martes, 14 de abril de 2020

Antología de inventos inventados: B. II. El tratamiento del doctor Tristán

Siendo precisos, este cuento no versa sobre una nueva invención tecnológica. En realidad, presenta un método, que no dista de parentesco con las ideas de progreso científico que inspiran al resto de los inventos antologados aquí. Entonces, si bien, no hay un aparato, por otro lado hay una motivación (extraña) para valerse de la ciencia y resolver una antigua problemática de la humanidad: Las voces en la cabeza. Villiers de L'Isle-Adam nos entrega la descripción detallada del método propicio para acabar de una vez por todas con aquello que no debe ser oído por peligroso. Es de notarse la autoreferencialidad de nuestro autor, que menciona el resto de sus fantasías tecnológicas.

Este cuento apareció en La République des lettres, el 18 de febrero de 1877, con el título de Le traitement du Dr. Tristan Chavassus.

Al señor Jules de Brayer¹

Fili Domini, putasne vivent essa ista?
ISAÍAS²

¡HURRA! ¡Está hecho! ¡Alegría! ¡For ever!³ El Progreso nos arrastra en su torrente. Lanzados como estamos, cualquier pausa sería un verdadero suicidio. ¡Victoria!, ¡victoria! La velocidad de nuestro movimiento adquiere unas proporciones de bruma tan admirables que apenas si tenemos tiempo de distinguir algo más que la punta de nuestra propia nariz. 
Para escapar al horrible hipnotismo que podría derivarse de ello, ¿tenemos algún otro medio que el de cerrar definitivamente los ojos? No. No hay otro. Cerremos, pues, los párpados y dejémonos llevar.
¡Qué de descubrimientos! ¡Qué de invenciones! ¡Todos haran su agosto! ¡La Humanidad se convierte, entre dos diluvios, en un hecho positivamente divino! Recapitulemos:
1.° El polvo de arroz negro, para aclarar la tez de los negros marrones.
2.° Los reflectores del Dr. Grave, que van, desde mañana, a cubrir con carteles el vasto muro del cielo nocturno.⁴
3.° Las telas de araña artificiales para sombreros de sabios. 
4.° La Máquina de Gloria del ilustre Bathybius Bottom, el perfecto barón moderno.⁵
5.° La nueva Eva, máquina electro-humana (¡casi un animal!) que ofrece el cliché del primer amor, por el extraño Thomas Alva Edison, el ingeniero americano, el Padre del Fonógrafo.⁶ 
Pero, ¡silencio!, ¡esto es nuevo! ¡Todavía algo nuevo!... ¡Siempre!... Esta vez, es la Medicina la que va a asombrarnos. ¡Escuchemos! Un asombroso facultativo, el Dr T. Chavassus, acaba de encontrar un tratamiento radical para los Ruidos, Zumbidos, y todos los demás trastornos del canal auditivo. Cura incluso a las personas que oyen al revés, enfermedad que se ha tornado contagiosa en nuestros días. Chavassus, al conocer, a fondo, todas las particularidades del oído humano, se dirige, de una manera intelectual, a esas personas nerviosas que en seguida tienen, como suele decirse, la Mosca detrás de la oreja. ¡Calma los picores que, por ejemplo, la sensación de «ultrajes» aún provoca en el apéndice auricular de ciertos individuos retrasados y que son demasiado susceptibles! Pero su triunfo, su especialidad, es la curación de la gente que oyen Voces, como Juana de Arco, por ejemplo. Ese es su principal título para la estimación pública. 
El tratamiento del Dr. Chavassus es totalmente racional; su divisa es: «¡Todo para el Sentido común y por el Sentido común!» Con él ya no hay que temer más inspiraciones heroicas. Este príncipe del saber impediría, si es necesario, que un enfermo distinguiera incluso la voz de su conciencia. Y garantiza, con indemnización, que cualquier Juana de Arco, cuando saliera de sus iluminadas manos, no oiría ninguna especie de Voz (ni siquiera la suya), y que sus pabellones estarán tan velados en ella como cualquier oido serio y racional debe estarlo hoy en día.
Ya no habrá más irreflexivos arranques debidos, por ejemplo, a la excitación que los viejos cantos patrióticos despiertan, de una manera enfermiza, en el corazón de los últimos entusiastas. ¡Nada de infantilismos! ¡No temamos ya reconquistar provincias alocadamente!⁷ El Doctor está aquí. ¿Que os atormentan lejanos cantos de sirena de la Gloria?... Chavassus os quitará esos zumbidos de los oídos. ¿Que oís unos sublimes acentos, en el silencio, como si el alma de vuestro país os hablase?... ¿Que experimentáis sobresaltos de sublevado honor cuando el sentimiento del valor vencido de la indomable esperanza de los grandes mañanas enciende vuestro corazón y hace enrojecer el lóbulo de vuestras orejas?... ¡Rápido! ¡Rápido!, a casa del Doctor: ¡él os aliviará de tales picores!
Su consulta es de dos a cuatro. Y ¡qué hombre más amable!, ¡encantador!, ¡irresistible! Entráis en su despacho, una habitación decorada con esa ornamentación severa que es propia de la Ciencia. Como único objeto de lujo, veréis un manojo de cebollas colgando de un busto de Hipócrates, para indicar a las personas sentimentales que podrán procurarse, si lo necesitan, lágrimas de gratitud tras el éxito del tratamiento. 
