martes, 21 de diciembre de 2021

Reunión: 5. Los cautivos de Longjumeau

León Bloy, autor del siguiente cuento, era ferviente creyente de Dios y por lo tanto del Diablo y del infierno; no sólo eso, su piedad alcanzaba la excesiva pasión del desprecio por el prójimo, porque entre el amor y el odio hay sólo un paso. Para él, hacer patente este sentimiento de repulsión por el otro fue una filosofía y un modo de vida, no se contuvo en sus acerbos ataques que prácticamente iban dirigidos hacia la totalidad del género humano sin distinción, si acaso variando, cuando mucho, el nivel de ensañamiento. Son célebres su amargura y su antisemitismo; su admiración por Villiers de L'Isle-Adam y su malograda amistad; y, por su puesto, su vivaz literatura que Unamuno llegó a considerar más ibérica que francesa; esto es verdadero en tanto que Bloy se ocupa de la feralidad del alma humana antes que de la melancolía que caracteriza a sus compatriotas.
Les captifs de Longjumeau ensaya un destino fatal como cuerda que se estrecha en el cuello del condenado; sus protagonistas son víctimas de una inusitada conspiración que León explica por la intervención del enemigo del hombre, no es una fuerza sobrenatural porque no obra de éste modo, a lo mucho es sólo una pequeña oposición que tiene consecuencias inesperadamente grandes. 

A Mme. Henriette L’Huillier

“El Postillón de Longjumeau” anunciaba ayer el deplorable fin de los Fourmi. Esta hoja tan recomendable por la abundancia y por la calidad de su información, se perdía en conjeturas sobre las misteriosas causas de la desesperación que había precipitado al suicidio a esta pareja, considerada tan feliz. Casados muy jóvenes, y despertando cada día a una nueva luna de miel, no habían salido de la ciudad ni un solo día. Aliviados por previsión paterna de las inquietudes pecuniarias que suelen envenenar la vida conyugal, ampliamente provistos, al contrario, de lo requerido para endulzar un género de unión legítima, sin duda, pero poco conforme a ese afán de vicisitudes amorosas que impulsa al versátil ser humano, realizaban, a los ojos del mundo, el milagro de la ternura a perpetuidad. Una hermosa tarde de mayo, el día que siguió a la caída del señor Thiers,¹ aparecieron en el tren de circunvalación con sus padres, venidos para instalarlos en la propiedad deliciosa que albergaría su dicha. Los longjumelianos de corazón puro contemplaron con enternecimiento a esta linda pareja, que el veterinario comparó sin titubear a Pablo y Virginia.² En efecto, ese día estaban muy bien y parecían niños pálidos de gran casa. Maître Piécu, el notario más importante de la región, les había adquirido, en las puertas de la ciudad, un nido de verdura, que los muertos hubieran envidiado. Pues hay que convenir que el jardín hacía pensar en un cementerio abandonado. Este aspecto no debió desagradarles, pues no hicieron, en lo sucesivo, ningún cambio y dejaron que las plantas crecieran a su arbitrio. Para servirme de una expresión profundamente original de Maître Piécu, vivieron en las nubes, sin ver casi a nadie, no por maldad o desprecio, sino, sencillamente, porque no se les ocurría. Además, hubiera sido necesario soltarse por algunas horas o algunos minutos, interrumpir los éxtasis, y a fe mía, dada la brevedad de la vida, les faltaba el valor para ello. Uno de los hombres más grandes de la Edad Media, el maestro Juan Tauler,³ cuenta la historia de un ermitaño a quien un visitante inoportuno pidió un objeto que estaba en su celda. El ermitaño tuvo que entrar a buscar el objeto. Pero al entrar olvidó cuál era, pues la imagen de las cosas exteriores no podía grabarse en su mente. Salió pues y rogó al visitante le repitiera lo que deseaba. Éste renovó el pedido. El solitario volvió a entrar, pero antes de tomar el objeto, ya había olvidado cuál era. Después de muchas tentativas, se vio obligado a decir al importuno: —Entre y busque usted mismo lo que desea, pues yo no puedo conservar su imagen lo bastante para hacer lo que me pide. Con frecuencia, el señor y la señora Fourmi me han hecho pensar en el ermitaño. Hubieran dado gustosos todo lo que se les pidiera si lo hubieran recordado un solo instante. Sus distracciones eran célebres y se comentaban hasta en Corbeil. Sin embargo, esto no parecía afectarlos, y la funesta resolución que ha concluido con sus vidas tan generalmente envidiadas tiene que parecer inexplicable. Una carta ya antigua de ese desdichado Fourmi, a quien conocí de soltero, me ha permitido reconstruir, por inducción, toda su lamentable historia. He aquí la carta. Se verá, quizá, que mi amigo no era ni un loco, ni un imbécil. “… Por décima o vigésima vez, querido amigo, faltamos a nuestra palabra, infamemente. Por paciente que seas, supongo que ya estarás harto de invitarnos. La verdad es que esta última vez, como las anteriores, no tenemos excusa, mi mujer y yo. Te habíamos escrito que contaras con nosotros y no teníamos absolutamente nada que hacer. Sin embargo, hemos perdido el tren, como siempre.” “Hace quince años que perdemos todos los trenes y todos los vehículos públicos, hagamos lo que hagamos. Es horriblemente estúpido, es de un atroz ridículo, pero empiezo a creer que el mal no tiene remedio. Somos víctimas de una grotesca fatalidad.⁴ Todo es inútil. Para alcanzar el tren de las ocho, por ejemplo, hemos ensayado levantarnos a las tres de la mañana, y hasta pasar la noche en vela. Y bien, amigo mío, en el último momento, se incendiaba la chimenea, a medio camino se me recalcaba un pie, el vestido de Julieta se enganchaba en alguna zarza, nos quedábamos dormidos en la sala de espera, sin que ni la llegada del tren ni los gritos del empleado nos despertaran a tiempo, etcétera, etcétera… La última vez olvidé mi portamonedas.” “En fin, te repito, hace quince años que esto dura y siento que ahí está nuestro principio de muerte. Por esa causa tú lo sabes, todo lo he malogrado, me he disgustado con todo el mundo, paso por un monstruo de egoísmo, y mi pobre Julieta se ve envuelta, claro está, en la misma reprobación. Desde nuestra llegada a este lugar maldito, hemos faltado a setenta y cuatro entierros, a doce casamientos, a treinta bautismos, a un millar de visitas o diligencias indispensables. He dejado que reventara mi suegra sin volver a verla ni una sola vez, aunque estuvo enferma cerca de un año, cosa que nos privó de tres cuartas partes de su herencia, que nos escamoteó furiosa, en un codicilo, la víspera de su muerte.” “No acabaría con la enumeración de las torpezas y de los fracasos ocasionados por la circunstancia increíble de que jamás pudimos alejarnos de Longjumeau. Para decirlo en una palabra, somos cautivos, ya sin esperanza, y vemos acercarse el momento en que esta condición de galeotes se nos hará insoportable…” Suprimo el resto en que mi pobre amigo me confiaba cosas demasiado íntimas. Pero doy mi palabra de honor, de que no era un hombre vulgar, de que fue digno de la adoración de su mujer y de que esos dos seres merecerían algo mejor que acabar estúpida e indecentemente como han acabado. Ciertas particularidades que me permito reservar me sugieren la idea de que la infortunada pareja era realmente víctima de una maquinación tenebrosa del Enemigo del hombre,⁵ que los condujo, por medio de un notario evidentemente infernal, a ese rincón maléfico de Longjumeau de donde no ha habido poder humano que los arranque. Creo, en verdad, que no podían huir, que había alrededor de su morada un cordón de tropas invisibles, cuidadosamente elegidas para sitiarlos, contra las cuales era inútil toda energía. El signo, para mí, de una influencia diabólica es que los Fourmi vivían devorados por la pasión de los viajes. Esos cautivos eran, por naturaleza, esencialmente migratorios. Antes de unirse, habían tenido la sed de rodar tierras. Cuando no eran más que novios, fueron vistos en Enghien, en Choisy-le-Roi, en Meudon, en Clamart, en Montre-tout. Un día alcanzaron hasta Saint-Germain. En Longjumeau, que les parecía una isla de Oceanía, esta rabia de exploraciones audaces, de aventuras por mar y tierra, se había exasperado. Su casa estaba abarrotada de globos terráqueos y de planisferios, de atlas ingleses y de atlas germánicos. Hasta tenían un mapa de la luna publicado por Gotha bajo la dirección de un botarate llamado Justus Perthes.⁶ Cuando no se entregaban al amor, leían juntos historias de navegantes célebres, libros exclusivos de esa biblioteca; no había diario de viajes, Tour du Monde o boletín de sociedad geográfica, del que no fueran suscriptores. Llovían en la casa, sin intermitencia, las guías de ferrocarril y los prospectos de las agencias marítimas. Cosa increíble, sus baúles estaban siempre listos. Siempre estuvieron a punto de partir, de realizar un viaje interminable a los países más lejanos, más peligrosos o más inexplorados. He recibido como cuarenta telegramas anunciándome su partida inminente para Borneo, la Tierra del Fuego, Nueva Zelanda o Groenlandia. Muchas veces, en efecto, estuvieron a un ápice de la partida. Pero el hecho es que no partían, que no partieron jamás porque no podían y no debían partir. Los átomos y las moléculas se coaligaban para sujetarlos. Un día, sin embargo, hará diez años, creyeron escapar. Habían conseguido, contra toda esperanza, meterse en un vagón de primera clase que los conduciría a Versalles. ¡Libertad! Ahí, sin duda, se rompería el círculo mágico. El tren se puso en marcha, pero ellos no se movían. Se habían ubicado, naturalmente, en un coche destinado a quedar en la estación. Había que volver a empezar. El único viaje que debían lograr era evidentemente el que acababan de emprender, ay de mí, y su carácter, que conozco tan bien, me induce a creer que lo prepararon temblando.

¹ Se refiere a Louis Adolphe Thiers, quién fue presidente provisional de la Tercera República Francesa luego de la caída del Segundo Imperio; gobernó del 30 de agosto de 1871 al 24 de mayo de 1873, cuando dimitió de su puesto.
² Pablo & Virginia son los protagonistas de la novela homónima de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre; en ella, su autor retrata la idealizada vida de la pareja mientras viven en la utópica isla Mauricio. Podríamos decir que su presencia aquí es una prolepsis del destino de los Fourmi. Los personajes son retomados por Villiers de L'Isle-Adam en su cuento Virginia & Pablo, donde un paseante, que hace la suerte de testigo y narrador, escucha el diálogo nocturno entre Virginia y Pablo, prometiéndose amor, pero con el agregado de que su pensamiento está tristemente definido por cosas de carácter pecunario.
³ Juan Tauler o Johannes Taulero fue un teólogo alsaciano de la edad media, también conocido como Doctor Iluminado. Se conservan muy pocas de sus obras, apenas una ochentena de sermones, por lo que la historia referida por el narrador bien puede proceder de la multitud de apócrifos que se le atribuyen.
fatalidad en el sentido de fatum: destino, hado. Una fuerza que determina la existencia y de la que el ser humano no pude liberarse, teniendo que cumplir al punto lo que ésta dicta.
⁵ En clave: el diablo, pero también los deseos.
Justus Perthes el nombre de una editorial alemana dedicada a publicar almanaques geográficos y genealógicos.

