lunes, 22 de enero de 2018

Luz perdida

Uno de los temas que me parece más llamativo es el de la crueldad; sobre todo la crueldad de los seres a los que consideramos más puros; a continuación una fantasía sobrenatural, telón de la crueldad. Léase Très sincèrement silencieux, ♪ igual a “el haz de luz que intermitente rompe las tinieblas.”


                                  
Mientras más consciente seas de que amas, menos intenso es tu amor. Mientras más cruel sepas que eres, más suave será tu crueldad.

Sam enciende la televisión. Hágase la luz en la pantalla. El génesis en 20 minutos, entre comerciales.
Por alguna razón esta mañana luce algo oscura aunque es casi medio día. Afuera el cielo está liso y despejado, asemeja el aspecto del desierto.
Sam cambia los canales perezosamente, no hay nada bueno en la programación. Deja el control remoto y se acerca a la ventana. Lo denso del tiempo no invita a salir, parece algo nublado. Con sorpresa y confusión, siente un calorcito traspasar el vidrio y acariciarle la piel.
Su madre lo llama desde la cocina para que vaya a comer, pero él no responde, está embelezado palpando el tibio cristal. Su madre llama con más entusiasmo, él hace caso omiso. Ana sale de la cocina y encuentra a Sam tocando la ventana, dejando marcados sus dedos y manos en el vidrio recién lustrado. La madre enfadada aparta al chico del alfeizar donde él palpa la madera.
Sam reacciona y su madre le dirige una mirada de reproche. Agachando la cabeza, el niño, entra a la cocina y toma su almuerzo; papas y un poco de carne, igual de tibias que la ventana. Come sin apetito. Al terminar deja el plato lentamente en el lavabo. Camina discreto, a hurtadillas para no ser detenido por su madre. Cuando pasa frente a la ventana se siente tentado a explorar científicamente su curiosa tibieza, pero decide pasar de largo, sólo mira de reojo una leve luz que se cuela.
Sale al patio, el ambiente es cálido y, sin embargo, oscuro. Nada más hay dos cosas que podría hacer para matar el aburrimiento: ir con Nacho y robar chocolates de la tienda o regresar a mirar la televisión. Como la pantalla no tenía mucho que ofrecer Sam prefiere ir por Nacho.
La calle está vacía. Distraído camina pisando la hojarasca, una capa de polvillo se levanta a su paso. Mira al cielo, sigue raso y parece tener menor altura. Da la impresión de que si se alzaran los brazos se podría tocar esa superficie transparente. Sam incluso cree que podría dejar impresas sus huellas digitales, cree que podrían quedar como nubes borrosas.
Al llegar frente a la puerta de madera Sam mira su sombra tras de sí, no es mucho más oscura que la ausencia de iluminación del sol. Levanta la cabeza para gritarle a su amigo y el chico nota que el resplandor no lo deslumbra del todo, está mirando un foco faltó de energía eléctrica en la tela celeste. Contempla algunos minutos. Escucha su propia voz lejana, como si él volara, dice el nombre de Nacho, lo ha gritado sin notarlo, ha escapado cabalgando de su garganta, involuntario.
Ignacio sale somnoliento y mira el día que está igual de soporífero que él. Los muchachos se saludan con un gesto. No es un ademán amable o cortés, es más bien una correspondencia rutinaria. Se sientan en la banqueta. Está caliente, tanto que podrían freír algo en su superficie. Es mejor levantarse y deambular.
Caminan silenciosos uno a lado del otro. Realmente no son tan buenos amigos, pero no hay más chicos de su edad para poder salir. Además el uno ve al otro como un chivo expiatorio en caso de que los atrapen hurtando los dulces.