Chavassus les indicará un sillón fijado al suelo. Apenas se hayan instalado cómodamente, unas bruscas grapas, semejantes a garras de tigre, le impedirán realizar, desde ese mismo momento, el más ligero movimiento. Entonces, el Doctor os mira durante algún tiempo, bien de frente, alzando las cejas, empujando el carrillo con su lengua y con un mondadientes en la mano, para testimoniaros así el violento interés que le inspiráis.
—¿Habéis tenido a menudo, en la vida, las orejas gachas? —os pregunta. 
—Pues... como todo el mundo, hoy en día —respondéis alegremente—. Algunas veces, para distraerme 
—En tal caso, esperad —dice el Doctor—. Son ecos, amigo mío; no son Voces lo que habéis oído.
Y de repente, precipitándose hacia vuestra oreja, acerca su boca. Después, con una entonación primero lenta y baja, pero que no tarda en inflamarse como el rugido del trueno, articula esta única palabra: «HUMANIDAD». Con la mirada en su cronómetro, llega, tras veinte minutos, a pronunciarlo diecisiete veces por segundo, sin confundir las sílabas, resultado logrado tras muchas vigilias, fruto de numerosos y peligrosos ejercicios.
Así pues, él repite esa palabra, de esa sorprendente manera, en vuestra oreja: ¡no porque ese vocablo tenga, para él, un sentido especial! ¡Al contrario! (El sólo lo utiliza, personalmente, al igual que cierto cantante utilizaba la palabra «Carcassone» todas las mañanas, para aclararse la garganta, eso es todo.) Pero le atribuye virtudes mágicas y pretende que cuando ha dormido bien, cuando ha castrado y enviscado el cerebro de un enfermo con esa palabra, la curación está conseguida en sus tres cuartas partes. 
Una vez hecho esto, él pasa a la otra oreja y susurra, con las inflexiones de una tirolesa, alrededor de noventa terminaciones de su propia cosecha. Tales terminaciones se aplican a las desinencias de ciertos términos pasados de moda y cuya significación es imposible encontrar, por ejemplo, palabras tales como: ¡Generosidad!... ¡Fe!... ¡Desinteresadamente!... ¡Alma inmortal!..., etc., y otras expresiones fantásticas. Al final le escucháis moviendo suavemente la cabeza de arriba a abajo; sonreís, en una especie de éxtasis. 
Al cabo de una media hora, tras haber llenado el jarrón de vuestro entendimiento de esa manera, es preciso taponarlo, ¿no es cierto?... por temor a que su precioso contenido se evapore. Por lo tanto, Chavassus, en el momento que juzga psicológico, os introduce dos hilos de cobre especialmente recubiertos, preparados y saturados de un fluido positivo cuyo secreto poseé. ¡Silencio! ¡No se mueva!... Acciona el interruptor de una pila cercana; la chispa entra en vuestra oreja. Treinta mil platillos resuenan en vuestro cráneo. Las grapas y el sillón soportan el duro salto cuyo empuje contenido saboreáis interiormente.
—¿Y bien? ¿Qué?... ¿qué?... ¿qué?...  —os repite sin cesar, sonriendo, el Doctor.
Segundo chispazo. ¡Crac! Es suficiente. ¡Victoria!... El tiempo no está destrozado, es decir, ese misterioso punto, ese punto enfermo, ese inquietante punto que, en el tímpano de vuestra miserable oreja, llevaba a vuestro espíritu aquel zumbido de gloria, de honor y de valor. Estáis salvado. No oirés nada más. ¡Milagro! ¡La Abstracción y la Terminación tapan todos los gritos de cólera ante el viejo Ideal asesinado! ¡El exclusivo amor por vuestra salud y por vuestras comodidades os inspira un ilustrado desprecio ante cualquier ofensa! Desde ahora estáis a cubierto de diez mil claques, ¡¡¡AL FIN!!! Respiráis. Chavassus os propina una palmada en la nariz como señal de curación; os levantáis; sois LIBRE...
Si aún tenéis algunos pueriles renacimientos de dignidad, si, en una palabra, todavía dudáis, el Doctor Tristán, mientras masca su mondadientes, os propina, en la caída de vuestros lomos, una fuerte patada, que recibís con un corazón desbordante de gratitud y mirando el manojo de cebollas. Ya estáis seguro. Os marcháis después de haberle cubierto de oro. Salís de su casa, fresco, dispuesto, decidido (com ese bonito traje nuevo, vulgo frac, alias chaqué, con el que lleváis, tan divinamente, el luto por las palabras que habéis matado), al alegre sol, con las manos en los bolsillos, con aspecto de entendido, el ojo fino, con el espíritu bien librado de todas esas vanas y confusas Voces que, todavía la víspera, os perseguían. Sentís que el Sentido común impregna, como un bálsamo, todo vuestro ser. Vuestra indiferencia... ya no conoce fronteras. Estáis consagrado por un razonamiento que os hace superior a cualquier vergüenza. Os habéis convertido en un hombre de la Humanidad.

¹ Músico, familiar de Augusta Holmes.
² «Hijo del Señor, ¿piensas tú que esos huesos pueden revivir?». Villiers cita la Vulgata de memoria, ya que este texto no pertenece a Isaías sino a Ezequiel XXXVII, versículo 3, y sus primeras palabras son «Fili hominis», es decir, hijo del hombre.
³ Para siempre.
L'Eve nouvelle era el título primitivo con que se publicó en 1880 La Eva Futura. Edison es uno de sus personajes principales.
Se refiere a Alsacian y Lorena, perdidas en 1871 como consecuencia de la guerra franco-prusiana.
Esta locución, que no aparece reseñada en ningún diccionario, es una invención de Villiers. Podría referirse a las terminaciones que se dan en el argot a algunas palabras, como la terminación -muche, en el argot francés.

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