Esto que estas a punto de leer es algo que escribo en paralelo a mi lectura de Las amistades peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos. La novela —epígona de los tratamientos narrativos y las ideas filosóficas de Jean-Jacques Rousseau— está colmada de pequeños conceptos que deseo coleccionar porque suponen una fuente importante de sabiduría social, moral e intelectual; en cierta forma, podríamos decir, que esta entrada pretende hacer las veces de un ideario según los personajes de Laclos.
Carta X o Del aprecio y el agrado
En esta misiva la marquesa de Merteuil relata al vizconde de Valmont su encuentro con un caballero que ha seducido; hacia el final hace una distinción sobre el «aprecio» y el «agrado» que siente alternativamente por Valmont y por su caballero: “Me percibo que son las tres de la mañana y que he escrito a vuestra Merced un volumen, cuando tenía intención de escribir sólo una palabra. Este placer produce la confianza de la amistad; ella hace que vuestra Merced sea lo que yo más aprecio, pero el caballero es lo que más me agrada.” El aprecio le permite a la marquesa actuar con comodidad y hacer de Valmont su confidente; circunstancia cotidiana: aquello que nos es cómodo, entonces es de nuestro aprecio. Sin embargo, la comodidad es apenas un accidente de nuestras necesidades. El agrado por otro lado es producto del placer; el amante de la marquesa le satisface, pero a diferencia de Valmont, no promueve la confianza de la confidencia: así, hay cosas que nos pueden ser placenteras a la par que incómodas, como demuestra la marquesa con las precauciones que toma para encontrarse con su amante; el placer tiende a comprometer la confianza; la comodidad no, sin embargo, rara vez conduce a la satisfacción.
Carta XXIII o Del placer de las conquistas penosas
“¿Cuánta es, pues, nuestra debilidad? ¿Cuánto el imperio de las circunstancias?; ¿si yo mismo, olvidando mi proyecto, he arriesgado el perder, por una victoria prematura, el encanto producido por un largo combate, y los pormenores deliciosos de una penosa conquista; si seducido por el deseo de un joven sin experiencia, he estado para exponer al vencedor de la señora de Tourvel no recoger, por fruto de su trabajo, sino la insípida ventaja de haber logrado una mujer más? ¡Ah!, ríndase en hora buena, pero después de combatir; sin tener fuerza para vencer téngala para resistir; saboree a placer la sensación de su debilidad, y véase obligada a convenir en que ha sido rendida. Dejemos al cazador furtivo y obscuro que mate al acecho al siervo que ha sorprendido; el verdadero cazador debe forzarle y rendirle. Este proyecto es sublime, ¿no es verdad?” le dice el vizconde de Valmont a la condesa de Merteuil en esta carta; no hay síntesis para algo tan claro: la satisfacción de conquistar o lograr algo es mayor —sino es que, sólo posible— después de pensos esfuerzos. ¿Será que me atrevo a hablar por todos? pero... ¿a quién le gustan las victorias fáciles? Los retos y su conclusión reflejan las ambiciones personales, pero también la tenacidad.