Doblan la esquina, la calidez oscura del ambiente otoñal hace algo pesados los párpados y los pies. Ignacio bosteza, se estira tratando de sacudirse la flojera. Sam se contagia de su bostezo. Se miran un segundo, es la forma en que se preparan mentalmente para el atraco. Con 10 años cada quien aún no entienden mucho de culpa y de moral. Sam sabe que robar es malo, pero no sabe qué tanto. Nacho sabe que robar es muy malo, pero para él es una forma de vengarse del catecismo que lo tiene harto. En el caso de Sam sus padres son muy desentendidos a la hora de hablar de fe. Su padre es un hombre de corbata y auto de lujo, de aquellos cuyo único dios posible es el dios dinero. En cuanto a su madre, ella es una mujer trofeo: bonita, solícita y callada. Haciéndose menos interesante, mientras más edad tiene.  Es curioso el contraste de fe que tienen este par.
Esto de los dulces no es por los dulces ni para Sam, que podría comprar media tienda con lo que suele cargar en los bolsillos, ni para nacho, que no disfruta mucho de ellos debido a una parcial insensibilidad del sentido del gusto. Es, más bien, por un secreto poder, algo asi como por la satisfacción de sentirse más listos que la anciana tendera.
Los chicos se detienen en seco. Miran con decepción la cortina de acero de la tienda. Está cerrado. Se giran 180 grados y sin perturbar el silencio caminan de regreso a la banqueta. A punto de llegar ven que la madre de Nacho abre la puerta de madera, trae cara de angustia. La mujer más religiosa del barrio corre hasta su hijo, le pone un crucifijo y con un padre nuestro en los labios apresura al niño a la casa. Sam extrañado, se queda quieto. Esa mujer lo intimida con su devoción desmedida.
Pasado el momento incomodo bosteza una vez más y emprende el camino a casa. Escucha la hojarasca que cruje ya con menos ruido, la ha pisado casi toda cuando iba a casa de su compañero en los pequeños crímenes.
El niño entra un poco acalorado al patio. Es tan extraño, por que casi no hay sol y aún así se siente la temperatura como un día en la playa. Mientras el piensa esto su madre sale y lo apremia a que entre, también trae cara de que el fin del mundo se acerca.
Dentro, sin tiempo que perder, sube el volumen de la televisión, hay un boletín urgente y está en cadena nacional. Es de la ONU. En la pantalla un sudoroso hombre de traje habla en otro idioma, un voz en off traduce cada palabra con un retraso que acrecentar la angustia de Ana. El mensaje comienza explicando torpemente que la propiedad luminosa de todo aquello que produce luz está desapareciendo. El hombre sudoroso se disculpa por la redundancia, la voz arremeda monótona. Continúa la explicación diciendo que no entienden cómo es posible que la luz se devance y que el calor permanece. El hombre se limpia la cara, como si esa acción le quitara las sombras de terror que tienen sus gestos. El niño mira a su madre que está temblando, luego alternativamente mira la televisión y la ventana. Una breve pausa del flujo informativo hace que Ana apriete todos los músculos.
Algo no anda bien, la gente en la televisión luce una agitación contenida, se miran unos a otros confundidos. La imagen de la pantalla se opaca como vista a través del humo. Se escucha el sonido electrónico del estupor humano, muchos comentarios acerca de que algo falla en la transmisión, de que en las pantallas se no se ve nada. Unos segundos de silencio son antesala a una comunicado lóbrego acerca de que muchas personas en el mundo han entrado en una histeria colectiva; motines, robos, homicidios y demás perversiones hacen las delicias de una hecatombe. No hay crueldad en lo que sucede con las personas, es desesperación y miedo. La voz casi hecha un hilo advierte el peligro de salir de casa. Luego el comunicado se interrumpe. Ana espantada se para e intenta ver que le pasa al aparato. Hace sólo un segundo la mujer era inamovible del sillón y ahora parece incapaz de no vibrar.
Sam va a la ventana y la vuelve a tocar, está tibia, le hace sudar las yemas de los dedos. Con la cabeza en llamas divaga sobre lo que acaba de escuchar. El día está un poco más oscuro. Sus pensamientos se ven interrumpidos por el volumen al máximo del televisor que solo transmite estática. Desesperada, su madre mira la pantalla en negro. Pulsa el botón de + para el brillo pero nada sucede. Se rechina los dientes, Sam la mira intrigado, la mujer está al borde del colapso, está aterrorizada.
