un gran médico. Llenad la sala de teatro con estos llorones, pero no me coloquéis ninguno en las tablas.” / “La sensibilidad no va nunca sin cierta flaqueza de organización.”

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