Carta XXXII o De cómo una golondrina no hace verano
“¡Esta vmd., pues, empeñada en que yo crea que Valmont es virtuoso! Confieso que no lo podré jamás, y que tendré tanta dificultad en creerle honrado por el hecho solo que me refiere vmd., cuanta tendré en creer vicioso un hombre de bien reconocido de quien se me cuenta una falta. La humanidad no es perfecta en ningún género, ni en lo malo, ni en lo bueno. El malvado suele tener sus virtudes, como el hombre de bien sus debilidades. Me parece tanto más preciso que creamos esta verdad, cuanto de ella depende la necesidad de ser indulgente con los malos como con los buenos, y hace que éstos no se engrían, y que los otros no se desanimen. Vmd. hallará sin duda que yo olvido en este momento la indulgencia misma que predico; pero la miro como una debilidad peligrosa, cuando nos lleva a tratar de igual modo al vicioso y al hombre honrado.” la señora Volanges reconviene en esta misiva a la señora de Tourvel sobre la apología que hace de naturaleza y las acciones del vizconde de Valmont; hasta ahora los análisis filosóficos sobre las pasiones de los hombres parecen más agudos cuando son hechos por las mujeres. Podríamos bien resumir este pasaje en los conocidos dichos de haz fama y échate a dormir y una golondrina no hace verano; pero hay más, las duras palabras de la señora Volanges tocan veladamente tres ideas importantes: 1. Minimizar (puede) conducir a la inmoralidad; por ello la señora Volanges habla de olvidarse de la indulgencia que predica, pues tolerar las faltas de los hombres corruptos no hace más que alentarlas. 2. La confianza es sumamente frágil, y a pesar de todo lo motivador que suelen ser las historias de redención, en el fondo son más bien las menos. Hay que aceptar que algo roto y reparado ya no vuelve a tener jamás su pureza original, es por ello que alguien que pierde la confianza es más probable que no la recupere, aún si antes ha pasado por penosas pruebas. 3. Suscrito a lo anterior, la corrupción no se repara, a lo sumo, se le pone un alto.
Carta XXXIII o Del enfriamiento de las pasiones
“[...] lo verdaderamente inexcusable, es haberse dejado llevar a escribir. Yo desafío ahora vmd. de poder adivinar hasta dónde puede esto conducirle. ¿Espera vmd., por ventura, probar a esa mujer que debe entregarse? Me parece que eso debe ser efecto de sensibilidad y de demostración; y que, para ser así, se trata de enternecer y no de razonar; pero ¿de qué servirá el enternecer con cartas, pues no se halla vmd. allí para aprovecharse? Aun cuando las bellas frases de vmd. produjesen el delirio del amor, ¿se lisonjea vmd. de que duraría bastante tiempo para evitar que la reflexión impidiese la declaración? Piense vmd. en el que se necesita para escribir una carta, en el que pasa antes de que sea entregada; y vea vmd. si una mujer de principios tan severos como su devota, puede querer tanto tiempo lo que procura no querer jamás. Este modo de conducirse puede salir bien con los niños, que, cuando escriben «amo a vmd.», no saben que dicen «me rindo». Pero la virtud replicona de la señora de Tourvel me parece que conoce muy bien el valor de las palabras. Por eso, a pesar del ascendiente que ya tenía vmd. sobre ella, en su carta le bate. Y además, ¿sabe vmd. lo que sucede? Que sólo porque se disputa, no se quiere ceder. A fuerza de buscar buenas razones, se acaba por hallarlas; se dicen, y luego se sostienen, no porque son buenas, sino por no desmentirse.” la marquesa de Merteuil señala al vizconde de Valmont que de nada vale todo lo que pueda hacer sentir a la señora de Tourvel a través de las cartas que le envía, pues no puede usar el efecto que producen a su favor: las pasiones se van enfriando y en ese comunicación retardada siempre se pude encontrar la palabra justa para fingir —ardor o frialdad—. Creo que las cosas no han cambiado desde que Laclos escribió su trama de intrigas, aún hoy esta idea sigue teniendo vigencia y nos vemos cortados por las ideas que propician en nosotros; si es a veces nos engañan en nuestra cara, con mayor razón cuando ni siquiera la voz de quien nos habla podemos escuchar, y nos llegan sólo palabra, partes de un mensaje incompleto.
Carta XVIL o De saborear la victoria
"El momento más seductor de una mujer, el solo que puede producir aquel encanto de que se habla siempre y que tan rara vez experimenta, es aquel en que, estando ya seguros de su amor, no lo estamos aún de sus favores." me gusta está idea; postula y especula sobre los distintos momentos por los que los amantes pasan mientras sucede el juego de las conquistas. No sin razón se compara a la guerra con el amor y viceversa, es pues este estado que describe Valmont a la condesa de Merteuil, uno antes de la victoria, el de la certeza de que se juega ya con la debilidad del adversario a nuestro favor.