La sala entre sombras y la poca luz incómodan a Ana. Enciende la bombilla pero, esta apenas si ilumina. Trepa a un banco y toca el foco con confianza, está caliente, se quema los dedos, hace una mueca de dolor y gime. Sam se ríe y la mujer lo mira irritada.
Ella le grita, él se enoja, ella grita más y él responde. Le calla con una bofetada, la mejilla de Sam se pone roja, brilla más que el foco de la habitación. Ana no tiene tolerancia, el conflicto es breve y ha sido más una catarsis que una corrección disciplinaria. Un lágrima le escoce la piel y el orgullo.
Sam sale corriendo de la casa, su madre paralizada mira el foco más oscuro que antes y oye los gritos de horror que salen a todo volumen de las bocinas del televisor, la crisis exclusiva a vuelto al aire en horario estelar.
Sam corre en dirección al campo, no pasan de las 2 de la tarde y parece ser que ya se acerca la noche. Va hacia la caverna, un gran agujero en la tierra donde él y Nacho suelen ocultar el botín de sus hazañas.
Se sienta en el centro rocoso, hecho un ovillo, llora en silencio. Siente un escalofrío y mira el fondo de la gruta. Un haz de luz le hace iridecer las lágrimas. Es una luminiscencia fría. No transmite calor. No deslumbra. No irrita los ojos, es muy agradable. Sam camina cauteloso hacia la luz. Los últimos 3 años de su corta vida le ha tenido miedo a la expresión "la luz al final del túnel". Pero aunque esto le signifique la muerte, él no ciara.
Hace más frío mientras más brillo hay. Le castañean los dientes y los rastros de lágrimas se le vuelve escarcha en las mejillas.
Llega a una profunda cámara que tiene un hondo cráter. Toda la luz que se supone debería estar afuera está acumulada en esta gruta. Tratando de tocarla, Sam se quema las manos con el frío. Al apartarse tropieza y cae de bruces. Mira las los cúmulos de luz;  son como joyas gigantescas, febriles partículas que pasean erráticas en la bóveda de roca. Relámpagos zigzaguean por el piso como serpientes, en el centro los destellos son pétalos de flores celestiales que explotan; cataratas de soles diminutos marean al niño con su velocidad frenética. Estrellas estáticas se proyectan en las paredes. Columnas de fuego frío sostienen un mar de cristales, todo es fulgor y chispas. Si el paraíso es posible entonces es este lugar dentro de una cueva. Sam es un aladino y ha entrado en la caverna donde se oculta el genio. Todas esas historias de piratas y tesoros adquieren un carácter divino. Luz por todos lados, toda fría y salvaje. Sam se siente jubiloso, este es su tesoro. Respira con toda la potencia de sus pulmones, se deja envolver por este lapsus de gloria. Suspira y ve el vaho de su aliento atravesado por luces que lo transforman en un arcoíris miniatura. El breve estado de gracia, placer y emoción: Se ríe. El sonido de su voz se desliza sobre la iluminada cueva. Corre, un poco entre asustado y emocionado, sale de la gruta. El mundo ya casi se ha apagado. La poca luz que permanece es una muy tenue, solo el sol y unas lejanas estrellas.
Trae luz en los ojos, distingue la figura de alguien que se acerca a la caverna.
-¡¡¡Nacho!!!- Exclama Sam al tiempo que Nacho dice: ¡¡¡Sam!!!
-¿Qué haces aquí?- Se dicen al unísono.
-Me harté de mi madre rezando como loca en casa y mi padre no para de fumar y llorar. ¡Todo es tan ridículo! En la radio escuché que es el fin del mundo. Mejor me vine a la gruta.-adelanta Nacho.
Sam lo mira seriamente, en la sombra nocturna su rostro no revela los gestos de desden y molestia. Con un ademán hosco lo empuja.
-Vámonos de aquí. Es mejor no asustar más a nuestros padres.- dice Sam en un tono forzado.