sábado, 13 de noviembre de 2021

SV003: Los palacios desiertos



Portada de la primera edición
Porque los palacios están desiertos.
Isaías XXXII:14
Si hacemos una retrospección al panorama editorial mexicano desde los cincuenta a los sesenta, veremos que en esos años nacieron y crecieron cuatro colecciones fundamentales para la historia nacional del libro: Letras mexicanas (1952) del Fondo de Cultura Económica, Ficción (1958) de la Universidad Veracruzana, Alacena (1961) de ERA y la Serie del volador (1963) de Joaquín Mortiz. Las primeras dos, al ser empresas del estado, tenían criterios editoriales que estaban sujetos a compromisos sociales y estéticos específicos: llegaban a ser conservadoras e incluso nacionalistas. La aparición de Mortiz y ERA vino a compensar la oferta literaria; éstas, al ser empresas de capital privado, podían apostar por propuestas más provocativas, contestatarias o hasta experimentales, y de hecho, una revisión comparativa de sus catálogos (de)mostrará que obras que no hubiesen tenido cabida en una editorial, lo tuvieron en otra. Por supuesto, publicar en una de ellas no anulaba explícitamente la posibilidad de publicar en otra, pero es de imagimarse que dar el salto no tenía que ser, a su vez, algo sencillo, y para nadie es secreto que el ámbito cultural de México nunca ha estado exento de mafias, filias y fobias, por lo que ver la obra de algún escritor en varias editoriales o puede ponernos en guardia o puede darnos una muy buena pauta de su calidad. Yo prefiero pensar bien antes que mal, pues Luisa Josefina Hernández es la única autora que presume de tener al menos un libro en las cuatro colecciones insignia de las antes mencionadas editoriales. Para cuando publica la obra de la que voy a hablar en esta ocasión, Los palacios desiertos (1963), ya tenía El lugar donde crece la hierva (1959) en FicciónLa plaza de Puerto Santo (1961) en Letras mexicanas; y, finalmente, coronaría su proeza con La primera batalla (1965) en Alacena.
El libro de Hernández, parece tener una especial afinidad con el número tres: como dije, apareció por primera vez en 1963; es la tercera entrega de la Serie del volador; su tiraje fue de tres mil ejemplares y tres son sus personajes centrales. Presumiblemente la ilustración de portada es de la mano del artista plástico Vicente Rojo. Hay sitios en internet que consignan que la obra fue galardonada con el Premio Casa de las Américas en el año de su publicación, pero si uno consulta la lista oficial, esta novela de Hernández no figura entre las premiadas. Mas, no por ello es una obra indigna de atención.
A propósito de la obra, su autora nos dice en una entrevista que: “De lo que sí me acuerdo es que yo estaba en la lista negra. Escribí una novela tomando como base esa leyenda conocida como «La leyenda dorada». Es de ese libro medieval que tiene todos los santos. Allí sólo se habla de Santa Marta y el dragón. La leyenda dorada se utiliza para investigaciones de arte, es un libro de consulta. Es de Jacopo da Vorágine. La gente de arte lo usa mucho. Yo lo usé en una forma que yo creo, sí, que no era blasfema, ni indecente, ni incluía faltas de respeto. La novela se titula Los palacios desiertos. Llegó a España y alguien de los censores franquistas la vetó. La publicó Joaquín Díez Canedo, el hijo de Enrique. Tenía una editorial propia que ya desapareció. Murió hace un año [en el 2000].” Hay que recordar que uno de los objetivos de la editorial de Joaquín Díez-Canedo era publicar literatura que el régimen franquista había censurado o vetado.¹ Por ello, podemos aventurar la conjetura de que la novela de Luisa Josefina tuvo cabida en la Serie del volador no sólo por su calidad (incipiente en aquel momento), sino como una especie de revancha contra la opresión fascista que se vivía en la patria natal del fundador de JM.
Texto de la contraportada
La breve novela de corte vanguardista, sigue la estela de las dos anteriores entregas de la Serie del volador, la fragmentaria Feria de Arreola y la antiliteraria Nadja de Breton
Como su autora comenta, el argumento retoma la hagiografía número CV de La leyenda áurea, que versa sobre lo acontecido a Santa Marta de Betania después de los hechos narrados en en nuevo testamento, la resurrección de Lázaro, su hermano, merced a la providencia y Jesucristo. Vorágine nos cuenta que «Lázaro su hermano y muchas otras personas más, por orden de los infieles embarcaron en un navío desprovisto de remos, velas, timón, de cualquier instrumento que pudiera servir para gobermarlo, y de alimentos para sustentarse; y a bordo del mismo, conducido milagrosamente por Dios, arribaron a Marsella, donde desembarcaron: poco después se trasladaron a Aix y convirtieron a la fe de Cristo a los habitantes de la región. Marta fue una mujer simpática y muy elocuenteEn un bosque situado en las proximidades del Ródano entre Arlés y Aviñón había por aquel tiempo un dragón cuyo cuerpo más grueso que el de un buey y más largo que el de un caballo, era una mezcla de animal terrestre y de pez; sus costados estaban provistos de corazas y su boca de dientes cortantes como espadas y afilados como cuernos. Esta fiera descomunal a veces salía de la selva, se sumergía en el río, volcaba las embarcaciones y mataba a cuantos en ellas navegaban. Teníase por cierto que el espantoso monstruo había sido engendrado por Leviatán (que es una serpiente acuática ferocisima) y por una fiera llamada onaco u onagro, especie de asno salvaje propio de la región de Galacia, y que desde este país asiático había venido nadando por el mar hasta el Ródano, y llegado a través del susodicho río al lugar donde entonces se encontraba. Decíase también que este dragón, si se sentía acosado, lanzaba sus propios excrementos contra sus perseguidores en tanta abundancia que podía dejar cubierta con sus heces una superficie de una yugada; y con tanta fuerza y velocidad como la que lleva la flecha al salir del arco; y tan calientes que quemaban como el fuego y reducían a cenizas cualquier cosa que fuera alcanzada por ellos. Marta, atendiendo a los ruegos de las gentes de la comarca, y dispuesta a librarlas definitivamente de los riesgos que corrían, se fue en busca de la descomunal bestia; en el bosque la halló, devorando a un hombre; acercóse la santa, la asperjó con agua bendita y le mostró una cruz. La terrible fiera, al ver la señal de la cruz y al sentir el contacto del agua bendita, tornóse de repente mansa como una oveja. Entonces Marta se arrimó a ella, la amarró por el cuello con el cíngulo de su túnica y, usando el ceñidor a modo de ramal, sacóla de entre la espesura del bosque, la condujo a un lugar despejado, y allí los hombres de la comarca la alancearon y mataron a pedradas. Hasta entonces la zona aquella en que el monstruo se escondía, por lo sombrío y tenebroso del paraje, llamábase Nerluc, que quiere decir lago negro, pero a partir de la captura y muerte del dragón, al que la gente designaba con el nombre de Tarascón, en recuerdo de la desaparecida fiera comenzó a llamar Tarascón a lo que antes había llamado Nerluc».
Todo comienza con Luis —trasunto ficcional (ni si quiera encubierto) de la autora—, estudiante de medicina que, un tanto contra su voluntad, se ve en poder de las pertenencias de su recién suicidado vecino y apenas si amigo Rob Marlon, norteamericano de carácter desagradable que aspira a ser escritor. Entre estos despojos hay tres documentos que comienzan a interesarlo, y antes de hablarnos plenamente de ellos, nos hace un puntual relato de sus relaciones con Marlon, del malogrado romance de éste con Elena Gonzaga y de su cada vez más insana curiosidad por ellos. Estos papeles póstumos son una inacabada novela autobiográfica de la lóbrega infancia de Marlon, sus anotaciones a propósito del desmesurado y violento amor por Gonzaga y el diario de ella. Luis nos ofrece una traducción de los primeros dos y también su caprichosa edición, intercalando (erráticamente) ambos. Es por estas secciones que conocemos el pasado remoto e inmediato de Marlon: su violenta infancia, la mala relación con su padre morfinómano, una envidia latente y taciturna por su hermano menor y una especie de vocación enfermeril por asistir a su madre enfermiza; mientras que vamos conociendo los pormenores de su amorío con Elena, quien insiste y persiste por no ser su esposa, circunstancia que lo orilla a violentos desplantes y un intento de suicidio. La autora se vale de estos documentos para pasar de la narración directa a la indirecta, para bordar ambos textos que se oponen y complementan. Luego nos introduce de nuevo en la perspectiva de Luis Narrador/Editor que intrigado por lo que tiene en su poder, decide visitar a la madre de Elena con intensiones no muy bien esclarecidas; esto le permite escamotear otro diario que procede a transcribir y que nos presenta como EL PRIMER DIARIO. A través de él, Gonzaga invierte la formula de Marlon: si éste narra su infancia trayendo a colación el presente, ella narra el presente trayendo a colación el pasado infantil. Las figuras paternas de Rob y Elena se emparentan y enfrentan, el padre de ella es un hombre recio y heróico, un ser duro y dominante que encuentra su equivalente disminuido en Marlon. Para Elena, Rob es como un dios griego que le impone una atracción fatal de la que no puede librarse y en la que cae gustosa. Toda la maldad tácita y explícita de Marlon es un aliciente de admiración para Gonzaga. El curso narrativo tiene un extraño desplazamiento con la inclusión de un personaje de apellido Arenas, viejo aspirante a aforista en condición de egestad que comienza a abordar a la señorita Elena, con intenciones ocultas, de momento. No pasa mucho sin que se revele su nefasto propósito, que finalmente no prospera, y acudimos al cierre del diario, con algunas reflexiones de Elena respecto a la necesidad de hallar algo en los libros, una idea que cifre el sentido de su vida. Entonces, Luis interviene una vez más para transcribir esa idea, una leyenda que dota de sentido la existencia de Elena Gonzaga. Se trata de una bella reescritura del encuentro mágico de Santa Marta con el dragón. Me permito transcribirla:

LA HISTORIA HALLADA POR ELENA

Era por la tarde y el bosque empezaba a estar oscuro. Desde afuera parecía una mancha negra debajo del sol inclinado.
El bosque, sin embargo, prometía belleza dentro de lo oscuro, prometía vida. Debía de haber flores rojas ocultas por los árboles, insectos, respiraciones y pasos ligeros.
No era posible prever qué clase de animales habitaban el bosque, pero costaba trabajo creer que fueran fieras. La imaginación traía naturalmente flores, mariposas, saltamontes, hongos, un mundo pequeño y protegido por una espesa capa de ramas, hojas, lianas. Un mundo animado y misterioso escondido en otro mundo de aspecto impenetrable.
Se imaginaba el suelo cubierto de frutos de castaño y de avellano, el olor de la intimidad de los árboles mezclado con vapores y el ruido de los pájaros. Pero no se podía hablar de lobos, de tigres o jaguares, que sin duda habrían pertenecido a una selva notable en el desorden, ruidosa, testigo de un sin fin de tragedias.
Era por la tarde y la joven Marta, vestida con su túnica de tela azul y su cinturón de cuerdas bien atado, decidió entrar al bosque.
Al bosque se entraba por un sendero angosto que se ensanchaba repentinamente y se perdía. El sendero estaba cubierto de hierba, pero después la hierba escaseaba y quedaba la tierra seca y dura, donde no había nada, nada, ni hojas arrancadas por el viento.
Marta se sorprendió de la apariencia de la tierra y pensó que los altos árboles debían de tener raíces muy profundas, para alimentarse de una humedad que estaría algunos metros más abajo, en otra capa mojada y sumergida. Tal vez la verdadera belleza de ese bosque estaba más adentro y habría un paso secreto que llevara a un escondido arroyo.
También notó algo que le llamó poderosamente la atención: en el suelo, había unas manchas negruzcas que parecían proceder de un fuego encendido y consumido, pero que no podían serlo, porque se reproducían en forma independiente y sin orden alguno en la misma corteza de los árboles; que por cierto eran castaños y avellanos, aunque ninguno de sus frutos parecía haber madurado y caído.
Marta sintió también que la temperatura era muy diferente a la de la aldea donde ella vivía, que se encontraba cerca. Era mucho más alta, y todo el aire parecía penetrado de un humillo incoloro en algunas partes, en otras, vagamente azul. Pensó en una gran fogata, descartó la idea, luego pensó en un lago subterráneo de vapores calientes, pero eso en todo caso, hubiera dado otro tipo de vegetación.
Marta seguía avanzando sin preocuparse por que el camino se había perdido en árboles idénticos; avanzaba al azar porque en sus planes nunca estuvo el regreso.
Por fin llegó a un sitio donde los árboles se alineaban formando un círculo disparejo y suave. Un círculo invisible desde afuera y donde entraba la luz.
Allí, atravesado por el sol de rayos oblicuos, de pie y en una actitud melancólica y serena, estaba el dragón.
Marta pudo observarlo en toda su grandiosa hermosura. Tenía dos alas inmensas y tornasoladas, el cuerpo cubierto de pequeñas escamas del color de la plata y su pecho, no se sabía si recordaba el de las águilas o el de un gran pez de tierra. Pero lo más notable eran las llamas incontrolables y azules que salían de sus labios.
Marta se quedó inmóvil en lo oscuro. No habría regreso. El más enloquecido sueño se había vuelto real. No dormiría más. Recordó antiguos deseos de pastores, de duendes y de principes y los fue deshechando. Su pecho se desnudó por dentro y se dejó invadir. Fue casi un vértigo, el vértigo del reconocimiento y de la entrega, matizado por un tremendo, invencible, monstruoso, sentimiento de pánico.
No tuvo tiempo de arrepentirse de haber entrado al bosque, tampoco quería arrepentirse. No quería huir. Allí estaba el dragón y esa presencia abarcaba todas las reacciones positivas y negativas. El dragón era todo.
Cuando el dragón la miró, Marta estuvo a punto de desmayarse, pero sostuvo la mirada. Los ojos del dragón no conocían la sorpresa, lo más característico en ellos era su intensidad color de uva... pero tembló una de sus alas y en ella, se combinaron de otro modo los compuestos del arco iris.
El dragón salió del área iluminada y se acercó hasta quedar casi junto a ella, no enfrente, porque el dragón sabía lo que significaba su respiración cuando alcanzaba a tocar un objeto.
Miraba a Marta con cuidado, con calma. Ella se estremecía pensando en los árboles quemados y en la tierra manchada y seca. Ella alentaba y resistía la mirada con la concentración con que se viven los minutos que están antes de la muerte.
—Devórame —murmuró. 
Entonces, el dragón empezó a caminar de un lado a otro, siempre cerca de Marta y a recitar un especial discurso con su voz ronca, baja, carente de resonancias.
—Que todo aquel que penetre en el bosque ha de morir, se ha dicho. Perecerá en las fauces del dragón. Por eso, este bosque es maldito y muy temido resulta su único habitante. Yo he preguntado, (los dragones no son inmortales) ¿cómo perecerá el dragón? Cuando se vive solo, las preguntas hacen ecos y ecos, giran y retumban hasta que un eco falla y desvaría y ya no se parece a la pregunta, porque es la respuesta. Mientras el tiempo pasa, los hombres sueñan y los dragones sufren de alucinación. Soy dragón, ejemplar único de una raza sin hembras: las alucinaciones son ondinas, gorgonas, reinas bárbaras coronadas de piedras, odiosas sirenas que vuelan por el mar y nadan por el aire. No hay nada más tremendo que la imaginación y el deseo de los de mi raza, nacidos para la soledad, la destrucción y la melancolía; engendrados de alguna unión monstruosa, llevamos en el cuerpo las señales de la crueldad de nuestros padres y en el fondo del cerebro, la distracción abandonada y enloquecida de nuestras madres. Eso somos nosotros: basta mirar la barbarie tornasolada de nuestras alas y el fuego de nuestras gargantas, basta escuchar nuestras voces inútiles y nuestros llamados que se pierden a la sombra de las hojas ennegrecidas por nuestro propio aliento. Nada es terrible en nuestras vidas salvo el hecho de vivirlas: todo es terrible en nuestras vidas. Se ha dicho que nadie saldrá vivo de este bosque. ¿Por qué has venido?
—Quería verte, soñaba contigo.
—¡Lástima que no pueda reír! ¡Soñar conmigo! ¿Por qué no soñabas con un pastor?
—Un pastor no era suficiente, aunque es verdad que por un tiempo, soñé con un pastor.
—Debiste haber soñado con un príncipe.
—También lo hice... pero me cansé pronto.
—Debiste entonces... no sé qué decirte. Veo, que en efecto, no te quedaban más que los dragones, pero después de eso, no queda nada más.
—Así es.
Los dos callaron y el sol se hizo más débil. Una libélula descuidada, pasó cerca de la nariz del dragón y en seguida cayó al suelo con el cuerpo quemado. El dragón, modestamente, le puso una pata encima y suspiró.
Marta bajó los ojos, como cuando se sorprende algo vergonzoso en la persona amada y así se la protege del rubor. El dragón, sin embargo, parecía incapaz de rubor alguno. Marta dijo:
—Devórame. ¿Qué esperas?
—No sé. Los dragones hemos sido los más tradicionales suicidas de la historia. ¿Lo sabías?
—No.
—Vivimos nuestro destino de destructores y luego, en un momento clave, cuando todo es demasiado árido, se apodera de nosotros un delirio de fecundidad y...
—¿Puedo tocar tus escamas?
El dragón contuvo por un instante su cálido aliento y no contestó. Pero acercó a Marta una parte de su pecho cuidando de mantener la cabeza vuelta hacia un lado. Marta tocó la escama y sintió que sus dedos, al tocarla, se entumecían de horror. El dragón, sin volver la cabeza, la miraba de reojo. Marta retiró la mano.
—Tócame más.
Marta extendió las dos manos sobre el pecho del dragón y a la luz desnivelada de la tarde que estaba por morir, vio cómo se reflejaba su imagen en cada una de las escamas. Nadaba en un mar relampagueante de plata y espejos. Tocó cada una de las escamas hurgando en sus múltiples imágenes; se olvidó de sí misma y por ello mucho le sorprendió observar que las alas del dragón temblaban hondamente y que el fuego de su boca era morado.
—¿Cómo es el tacto de la carne? —dijo el dagón.
—Suave.
—Yo no toco. Devoro. Sólo podría hablarte del sabor de la carne.
—Es suave, suave, suave.
El dragón suspiró con tanta fuerza, que la rama del árbol más cercano, cayó al suelo calcinada y rota.
—¿Cómo es el tacto de tus cabellos rubios?
—Suave también, como la lluvia.
—Como la lluvia...
El dragón suspiró de nuevo y algo que no era un objeto cayó a los pies de Marta. Algo que fue absorbido por el suelo con gran rapidez y que Marta vio pasar como un relámpago.
—¿Lloras? —dijo Marta. El ojo que la miraba de perfil estaba humedecido. Cayó otra lágrima y Marta pudo ver que dejaba en el aire un rastro de vapor.
—Devórame.
El dragón retomó su discurso interrumpido mientras Marta dejaba de tocar su pecho y seguía la línea en que las escamas empezaban a escasear para dar lugar al nacimiento de las alas.
—Un dragón no es eterno. Una vez vino a matarme una escuadra de soldados y con un solo aliento los convertí en cenizas. Ellos no sabían que la vida nuestra es premeditada y misteriosa. Nadie puede exterminarnos sin contar con nuestra voluntad. Nadie. Por eso parecemos eternos.
Ahora, Marta, parada en las puntas de sus pies descalzos, tocaba sin tocar las irisadas transparencias de las alas y su terror alimentaba su deleite. Sudaba no sabía por qué placer extraño. El dragón se volvió un poco más y su cola resonó contra el suelo como la de una serpiente marina. Los dedos de Marta corrían por las escamas de su espalda, hasta terminar en aquella cola fuerte y enjoyada, rematada por una aguda flecha.
—El bosque no es un feo lugar para vivir —seguía el dragón—. Si yo me abstuviera de pasearme por algunas de sus partes, podrías comer frutos. Te bañarías en una ciénaga después de pasar yo por ella y el agua quedaría tibia y agradable. Tal vez yo podría contemplarte cómo te bañas, cómo eres sin túnica. Podría ver, también a una distancia prudente, cómo eres cuando cierras los ojos y te duermes. —Caviló un momento, siempre estremecido y sin dejar de temblar—. Pero jamás podré tocarte, ni mirarte de cerca, jamás sabré...
Marta se había sentado en el suelo, exhausta de miedo y de abandono. Con excepción del rostro, no había parte del cuerpo del dragón que no hubiera tocado. Tenía las manos arenosas, desolladas y colmadas de palpitaciones. Sabía ahora que la sangre de los dragones es más potente que el molino de viento de una aldea. Sabía también que ella era más quebradiza que la libélula calcinada y que el regreso era más imposible que nunca aunque pudiera recordar el camino.
Allí, en el suelo, se inclinó para besar una de las enormes patas. La hinchada cola del dragón pasó sobre su cabeza y el cuerpo de su dueño retrocedió muchos pasos. Ahora podía distinguirse sobre el círculo de árboles, una luna como huella digital.
El dragón empezó a caminar siguiendo la curva indecisa de los castaños y de los avellanos y cada uno de los enormes pasos, resonaba en el cuerpo de Marta. La túnica se le había pegado al cuerpo y el cinturón de cuerdas le apretaba como un anillo de acero. Quería dar alaridos y sollozar, pero callaba.
El dragón, con la espalda apoyada en un árbol, miraba al cielo con sus ojos de uva. Parecía imaginar la frialdad de una noche que a él llegaba tibia. Parecía más nostálgico que nunca.
—Ven. Acércate.
Marta, muy temerosa, con las rodillas húmedas, se dirigió hacia él.
—Desata tu cinturón de cuerdas.
Ella obedeció y la túnica se le quedó prendida en el cuerpo como si también estuviera aterrorizada.
—Ahora, átamelo al cuello y llévame.
—¿A dónde?
—Allá, al sitio de donde vienes.
—No sé el camino de la aldea.
—Te lo enseñaré yo.
Marta siguió las instrucciones que había recibido y empezaron a atravesar el bosque. No dijeron una palabra más. El dragón caminaba sumiso tranquilo. Pero se oían los ecos de su corazón. Marta iba lentamente aprendiendo, cómo en muy corto tiempo nace y crece el dolor.
No se detuvo, sin embargo, ni quiso quedarse en aquel bosque, ni bañarse en la ciénaga, ni alimentarse de avellanos, de nueces y de espanto. Cruzaron el lindero del bosque, avanzaron por el camino y ya era el amanecer. Ninguno de los dos supo de los esplendores de la noche, cada uno llevaba su propia prisa insondable y secreta.
Al entrar a la aldea, los hombres las mujeres, enardecidos por un odio gratuito, aunque auténtico, hirieron al dragón con palos y con piedras, hasta que se apagó su fuego y sus latidos y su sangre corrió, no siguiendo el apretado cauce de venas, sino esparcida y torpe.
Marta, ya sin temor, sin dueño y sin cansancio, fue a sentarse junto al molino de viento, frente al curso de un arroyo que aún ahora, contempla fijamente.