Carta LI o De una estrategia del amor que consiste en hacer no haciendo
"He notado uno de aquellos recursos que nunca deja de emplear el amor, y de que veo que esta muchacha es víctima de un modo bastante curioso. Atormentada del deseo de ocuparse de su querido, y del temor de condenarse, ha imaginado el pedir a Dios que se lo haga olvidar, y como renuevas esta oración a cada instante del día, halla el medio de pensar en él sin cesar." Fuera de lo anacrónico que resultaría pedir a dios cualquier cosa en nuestra época, la condesa de Merteuil habla de un efecto inesperado del pensar en no pensar; Cecilia Volanges renueva y retiene el pensamiento invocador; es una suerte de presencia que se trata de ahuyentar sujetándola.
Carta LI o De cierto autoengaño
"Se fatigan en probar con razonamientos, que un sentimiento involuntario no puede ser un crimen, como si no cesase de ser involuntario desde el momento en el que se le deja de combatir." Este pasaje me parece una crítica muy justa sobre las apologías que hacemos de nuestras acciones involuntarias; el medio, las circunstancias y los demás nos llevan a actuar de forma involuntaria, sí, ciertamente; y las más de las veces esas cosas que escapan de nuestras manos nos mancillan, pero —y he aquí la genialidad de Laclos— al rendirse uno y permitir que estas circunstancias sucedan sin resistencia, entonces se pierde el adjetivo de involuntario, ¿qué nos dice —o qué queremos entender en esto—? que ¿acaso rendirse a un sentimiento que rechazamos no es básicamente abrazarlo? ¿que las resistencias contra lo involuntario no valen de nada cuando se rinde uno?
Carta LVII o De causas y efectos
"En efecto, si los primeros amores parecen, en general, más honestos, y como se dice, más puros; si a lo menos son más lentos en su marcha, no es, como se piensa, por efecto de delicadeza o de timidez; es que nuestro corazón, admirado de in sentimiento desconocido, se detiene, por decirlo así, a cada paso, para gozar de la delicia que experimenta, y es tan grande su influjo en un corazón nuevo, que lo ocupa hasta el punto de hacerle olvidar cualquier otro placer." Valmont discurre como pocas veces, no con sus habituales adulaciones, sino en un tono reflexivo; detecta un efecto por todos conocido pero desde su verdadera causa; los amores que comienzan, en su novedad, son un elogio a la lentitud. Se ama distendiendo los momentos y abriendo los sentidos, abrebando hasta la última gota de luz y ternura.
Carta LXX o Los compromisos del significado sobre el significante
"Toda su carta anuncia el deseo de que la engañen, y es imposible ofrecer un medio ni más cómodo ni más usado. Quiere que yo sea «su amigo», pero yo, que gusto de los métodos nuevos y difíciles, pretendo que no se libre a tan poca costa, y ciertamente no me habré dado tanta pena por ella, para terminar con una seducción ordinaria. [...] He reusado pues la preciosa amistad, y me he atenido a mi título de amante. Como no me disimulo que este nombre, que al pronto parece sólo una disputa de palabras, es no obstante de una importancia real, he puesto mucho cuidado al escribir mi carta, he procurado que se note en ella aquel desorden que puede pintar el sentimiento que nos posee. En fin, he desatinado lo mejor que me ha sido posible, porque sin delirio no hay ternura; y creo que por esto las mujeres son tan superiores a nosotros en las cartas amorosas." Tourvel ha hecho una nueva reconvenciones a Valmont, le propone olvidar sus sentimientos hacia ella y en cambio ofrecerle la más honesta y fiel amistad. En este pasaje Valmont argumenta la imposibilidad de cambiar su estatus de amante por el de amigo; las palabras tienen compromisos fuertes en cuanto a sus significados e implicaciones; para Valmont el ser amigo o amante de Tourvel no cambia su proyecto, sin embargo que sí cambia el valor de éste: a ojos de Valmont, continuar con una seducción auspiciado por la confidencia de la amistad, le haría reducir su mérito. Es preciso sostener las dificultades naturales de su empresa hasta el final.
