Melancholy dissyllable of sound!
The life and opinions of Tristram Shandy, gentleman. I, XIX.
Estoy tumbado en mi sofá divagando sobre mi nombre. La extraña palabra donde se supone que debo caber con todo y mi identidad. No es un pensamiento gratuito, sucede que tengo a la vista la Disertación... de Walter Shandy, un pequeño volumen con poco más de tres siglos de antigüedad que versa sobre todo lo nefasto que tiene y sugiere el nombre Tristram.
Es en verdad admirable lo que produce el escozor en los temperamentos retóricos: el señor Shandy expone a través de un centenar de páginas el origen, el significado y la difusión del nombre Tristram. No se guarda nada y aprovecha cualquier información para vilipendiar el par de sílabas. Me da gracia que tanto celo y esmero estén al servicio de una tarea que en principio parece tan detestable para el autor.
Me imagino a Walter sentado frente a su escritorio, regocijándose con malicia por cada nueva línea que abona en contra del nombre. Él mismo dice en el breve prólogo a su obra que ni los nombres de Judas, Calígula o Gilles le parecen tan despreciables y criminales como el de Tristram. ¿Cómo habrá tolerado el señor Shandy que su nombre figurara junto al otro que tanta náusea le provocaba, ahí, paralelo en la pasta de su libro?
A los ojos del autor, yo tengo un nombre común e inofensivo. Eso me apena un poco. Viendo que hay hombres que le temen tanto a los nombres y que comienzan a intuir el temperamento de los otros por esa palabra que se adelanta a nosotros mismos y nos distingue de los demás, me gustaría tener un nombre como Tristram; que las personas al escucharlo sintieran una leve perturbación, algo así como inquietud, incluso desprecio injustificado... bueno, justificado sólo por el prejuicio, el brillante y argumentado prejuicio que guía a Walter.
Según Shandy, desde las letras que componen el nombre, ya se adivinan sombras poco gratas: la T tiene el hedor de las cruces donde cuelgan los criminales ajusticiados por los romanos, la R el desesperante sonido de los miembros poniéndose rígidos y ¡oh! la horrísona M que cierra el nombre es un insulto, un escupitajo. El autor nos explica que el nombre tiene origen en onomatopeyas de vidrio rompiéndose: 'tris' y 'tras.' Esto ya implica fragilidad y destrucción, conceptos agoreros e indeseables. Juntas remiten a la voz anglosajona 'thereostru' (oscuridad, melancolía) que —en una conveniente paretimología para el autor— contiene el nombre de Tereo, el mítico rey tracio que violó a su cuñada y la silenció cortándole la lengua. Su esposa, en venganza por ese salvaje crímen, mató a sus hijos en común para cocinarlos y servírselos como alimento. Luego, el nombre colinda finalmente con la voz 'triste', de la que a Shandy no le falta qué decir: es por ventura de Dios que tenemos el lenguaje para decir lo que pensamos y nombrar lo que existe, pero es por desventura de Adán que tenemos tantas palabras que son una pústula en nuestros labios. Lo triste de la palabra Triste es que exista y luego que venga a formar parte del tan vomitivo vocablo: Tristram, ni el nombre del andrógino Tiresias es tan repudiable. Sólo de la voz de Tiniebla, del eco del Báratro pudo salir el nombre de Tristram. Pero acepto la tristeza porque fue hecha para los hombres, lo que no acepto es lo osado, la ausencia de humildad en Tristram que significa “el que no siente tristeza”, Tristram no es nombre humano, es nombre para bestia, para perro sarnoso.
No le faltan epítetos negativos para seguir acompañando sus explicaciones y descubrimientos. Saca a la luz todo lo rastrero que contiene el nombre. Y yo vuelvo a pensar en el mío, tan gastado de no significar nada que merezca ni dedicarle una cuartilla. Al contrario, a Walter parece faltarle espacio para justificar por qué de entre el océano de nombres que existen, el más soez de todos es Tristram. Puede nombrar al menos a un hombre que haya portado cualquiera de los nombres prohibidos y que con su reputación haya lavado un poco la desgraciada mácula en su nombre. Verbigracia: frente al traidor Judas está el otro, Judas Tadeo. Pero no hay ni un sólo Tristram en la historia que sea honorable:
De entre los primeros e ignominiosos Tristrames que podemos encontrar en la memoria de Clío está Trystan el terrorífico, un asesino despiadado que asoló el norte de Irlanda durante la primera mitad del siglo X, fue conocido por devorar los pulgares de sus víctimas. También el Conde Tristano della Spada, celebre por promover insensatos impuestos que arruinaron su condado y provocaron una carestía mortal, solía pasearse por las calles en un suntuoso carruaje, abarrotado de alimentos, y le sacaba los ojos a quienes trataban de robarle algo. No hay que olvidar a uno de los peores de todos, Tristram Trouble, el pícaro que según informes secretos del Vaticano asesinó al papa Gregorio V. En esta galería de malhechores no puede faltar Tristranius de Théâtre, el filósofo natural que pretendió abolir la muerte con una poción que había destilado de la sangre de 100 inocentes...
Las sílabas de la vergüenza —como las llama el autor— parecen semillas de mala hierba, germinando cada tanto con un nuevo ejemplar que nombrado con ellas cifra su aciago destino. Hasta el más inofensivo de la lista, un tal Tristrán Cervantes (depravado poeta, autor de obras pornográficas, muy posiblemente basadas en vivencias auténticas) es abominable.
Tomo el libro, abro la primera página y en el margen inferior derecho estampo mi propio nombre, una costumbre ridícula que tengo. Me consuela saber que mi nombre, el del autor y el de los infaustos Tristrames se acompañarán por muchos años.
***
No hay comentarios.:
Publicar un comentario