-No quiero irme de aquí. No volveré a casa, si es el fin del mundo da lo mismo estar aquí que allá.-Nacho responde firmé.
-Tengo mucho dinero aquí conmigo, vamos a la tienda por dulces y luego a nuestras casas.- Sam hará todo por ahuyentar a Nacho.
-La tienda de doña Eustolia fue quemada, arde en llamas de color negro. El pueblo es un caos, es mejor no volver, además aún quedan muchos dulces en la cueva.- Nacho hará todo lo posible por quedarse.
-No voy a dejar que entres, Nacho, mejor vete de aquí.
-Tú no vas a decirme que hacer, niñito rico mi-ma-do.- Contraataca Nacho.
-¡¡¡Qué te larges!!!
-¡¡¡Qué no me voy!!!
-Maldito, ¡vete!, ¡¡¡Está es mi cueva!!!
-¡¡¡Yo la encontré primero!!!! Me pertenece a mi- Espeta
-¡¡¡No vas a entrar!!!! ¡¡¡No lo permitiré!!!
Nacho empuja a Sam y entra corriendo a la gruta. Sam se dispara tras de él. Al alcanzarle ve qué Nacho esta inmóvil y excitado ríe, ha descubierto la luz. Sus irideceres, brillos y destellos lo hipnotizan. Para Nacho estar ahí parado sólo es comparable con estar levitando en el cielo de un día de feria. Sam aprovecha el trance y lo embiste al tiempo que grita rabioso una maldición. Los niños se revuelcan en el suelo, entre gritos, amenazas, pataleos, rasguño y golpes. Nacho se pone sobre Sam y comienza a azotarle el rostro, siente la sangre caliente manar de la nariz de Sam.
-¡Tú sabias que la luz estaba aquí maldito! Tenemos que ir al pueblo y decirle a todos que hayamos la luz.- le grita con una voz trémula, mientras lo tiene inmóvil contra el suelo.
-Esta es mi luz, me pertenece a mí y a nadie más- Sam responde tosiendo, está algo ahogado por la sangre y las lágrimas.
Ojalá con miradas mataran, o, con sus voces cortaran a su enemigo. Imposible, están inermes, pero en la euforia son fieras, cachorros convertidos en quimeras pestíferas.
Cómo puede, el sometido chico, palpa el suelo de la cueva y encuentra una roca del tamaño de su puño, con un arranque de fuerza sobrehumano golpea a Nacho en la cien. Por un momento la roca está tan cerca del punto del cráneo que impacta, que ambos minerales se funden en la eternidad de un segundo. Librado del peso de Nacho se le dibuja una mueca de odio y crueldad, se abalanza sobre el cuerpo aturdido que se retuerce en el suelo. Lo golpea repetidamente en la cara, parece un ritual pagano; la cabeza del niño es un tambor y Sam es un diablo enloquecido. Nacho mareado e indefenso no puede detener todos los ataques.
Pataleando empuja a su agresor y se levanta apenas. A trompicones da pasos de venado recién nacido. La luz, los golpes, los gritos y la sangre lo obnubilan. Se acerca más y más al cúmulo de luz. Sam le arroja la roca a la cabeza, con el impacto Nacho pierde el poco equilibrio que conservaba. Cae en un relámpago. Se esta enfriando, su piel se quiebra y sus huesos revientan. No logra más que ahogar un alarido. Se forman grietas en su cara, los ojos se hacen finos cristales de hielo que se volatilizan. El ruido de el alma del chico congelándose provoca un eco sobrenatural. Más luz se instala en la frágil materia de la que está hecho el niño.
Sam mira el breve espectáculo. Una vez hecho todo nieve y hielo el cuerpo de Nacho. Se acerca y toma su roca, le sacude los restos de piel y, como puliendo una fruta, limpia la sangre en su ropa. Se sienta en la boca la cueva, es como un colmillo. Mira la oscuridad total del mundo. Siente el frío aliento que emana tras de él y le abraza.