Carta LXXXI o Las sutiles diferencias entre la derrota y la victoria
Esta epístola merecería acaso una entrada completa; es, hasta ahora, la reunión de ideas más interesante del pensamiento de Merteuil. Sus reflexiones nacen de su necesidad y su experiencia, entonces —y en cierta forma— han sido sometidas a la praxis, lo cual (creo) aumenta su valor. "Combatiendo sin riesgo, debe vmd. obrar sin precaución. Para vmd. los hombres, las derrotas no son sino triunfos de menos. En esta parte tan desigual, nuestra forma es el no perder, y la desgracia de vmds. [es] el no ganar. Aun cuando yo concediese a vmds. tanta habilidad como la nuestra, ¿cuánta ventaja no deberíamos llevar todavía, por la necesidad, que tenemos de hacer uso continuo de nuestros medios?" Merteuil le señala a Valmont la condición definitiva de desventaja en la que las mujeres re encuentran en materia de amor y conquistas. Ella piensa que el hombre combate y conquista sin riesgos —las más de las veces— y que gracias a ello puede actuar sin planear y aún sin tener pericia en lo que hace. En caso de dar un tropiezo, el hombre no pirde como tal, pues según Merteuil, las derrotas tienen hasta su aire de victoria menor. En una geometría opuesta, la mujer y su desventaja aspiran a ¡NO PERDER! Un escarceo romántico es un riesgo, porque en la escala de valores femenino, la mujer o gana poco o no gana nada y siempre pierde mucho o todo.
Carta LXXXI o La vanidad del triunfador y la dos veces derrota del contrincante
"Supongamos, conciento en ello, que vmds. pongan tanta maña en vencernos, cuanto nosotras en defendernos o en ceder; convendría vmds. a lo menos que después del triunfo les es inútil. Ocupados únicamente de su nuevo placer, se entregan a él sin miedo y sin reserva; no es a vmds. a quienes importa su duración." Para Merteuil el conquistado sufre dos derrotas, una definitiva y otra que es como un saqueo, posterior a la primera: la mujer seducida no sólo se queda en este punto, sino que el hombre, en su papel vanidoso, se aprovecha de los placeres que le brinda la pareja. Dice Merteuil que la resistencia de la mujer no se compara con el empeño del hombre en conquistarla; en este punto desvirtúa esa resistencia, puesto que ni aún con toda su potencia se salva de ceder ante un ataque tan desorganizado y menor. Lo cuál envanece al conquistador, vencer cuando no se ha puesto empeño en el combate. Esto último hace pensar siempre que el ataque estuvo a la altura de la defensa, y en este respecto, el empeño de la mujer no hace más que aumentar el prestigio del hombre.
Carta LXXXI Continuación de la relación geométrica 1:2
"En efecto, estas cadenas recíprocamente puestas y recibidas, para hablar el lenguaje del amor, vmds. solos pueden, a su elección, estrecharlas o romperlas: dichosas nosotras, si cuando vmds. ceden a su natural inconstancia, prefiriendo el misterio al escándalo, se contentan con un abandono humillante, y no hacen del ídolo de la víspera la víctima del día siguiente." Como el párrafo anterior explica, hay una especie de derrota en la conquista que se multiplica; ciertamente los amantes ganan imperio sobre el otro, pero ha de venir un punto, donde el final se hace patente y una derrota más se acarrea a este combate que parece no gustar de las victorias: el abandono. Después de la conquista y el saqueo todavía puede ser acestado un último tiro de gracia.
