viernes, 8 de noviembre de 2019

Estética de la (in)utilidad o antología de inventos inventados. Índice Temático

Progreso y desmitificación

La historia del hombre puede entenderse desde su progreso tecnológico y científico; cada nueva tecnología modifica la vida física y abstracta de las sociedades y civilizaciones. Estos cambios rara vez pueden juzgarse en el momento en que suceden, pues independientemente de si son sutiles y periódicos o abruptos e inmediatos, su verdadera naturaleza se aprecia desde la retrospectiva y el ajuste de cuentas.
Nos dice W. H. Auden, en su ensayo Iconografía romántica del mar, que en la literatura se sintió el efecto de la revolución industrial cuando la percepción que se tenía del mar, cambió: de ser un lugar temido y respetado, el mar pasó a ser un lugar que podría proveer aventura y poder al ser humano. En efecto, la literatura pre-revolución industrial suele retratar al mar como fuente de peligros y un sitio a donde se iba cuando no quedaba más opción; las máquinas de vapor, los barcos más resistentes y la eficiencia mecánica de la industrialización le dieron al hombre la ilusión de que podía controlar las fuerzas de la naturaleza para su beneficio material; el respeto a dichas fuerzas desciende a un nivel donde el hombre las contempla como vírgenes territorios inconquistados.
El corolario de esto es que lentamente se desmitifica al mar, a sus dioses y monstruos, se desentrañan sus misterios y se unen al orden que la mente le impone a las cosas para comprenderlas. Pero hay uno más, uno un tanto desagradable: este espíritu otrora de conquista y emoción febril desecha la superstición cuya función positiva es proteger de la mezquindad al mundo. El mar se vuelve materia, algo para ser utilizado; el efecto nocivo del progreso es la degradación de las cosas; hoy día lo podemos ver en cómo el hombre se ha vuelto también materia de sí mismo, ya no el hombre por el hombre, sino por su utilidad.

Interioridad y exterioridad

Y es que las ciencias, importándonos tanto y siendo indispensables para nuestra vida y nuestro pensamiento, no son, en cierto sentido, más extrañas que la filosofía. Cumplen un fin más objetivo, es decir, más fuera de nosotros. Son, en el fondo, cosa de economía. Un nuevo descubrimiento científico, de los que llamamos teóricos, es como un descubrimiento mecánico; el de la máquina de vapor, el teléfono, el fonógrafo, el aeroplano, una cosa que sirve para algo. Así, el teléfono puede servirnos para comunicarnos a distancia con la mujer amada. ¿Pero ésta para qué nos sirve? Toma uno el tranvía eléctrico para ir a oír una ópera; y se pregunta; ¿cuál es, en este caso, más útil, el tranvía o la ópera?” nos dice don Miguel de Unamuno en las primeras páginas de su opus magna Del sentimiento trágico de la vida, y con esto plantea dos conceptos para entender la relación entre ciencia y filosofía, que además permiten ir deduciendo cómo ésta última se ha ido inmiscuyendo en ámbitos de la primera. La ciencia opera en la exterioridad; es de carácter práctico: desplazamientos vectoriales entre A y B; acercamiento de cosas lejanas o diminutas; simplificación de procesos mecánicos, etc... no plantea preguntas, más bien las anula. Hace bien Unamuno al preguntarse: ¿la amada para qué?, la ciencia acaso diría que es para la reproducción y preservación de la especie; anulando, de paso, el concepto de amor. En este afán simplificador, lentamente, la tecnología y el progreso se volcan a resolver problemas de interioridad: ¿miedo a la muerte? hay que buscar la inmortalidad; ¿dolor emocional? algún químico podrá calmarlo; ¿inconformidad con lo que se es? toda una disciplina a cambiar el aspecto físico. Entonces —me repito—, la pregunta no se resuelve, se anula. Será importante notar cómo muchos de los cuentos de esta antología tendrán en su argumento esa ingerencia científica en cosas de la interioridad. Basta cómo ejemplo, la propuesta de Villiers de L'Isle-Adam en La Máquina de Gloria sobre cómo un aparato mecánico puede producir un resultado abstracto; o en Bajo el agua de Bioy Casares; el trabajo médico contra el fin natural de la vida.