Una nueva intervención de Luis, con sus comentarios y reflexiones, y también la imprevista entrevista con los padres de Rob que, a la sazón, están en México por el suicidio de éste, nos lleva al otro diario de Elena; aquel que estaba entre las pertenencias de Rob. Una especie de anulación del anterior diario. En él, Gonzaga se revela como la verdadera protagonista de la novela. Sus entradas sin fecha se suceden rápida y aterrorizadamente y versan sobre Rob Marlon, el verdadero; aquel hombre feroz y perezoso que la sometió. Elena destruye la imagen idealizada del primer Rob que nos había retratado. Rob Marlon es un dragón, un demonio maldito del que ella tiene que librarse y librar al mundo. Esta nueva perspectiva desconcierta al lector por su contradicción con el diario anterior; lo hace entrar abruptamente en la realidad de miedo que una frágil mujer vive merced a un extraño que la somete y acecha. Con todo, este diario es también la revancha, Elena viviseccion a su asqueroso amante y lo va destruyendo. La locura y el dolor que debió haber sentido Rob después de la lectura del venenoso diario son lo que lo lleva a la autodestrucción. La obra cierra con una última intervención de Luis que descubre el mecanismo artificial de la historia, que si bien, es real —dentro del mundo de la ficción—, fue acomodado de un modo específico para suscitar en el lector una duda, la ambigüedad sutil que no permite decir quién es el asesino de Rob Marlon, si éste se dejó matar (como un dragón) o, en efecto se suicidó.
Luisa Josefina Hernández nos entrega una novela completa, aunque insegura en el principio y algo inverosímil por su narrador/editor. Pese a ello, destaca en su uso de los adjetivos, la inteligente estructura y el paratexto hagiográfico que determina la narración. Al momento de escribir este texto, la autora tiene 93 años y es la última escritora viva de las que publicaron en la Serie del volador. Además de su obra novelística, es traductora, ensayista, docente y destaca especialmente como dramaturga.

¹ En el libro Más allá de las palabras, difusión, recepción y didáctica de la literatura hispánica se recoge el caso anecdótico, contado por Jaime Salinas, de la primera traducción al español de El tambor de hojalata de Günter Grass: “Eran los años sesenta y [...] seguía en vigor la censura, que obligaba al editor a presentar en el Ministerio de Información y Turismo todo libro o manuscrito, donde era puesto en manos de los censores. [...]Seix Barral no tardó en recibir el correspondiente oficio denegando la publicación de El tambor de hojalata en España. Inmediatamente Carlos Barral se lo comunicó al editor alemán proponiéndole al mismo tiempo un traspaso del contrato a la editorial mexicana Joaquin Mortiz, dirigida por el exiliado español Joaquin Diez-Canedo, con el que Barral mantenía estrechas relaciones personales y profesionales que le habían permitido publicar más de un libro que le había sido denegado por la censura. Steidel Verlag no puso inconvenientes, Joaquín Mortiz encargó su traducción a Carlos Gerhard y poco después apareció en México la primera edición en lengua española de El tambor...

lunes, 27 de septiembre de 2021

Del miedo (ensayo a la manera de Bacon)

I. Del miedo

Es indudable que en la jerarquía de las pasiones que ordenan nuestra visión del mundo, el miedo es uno de los soberanos. El miedo es hijo de la vista y del oído; deforma y transforma, metu interprete semper in deteriora inclinato;¹ encuentra adversarios inopinados entre las sombras, yergue murallas infranqueables, ama el refugio y es enemigo del porvenir. En el sentido estricto, existen tres tipos de miedo y todos se enfilan desde el futuro hacia el presente; en verdad que son como la bandada de saetas que oscurecen el cielo. Dos de esos miedos son estadísticos y el otro es obra del exceso de imaginación: los hombres podemos temer a lo probable, lo posible y lo imposible
Son probables los accidentes de la vida cotidiana, la conjunción de elementos que ponen en peligro la integridad del cuerpo, porque al miedo lo motivan las expectativas del dolor y del sufrimiento. No hay quien no experimente inquietud cuando se encuentra ante una altura precipitante, un descuido se antoja probable; en el campo de la estadística, la caída aumenta, y así, en situaciones análogas, el hombre teme cuando está en riesgo, al filo del peligro. Este miedo a las cosas probables es necesario, es el instinto animal, la parte del alma que es una fiera arrinconada entre la pared y el fuego; es el resorte que a veces se suelta y nos hace escapar o que a veces se queda atascado y nos paraliza. Temer a lo probable no daña esencialmente el desempeño de la vida, antes lo propicia y lo permite; la conciencia de la fragilidad del cuerpo y la dureza del miedo nos hacen precavidos. El miedo a lo probable busca evitar el dolor, que es de índole físico. Pero hay hombres de temperamentos endebles que se ponen en guardia ante cualquier estímulo, dotan de autoridad a sus temores y comienzan a sentir recelo de lo posible
El miedo a lo posible suele disfrazarse de precaución. Son posibles toda suerte de sucesos funestos toda vez que la vida está poblada de adversidades; sólo que estos miedos tienden hacia lo improbable, escapan de la cotidianidad y de lo próximo. No es plenamente descabellado temer a un accidente marítimo, a las tormentas o las bestias salvajes; salvo si uno no está en una travesía por mar abierto, en un clima complicado o en medio de la jungla; todos son miedos a situaciones peligrosas y posibles, pero no representan un riesgo inmediato. Se teme a lo contingente en el porvenir, como ya se dijo; y cada miedo está más lejos en el futuro que el anterior: en cuanto a lo posible, es un miedo que dimensiona qué tan mortales somos, cuántos peligros sorteamos y qué enemigos nos acechan. Cuando uno pierde el control de esos temores, espera golpes a diestra y siniestra y sospecha de todo. Aunque el miedo a lo posible ayuda a vivir, puede ser más dañino que benigno. Mientras se está vivo, todo puede atentar contra uno; y ya no se teme tanto al dolor, sino al sufrimiento: el hombre que teme a lo posible se preocupa por su corazón y sus pensamientos y no tanto por la integridad de su cuerpo, pone en duda su futuro. Si el miedo a lo probable estimula a la huída, el miedo por lo posible paraliza (mas, huelga decir que no son efectos propios de ambos miedos, solamente son una mayoría en cada caso). Los antiguos personifican estos dos miedos estadísticos en los gemelos Fobos y Deimos, hijos del amor y de la guerra. Acompañaban a su padre, Ares, en los enfrentamientos y manipulaban la reacción de los guerreros: Fobos los hacía huir ante el peligro inminente y Deimos los paralizaba cuando el combate estaba en marcha. 
El miedo probable es el de los individuos y el posible el de las sociedades. Es curioso que las sociedades destruyen lo contingente, erradican los peligros naturales a la vez que propician los artificiales; cuando el hombre no teme a su medio, se teme a sí mismo. El miedo a lo posible deja intranquila la mente y entonces pericla timidus etiam quae non sunt videt
No es que el miedo a lo imposible sea exclusivo de individuos o de grupos, se manifiesta en ambos por igual, sobre todo cuando la superstición impera. Este miedo es irracional de forma auténtica, a diferencia de los otros dos; ofrece perspectivas espantosas pero definitivamente irreales. ¿Cómo fundamentar el miedo a lo desconocido, el miedo a las torturas sobrenaturales del infierno o a criaturas de leyenda que pasean por las noches? Sólo la imaginación puede crear fantasías así. El miedo a lo imposible se debe a la ignorancia, la credulidad y el fanatismo; arraiga con la firmeza de las convicciones en la proyección del hombre hacia el futuro; entonces, en su panorama se dibujan monstruos y martirios que destrozarían su cuerpo en segundos. De esta forma, no se teme al dolor, sino al sufrimiento, a la disolución de la identidad, del yo. Este miedo no propicia la fuga o la inmovilidad; ¿quién puede escapar de fuerzas sobrenaturales? 
Para todo miedo hay paliativos y consuelos, los primeros dos miedos pueden enfrentarse de una u otra forma; para el tercero existe la fe en seres benignos y protectores, porque aunque haya de pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno, porque tú estás conmigo.³ La compañía —humana o divina— ayuda a enfrentar al miedo, no por nada es proverbial el dicho de que de la unión nace la fuerza. Los hombres pierden el miedo cuando se agrupan, cuando confían su ser al otro; es claro que la comunidad propicia la supervivencia y enfrenta los miedos. Entonces, los hombres pueden volverse cobardes, valientes o temerarios merced a su medio. Uno pensaría que el miedo cría cobardes, pero también puede abonar a los valientes y perder a los temerarios. Estas posiciones son sencillamente los extremos del vicio y el centro de la virtud, ideas de una ética hoy diluida y subestimada.
Cada hombre tiene miedos en función de su ser, pero también en función de sus afectos y posesiones; la mayoría de estos miedos son por lo posible: los padres teme por el bienestar y el futuro de sus hijos (the joys of parents are secret; and so are their griefs and fears)⁴, como el que es dueño de algo, teme por los peligros que atentan la preservación de aquel bien. Así, podríamos ordenar en una escala qué tan susceptibles son los hombres al miedo y como dijo Bacon de los reyes y monarcas: it is a miserable state of mind to have few things to desire, and many things to fear,⁵ porque los hombres que más poseen son más mortales y por tanto están expuestos a más peligros, finalmente, todo puede propiciar al miedo. 
Me gustaría agregar lo que un sabio francés escribió sobre la ceguera y el valor, que no osadía involuntaria: El ciego que no percibe el peligro se vuelve tanto más intrépido, y no dudo que caminaría a paso firme sobre tablas angostas y flexibles que formaran un puente sobre un precipicio. Hay pocas personas cuyos ojos no se nublan ante la visión de grandes abismos.⁶ El don de ver el mundo venía con la maldición de temerle. Y por último, hablar del miedo a lo inevitable; tanto o más absurdo que el miedo a lo imposible. En rigor, es una variante del miedo a lo probable porque se funda en las certezas universales: que nuestros cuerpos se van a corromper y eventualmente moriremos; pero temer a la verdad es temer a la vida y recelar de las cosas que escapan a nuestro control es una pérdida de tiempo. Resultaría vana retórica hablar de la aceptación de estas verdades, lo cierto es que el mayor enemigo del miedo es el valor; la cualidad de resistir y ser consciente. Valentía no implica no tener miedo, sino vencer el impulso de escapar ante el peligro o el quedarse petrificado.