Carta LXXXI o La autoesclavitud
"Mas, si una mujer desdichada siente la primera el peso de su cadena, ¿a qué riesgos no se expone si quiere romperla o se atreve solamente a descansar? No puede menos de temblar cuando ensaya alejar de ella al hombre que su corazón repugna con violencia. Si se obstina en quedarse, es preciso que ella conceda al miedo lo que antes acordaba al amor." Conciente de su condición de esclavitud, las más de las veces, lo que uno hace es mantenerla antes que abolirla. El mirar las ataduras que antes se habían ignorado, dota a estas de la potencia del miedo.
Carta LXXXI o La generosidad del enemigo
"Su prudencia debe desatar con maña estos mismos vínculos que vdms. hubieram roto. Estando a la disposición de su enemigo, no le queda recurso si él no es generoso; y ¿cómo esperar que lo sea, cuando, si alguna vez se le alaba porque lo es, jamás se le censura por lo contrario?" Los amantes son enemigos. Esa es la condición que Merteuil les cifra. La observación al respecto de que una mujer, para librarse de su amante debe hacerlo con prudencia y maña y el hecho de que él hombre pueda romperlos sin más, refuerza la idea de que la derrota dura hasta el último momento.
Carta LXXXI o Los peligros de la sensibilidad exaltada (y de sustancias y accidentes)
"¡Ah! Guarde vmd. sus concejos y sus temores para esas mujeres frenéticas que se llaman de «grandes sentimientos»; cuya imaginación exaltada haría creer que la naturaleza ha puesto su sensibilidad en su cabeza; que, no habiendo reflexionado jamás, confunden sin cesar el amor y el amante; que, en su loca ilusión, creen que aquel sólo, con quien han buscado su placer, es el único depositario; y, verdaderamente supersticiosas, acuerdan al sacerdote el respeto y la creencia que sólo deben a la divinidad." Las ideas de Merteuil son epígonas de lo propuesto por Denis Diderot en La paradoja del comediante; la sensibilidad dejada a su arbitro obra siempre de manera errática; en el caso de los amantes entregados a lo puramente emotivo pueden llegar a confundir al amante con el amor que sienten por él, es decir, pierden las nociones de accidente y sustancia: pensando que el primero tiene el valor del segundo.
Carta LXXXI o El amante, enemigo futuro
"Tiemble vmd. sobre todo por aquellas mujeres activas, aún cuando están ociosas, que vmd. llama «sensibles», y de las cuales se apodera el amor fácilmente y con tanta violencia; que conocen la necesidad de ocuparse siempre de él, aún cuando ya no lo gozan; y que, abandonándose sin reserva a la fermentación de sus ideas, crean, por ellas, aquellas cartas deliciosas, pero que son tan peligrosas para quien las escribe, y no temen confiar las pruebas de su debilidad al objeto mismo que la causa; imprudentes, que no saben ver en su actual amante su futuro enemigo." La meticulosa descripción que hace la marquesa de Merteuil sobre cierto carácter amoroso es para quedarse de una pieza. En efecto aquellas mentes ocupadas sólo del objeto de su amor, aún después de perdido, pueden continuar como un implacable perseguidor de éste, no sólo eso, Merteuil advierte el peligro del que son origen, no lo dice, pero lo cifra: uno mismo es su enemigo después del amor, no sólo el otro. UNO MISMO es fuente del terror y la ofuscacion que después provoca en el antiguo-amante/nuevo-enemigo y en sí mismo.
Carta LXXXI o Cazar a la espera también es...
"Introducida en el mundo, a la edad en que, soltera todavía, estaba reducida por mi estado al silencio y a la inacción, he sabido aprovecharme de ambos para observar y reflexionar. Mientras que se me creía aturdida o distraída, yo, escuchaba, a la verdad, muy poco los discursos que se me dirigían, ponía gran cuidado en oír los que se me querían ocultar." Aquí estamos ante las circunstancias de formación de una aguda observadora; callar y esperar.