El progreso como enfermedad y la grosera materia de la ciencia

Se pregunta Unamuno: “Y acaso, la enfermedad misma sea la condición esencial de lo que llamamos progreso, y el progreso mismo una enfermedad.” Podría citar hasta el hartazgo todo el segundo capítulo de este ensayo del pensador español, pero no es el propósito; traigo sus palabras para ilustrar un punto; ¿qué más dice en ésta temeraria afirmación? que el progreso —si atendemos al mito— comenzó con el pecado original porque, al comer el fruto del árbol prohibido: “Quedaron [los hombres, no sólo Adán y Eva] sujetos a las enfermedades todas y a la que es corona y acabamiento de ellas, la muerte, y al trabajo y al progreso.” Por otro lado, si no hay mito, entonces el progreso arranca con la enfermedad que supuso para el hombre iniciar su evolución: “Un mono antropoide tuvo una vez un hijo enfermo, desde el punto de vista estrictamente animal o zoológico, [...] y esa enfermedad resultó, además de una flaqueza, una ventaja para la lucha por la persistencia. Acabó por ponerse derecho el único mamífero vertical.” En cualquier caso, la inconsciencia de la vida y su resultado: la muerte, fue para el hombre primitivo (y Adán con Eva) su paraíso; muchas veces se ha dicho que la ignorancia es un estado exento de ciertos rigores y sufrimientos —ojos que no ven, corazón que no siente / mente que no piensa, no sufre—, pero al abandonar esta situación de privilegio, al nacer la consciencia, nace también el dolor que ella misma genera. Además, la conciencia impone el pensamiento de vivir, de procurarse el sustento; los sentidos, la percepción, para Unamuno, son en los seres vivos a la medida de sus necesidades: “Los seres que parecen dotados de percepción, perciben para poder vivir, y sólo en cuanto para vivir lo necesitan, perciben”, de este modo se progresa en aras de procurarse la subsistencia, o como lo sintetiza el autor español: “el conocimiento está al servicio de la necesidad de vivir.” Tal es el grosero propósito que arrastra en su seno la tecnología y que reduce a la ciencia a una mera herramienta para simplificar y prolongar la vida. El pensamiento, cumbre de la vanidad humana, parece ridículamente complejo al lado de las estrategias que otras formas de vida tienen para substituir. Y aunque exagerados y desfigurados por la sátira, los sabios de la academia de ciencias de Lagado, en Los viajes de Gulliver, ponen todo su empeño en groseras investigaciones, como extraer los rayos de sol de un pepino o economizar las técnicas de construcción imitando a las arañas; estos científicos aspiran a vivir plácidamente en la cuna de sus conquistas intelectuales.

Ficción científica y espíritu de la ciencia ficción: especulación y anticipación

La literatura no se bastó con ser reflejo del progreso humano y dió un paso, un salto y más, hacia delante. Ha sido de toda la vida, pero principalmente al abrigo de la modernidad tecnológica cuando se vió surgir una literatura que jugando a la especulación trataba de anticiparse al futuro: máquinas voladoras, robots, viajes en el tiempo y todas las delicias de la ciencia ficción fueron el resultado. Claro que todo tiene su lado positivo y negativo: utopías y distopías, el cómo las ciencias sometían o hacían libres a los hombres.
El sueño de la razón produce monstruos: las herramientas que el hombre inventa para mejorar y simplificar la vida son usadas indebidamente. La especulación científica tiene excelentes ejemplos de estulticia: el Congreso de futurología de Stanislaw Lem con sus químicos; Farenheit 451 de Ray Bradbury y sus persecuciones intelectuales; 1984 de Georges Orwell y las políticas de control absoluto... cuadros abundan. El común denominador es la dicotomía Progreso científico - decadencia. Claro que éstas obras se enmarcan en ese género literario, pero hay otras que sin buscar la etiqueta, conservan el espíritu, el espíritu especular y en menor medida son excelentes ejemplos (y hasta advertencias en contra) del progreso y la mezquindad. ¿Cuál es ese espíritu, esa tónica? Los inventos, las tecnologías —no necesariamente lejanas en el futuro— que buscan:
Sacar provecho de algo virgen
Reemplazar algo para obtener mejor rendimiento de
Resolver algo para hacer la vida más eficiente. Ideas que plantean ese esencia especular.

Estética de la (in)utilidad y economía mezquina

Todo lo anterior va revelando una historia secreta de cierta estética: una de la utilidad, de la economía y de la practicidad. Si lo bello útil, dos veces bello. Vamos encontrando que la mentalidad humana aprecia las cosas por el provecho y el beneficio que puede recibir de ellas. Aunque sutilmente, esto destruye los sentimientos románticos hacia las cosas; la música ya no es bella per se sino por la utilidad comercial o panfletaria que podría tener, lo mismo podremos ir diciendo de cualquier arte: si no hay provecho económico no sirve. Todo es materia prima. En la literatura hay cuentos que permiten explorar a detalle esos sentimientos de mezquindad, inventos que no son necesarios pero sí son útiles. Eventualmente ese sentimiento de utilidad en las cosas las vuelve indispensables, pasan a formar parte de la vida cotidiana. Ya no es lo que hacemos con la tecnología, sino lo que ella hace con nosotros. En esto consiste esta antología: una exploración de cómo la superficialidad del hombre aplasta lo abstracto e impone su estética de la utilidad.

A. Aprovechar: cuentos que muestran al hombre explotando un recurso vírgen de la naturaleza.
I. La cartelera celeste / Villiers de L'Isle-Adam
II. Baby H. P. / Juan José Arreola

B. Resolver: cuentos que muestran al hombre inventando algo que simplifique o solucione un problema (que en ocasiones no es un problema en sí) valiéndose de la tecnología. 
II. El tratamiento del doctor Tristán / Villiers de L'Isle-Adam
III. Memoria y olvido / Adela Fernández
IV. Bajo el agua / Adolfo Bioy Casares

C. Reemplazar: cuentos que muestran una innovación tecnológica que hace más eficiente un trabajo.
I. La máquina de Gloria S. G. D. G. / Villiers de L'Isle-Adam

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