jueves, 20 de octubre de 2022

Antología de cuentos sobre antropofagia: BR1. Dos diálogos sobre la incorporación y la transmudación

Es penoso extirpar estos fragmentos de la Historia cómica de los Estados e Imperios de la Luna y presentarlos sin el contexto que los significa en plenitud; por desgracia tampoco es viable transcribir el total de la novela de Cyrano de Bergerac sólo para fijarse en unas cuantas líneas. Por eso, ruego al eventual lector de este blog que, en la medida de lo posible, se proponga leer El otro mundo y apreciar la diversidad de matices y discursos que su autor sostiene: las críticas al geocentrismo, antropocentrismo y a la escolástica; el repaso de los progresos astronómicos de Copernico y Kepler; la extraña filiación a ideas de corte animista, esotérico y alquimista; el paradójico paganismo anacrónico del autor; y su atomismo, este último renovado por Pierre Gassendi. Pero no sólo eso, sino el argumento disparatado de un viajero sideral que se entrevista con una multitud de formas de vida; la desatada imaginación de un autor ecléctico y efusivo que dejaría una impronta notable en otras ficciones como Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift¹ o Micromegas de Voltaire.
Ahora bien, a primera vista, la brevedad de estos pasajes debería ser razón suficiente para que en lugar de dedicarles una entrada individual, los colocara modestamente en aquel wunderkammer llamado Golosina Caníbal; pero el motivo de la antropofagia presentado por Bergerac es tan inconvencional que exige un tratamiento especial

***

Determinar si vivimos para comer o si comemos para vivir es una cuestión baladí porque finalmente vivimos y comemos; ambos actos son la cara de un disco de Odín. Hasta ahora, la mayoría de los antropófagos y caníbales que hemos encontrado, suelen tener el común denominador de que comen para vivir y viceversa. Por ejemplo, aquella nación que sesiona secretamente, dubitando en si enlatarán la carne de los viejos o de los infantes, piensa en un fin inmediato: alimentarse; es el caso, también, de Tombuctú, quien come prusianos a falta de otras alternativas de carne; y el de Margarita devorándose a su familia, presa de un apetito feroz. Todos ellos proceden bajo el sencillo principio de: comer para vivir, vivir para comer.
Pero comer para vivir no es la única razón que conduce a cometer antropofagia —como hemos podido comprobar a lo largo de esta antología—; si acaso, sólo es el motivo más convencional y lógico. Lo notable son los antropófagos que comen no para vivir, sino que en el acto de consumir materia humana tienen un fin posterior, incluso superior. Aunque no abundan los ejemplos, los cobradores de Eumolpo y todas las vendettas de la mitología griega son muestras de acciones que exceden la mera necesidad alimenticia; aunque, hay que decir que, sus motivaciones y finalidades son bastante vulgares y, no se comparan con la antropofagia imaginada por Bergerac.
El primero de los fragmentos es un coloquio donde el autor usa el discurso del selenita para atacar las tradiciones de la cristiana sepultura y la inmortalidad del alma, al tiempo que expone los fundamentos de lo que Sylvie Romanowski denomina cuerpo epistemológico.² Como comentaba al inicio, Cyrano sostenía, siguiendo a Gassendi, que la materia está compuesta por pequeños cuerpos llamados átomos; estas partículas se unen en el vacío para formar toda clase de estructuras complejas y diversas. El cuerpo, al ser el resultado de una combinación fortuita, no alberga un alma, podría decirse que es el alma en sí o que en realidad no hay alma; y que esta identidad está en constante tránsito y transmudación. Entonces, la antropofagia en la Luna no se comete para aprovechar la materia del cadáver, en realidad es una estrategia que propicia la trascendencia del ser que acaba de dejar su existencia. Estamos ante un ritual de caníbales donde materialismo y animismo se unen en la idea de que el cuerpo es información inmaterial que yace en partículas —válgame la redundancia— materiales; quien devora este cuerpo epistemológico, esta materia que es información, la incorpora a sí mismo y, después, en la orgía, hace transmudar esa esencia material garantizando, azarosamente, la vida después de la muerte. No hay un comer para vivir, a menos que sea vivir más allá de la vida.
El segundo fragmento es una embestida aún más vigorosa y abierta contra el cristianismo y la teología de la resurrección del alma. A propósito de este pasaje, Cătălin Avramescu nos dice que:
Después de este discurso, al visitante de la tierra le parece que el “Anticristo” acaba de hablar. En estos pasajes, el propósito del caníbal no es solo confundir a los teólogos sino también adormecer a Dios. Simultáneamente al libertinaje y al radicalismo filosófico de la Ilustración, el caníbal se convierte, por difícil encarnación, en vehículo de una crítica de la religión cristiana. Puede jugar el mismo papel porque ya está asociado con el ateísmo más escandaloso. Transgresor de la ley natural enunciada por Dios, es en esencia un rebelde contra la Divinidad. Enemigo implacable del Cielo, encarna una monstruosa inversión de los principios cristianos. En la Edad Media, personifica los extremos del ateísmo y la herejía. Sin embargo, los escritores modernos secuestran este potencial para criticar el fanatismo religioso.”³
El argumento del atomismo se retoma pero ahora es contrastado con las ideas que Dyrcona trae de la tierra; ante semejante retórica, la mente de cualquier piadoso cristianito se escandalizaría; para Bergerac es la oportunidad de ridiculizar los absurdos de la escolástica. Por otro lado, una vez más, la antropofagia no es un simple comer para vivir.
Hay que destacar cómo los mundanos actos de comer y copular adquieren, en la obra de Cyrano de Bergerac, posibilidades trascendentales: la incorporación y la transmudación de la materia.
Los caníbales de la Luna encarnan a la perfección el arquetipo del bárbaro; aunque en muchos aspectos terminan siendo más sensatos y civilizados que los terrícolas. Su antropofagia está sistematizada y persigue un fin trascendental, por lo que enmarcan en la categoría de Lo exótico y la subcategoría de los Ritos. En el aspecto de cuánta y qué partes del cuerpo humano consumen, los selenitas están en el segundo grado de la antropofagia, los platillos.