Carta LXXXI o Diderotesco gobierno del gesto
"Esta útil curiosidad, al mismo tiempo que sirvió para instruirme, me enseñó además a disimular; obligada muchas veces a ocultar los objetos de mi atención a los ojos dd los que me rodeaban, probé a guiar los míos según mi voluntad; entonces logré llegar a usar, según me conviene, de este modo dd mirar distraído que ha loado vmd. a menudo. Animada con este primer triunfo, procuré reglar del mismo modo los diferentes movimientos de mi semblante. Si tenía algún pesar, estudiaba el modo de darme un aire de serenidad, y aun de alegría, y he llevado mi celo hasta procurarme dolores voluntarios para estudiar durante ellos la expresión del placer. Me he violentado con igual esmero y más trabajo, para reprimir los síntomas de un gozo inesperado. Así he llegado a tomar sobre mi fisonomía este imperio, de que he visto a vmd. tan admirado algunas veces." Esta confesión de Merteuil está en gran sincronía con el pensamiento de Diderot; un artista, un actor, debe estudiar los matices y las gamas de los sentimientos y cómo se expresan con la finalidad de imitarlos. Merteuil, sin embargo, ha llegado —a mi juicio— un paso por delante del propósito estético que veía Diderot en este estudio: ella, ha practicado este fingir con el propósito de influenciar: nos dice Malraux en el prólogo del libro: «Conocer a los hombres para influir en ellos» y Merteuil los conoce, a través de ella —diría Unamuno «Soy hombre, nada humano me es ajeno»—: con este conocimiento los manipula.
Carta LXXXI o Querer es (pensar en cómo) poder
"Se hubiera podido decir que trabajaba secretamente en perfeccionar su obra. Mi cabeza sola fermentaba; no deseaba yo gozar sini saber, y el deseo de instruirme me sugirió los medios." Merteuil corrije la máxima que propone que querer es poder, agregando que el deseo le pone a uno a elaborar estrategias para conseguir el satisfacer.
Carta LXXXI o La magnitud de la prohibición es directamente proporcional a la de la tentación
"Estas fueron mis palabras, pero con ellas no sabía yo misma lo que decía. Mi esperanza no fue ni del todo engañada ni del todo satisfecha; el miedo de venderme me impedía iluminarme; pero el buen padre me pintó el mal tan grande, que concluí que el placer debería ser extremo; y al deseo de saber sólo en qué consistía, sucedió el de enterarme por mí misma." Merteuil confiesa pecados no realizados para sondear la magnitud de los misterios que se le ocultan, nos ofrece una idea sobre lo estimulantes que son algunos tabúes.
Carta XCVI o Las geometrías Correspondientes
"Ya la imagino a vmd. examinando de qué medio me habré valido para suplantar al amante querido; qué género de seducción podría convenir a la edad de esta joven y a su inexperiencia. Quiero ahorrar a vmd. ese trabajo, diciéndole que no he empleado ninguno. Mientras que vmd., manejando con destreza las armas de su sexo, triunfa por su astucia, yo, dando al hombre sus derechos imprescriptibles, subyugaba por autoridad. Seguro de apoderarme de la presa si podía acercarme a ella, todo mi ardid se dirigía a esto, y ni siquiera merece el nombre de artificio el que empleé para lograrlo." Valmont patentiza la diferencía que puede haber en los métodos de seducción que hay entre los hombres y las mujeres: los primeros se valen de autoridad irracional; básicamente nos dice que es un sistema de coacción y fuerza. Mientras que la mujer hace uso de una astucia racional; es decir, de un esfuerzo calculado que parte de su capacidad para dirigir la acción de forma no violenta.