¹ “El miedo es un intérprete que tiende siempre al peor sentido.” Tito Livio, Ab urbe condita, 27, 44, 10
² “El  asustadizo ve incluso los peligros que no existen.” Publilio Siro, Sententiæ.
³ Salmos XXIII:4
⁴ “Las alegrías de los padres son secretas y así lo son sus penas y temoresFrancis Bacon, Ensayos: VII. De los padres y los hijos
⁵ “Es una desdichada situación mental tener pocas cosas que desear y muchas que temer.” Francis Bacon, Ensayos: XIX. Del imperio.
Denis Diderot, Apéndice de Carta sobre los ciegos para uso de los que ven.

II. Del miedo, la audición y la vista

–El miedo que tienes te hace, Sancho, que ni veas ni oigas a derechas, porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son. Y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo, que solo me basto para dar la victoria a la parte a quien yo dé mi ayuda. Cap. XVIII

–¿Cómo puedes tú, Sancho, ver dónde hace esa línea, ni dónde está esa boca o ese colodrillo que dices, si hace una noche tan oscura que no aparece en todo el cielo estrella alguna?
–Así es, pero tiene el miedo muchos ojos y ve las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo, aunque por buenas razones bien se puede entender que falta poco de aquí al día. Cap. XX

viernes, 24 de septiembre de 2021

4. Mal consejero, buenos consejos (selección de ensayos)

Francis Bacon es una paradoja: la extraña amalgama de una mente clara con un corazón oscuro. De su mente, su deseo de encontrar la verdad y confirmar a Dios, provienen sus obras: tratados, estudios, ensayos y notas, cada una muestra de su infatigable labor por renovar la ciencia y la filosofía, lejos de los prejuicios que desde el mundo clásico habían prevalecido; y de su corazón proceden su ambición, su desfachatez y deslealtad, un sucio empeño por escalar en los estratos del poder y el prestigio. Semejante ejemplar humano es más bien una especie de monstruo, y quizá sea complicado tolerar su existencia; lo cierto es que una cosa no anula a la otra. Aunque el autor fue un perjurador, sus obras siguen siendo producto de incisivas meditaciones y una aguda observación, se salvan por sí mismas; y en cualquier caso, el oro viene del barro. Eso justamente trato de presentar, el oro baconiano, aunque sin olvidar su origen.
Los ensayos que recojo a continuación son apenas una selección del total de 58 canónicos. Pertenecen a sus obras pedagógicas menores, dirigidas a los jóvenes para contribuir en su formación; y aunque son hijas de ciertas convenciones y tendencias que a veces caen en lugares comunes, no dejan de guardar elementos de gran estima. Por eso considero que lecturas como la de William Blake —aunque legítimas— son un tanto injustas. Bacon condensa tópicos que suscribe a tres grandes temas: lo civil, lo político y lo moral (aunque sus alcances van más allá, por supuesto). Parte de premisas sencillas, enmarcadas en sentencias que luego va desarrollando con elegancia y discreción. No por breve resulta superficial y articula su pensamiento apoyado en sus lecturas de los clásicos latinos y la biblia, sus dos grandes fuentes de saber y sabiduría. Aunque algunas de sus ideas puedan parecernos anticuadas a primera vista, los ensayos son prosas atemporales y lo anticuado también puede ser entendido como una anticipación de un futuro impredecible. Asombra la variedad y amplitud que Bacon alcanza, sobre todo porque parece mentira que la pluma que dió a luz semejante despliegue de agudeza y genio haya sido en vida un típico consejero que no pone en práctica lo que predica. Objetarle su negligencia a estas alturas ya no viene mucho al caso. Réstame decir que: espero que estos ensayos estimulen el pensamiento y fructifiquen en provechosas reflexiones.

II. De la muerte¹
(1612)
Los hombres temen la muerte como los niños temen adentrarse en la oscuridad;² y al igual que ese miedo natural de los niños se acrecienta con los cuentos, así ocurre a los otros. En verdad, la contemplación de la muerte, como precio del pecado³ y tránsito al otro mundo, es santa y religiosa; pero temerla, como tributo debido a la naturaleza, es debilidad. Sin embargo, en las meditaciones religiosas hay cierta mezcla de vanidad y superstición. Podremos leer en algunos libros de mortificación de los frailes⁴ que un hombre pensara para sí cuán doloroso es que tuviera las puntas de los dedos oprimidas o torturadas; y de ahí imagina cuáles son los dolores de la muerte cuando todo el cuerpo se corrompe y disuelve; cuando muchas veces pasa la muerte con menos dolor que la tortura de un miembro, porque las partes más vitales no son las de sensibilidad más rápida. Y por él, que habla sólo como filósofo y hombre natural, bien se dijo: Pompa mortis magis terret quam mors ipsa.⁵ Los gemidos y convulsiones, la palidez del rostro, las lágrimas de los amigos, lutos, exequias y demás presentan terrible a la muerte.⁶ Es digno de observarse que no hay sentimiento de la mente humana tan débil, pero va unido y domina al miedo a la muerte;⁷ y, sin embargo, la muerte no es ese enemigo tan terrible cuando el hombre tiene en su derredor tantos que le atiendan que pueda ganar su batalla.⁸ La venganza triunfa sobre la muerte; el amor la desdeña; el honor la sobrepasa; la pena la huye; el miedo se anticipa a ella;⁹ no sólo leemos que, después que el emperador Otón se suicidó, la piedad (que es el más tierno de los sentimientos) provocó la muerte de muchos por mera compasión hacia su soberano,¹⁰ y como el más verdadero destino de sus partidarios. No sólo Séneca acumuló aburrimiento y saciedad: Cogita quamdium eadem feceris; mori velle, non tantum fortis, aut miser, sed etiam fastidiosus potest.¹¹ Un hombre moriría, aunque no fuera valiente ni desgraciado, sólo por cansancio de hacer la misma cosa una y otra vez.¹² No menos digno de observarse es cuán poca alteración produce en las almas buenas la cercanía de la muerte, pues parecen seguir siendo las mismas personas hasta el último instante. César Augusto¹³ murió pronunciando un cumplido: Livia, conjugii nostri memor, vive et vale;¹⁴ Tiberio,¹⁵ disimuladamente, como dice Tácito, Jam Tiberium vires et corpus, non dissimulatio, deserebant;¹⁶ Vespasiano,¹⁷ gesticulando y sentado en un taburete: Ut puto deus fio;¹⁸ Galba,¹⁹ con una frase, presentando el cuello: Feri, si ex re sit populi Romani:²⁰ Septimio Severo,²¹ en tono apremiante: Adeste, si quid mihi restat agendum,²² y así sucesivamente. En verdad, los estoicos concedían demasiado valor a la muerte y debido a sus enormes preparativos la hacían parecer más temible. Mejor es qui finem vitæ extremum inter munera ponit naturæ.²³ Es tan natural morir como nacer; y quizá para el niño lo uno es tan doloroso como lo otro. Aquel que muere en una empresa ardorosa es como al que hieren cuando hierve su sangre, que apenas nota la herida; por tanto, una mente fija e inclinada hacia algo que es bueno, no evita los dolores de la muerte;²⁴ pero, sobre todo, créase, el cántico más dulce es Nunc dimittis,²⁵ cuando el hombre ha obtenido fin y esperanzas dignos. La muerte también tiene esto, que abre la puerta a la buena fama y extingue la envidia:²⁶ Extinctus amabitur idem.²⁷

¹ Parte de este ensayo está fuertemente inspirado en las Epístolas morales XXIV y LXXXII de Séneca.
² En 1624 Bacon pública la segunda parte de su Gran Restauración: De Augmentis Scientiarum, obra que en su sexto libro tiene un apartado titulado Antitheta Rerum, donde —a imitación de Séneca— condensa varias sentencias (propias y ajenas) en Pro y Contra de una multitud diversa de tópicos. Así, el autor ofrece frases agudas que pueden ser desarrolladas con discreción y pertinencia en discursos más elaborados. Tales abreviaciones son tomadas, a menudo, de sus obras anteriores, como los Ensayos. Entonces, en Antitheta Rerum XII:2 Vita Contra leemos: “Mortem homines timent, quia nesciunt; ut pueti tenebras (Los hombres temen a la muerte porque no la conocen, como los niños [temen] a las tinieblas).”
³ “Pues la soldada del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en nuestro señor Jesucristo.” Romanos VI:23
Bacon alude al jesuita Robert Parsons y su obra The First Booke of the Christian Exercise.
⁵ “Aterra más la pompa de la muerte que la muerte misma.” Séneca. Y luego en Antitheta Rerum XII:1 Vita Contra: “Philosophi, dum tantum apparatum adversus mortem colligunt, ipsam magis timendam effecerunt (Los filósofos han hecho tantos preparativos contra la muerte que, la han hecho lucir más temible).”
⁶ El ensayo XIX de Montaigne ofrece una estampa antecedente a estas líneas: “En verdad creo que todo depende del aparato de horror de que la rodeamos el cual pone más miedo en nuestro ánimo que la muerte misma; los gritos de las madres, de las mujeres y de los niños; la visita de gentes pasmadas y transidas; la presencia numerosa de criados pálidos y llorosos; una habitación a oscuras; la luz de los blandones; la cabecera de nuestro lecho ocupada por médicos y sacerdotes: en suma, todo es horror y espanto en derredor nuestro: henos ya bajo la tierra.
Antitheta Rerum XII:3 Vita Contra: “Non invenias inter humanos affectum tam pusillum, qui si intendatur paulo vehementius non mortis metum superet (No se puede encontrar pasión tan mezquina entre los seres humanos, que si intensifica más violentamente, no se supera el miedo a la muerte).”
 Hay aquí un eco al Santo Soneto X de John Donne, Muerte, no seas tan orgullosa, donde el poeta pone en su lugar a la muerte ante la eternidad del alma y menciona los otros soporiferos de la vida: «Thou art slave to fate, chance, kings, and desperate men, / And dost with poison, war, and sickness dwell, / And poppy or charms can make us sleep as well / And better than thy stroke; why swell'st thou then?»
⁹ i. e. se anticipa con el suicidio.
¹⁰ Marcus Salvius Otho fue emperador del Imperio Romano durante el año conocido como el de los emperadores, pues en tan sólo ese periodo se sucedieron 4 administraciones. Suetonio describe varias de sus prácticas cosméticas y su afeminamiento era bien conocido. Luego de tres meses de gobierno y después de una derrota militar, Otón décidé poner fin al conflicto con su muerte y, la acción resultó tan noble que, muchos de sus soldados imitaron su determinación.
¹¹ “Piensa cuánto tiempo has hecho lo mismo; puede desear la muerte, no sólo el valiente o desgraciado, sino también el hastiado.” SénecaEpístolas morales, XXIV. El autor cita este mismo pasaje en Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II.
¹² Antitheta Rerum XII:4 Vita Contra: “Mori velle non tantum fortis, aut miser, aut prudens, sed etiam fastidiosus potest (No sólo el valiente, el miserable o el sabio están dispuestos a morir, sino también el fastidiado).”
¹³ César Augusto fue el primer emperador del Imperio Romano, gobernó por cuatro décadas.
¹⁴ “Adiós, Livia; vive y acuérdate de nuestra unión.Suetonio, Augusto, XCIX.
¹⁵ Tiberio Julio César Augusto fue el segundo emperador del Imperio Romano. Ascendió al trono gracias a que los nietos de Augusto fallecieron y Tiberio fui adoptado por éste.
¹⁶ “Ya le abandonó la fortaleza de su cuerpo a Tiberio pero no su disimulo.” Tácito, Anales, VI, 50.
¹⁷ Vespasiano fue el último emperador del Imperio Romano en el año de los emperadores; su ascenso al trono estuvo apoyado por los seguidores de Otón y por una serie de agüeros y profecías que dijeron que el próximo emperador vendría del Este, de donde él procedía.
¹⁸ “Me parece que me convierto en un Dios.” Suetonio, Vespasiano, XXIII.
¹⁹ Galba fue el primer emperador durante el periodo conocido como el año de los cuatro emperadores. Su administración duró apenas 7 meses y culminó con su asesinato que dejó una trás de si fuertes tensiones políticas y una guerra civil.
²⁰ “Golpea, si eso es en bien del pueblo romano.” Suetonio Galba, XX.
²¹ Séptimo Severo fue emperador del Imperio Romano, se encargó de sumar a su nombre la referencia de sus éxitos militares y políticos, tal es así que a su muerte fue conocido como: Imperator Caesar Lucius Septimius Severus Pius Pertinax Augustus Arabicus Adiabenicus Particus Maximus Britanicus Maximus, Pontifex Maximus, Tribuniciae Potestatis XIX, Imperator XV, Consul IV, Pater Patriae
²² “Date prisa, si quieres algo más de mí.” Dion Casio, LXVII, 17.
²³ “El que considera el extremo final de la vida como uno de los regalos de la naturaleza.” Juvenal, Sátiras, X. 358. Bacon también cita este pasaje en Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II: «Y paréceme que la mayoría de las doctrinas filosóficas son más cautas y más temerosas de lo requerido por la naturaleza de las cosas. Y, así, han incrementado el temor a la muerte prometiendo disminuirlo. Pues teniendo toda la vida del hombre para disciplinarlo o prepararlo para la muerte, en cambio parece necesitan hacerlo pensar en ella como en un terrible enemigo contra el cual no se adquiere jamás suficiente preparación. Mejor ha sido dicho por el poeta: “Qui finem vitæ extremum inter munera ponat Naturæ.”».
²⁴ Compárese con el ensayo XIX de Montaigne: “Soy partidario de que se trabaje y de que se prolonguen los oficios de la vida humana tanto como se pueda, y deseo que la muerte me encuentre plantando mis coles, pero sin temerla, y menos todavía siento dejar mi huerto defectuoso.
²⁵ “Ahora despides, Señor, a tu siervo, conforme a tu palabra.” Lucas II:29
²⁶ Antitheta Rerum XVI:3 Invidiæ Contra:  “Nemo virtuti invidiam reconciliaverit præter mortem (Nada más que la muerte reconcilia la envidia con la virtud).”
²⁷ “Una vez muerto, se le amará lo mismo.” Horacio, Epístolas, II.

