miércoles, 10 de enero de 2018

Epistolas necias a quien corresponda II

Otra tonta carta más. Una de cuando sentí una profunda decepción y una rabia roja, sobrecogedora. Léase Lent et douloureux.


Hola
No me abras las puertas de tu boca en la noche, dejame morir junto con el frío como perro.
Y no tengas piedad de mí si te digo que he soñado con el pasado.
El clima de está hora invita a llamarte y que nunca aparezcas...
Déjame en eterna espera... ¿Habrá mejor inspiración que esta?
Vas a volver a donde te encontré, en donde no te conocía y te desconoceré.
Qué estupideces digo... Sólo sirvo para decir, repito, expreso y grito.
Maldita es mi voz cuando pronuncio tu nombre hasta en mis pensamientos más secretos.
No vengas del amanecer, quedate en la hora más densa y no te muevas.
Ya no me hablaras al oído para dejar tus miedos en mí.
¿De qué voy a llenar mis mejores ideas si no son de tus fugaces escapes de aquí?
Miedo, es todo lo que me queda, todo está seco. Que se caigan las hojas de todos los árboles
¿Ya no me hablarás? Qué más da, igual no sé escuchar... Igual nunca sé qué decir.
Lo único que haré será seguir tus pasos hacia atrás y uno por uno tener la noción de que son abismos.
¿Para qué te escribo? Para nada, nunca vas a leer esto, que nunca nadie lo lea. Qué se mueran todos los que me lean, que las palabras les saquen los ojos.
Que tu sufras el cómo mis palabras me sacan los ojos.
Tengo tanta ira, tanta rabia que ya no me importa nada. Me daré el lujo de escribir mi muerte en un papel barato.
No me habrás de abrir las puertas de tu boca, voy a repetirte todo cuanto sea necesario. Muérete y vive y haz de tu vida cualquier demonio. No me habras de abrir las puertas de tu boca. Que se te derrumben los labios que ya estaban derrumbados. Que tu lengua se queme y que tus besos nunca nazcan. Qué me importa a mí lo que te pase. Todo... No me abrirás más que el aire que se me quedo un algún lugar donde me hiela. En los ojos. Y te veo en mis ojos. No estás aquí, ¿a quién le hablo?  Qué hago como un idiota poniéndole palabras a mi desolación. Debería dejarla tranquila. Dejar tu pensamiento de mi pensamiento tranquilo.
Pero quiero hasta matarte y abrirte y dormirme en ti. Quiero romper tus almas. Y secar tu piel y derramarme, soy agua, y ahogarte y ahorcarte. Pero no quiero. Y las palabras son mi herramienta. Te destruiré cuando deje de escribir. Habrás muerto y yo también. Te mueres en mí. Estoy idiota. Loco, hecho pedazos. Mañana amaneceré roto. Y voy a gritar pero ni el dolor se va a sentir. Sufro, lloró. Caigo y me retuerzo y en reliadad no caigo ni me retuerzo. ¿Qué voy a decir yo, que no sé decir nada? Estoy mudo de voz propia, de inteligencia. Por eso oyes, ¿quién? Nadie me oye...  por eso nadie oye que no digo nada.

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