Carta CII o Esto por aquello
"¿Qué se ha hecho de aquel tiempo en que, consagrada toda entera a estos loables sentimientos, no conocía los que, introduciendo en el alma el desorden mortal que experimento, quitan la fuerza de combatirlos al mismo tiempo que imponen la obligación de resistirlos?" Tourvel habla de cómo un tipo de sentimientos conducen a cierto desorden emocional, que finalmente quita la fuerza para luchar pero que obliga a resistir. Una posición de desventaja que obliga a seguir en oie de combate.
Carta CIV o La imposibilidad de comparar
"La elección de nuestra vida no debe reglarse por ilusión del momento. En efecto para escoger es necesario comparar. ¿Y cómo podremos hacerlo cuando un solo objeto nos ocupa, y cuando ni aun éste podemos conocer por estar alucinados y obcecados?" Merteuil habla de cómo el sentimiento de amor endiosa al objeto amado y nos imponemos a nosotros mismos un sesgo cognitivo: el amor deforma para bien y para mal la imagen de lo que amamos.
Carta CXXV o De la necesidad de proximidad
"En materia de amor nada puede hacerse sino estando muy cerca y nosotros nos hayamos bastante distantes era necesario antes de todo aproximarnos." Valmont dice una verdad obvia pero eludida por el sentido común: no se ganan batallas a distancia, hace falta la aproximación; aún, llevando la metáfora al plano balístico, hasta la bala necesita ese acercamiento para herir.
Carta CXXVI o El mal necesario
"Es bien cruel el asustar a un enfermo desahuciado, que sólo es susceptible de consuelos y paliativos; pero también es muy cuerdo el hablar claro al convaleciente, representándole los peligros a que ha estado expuesto, para inspirarle por este medio la prudencia de que tiene necesidad, y la sumisión a los consejos que pueden serle todavía necesarios."
Carta CXXX u Otra geometría correspondiente
"El hombre goza de la felicidad que experimenta, y la mujer de la que procura. Esta diferencia tan esencial y tampoco notada influye, sin embargo, de un modo bien sensible sobre la totalidad de su conducta respectiva; el placer del uno es el de satisfacer deseos; el del otro es con especialidad el de hacerlos nacer. El agradar no es para él sino un medio para conseguir lo que pretende, mientras que para ella es el logro mismo; y la coqueteria, que tantas veces se echa en cara a las mujeres, no es otra cosa que esté abuso del sentir, y por lo mismo prueba su realidad." En fin, Rosemonde ha explicado ya los pormenores.
Carta CXXXIII u Otra coincidencia diderotesca
"¡Y después dirán que el amor da ingenio! ¡Al contrario embrutece a los que domina!" Valmont casi acierta a estas palabras de Diderot: «Dicen que el amor, que quita el ingenio a quienes lo tenían, lo da a quienes no lo tienen; es decir, en otra lengua, que hace a los unos sensibles y tontos, y a los otros fríos y emprendedores».
Carta CXLI o El seductor: esclavo o tirano
"No dejan por eso de profesar amor a su presidenta; no ciertamente un amor muy puro, ni muy tierno, sino aquel que puede vmd. tener; aquel, por ejemplo, de hallar en una mujer las gracias cualidades que no tiene; que la coloca en una clase separada, y pone a las otras en segundo orden, que hace que esté vmd. apegado a ella, aun cuando la ultraja; tal en fin como pudiera tener un sultán por su favorita, que no le impide preferir muchas veces a una simple odalisca. Mi comparación me parece tanto más justa cuanto que vmd. no ha sido nunca, así como él, ni el amante, ni amigo de una mujer, sino siempre su tirada no su esclavo." Merteuil, certera y mordaz, logra describir la condición del seductor para con las mujeres: siempre en los extremos polares: o esclavo o tirano, jamás un estado mediado.