III. De la unidad de la religión
(1612)
Siendo la religión el principal lazo de la sociedad humana, resulta muy feliz cuando está acomodada dentro del verdadero lazo de la unidad. Las querellas y divisiones sobre religión fueron males desconocidos de los gentiles.¹ La causa se debe a que la religión de los gentiles consistía más en ritos y ceremonias que en ninguna creencia constante;² pues se puede imaginar qué clase de fe sería la suya cuando los principales doctores y padres de su iglesia eran los poetas.³ Pero el verdadero Dios tiene este atributo: que es un Dios celoso;⁴ y, por tanto, su culto y religión no soporta mixtura ni compañero. Por lo cual, diremos algunas palabras concernientes a la unidad de la Iglesia; cuáles son sus frutos; cuáles los límites; y cuáles los medios.
Los frutos de la unidad (junto al agrado de Dios que lo es todo) son dos: el uno para aquellos que están fuera de la Iglesia, el otro para los que están en ella. Para los primeros, es cierto que las herejías y los cismas son, de todos los demás, los mayores escándalos, desde luego, más que la corrupción de costumbres; porque, así como en el cuerpo viviente, una herida o solución de continuidad es peor que un humor corrupto, lo mismo ocurre en el espiritual; de tal modo que nada mantiene más a los hombres fuera de la Iglesia, o les conduce afuera de ella que la rotura de la unidad; y en consecuencia, siempre que llegue la ocasión en que uno diga: Ecce in deserto⁵ y otro diga: Ecce in penetralibus;⁶ que es, cuando algunos hombres buscan a Cristo en los conventículos de los heréticos y otros fuera de la Iglesia, esas voces sonarán continuamente en el oído de los hombres: Nolite exire —no salgáis.⁷ El doctor de los gentiles⁸ (cuya adecuada vocación le indujo a tener un cuidado especial con esos de fuera) dijo: “...si toda la Iglesia se juntare en uno, y todos hablan lenguas, y entran indoctos o infieles, ¿no dirán que estáis locos?”⁹ y, en verdad, es poco mejor: cuando los ateos y profanos oyen tantas opiniones religiosas tan discordantes y contrarias, eso les aparta de la Iglesia y hace que “se sienten en silla de los escarnecedores.”¹⁰ No es más que cosa leve atestiguar en materia tan grave, pero expresa bien su deformidad. Hay un maestro de la burla¹¹ que en el catálogo de libros de una biblioteca imaginaria, pone este título de libro: La danza morisca de los heréticos, porque, la verdad, cada secta de ésos tiene una posición distinta o bajeza propia que no mueve sino a risa en los políticos depravados y mundanos que son aptos para despreciar las cosas santas.
En cuanto al fruto para aquellos que están dentro, es la paz, que contiene infinitas bendiciones; establece la fe; excita la caridad; la paz exterior de la iglesia destila en la paz de la conciencia, y cambia los escritos y las lecturas de controversias en tratados de mortificación y devoción.
Respecto a los límites de la unidad, su verdadera situación importa extraordinariamente. Parece que hay dos extremos; para ciertos fanáticos¹² toda palabra de pacificación es odiosa. ¿Hay paz? Y Jehú le dijo: ¿Qué tienes tú que ver con la paz? Vuélvete tras de mí.¹³ La paz no es la cuestión, pero la sigue y es parte de ella. Contrariamente, algunos laodiceanos y tibios¹⁴ creen que pueden acomodar los puntos religiosos por procedimientos intermedios tomando parte de ambos y con ingeniosas reconciliaciones, como si pudiesen elegir entre Dios y el hombre. Tienen que evitarse estos dos extremos; lo que se hará si la unión de cristianos, ordenada por nuestro propio Salvador, se viera en las condiciones contrarias antes expuestas razonable y claramente: El que no está conmigo, está contra mí;¹⁵ y nuevamente: el que no está contra nosotros, está con nosotros;¹⁶ es decir, si los puntos fundamentales y sustanciales en religión fueran sinceramente discernidos y distinguidos de los puntos no meramente de fe, sino de opinión, mandato o buena intención. Esto es una cosa que muchos pueden considerar una materia trivial y ya conseguida, pero si estuviera conseguida al menos parcialmente, sería aceptada más generalmente.¹⁷
Sobre eso sólo puedo dar este consejo de acuerdo con mi modesto ejemplo. Los hombres deben huir de dividir la Iglesia de Dios con dos clases de controversias; una es cuando la materia del punto controvertido es demasiado pequeña y ligera, no merecedora de aclaramiento y discusiones sobre ella encendida sólo por la contradicción; porque, según indica uno de los Padres,¹⁸ la túnica de Cristo, en verdad que no tenía costura, pero el ropaje de la Iglesia era de diversos colores;¹⁹ después de lo cual dijo: In veste varietas sit, scissura non sit,²⁰ son dos cosas, unidad y uniformidad; la otra es cuando la materia del punto controvertido es grande, pero se llega a una sutilidad y oscuridad supergrande, de tal modo que se convierte en algo más ingenioso que esencial. El hombre que sea de juicio y entendimiento oirá algunas veces discutir a los ignorantes y comprenderá para sus adentros que esos que discuten así significan la misma cosa y, sin embargo, nunca estarían de acuerdo entre ellos mismos; y si acontece llegar a ese distanciamiento de juicio que hay entre un hombre y otro, ¿no pensaremos que Dios está sobre todos, que conoce los corazones, que no discierne que los hombres frágiles, en algunas de sus contradicciones, pretenden la misma cosa y acepta a ambos? La naturaleza de tales controversias está excelentemente expresada por San Pablo en la admonición y precepto que dio respecto a eso: Devita profanas vocum novitates, et oppositiones falsi nominis scientiæ.²¹ Los hombres crean oposiciones que no lo son, y las ponen en nuevos términos tan fijos, por cuanto el significado tiene que regir al término, como el término efectivamente rige al significado.²² Hay también dos paces o unidades falsas; la una es cuando la paz no se basa sino en una ignorancia embrollada; pues todos los colores concuerdan en la oscuridad; la otra es cuando se agrega a una admisión directa de contrarios en puntos fundamentales; pues la verdad y la falsedad en tales cosas son como el hierro y el barro en los pies de la estatua de Nabucodonosor: pueden separarse pero no podrán unirse.²³
Respecto a los medios de conseguir la unidad, los hombres deben percatarse de que, en la consecución o fortalecimiento de la unidad religiosa, no deshacen o desfiguran las leyes de la caridad y de la sociedad humana. Hay dos espadas entre los cristianos, la espiritual y la temporal,²⁴ y las dos tienen su debido oficio y lugar en el mantenimiento de la religión; pero no deberíamos tomar la tercera espada, que es la de los mahometanos, o desearla; es decir, propagar la religión mediante guerras o, con persecuciones sanguinarias,²⁵ forzar las conciencias; a excepción de los casos de escándalo manifiesto, blasfemia o entrometimiento activo contra el Estado; mucho menos alimentar sediciones, autorizar conspiraciones y rebeliones, poner la espada en manos de la gente y cosas análogas que tiendan a la subversión de todo gobierno que es la ordenanza de Dios; porque eso es lanzar la primera norma contra la segunda²⁶ y de ese modo considerar a los hombres como cristianos mientras olvidamos que son hombres. El poeta Lucrecio, cuando considera el acto de Agamenón,²⁷ que pudo soportar el sacrificio de su propia hija, exclama:

Tantum religio potuit suadere malorum²⁸

¿Qué hubiera dicho si hubiese sabido de la matanza en Francia y la traición de la pólvora en Inglaterra?²⁹ Se habría sentido siete veces más epicúreo y ateo de lo que era; ya que la espada temporal debe ser desenvainada con gran precaución en los casos religiosos³⁰ así es que resulta monstruoso ponerla en manos de la gente común; dejádsela a los anabaptistas y otras furias.³¹ Es gran blasfemia cuando el demonio dice: Ascenderé y seré semejante al Altísimo;³² pero es mayor blasfemia suplantar a Dios y hacerle decir: descenderé y seré semejante al príncipe de las tinieblas; y qué es mejor ¿hacer que la causa de la religión descienda a los actos crueles y execrables de asesinar, hacer matanzas de gente y subvertir estados y gobiernos? Seguramente eso es hacer descender al Espíritu Santo, en vez de en forma de paloma,³³ en forma de buitre o de cuervo; o izar en el barco de una iglesia cristiana la bandera de un barco de piratas y asesinos; por tanto, es muy necesario que la Iglesia por su doctrina y mandatos, los príncipes por su espada, y todos los aprendizajes, tanto cristianos como morales y con su caduceo de Mercurio,³⁴ maldigan y envíen al infierno para la eternidad aquellos hechos y opiniones que tienden a apoyar eso mismo, como se ha hecho ya en buena parte. Seguramente, en consejos concernientes a religión, debería anteponerse aquel consejo del apóstol: Ira hominis non implet justiciam Dei;³⁵ y fue una notable observación de un padre prudente, y no menos sinceramente confesada, que quienes propugnan persuasivamente la presión de conciencia generalmente están interesados en aquello por fines particulares.³⁶