Es su luz, no permitirá que nadie se la quite. Cierra los ojos.
*****
NO LEAS LO DE ABAJO.
Nacho está llorando desconsolado, mientras forcejeaba con Sam este dio un paso en falso y fue a dar contra una estalagmita, se le abrió la nuca, una corriente de sangre aureolo su cabeza rápidamente. De la boca del convulsivo niño han estado saliendo incoherencias sobre la luz que le pertenece. El lago rojo se congela mientras el niño gimotea y llora, pero llora sin llanto, se está quedando seco y se enfría más rápido debido a la luz.
Nacho está desencajado mirando la boca de la cueva, el cuerpo de Sam y la danza de rayos de sol. Está dentro de un terremoto. No entiende del todo lo que acaba de pasar aquí.
Piensa, medita, divaga, se aterra, llora, grita, aprieta los puños, se muerde los labios.
Ya no puede ir a decirle a todo mundo que encontró la luz perdida, eso significaría que encontrarían el cuerpo de Sam. Las conjeturas obvias lo señalaran a él como el homicida. Tiene miedo, no era su intención que Sam terminará de esta forma, fue un accidente. Además Sam tiene mayor culpa, pues, su egoísmo orilló a Nacho a portarse violento.
Quedarse aquí con toda la luz no es una idea mucho más seductora que la anterior. Tiembla, no es de frío sino de amargura. Sus ojos consternados se contienen para no mirar a Sam. "Es todo culpa de él", se repite Nacho. Trata de calmarse con esa frase. No era su intención, fue sólo una pelea infantil, sólo un juego cruel, pero un juego al final.
Sam convulsiona, se está muriendo. Escupe una flema de sangre. Nacho aterrado sólo se queda como espectador. No es capaz de hacer nada más que llorar de impotencia. Su madre diría que está en un dilema. Nacho no está muy seguro de si es la palabra correcta. Maldito Sam, se repite.
Nacho es un mártir involuntario. El está sufriendo más que Sam.  Al menos para su cabeza reventada no parece haber muchos conflictos. Quizá ni siquiera siente dolor. Nacho lo envidia, él está sumido en la desesperación y el otro está sumido en una fantasía. Hasta descarado le narra su placentero fin "es mi luz, me pertenece, sólo a mí, luz infinita para mí, luz"
Oye su cantinela constante: es mi luz, me pertenece. Ríe y llora intermitentemente. Nacho desea que termine de morirse, ya no soporta esa patética habladuría, así mismo se siente más patético que el cada segundo más finado Sam.
Por fin, ya se ha muerto. Pero eso no amaina la angustia del vivo. Sus miedos se acrecientan con un desfile de suposiciones: "¿Y si esto? Y si ¿el otro? Y ¿si aquello?" Cada teoría lo conduce a la condena, al fatalismo.
¿Por que no me morí yo? Grita y golpea una pared. Ya no se tolera a sí mismo, sus pensamientos lo están sofocado. Pronto se ahogara en un océano de culpa. ¿Por que no me morí yo? Su cabeza es una cámara de tortura. La escena de Sam muerto con los ojos fijos hacia las estrellas de la cueva le quema las pupilas. Sus pulmones se anegan de frío. Parece un sueño, pero muy real, escucha la voz de su padre y de su madre llamándolo. Nacho tirita y se cubre los oídos. Piensa en la insensibilidad de su lengua.
Afuera es otoño y está en total negritud, aquí adentro es invierno y brilla infernalmente.  Nacho se va quedando poco a poco dormido, el gélido ir y venir de la luminiscencia lo arrulla. No se da cuenta de que entre más cerca se oyen las voces él menos las escucha. El frío es agradable. Es consolador, incluso sus penas se hielan y dejan de atormentarlo. Se duerme, dulces y fríos sueños Nacho. Descansa en paz.

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7. Invocación y evocación de la infancia

En un viejo cuaderno escolar tengo escrita esta frase al margen de una de las últimas páginas: Busco quién se acuerde de lo que se me olvida...