Carta CL o La potencia de una epístola
"Dure lo que dure la entrevista, se acaba por separarse. ¡Y luego se queda uno tan solo! ¡Entonces una carta viene a ser tan preciosa! Si no se lee a lo menos se la mira... ¡Ah!, sin duda, se puede mirar una carta sin leerla; así como me parece que por la noche tendría yo placer en tocar tu retrato...
¡Tu retrato, he dicho! Pues una carta es el retrato del alma. No tiene, como una fría imagen, aquella inmovilidad, que tanto dista del amor; se presta a todos nuestros movimientos; alternativamente se anima, goza, o se reposa... ¡Tus sentimientos son para mí tan preciosos¡ ¿Querrás privarme del medio de conocerlos?» Es irreprochable el valor que Danceny le concede a una misiva. La impresión exacta (posiblemente) de los sentimientos, cifrados en palabras: las cartas contienen tanto y tan escasas que son hoy.
Carta CLXXIV o De la potencialidad
"Pero, sin embargo, aquel corazón tan sencillo, aquel carácter tan dulce, tan natural, ¿no hubiera dejado llevarse al bien aun más fácilmente que se ha dejado arrastrar al mal? ¿Qué muchacha, saliendo como ella de un convento, sin experiencia y casi sin ideas, y no trayendo al mundo, como sucede casi siempre en aquella circunstancia, sino una ignorancia igual del bien y del mal; qué muchacha, digo, hubiera podido resistir más a tan culpables artificios? ¡Ah! Para ser indulgentes, basta reflexionar de cuántas circunstancias independientes de nosotros, nace la alternativa espantosa de la delicadeza o la depravación de nuestros sentimientos." Esta reflexión de Danceny podría pasar por tesis y síntesis de la novela de Laclos; es indudable que la entelequia de la semilla pretende al árbol, pero ¿cómo saber si nacerá torcido? Jean Jacques Rousseau planteba un hombre bueno a priori: víctima de la sociedad, esta bondad elemental se corrompía. Laclos creyó en este postulado, que es cierto salvo en la idea del hombre bueno elementalmente. La neutralidad y acaso la ignorancia parecen tender al vicio antes que a la virtud; y más si el medio permite (abona/alienta) la maldad; lo cierto es que la ignorancia es un pariente de la estupidez: no hay que atribuir al mal los estragos de la estupidez.
Carta CLXXV o Una reflexión final: La inutilidad de la experiencia posterior o una paradoja del aprendizaje
"¿Quién puede no horrorizarse al pensar en las desdchas que puede causar una sola amistad peligrosa, y qué penas no se evitarían con reflexionar un poco más? ¿Qué mujer no huiría al oír la primera palabra de un seductor? ¿Qué madre podría, sin temblar, ver a otra persona que ella hablar con su hija? Pero estas reflexiones tardías no vienen jamás sino después del suceso; y una de las verdades más importantes, y tal vez una de las más generalmente reconocidas, queda sofocada y sin uso en un torbellino de nuestro modo de vivir y de nuestras costumbres tan inconsecuentes. [...] nuestra razón tan insuficiente para prevenir nuestras desgracias, lo es todavía más para consolarnos después." El último planteamiento que Laclos pone en puño y letra de la señora de Volanges es quizá una de las más grandes y tristes paradojas de la condición humana: el poco valor que tiene la experiencia cuando la tragedia ya ha acaecido. Hay una canción del Chojin que dice «Si aprendo la lección tras el golpe, ¿para qué la quiero? tendría que aprenderla antes, pero no puedo; sin golpe no hay avance»: fiel a esta idea me doy cuenta que podemos dejar testimonio de los obstáculos y males que podríamos ahorrarnos con la experiencia anticipada, pero pocos —si es que nadie— experimentan en cabeza ajena. Caemos en la cuenta de que la experiencia es casi un accesorio: no se puede legar la experiencia en sí, sino apenas el esbozo de un momento: nos creemos la excepción y sin embargo nos venimos ampliando en la regla.