¹ Gentiles. Diminutivo de gentes; es usado como sinónimo de pagano que, a su vez, significa rústico o campesino. Ambos términos refieren —las más de las veces— peyorativamente a los no creyentes de religiones no cristianas ni judáicas.
² Bacon matiza esto en Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II: “Y es así como la religión pagana no consistía solamente en la adoración de los ídolos, sino que en su integridad era un ídolo ella misma, pues carecía de alma; esto es, carecía de una verdadera creencia o confesión, como bien puede comprenderse teniendo en cuenta que los principales doctores de su Iglesia eran los poetas teniendo ellos por origen el que los dioses paganos no eran dioses celosos, sino que se mostraban satisfechos de ser reverenciados aunque sólo fuera en parte, ya que disfrutaban de una razón semejante a la de los mortales. No respetaban la pureza del corazón y, por eso, debían recibir ritos y honores externos.”
³ Es posible que Bacon se refiera a poetas como Homero, Hesíodo o, posteriormente, Apuleyo, Virgilio y Ovidio; quienes en sus obras recogieron la mitología que fundamentaba la fe de los griegos y los romanos.
⁴ “No tendrás otro Dios que a mí.” Éxodo XX:3 y “No adorarás otro Dios que a mí, porque Yavé se llama celoso, es un Dios celoso.” Éxodo XXXIV:14
⁵ “Aquí está, en el desierto.” Mateo XXIV:26
⁶ “Aquí está, en un escondite.” Mateo XXIV:26
⁷ “No salgáis.” Mateo XXIV:26
⁸ Se refiere a San Pablo, antes conocido como Saulo de Tarso, quien, una vez converso, recibió la instrucción divina de ir a predicar entre los gentiles de naciones lejanas (Hechos XXII:21), por lo cuál, fue llamado Apóstol de los gentiles.
⁹ I Corintios XIV:23
¹⁰ Salmos I:1, también conocida como tertulia de los mofadores.
¹¹ Bacon alude a François Rabelais, escritor satírico francés y su obra Gargantua y Pantagruel; donde tal autor enumera una biblioteca ficticia llena de obras cuyos títulos hacen mofa de muchas expresiones de la estulticia en la condición humana.
¹² En el original Zelants, variante de Zealot; del griego Zēlōtē (ζηλωτής): celoso, admirador; en el sentido negativo de ser demasiado apasionado por una causa, fanático. El nombre refiere a un grupo radical judío que pugnaba por la liberación Judea del yugo Romano en el siglo I de nuestra era; su desaforado compromiso les valió el nombre de Zelotes, con el que también se identificó a Simón, uno de los apóstoles de Jesús, que según las fuentes histórica, militó por esta causa.
¹³ II Reyes IX:18
¹⁴ 14 Al Ángel de la iglesia de Laodicea escribe: Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios: 15 Conozco tus palabras y que no eres ni frío ni caliente. 16 Ojalá fueras frío o caliente mas; porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca.” Apocalipsis III. La referencia de Bacon es a propósito de una de las 7 Iglesias del Apocalipsis, a cuyos feligreses el autor divino les imputa su irresolución, la imagen natural del agua tibia es porque se supone que esta excita el vómito.
¹⁵ Mateo XII:30 & Lucas XI:23
¹⁶ Marcos IX:40
¹⁷ Bacon ahonda más en esto en Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II: “En cuanto al vigor es verdad que los conocimientos reducidos a métodos exactos tienen un aspecto de fuerza en que cada parte parece soportar y sostener a la otra, mas esto es más impresión que fondo: tal como en esos edificios que se yerguen gracias al arte de la arquitectura de una manera unida, los cuales se hallan mucho más sujetos a ser destruídos que aquellos construídos fuertemente en cada una de sus diversas partes, aun cuando lo sean de manera menos compacta. Pues es evidente que mientras más se retira uno del fundamento, mayor será la debilidad de la conclusión; de igual modo que en la naturaleza, cuanto mayor es el alejamiento de las circunstancias particulares, tanto mayor será el peligro de errar; en la Teología, mientras mayor sea el alejamiento de las Escrituras por seguir el método de las inferencias y de las consecuencias, más débiles y diluídos se representarán sus principios.
¹⁸ El padre aludido es San Bernardo.
¹⁹ Las metáforas sobre ropas, que no túnicas que Bacon retoma son asociaciones de diversos pasajes bíblicos, comenzando por la túnica inconsútil de Cristo que es nombrada en Juan XIX (“23 Los soldados, una vez que hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos haciendo cuatro partes, una para cada soldado y la túnica. La túnica era sin costura, tejida toda desde arriba. 24 Dijéronse, pues, unos a otros: «No la rasguemos, sino echemos suertes sobre ella para ver quién le toca», a fin de que se cumpliese la Escritura: «Dividiéronse mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes». Es lo que hicieron los soldados.”); luego el ropaje abigarrado bien podría proceder de Génesis XXXVII y aludir a la túnica de la primogenitud de José, que aunque en las traducciones modernas de la biblia es descrita como talar —larga, con mangas, es decir, de alguien distinguido—, en las antiguas se pintaba como colorida (“3 Israel amaba a José más que a todos sus otros hijos, por ser el hijo de su ancianidad, y le hizo una túnica talar.”); o bien del Salmo XXXXV (“14 Toda radiante de gloria entre la hija del Rey;| su vestido está tejido de oro.”), pero de la Vulgata, donde la túnica nupcial que viste una novia es descrita como circum amicta varietatibus (envuelta en variedades, túnica de colores, abigarrada). Ambas túnicas representan la unión y la variedad en un cuerpo.
²⁰ Hay variedad en la vestidura, pero no división. Letter CCCXXXIV.
²¹ “Evita las palabras vanas y las contradicciones de la falsa ciencia.” I Timoteo VI:20
²² En el aforismo número LX de su Novum Organum, Bacon hace una crítica del lengua y el problema de los significados, al cual llama los ídolos del foro (o mercado): “Los ídolos que son impuestos a la inteligencia por el lenguaje, son de dos especies: o son nombres de cosas que no existen (pues lo mismo que hay cosas que carecen de nombre porque no se las ha observado, hay nombres que carecen de cosa y no designan más que sueños de nuestra imaginación), o son nombres de cosas que existen, pero confusas y mal definidas, que reposan en una apreciación de la naturaleza demasiado ligera e incompleta.”
²³ “[...] sus piernas, de hierro, y sus pies, parte de hierro y de barro.” Daniel II:33
²⁴ El autor se refiere a la Teoría de las dos espadas utrumque gladium—, un postulado medieval sobre las divisiones de poderes en la República cristiana (conformada por la Eclessia y el Imperium); consiste en la preeminencia que tiene la iglesia sobre el estado secular, siendo que la primera se reserva la autoridad (autoritas) mientras que el segundo sólo puede ejercer la potestad (potestas), así, el clero está un escalafón por encima del emperador o rey, pero sin entrar en conflicto con él porque la jurisdicción de cada cual no interviene exactamente con la del otro, es decir lo espiritual y lo temporal. Desde teólogos como Gelasio la idea fue propuesta y desarrollada de diversas maneras sin gran variación y partiendo de lecturas bíblicas —a veces un tanto forzadas y tendenciosas—, como la de la armadura de Dios en Efesios VI [que también sería fundamento de acciones como las guerras santas y las cruzadas], y sobre todo Lucas XXII:38 (“Dijéronle ellos: Aquí hay dos espadas.”). Puede leerse más sobre el tema en este esclarecedor estudio.
²⁵ Históricamente se supone que Mahoma habría extendido su religión por la fuerza militar y la imposición; hay que recordar que al profeta se le atribuían características cercanas a la perfección, incluida la capacidad militar. Por otro lado, uno de los conceptos fundamentales del islamismo es el yihad (esfuerzo), que en uno de sus sentidos exhorta a los creyentes a tomar acciones bélicas para extender la palabra de Alá.
²⁶ Aunque la traducción que transcribo usa el término norma, en el original se lee table; es decir, tabla, en referencia a Éxodo XXXII:19: “[...] tiró las tablas y las rompió el pie de la montaña.”
²⁷ Hijo de Atreo, rey de Micenas y hermano mayor de Menelao y, entre otras cosas, cabecilla de la guerra contra Troya. El atrida comete un acto de hybris hacia Artemis al declarar haber cazado a una cierva con un tiro tan certero que ni la misma diosa de la caza podría emular, lo cual provoca la cólera de la divinidad, que según los oráculos sólo podía ser calmada con el sacrificio de su hija Ifigenia (que huelga decir, no se menciona en los poemas homéricos originalmente y cuya presencia mítica es más bien posterior). Nótese la similitud entre el mito y las historias bíblicas del sacrificio de Isaac, hijo de Abraham (Génesis XXII:1-19) y el holocausto de la hija de Jefté (Jueces XI:30-40)
²⁸ “A cuántos males podía persuadir la religión.” Lucrecio. De rerum natura, I.101
²⁹ La matanza de los hugonotes (nombre con el que antiguamente se denominaba a los protestantes franceses) en la noche de San Bartolomé [23 y 24/8/1572] fue motivada por la rivalidad entre católicos y protestantes. En un caso análogo La conspiración de la pólvora (5/11/1605) fue un atentado fallido de un grupo de católicos ingleses contra el rey inglés protestante Jacobo I.
³⁰ Nótese el hincapié que se hace respecto a la soberanía de la Eclessia en sus asuntos y el recelo que Bacon trasluce respecto a la idea dejar intervenir el poder temporal —Imperium— en cuestiones de fe.
³¹ Si la intervención de la soberanía entre los poderes espiritual y temporal es algo de cuidarse y evitarse, con más razón la intervención de pueblo debe ser vista como algo impensable; al hablar de los anabaptistas (de nuevo bautizados, cisma herético protestante que fundamenta su doctrina en Marcos XVI:16 y Mateo XVIII:2,3) y compararlos con las furias (divinidades infernales romanas, encargadas de equilibrar el mundo combatiendo los delitos con la venganza, y que después fueron asimiladas a la Euménides Erinias, en fin, ejecutoras de los castigos en los Infiernos) Bacon alude a toda la suerte de locuras y desaforadas acciones que comete el pueblo cuando toma en sus manos las espadas (poderes) que no le corresponden; entre los anabaptistas fue condonada la poligamia y es famoso el dantesco episodio de la ciudad alemana de Münster, que vivió un auténtico infierno de guerra, canibalismo y muerte debido al fanatismo del panadero converso Jean Matthys y su fiel seguidor Jean Van Leiden
³² Isaías XIV:14
³³ “[...]vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él.” Mateo III:16
³⁴ Vara con serpientes entrelazadas que sostiene el dios mensajero Mercurio; es símbolo del comercio. Con ella, el dios convocó las almas de los difuntos en las regiones infernales.
³⁵ “porque la cólera del hombre no obra la justicia de Dios.” Santiago I:20
³⁶ No logré determinar a quién se refiere el autor. Y ninguna edición consultada lo dilucida.

IV. De la venganza
(1625)
La venganza es una especie de justicia salvaje¹ que cuanto más crece en la naturaleza humana más debiera extirparla la ley; en cuanto al primer daño, no hace sino ofender a la ley, pero la venganza de ese daño coloca a la ley fuera de su función.² En verdad que, al tomar venganza, un hombre se iguala con su enemigo, pero si la sobrepasa, es superior;³ pues es parte del príncipe perdonar;⁴ y estoy seguro que Salomón dice: Es glorioso para un hombre excusar una ofensa.⁵ Lo pasado se ha ido y es irrevocable; y los hombres prudentes tienen demasiado que hacer con cosas presentes y venideras; por tanto no harían más que burlarse de sí mismos ocupándose de asuntos pasados. No hay hombre que cometa el mal a cuenta del mal mismo, sino para obtener provecho propio, o placer, u honor o algo semejante; por tanto, ¿por qué me voy a encolerizar con un hombre que se ama a sí más que a mí? Y si algún hombre cometiera el mal meramente por maldad natural, no sería más que como el espino o la zarza que pinchan y arañan porque no pueden hacer otra cosa. La clase de venganza más tolerable es la debida a los males que no hay ley que los remedie;⁶ pero entonces, dejar que un hombre se ocupe de la venganza es como si no hubiera ley para castigar; además el enemigo de un hombre siempre se anticipa y ya son dos por uno. Algunos, cuando toman venganza, están deseosos de que la parte contraria sepa de quién procede. Esta es la más generosa: pues el goce parece estar no tanto en cometer el daño como en hacer que la parte contraria se arrepienta; pero los cobardes bajos y taimados son como las flechas lanzadas en la oscuridad.⁷ Cosme, duque de Florencia, lanzó una desesperanzadora frase contra los amigos pérfidos y despreciables como si esos males fuesen imperdonables: Leeréis que se nos manda perdonar a nuestros enemigos; pero nunca leeréis que se nos mande perdonar a nuestros amigos.⁹ Sin embargo, el espíritu de Job era aún más adecuado: También recibimos el bien de Dios y ¿el mal no recibiremos?,¹⁰ y en la misma proporción respecto a los amigos. Esto es cierto, que un hombre que proyecte vengarse, conserva abiertas sus propias heridas porque si no se cerrarían y curarían. Las venganzas públicas ¹¹ son afortunadas en su mayoría; como fue la muerte de César; la muerte de Pertinax; la muerte de Enrique III de Francia; y muchas otras. Pero no sucede así con las venganzas privadas; no, más bien las personas vengativas llevan la vida de las brujas, quienes, como son malignas, terminan desgraciadamente.

¹ Antitheta Rerum XXXIX:1 Vindicta Pro: “Vindicta privata, justitia agrestis (La venganza privada es una justicia agreste).”
² Antitheta Rerum XXXIX:2 Vindicta Pro: “Qui vim rependit, legem tantum violat, non hominem (Quien da mal por mal viola la ley, no a la persona).”
³ Antitheta Rerum XXXIX:1 Vindicta Contra: “Qui injuriam fecit, principium malo dedit; qui reddidit, modum abstulit (Quien injura, comienza una pelea; quien toma represalias, destruye los medios para finalizarla).”
⁴ Hay, en esta afirmación, una larga tradición de literatura referente a los príncipes y sus gobiernos, tal es conocida como espejo de los príncipes. Desde la antigüedad helénica —y aún antes— distintos preceptores compusieron obras-manuales para los reyes y príncipes donde detallaban las cualidades que un monarca debía tener, sus funciones gubernamentales y cómo llevar un reino armoniosa y apropiadamente. En este caso, el autor alude a la virtud de la clemencia de estela erasmista: la capacidad de comprender y perdonar, asemejarse a Cristo, el modelo ideal. Es posible decir que todo el fundamento moral de las acciones humanas desde la edad media estaba suscrito a la idea de un prototipo de perfección inalcanzable en su totalidad, pero al que se podía aspirar constantemente, en una especie de proceso de autoformación perfectible. Para más detalles sobre la virtud de la clemencia, en la literatura medieval y anterior a ella, recomiendo este ensayo.
⁵ Proverbios 19:11
⁶ Los comentaristas de la obra de Bacon asocian este pasaje con el caso de Richard Crichton, sexto Lord Sanquhar, quien, en una práctica de esgrima, perdió uno de sus ojos a manos de un tal Maese Turner. La jactancia del segundo y la deshonra del primero culminaron siete años después con el asesinato de Turner a manos de dos sicarios que cobraron venganza en nombre de Crichton; fue, precisamente, Bacon el fiscal encargado de procesar el crimen, del que comentó que Lord Sanquhar debió haber seguido las maneras italianas, aprendidas en sus viajes, de vengar las injurias. Finalmente, Crichton fue conducido a la horca y colgado con un fino listón, como muestra de su posición social. No está demás traer a colación está sentencia Antitheta Rerum XXXIX:III Vindicta Contra: “Qui facile injuriam reddi, is fortasse tempore, non voluntate, posterior erat (Quien fácil regresa un injuria está retrasado en el tiempo, pero no en la voluntad).”
⁷ “No tendrás que temer los espantos nocturnos, | ni las saetas que vuelan de día.” Salmos XCI:5
⁸ Mateo V:44, Lucas VI:27
⁹ Bacon recoge esta misma cita como la número 206 de sus Apophthegmes New & Old: “(92). Cosmus duke of Florence was wont to say of perfidious friends; That we read that we ought to forgive our enemies; but we do not read that we ought to forgive our friends (Cosme, duque de Florencia, solía decir de los pérfidos amigos; Que leemos que debemos perdonar a nuestros enemigos; pero no leemos que debemos perdonar a nuestros amigos).”
¹⁰ Job II:10
¹¹ i. e. los castigos impuestos por la ley a los criminales.

V. De la adversidad¹
(1625)
Fue un profundo dicho de Séneca (al modo de los estoicos) que las cosas buenas que pertenecen a la prosperidad deben ser deseadas, pero las cosas buenas que pertenecen a la adversidad deben ser admiradas (Bona rerum secundarum optabilia, adversarum mirabilia).² En verdad que si los milagros son el mandato sobre la naturaleza,³ aparecen más en la adversidad. Aun hay un dicho de él mismo más elevado que el otro (mucho más elevado para un pagano). Es una verdadera grandeza tener la fragilidad del hombre y la seguridad de Dios (Vere magnum habere fragilitatem hominis securitatem Dei).⁴ Esto se hubiera dicho mejor en poesía, donde se permite más trascendencia, y donde los poetas se han ocupado más de ello; porque, en efecto, es la cosa figurada en esa extraña ficción de los antiguos poetas la que parece no carecer de misterio;⁵ ni dejar de tener cierta aproximación a la situación de un cristiano, que Hércules, cuando fue a desencadenar a Prometeo (en el cual se representa al género humano) surcó la extensión del gran Océano en una vasija de barro o jarra, describiendo vívidamente la resurrección cristiana, que surca la frágil barca de la carne entre las olas del mundo. Pero, hablando llanamente, la virtud de la Prosperidad es la temperancia, la virtud de la Adversidad es la fortaleza, que en la moral es la virtud más heroica.⁶ La prosperidad es la bendición del Antiguo Testamento, la adversidad es la bendición del Nuevo, que aporta la mayor bendición y la revelación más clara de la gracia de Dios.⁷ Pero aun en el Antiguo Testamento, si se escucha el arpa de David, se oirán tantos cánticos fúnebres como alegres cantos; y la pluma del Espíritu Santo ha trabajado más en describir las aflicciones de Job que las felicidades de Salomón. La prosperidad no carece de miedo y disgustos; y la adversidad no carece de consuelos y esperanzas. Vemos en las labores de aguja y bordados que es más agradable tener una labor vistosa sobre un fondo triste y solemne, que tener una labor apagada y melancólica sobre un fondo brillante; júzguese, por tanto, del placer del corazón por el placer de los ojos. En verdad, es como los olores exquisitos, más fragantes cuando son incensados o exprimidos;⁸ por que la prosperidad descubre mejor el vicio, pero la adversidad descubre mejor la virtud.