³ An Intellectual History of Cannibalism. Cap. 5. C. Avramescu, 2011.

Rito funerario selenita

»Pero esa no es nuestra manera más hermosa de inhumar. Cuando uno de nuestros filósofos llega a una edad en la que siente debilitarse su espíritu, y el hielo de los años embotar los movimientos de su alma, reúne a sus amigos en un banquete suntuoso; luego de haber expuesto los motivos que lo han orillado a la decisión de despedirse de la naturaleza, y la poca esperanza que hay de añadir algo a sus bellas acciones, se le concede la gracia; es decir, se le ordena la muerte, o bien se le exige enérgicamente que viva. Así, cuando unánimemente se ha hecho depender su aliento de sus manos, a sus allegados se les notifica el día y el lugar; éstos se purgan y se abstienen de comer durante veinticuatro horas; después, cuando llegan a la morada del sabio, y luego de haber hecho sacrificios al sol, entran en la recámara en la que el generoso los espera sobre un lecho de gala.¹ Todos quieren abrazarlo; y, cuando es el turno de aquél al que más ama, después de haberlo besado tiernamente, lo apoya sobre su vientre y, uniendo su boca a la de él, con la mano derecha se encaja un puñal en el corazón. El amante no separa sus labios de los del amado hasta que no lo siente expirar, entonces retira el arma de su seno, y, tapando la herida con su boca, traga su sangre, que chupa hasta que un segundo lo sucede, luego un tercero, un cuarto, y finalmente todo el grupo, y cuatro o cinco horas después le presentan a cada uno una muchacha de dieciséis o diecisiete años, y, durante los tres o cuatro días que disfrutan el placer del amor, solo se alimentan con la carne del muerto que les hacen comer totalmente cruda, con el fin de que, si de cien abrazos puede nacer algo, tengan la seguridad de que es su amigo quien revive.
Interrumpí ese discurso para decir al que lo pronunciaba que esas costumbres tenían mucha semejanza con las de algún pueblo de nuestro mundo [la Tierra] [...].

¹ Esa visión de que la muerte del sabio debe ser una fiesta para sus amigos remonta a la Antigüedad: es frecuente entre los estoicos, en particular Séneca (Epístolas morales a Lucilio, XVII) y fue rescatada por Francis Godwin en El hombre en la luna.

Contra la inmortalidad del alma

—Pero —le dije— si nuestra alma muriera, como bien veo que quiere usted concluir, la resurrección que esperamos no sería pues más que una quimera, pues Dios tendría que volver a crearla, y eso no sería resurrección.
Me interrumpió con un cabeceo:
—¡Ay, a fe suya! —exclamó—, ¿quién lo ilusionó con ese cuento? ¡Cómo!, ¿usted? ¡Cómo!, ¿yo? ¡Cómo!, ¿mi sirvienta resucitar?
—No es —le respondí— un cuento inventado sin motivo; es una verdad indudable que voy a probarle.
—Y yo —dijo— le probaré lo contrario: Para empezar, pues, supongamos que se come a un mahometano; ¡usted lo convierte, por lo tanto, en su sustancia! ¿No es cierto que ese mahometano, una vez digerido, se vuelve en parte carne, en parte sangre, en parte esperma? Luego, usted abraza a su mujer, y del semen, sacado por completo del cadáver mahometano, usted da la vida a un hermoso cristianito. Yo le pregunto: ¿el mahometano tendrá su cuerpo? Si la tierra se lo devuelve, el cristianito no tendrá el suyo, puesto que sólo es por completo una parte del mahometano. Si me dice que el cristianito tendrá el suyo, Dios le arrebatará, pues, al mahometano lo que el cristianito sólo ha recibido del mahometano. Así, ¡es absolutamente necesario que el uno o el otro carezca de cuerpo! Tal vez me responda que Dios reproducirá la materia para proporcionársela a aquel que no tenga la suficiente. Si, pero otra dificultad nos sale al paso, y es que, al resucitar el mahometano condenado, y al proveerlo Dios de un cuerpo nuevecito, debido a que el cristiano le ha robado el suyo, como el cuerpo por sí solo, como el alma por sí sola no constituye al hombre, sino el uno y la otra unidos en un solo sujeto, y como el cuerpo y el alma son partes también integrantes del hombre tanto el uno como la otra, si Dios modela a ese mahometano otro cuerpo aparte del suyo, ya no es el mismo individuo. Así, Dios condena otro hombre diferente de aquel que ha merecido el infierno; así, ese cuerpo se ha entregado al libertinaje, ese cuerpo ha abusado criminalmente de todos sus sentidos, y Dios, para castigar a ese cuerpo, arroja a otro al fuego, otro que es virgen y puro, y que nunca ha prestado sus órganos a la ejecución del menor crimen. Y lo que sería aún más ridículo, es que ese cuerpo habría merecido el infierno y el paraíso a la vez, pues, como mahometano, debe ser condenado; como cristiano, debe ser salvado; de manera que Dios no podría ponerlo en el paraíso sin ser injusto, al recompensar con la muerte eterna la beatitud que había merecido como cristiano. Debe, pues, si quiere ser equitativo, condenar y salvar eternamente a ese hombre.

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