¹ La publicación de este ensayo se acompañó precisamente con el auge político de Bacon y su posterior caída, entonces el tema tratado es también un paliativo para su condición y un aliciente a verle el lado amable a ello.
² Séneca, Epístolas morales, IV.
³ La concepción de que los milagros son un mandato sobre la naturaleza puede tener inspiración bíblica. Son harto conocidos los milagros del viejo y nuevo testamento (la plagas de Egipto, la apertura del mar muerto, la caminata de Jesucristo sobre las olas, la multiplicación de los alimentos, etc...) y estos podrían racionalizarse como órdenes que el todopoderoso da a su propia creación, como así lo comenta San Agustín, por ejemplo, a propósito del evangelio de San Juan. No mucho después de la primera publicación de los ensayos de Bacon apareció el Tratado Teológico-Político de Spinoza, donde el filósofo se encarga de estudiar de forma aún más racional el fenómeno de los milagros; en síntesis, lo que podríamos entender por milagro como obra contranatura es ignorancia y superstición, en realidad el milagro es la realización de actos perfectamente naturales dentro de los preceptos del órden preestablecido de las cosas pero que para un hombre que no conoce esos sutiles mecanismos se antoja como un prodigio.
SénecaEpístolas morales, I.
⁵ En Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II. Bacon explica la razón por la que considera que la poesía es mejor vehículo para dotar de la forma más acabada a la sentencia de Séneca: “La utilidad de la Historia ficticia es el haber proveído a la mente del hombre con una sombra de satisfacción en aquellos aspectos en que la naturaleza de las cosas se la niega, pues el mundo es en sí, proporcionalmente, inferior al alma; por cuya razón es agradable al espíritu del hombre gozar de una más amplia grandeza, una más exacta bondad y una variedad más absoluta de la que puede encontrar en la naturaleza de las cosas. Por tanto, en vista de los actos o sucesos de la historia real no alcanzan a esa que magnitud propia a satisfacer la mente humana, la poesía inventa actos y sucesos más grandiosos y heroicos; porque si la verdadera historia presenta los éxitos y la sucesión de los hechos no del todo conformes con la virtud y el vicio, la poesía los torna, en retribución, más justos y más de acuerdo con las revelaciones de la providencia; pues si la verdadera historia muestra los hechos y acciones corrientes y menos variables, la poesía los dota de mayor rareza y más inesperados y alternados cambios. De este modo, la poesía aparece como sirviendo y confiriendo magnanimidad y moralidad y sirviendo al deleite. Y, por tanto, siempre se creyó que la poesía posee cierta participación de lo divino, por cuanto eleva y levanta la mente, sometiendo la apariencia de las cosas a los deseos de la inteligencia; mientras que la razón empeña y doblega la inteligencia a la naturaleza de las cosas. Y vemos en estas sugestiones y congruencias con la naturaleza y el placer del hombre, reunidos también el acuerdo y consonancia con la música, ya que ella tuvo acceso y estimación en épocas duras y regiones bárbaras, en las cuales otros conocimientos estaban excluídos.”
⁶ En está genealogía de las virtudes hay un complejo entramado de postulados filosófico-morales que tienen ascendencia clásica y asentamiento teológico medieval. Dentro de las 7 virtudes capitales, 3 de ellas son teologales y las cuatro restantes son cardinales (postuladas por Platón); a éstas últimas pertenecen la Templanza y la FortalezaBacon asocia la primera con la Prosperidad y la segunda con la Adversidad, claros estados fluctuantes en la condición humana. Es posible que esta complementación se deba a la idea dual—nacida la tragedia griega— del Eleos/Piedad y el Phobos/Terror, así en la prosperidad (estado de piedad) uno tiene templanza y en la adversidad (estado de terror) uno tiene fortaleza, claro que en ese sentido, resistir en el trance y la tormenta, en la tentación y la agonía, es más heróico que simplemente ser moderado y ecuánime en el estado de tranquilidad.
⁷ “antes habéis alegraros en la medida en que participáis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo.” I Pedro IV:13
⁸ La entrada número 253 (96) de los Apophthegmes New & Old, Bacon escribe: “The same Mr. Bettenham said; That virtuous men were like some herbs and spices, that give not their sweet smell, till they be broken and crushed (El mismo Sr. Bettenham dijo; Que los hombres virtuosos eran como algunas hierbas y especias, que no desprenden su dulce olor, hasta que se parten y se trituran).”

VI. De la simulación¹ y la disimulación²
(1625)
La disimulación no es sino una clase de política o sabiduría;³ pues se requiere gran ingenio y gran corazón para saber cuándo decir la verdad y para hacerlo; por tanto, la clase de políticos más débiles es la de los que son grandes hipócritas.
Tácito dijo: Livia armonizó las artes de su marido y la disimulación de su hijo; atribuyendo las artes o política a Augusto y la disimulación a Tiberio;⁴ y también cuando Muciano alentó a Vespasiano a tomar las armas contra Vitelio, le dijo: No nos levantemos contra el agudo juicio de Augusto ni la extremada precaución o reserva de Tiberio.⁵ Estas propiedades de arte o política y disimulación o reserva son realmente hábitos y facultades diversas que hay que distinguir; pues si un hombre tiene esa penetración de juicio que le permite discernir qué cosas deben manifestarse y cuáles han de tenerse secretas, y qué debe mostrarse a media luz y a quién y cuándo (las cuales son verdaderas artes de Estado, o artes de vida, como muy bien las llamó Tácito), para él un hábito de disimulación es un estorbo y una miseria. Pero si un hombre no puede obtener ese juicio, entonces, por lo general, no le queda más que ser reservado e hipócrita; pues donde un hombre no puede escoger o cambiar en casos particulares es bueno que tome el camino más seguro y variado en general, como el caminar con cuidado en el que no puede ver bien. Verdaderamente, los hombres más capaces de todos los tiempos han tenido todos sinceridad y franqueza de trato y fama de certidumbre y veracidad; pero entonces eran como caballos bien guiados, pues les indicaban cuándo había que parar o torcer; y en aquellos tiempos, cuando pensaban que el caso requería disimulación, si estaban acostumbrados a ella, sucedía que la primera opinión se extendía fuera de su tierra, su buena fe y claridad de trato les hacia casi invisibles.
Hay tres grados de ocultación y veladura del íntimo sentir del hombre: el primero es reserva, discreción y secreto, cuando un hombre no deja que le observen o se sepa quién es; el segundo, es disimulo en lo negativo, cuando un hombre manifiesta signos y argumentos de que él no es el que es; el tercero, simulación en lo afirmativo, cuando un hombre finge y pretende, con industriosidad y expresamente, ser lo que no es.
El primero de esos grados, el secreto, es la virtud del confesor;⁶ y en verdad que el hombre discreto oye muchas confesiones; pero, ¿quién se sincerará con un charlatán o con un hablador? Mas si a un hombre se le considera discreto, invita a la sinceridad, como el aire más cerrado absorbe al más abierto; y como en la confesión, lo que se revela no es para que lo sepa todo el mundo, sino para alivio del corazón humano, así es cómo los hombres discretos llegan a saber muchas cosas de esa clase;⁷ pues los hombres más descargan su pensamiento que compartirlo. En pocas palabras, los misterios se deben al secreto.⁸ Además (a decir verdad), la desnudez es desagradable, tanto del pensamiento como del cuerpo;⁹ y no agrega ni la menor reverencia a actitudes y acciones humanas si en total no son sinceras. En cuanto a las personas habladoras y ligeras, son además vanas y crédulas; porque el que habla de lo que sabe, también hablará de lo que no sabe;¹⁰ por tanto, anotemos que el secreto es tanto político como moral. Y en esto es bueno que el rostro de la persona deje que hable la lengua;¹¹ porque el descubrimiento de la intimidad personal por los rasgos de la cara es una gran debilidad y traición, pues ¡con cuánta frecuencia se notan y se les da más crédito que a las palabras!
Respecto al segundo, que es el disimulo, muchas veces sigue por necesidad al secreto; de tal modo que quien sea discreto tendrá que ser hipócrita en cierto grado; porque los hombres son demasiado curiosos para soportar que alguien mantenga una actitud indiferente entre ambos y sea discreto sin inclinar la balanza a uno u otro lado. Le asediarán a preguntas, buscarán la ocasión, le sonsacarán, con lo cual, sin un silencio absurdo, tendrá que mostrarse inclinado en una dirección; si no lo hace, aprovecharán tanto de su silencio como de sus palabras. En cuanto a las palabras equívocas o sibilinas, no pueden sustentarse durante mucho tiempo; por tanto, nadie puede guardar el secreto, excepto si recurre al disimulo, que no es más que el faldón o cola del secreto.
Pero el tercer grado, que es la simulación y falsa profesión, lo considero más culpable y menos político, salvo que sea en cuestiones importantes y raras; y, por tanto, la costumbre general de simulación (que es ese último grado) es un vicio procedente ya de la falsedad natural, ya del miedo o de una mente que tiene algunos defectos importantes; debido a que el hombre necesita disfrazarse, esto le hace practicar la simulación en otras cosas por temor a perder la costumbre.
Las ventajas de la simulación y el disimulo son tres: primera, adormecer la oposición y sorprender; porque donde las intenciones de un hombre se publican, hay una alarma¹² para concitar a todos los que estén en su contra. La segunda es reservar un buen retiro¹² para la intimidad; porque si un hombre se compromete con una declaración manifiesta, tendrá que completarla o admitir el fracaso. La tercera es descubrir mejor el pensamiento de los demás, pues para aquel que se sincera, difícilmente se le mostrarán adversos los demás, pero déjesele que continúe y cambie su libertad de palabra en libertad de pensamiento; de ahí la buena agudeza del refrán español, “Sacar de la mentira verdad”;¹³ como si no hubiera forma de descubrir sino con la simulación. También hay tres desventajas que exponer: primera, que la simulación y el disimulo generalmente llevan consigo una muestra de miedo que, en cualquier asunto, estropea la libertad de movimientos. La segunda es que confunde y perturba el ingenio de muchos que, por otra parte, quizá cooperaran con él, y hace que el hombre camine solo hacia sus propios fines. La tercera y mayor es que priva a la persona de uno de sus principales instrumentos de acción como es la confianza y la credibilidad.¹⁴ La mejor compostura y temperamento¹⁵ es tener franqueza en la fama y la opinión, discreción habitual, disimulo oportuno, y capacidad de fingir si no hay otro remedio.

¹ En el sentido de simular, fingir; pretender con la intención de ocultar las intenciones verdaderas o engañar.
² En el sentido de hipocresía.
³ Antitheta Rerum XXXII:II Dissimulatio Contra: “Quibus artes civiles supra captum ingenii sunt, iis dissimulatio pro prudentia erit (Cuando las artes de la política están más allá de un capacidad del hombre, el disimulo debe servirle de sabiduría).”
⁴ Tácito, Anales, 1. También citado en Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II: “Es verdad que, en el caso de Sócrates, se supone que no era sino una forma de ironía,  Scientiam dissmulando simulavit (Disimulando su saber, simulaba), por cuanto acostumbrada a disimular su conocimiento, a fin de luego exaltarlo, tal y como ocurrió con el carácter de Tiberio en los comienzos, que iba a reinar mas se negaba admitirlo.”
Tácito. Historia, II.
Antitheta Rerum XXVIII:II Contra Taciturnitas in Secretis: “Taciturnitas confessoris virtus (El silencio es la virtud del confesor).
⁷ Antitheta Rerum XXVIII:III Contra Taciturnitas in Secretis: “Taciturno omnia reticentur; quia silentium rependitur (De un hombre secreto todas las cosas están ocultas;  porque el silencio es recompensado.”
Antitheta Rerum XXVIII:III Pro Taciturnitas in Secretis: “Secretis etiam mysteria debentur (Los secretos se deben a los misterios).”
Antitheta Rerum XXXII:III Pro Dissimulatio: “Etiam in animo deformis nuditas (La desnudez, incluso de la mente, es desagradable).”
¹⁰ Antitheta Rerum XXVIII:II Pro Taciturnitas in Secretis: “Qui facile loquitur quæ scit loquitur et quæ nescit (Quien fácil habla de lo que sabe, fácil hablará de lo que no sabe).”
¹¹ El autor está hablando de lo que hoy día conocemos como Lenguaje corporal; y a propósito de él, en Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II dixit: “Este conocimiento tiene dos ramas, pues, del mismo modo que las asociaciones y amistades consisten de una mutua Comprensión y de una mutua ayuda en los Oficios, la asociación entre la mente y el cuerpo consta de estas dos partes; así la mente revela al cuerpo y el cuerpo obra sobre la mente: Descubrimiento e Impresión. La primera ha dado nacimiento a dos artes, ambas sujetas a la Predicción o Prenoción; de estas artes, la primera, está honrada por las investigaciones de Aristóteles y la otra, por las investigaciones de Hipócrates. Y, aunque en los últimos tiempos han sido utilizadas juntamente con la superstición y las artes fantásticas, sin embargo, si son purgadas y restauradas en su verdadero sentido, ambas tienen un sólido fundamento en la naturaleza y un empleo provechoso en la vida. La primera de estas artes es la Fisiognomía que descubre las disposiciones de la mente por medio de los lineamientos del cuerpo. La segunda consiste en el Análisis de los Sueños Normales, el cual revela los estados del cuerpo por intermedio de aquello que la mente imagina. En cuanto a la primera de estas artes, señalo su deficiencia. Aristóteles, muy ingeniosa y diligentemente, dirigió sus estudios a las formas del cuerpo, mas no a los gestos, los cuales no son menos comprensibles para este arte, al cual prestan gran utilidad y ventaja. Pues, si los Lineamientos del cuerpo revelan las disposiciones e inclinaciones de la mente en general, los Movimientos del rostro y otras partes del cuerpo no muestran esto solamente, sino que descubren. además, el humor actual y el estado de la mente y de la voluntad. Pues ocurre como Vuestra Majestad dice con tanta propiedad y elegancia: «Del modo que la lengua habla al oído, el gesto habla a los ojos». Y por esto ciertas personas que son sensibles al fijar sus ojos sobre los rostros y gestos de los hombres, sacan buena ventaja de esta observación, siendo ello parte de su habilidad y eficiencia. No es el caso tampoco de negar que es un gran medio para descubrir el disimulo, y una gran guía en los negocios.” Por otra parte, todo esto compete a lo que —en otra parte del citado libro— Bacon llama Sabiduría del comportamiento: “El poeta dice: «Nec vultu destrue verbal tuo (Que tu rostro no destruya tus palabras. Ovidio)» porque un hombre puede destruir la fuerza de sus palabras con sus modales; lo mismo ocurre, según Cicerón, en lo que respecta a las actitudes cuando, recomendando a su hermano afabilidad y fácil acceso dijo: «Nil interest habere ostium apertum, vultum clausum (el autor cita de memoria: Nada se gana con tener la puerta abierta, si se mantiene cerrado el rostro)»; nada se gana con admitir a la gente manteniendo la puerta abierta, si se la recibe con un rostro hermético y reservado. Vemos por ello a Ático, antes de la primera entrevista entre César y Cicerón, de la cual dependía la guerra, advertir seriamente a Cicerón en lo tocante a la compostura y al orden de su rostro y de sus gestos.” Y resta decir que Bacon condensa todo lo anterior en su Antitheta Rerum XXXIII:V Pro Audacia: “Placet obscurus vultus, et perspicua oratio (Gusto de un semblante oscuro/reservado y de un discurso brillante/abierto/evidente).”
¹² alarma y retiro son términos que proceden del argot militar; la metáfora refuerza la idea de que las artes de la política son análogas a las de la guerra.
¹³ El proverbio también puede leerse en Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human. II: “Y la experiencia muestra que son muy pocos los hombres tan sinceros y seguros de sí mismos, que algunas veces violentados por la pasión, otras por el coraje, otras por el cariño, otras por la confusión de la mente y la debilidad, no se muestren al desnudo; especialmente si son empujados a ello por una argucia, conforme al proverbio español: Di mentira y sacarás verdad, [“Tell a lie and find a truth”].”
¹⁴ Antitheta Rerum XXXII:III Dissimulatio Contra: “Qui dissimulat præcipuo ad agendum instrumento se privat, id est fide (Quien disimula se priva de uno de los instrumentos de acción, la fe/credibilidad).”
¹⁵ El autor usa la palabra temperature en el original, tal tiene sentido fisiológico de corte hipocrático, en referencia a su teoría de los cuatro líquidos o humores elementales que constituyen a una persona; es así que, Bacon habla del equilibrio en la mixtura humoral

VII. De los padres y los hijos
(1612)
Las alegrías de los padres son secretas y así lo son sus penas y temores; no pueden manifestar las unas ni manifestarán las otras. Los hijos endulzan los trabajos, pero hacen más amargos los infortunios; acrecientan los cuidados de la vida pero mitigan el recuerdo de la muerte.¹ El perpetuarse por la generación es también común a las bestias; pero la memoria, el mérito y las obras nobles son propias de los humanos; y seguramente se comprobara que las obras y creaciones más nobles proceden de hombres sin hijos que han procurado expresar las imaginaciones de su mente en aquello en que su cuerpo ha fallado; por eso el cuidado por la posteridad es mayor en aquellos que no la tienen. Quienes son los primeros creadores de sus casas son más indulgentes con sus hijos, teniéndolos como continuadores no sólo de su estirpe sino de su obra; así son a la vez sus hijos y su creación.
La diferencia en afecto de los padres hacia sus diversos hijos es muchas veces desigual y algunas otras inmerecida, especialmente en la madre; como dijo Salomón: El hijo sabio alegra al padre; y el hijo necio es tristeza de su madre.² Se podrá ver que donde hay una casa llena de niños, uno o dos de los mayores son respetuosos y el más pequeño es travieso; pero a los medianos se les olvida y, sin embargo, muchas veces, demuestran ser los mejores. La tacañería de los padres con respecto a sus hijos es un error dañoso; les hace ruines, les obliga a recurrir a arterías, que busquen malas compañías y que quieran más cuando ya tienen mucho; y por tanto, es mejor método cuando los padres conservan la autoridad sobre sus hijos, pero no la bolsa. Los hombres (tanto los padres como los maestros y criados) tienen una forma tonta de crear y fomentar una emulación entre los hermanos durante la niñez, que muchas veces se torna en discordia cuando se hacen hombres y altera las familias. Los italianos hacen pocos distingos entre los hijos, sobrinos y parientes cercanos; así forman un conjunto, sin preocuparse de más, aunque no pertenezcan propiamente a la familia; y, a decir verdad, en la naturaleza sucede de modo análogo; por eso vemos que algunas veces un sobrino se parece más al tío o a un pariente que a sus propios padres, como ocurre en la herencia de la sangre. Dejemos que los padres elijan a tiempo la profesión y los medios que sus hijos han de seguir, porque entonces serán más flexibles; y no les dejemos dedicarse demasiado a disponer de sus hijos creyendo que aceptarán mejor lo que han pensado más. Cierto es que si el afecto o inclinación de los hijos es extraordinario, entonces conviene no interferirlo; pero, en general, el precepto resulta bueno. lias. Los italianos hacen pocos distingos entre los hijos, sobrinos y parientes cercanos; así forman un conjunto, sin preocuparse de más, aunque no pertenezcan propiamente a la familia; y, a decir verdad, en la naturaleza sucede de modo análogo; por eso vemos que algunas veces un sobrino se parece más al tío o a un pariente que a sus propios padres, como ocurre en la herencia de la sangre. Dejemos que los padres elijan a tiempo la profesión y los medios que sus hijos han de seguir, porque entonces serán más flexibles; y no les dejemos dedicarse demasiado a disponer de sus hijos creyendo que aceptarán mejor lo que han pensado más. Cierto es que si el afecto o inclinación de los hijos es extraordinario, entonces conviene no interferirlo; pero, en general, el precepto resulta bueno, optimum elige, suave et facile illud faciet consuetudo.³ Los hermanos más jóvenes generalmente son afortunados, pero rara vez donde el mayor es desheredado.

¹ Antitheta Rerum V:IV Uxor et Liberi Pro: “Morti sacriflcat, qui liberos non procreat (El que no procrea, sacrifica a la muerte).” i. e. tributa su legado al olvido.
² Proverbios X:1.
³ “Elije lo mejor; la costumbre lo hará suave y fácil.” Máxima atribuída a Pitágoras por Plutarco en De Exilio,8.

VIII. Del matrimonio y la soltería
(1612)
El que tiene esposa e hijos ha dado rehenes a la fortuna;¹ pues son impedimentos para las grandes empresas, tanto virtuosas como malignas. Cierto es que las mejores obras y los mayores méritos para el público han procedido de los hombres solteros o sin hijos, los cuales, tanto en afecto como en medios de acción se han casado con el público. Sin embargo, hay razones poderosas para que quienes tienen hijos se hayan cuidado más del porvenir, al cual saben que han de transmitir sus prendas más queridas.² Algunos hay que aunque hacen vida de soltería, sin embargo, sus pensamientos terminan en ellos mismos y consideran el porvenir como una nimiedad; también hay otros que tienen en cuenta la esposa y los hijos pero como facturas que pagar; aún más, hay algunos hombres insensatos, ricos, codiciosos que tienen a orgullo no tener hijos porque así les creerán más ricos; pues quizá han oído decir algo así: Ese es un hombre muy rico; y otro le ataja: Sí, pero tiene una gran carga de hijos; como si eso fuese disminución de sus riquezas. Pero la causa más corriente de la soltería es la libertad, especialmente para ciertas mentalidades placenteras y singulares que son tan sensibles a todas las restricciones, que estarán muy próximas a creer que el cinturón y las ligas se les convertirán en ataduras y grilletes. Los solteros son los mejores amigos, los mejores amos, los mejores sirvientes; pero no siempre los mejores súbditos, porque son propicios a escaparse y casi todos los fugitivos tienen ese estado.³ La soltería es adecuada para los eclesiásticos porque la caridad difícilmente regará el suelo cuando tiene que llenar primero un estanque. Es indiferente para los jueces y magistrados, pues si son asequibles y corruptibles tendremos más fácilmente un criado cinco veces peor que una esposa. En cuanto a los soldados encuentro que los generales, por lo común, en sus arengas evocan en sus hombres el recuerdo de la esposa y los hijos; y creo que el desprecio de los turcos hacia el matrimonio hace que el soldado raso sea más ruin.
En verdad que la esposa y los hijos son una especie de disciplina de la humanidad;⁴ y los solteros, aunque muchas veces sean más caritativos, ya que sus medios económicos están menos exhaustos, sin embargo, son por otra parte, más crueles y duros de corazón (buenos para ser inquisidores severos) porque su ternura no se siente excitada con tanta frecuencia. Los carácteres serios, llevados por la costumbre, y por lo tanto constantemente, son por lo general amantes esposos, como se dijo de Ulises: Vetulam suam praetulit immortalitati.⁵ Las mujeres castas con frecuencia son orgullosas e indómitas,⁶ prevaliéndose del mérito de su castidad. Es uno de los mejores lazos en la esposa, tanto el de la castidad como el de la obediencia, si ella cree que su esposo es prudente, lo cual nunca hará si le juzga celoso. Las esposas son amantes para los jóvenes, compañeras para los maduros y enfermeras para los ancianos, así es que un hombre puede tener pretexto para casarse cuando quiera; sin embargo, se reputó como a uno de los hombres más sensatos al que contestó a la pregunta de cuándo debería casarse el hombre: Todavía no cuando es joven, en modo alguno cuando es viejo.⁷ Se ve con frecuencia que los malos esposos tienen esposas muy buenas; ya sea porque eso eleva el precio de la amabilidad del marido cuando eso ocurre o que las esposas se enorgullecen de su paciencia; pero eso nunca falla, si los malos esposos fuesen de su propia elección, en contra de la opinión de sus amigos, porque entonces estarían bien seguras de hacer buena su propia tontería.

¹ Antitheta Rerum V:I Uxor et Liberi Contra: “Qui uxorem duxit et liberos suscepit, obsides fortunæ dedit (Quien tiene hijo, dió rehenes a la fortuna).” i. e. Fortuna en referencia a la divinidad romana personificada, quien conducía los eventos propicios y fatales de los hombres; se la representa con una venda en los ojos y timoneando una nave de forma accidentada. La diosa es confundida a menudo con la Ocasión, la daimon romana de la oportunidad.
² Al comienzo del segundo libro (II) de Advancement of Learning, Divine and Human, en la dedicatoria al Rey, Bacon retoma esta idea: “Parecería que aquellos —aun cuando a menudo ocurre de otro modo— (excelente Rey), que son fructíferos en su linaje y tienen, con ello, prevista la inmortalidad por sus descendientes, deberían ser más aptos y, también, más cuidadosos de la buena condición del futuro, al cual saben que trasmiten y encomiendan sus prendas más preciadas.
³ Antitheta Rerum V:III Uxor et Liberi Pro: “Cælibatus et orbitas ad nil aliud conferunt, quam ad fugam (El celibato y los orfanatos no contribuyen más que a la evasión [de responsabilidades]).”
Antitheta Rerum V:II Uxor et Liberi Pro: “Uxor et liberi disciplina quædam humanitatis.; at cælibes tetrici et severi (La esposa y los hijos son una especie de disciplina de la humanidad; pero los hombres solteros son crudos y de corazón duro).”
⁵ “Él prefirió a su anciana esposa que a la inmortalidad.Opera Moralia. Gryllus. 1. Plutarco, quien retoma la idea de De Oratore. 1. 44. de Cicéron. El mismo autor menciona esta cita en Advancement of Learning, Divine and Human, I: “Sin embargo no pretendo, y sé que ello sería de imposible alegato por mi parte, cambiar el juicio, sea del gallo de Esopo que prefería el grano de maíz al diamante; o de Midas que elegido juez entre Apolo, Jefe de las musas y Pan, Dios de los rebaños, se decidió por la abundancia; de Paris que juzgó a favor de la belleza y el amor contra la sabiduría y el poder; o de Agripina, occidat matrem, modo imperet (que mate a su madre con tal que impere), prefiriendo el imperio bajo condición tan detestable; o de Ulises, qui vetulam praetueit immortalitati, siendo modelo de quienes prefieren el hábito o la costumbre a cosas más excelentes; o de otros similares juicios populares. Por cuanto estas cosas continuarán siendo tal como han sido; mas, del mismo modo, seguirá el conocimiento reposando sobre una verdad que jamás fallará: (La sabiduría se justifica por sus hijos [u “obras”, según otras traducciones]. Mateo XI:19).”
⁶ Buena parte de lo dicho por el autor a propósito de la soltería y las mujeres se ve representado literariamente en el personaje de la pastora Marcela, del primer libro de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. En el capítulo XIV, donde se cuentan los pormenores sobre el suicidio de Grisóstomo —pretendiente rechazado de la pastora—, la muchacha aparece durante el entierro para emitir un discreto discurso, cuyo fin es aclarar que ella no es ni directa ni indirectamente responsable del trágico final del descorazonado bachiller; a lo largo del episodio, la mujer defiende con justas razones su soltería y se ciñe a las ideas expuestas en este ensayo: el amor a la libertad, el rechazo a los vínculos matrimoniales (que son vistos por la pastora casi como grilletes), su desarrollado entendimiento, su disposición para la acción, entre otras cosas anejas. 
⁷ Esta respuesta epigramática se cita de Tales de Mileto, uno de los ‘siete sabios’ de Grecia. La anécdota es contada por Plutarco, Opera Moralia. Symposiaca. III. vi. 8. También citado en  Apophthegmes New & Old, 220.

IX. De la envidia
(1625)
No hay ningún sentimiento que se haya observado que fascine o hechice, a no ser el amor y la envidia. Ambos tienen poderes vehementes; se transforman fácilmente en fantasías y sugestiones y se presentan con facilidad ante los ojos, especialmente, ante la presencia de los objetos causantes de la fascinación,¹ si es que hay alguno. Así, vemos que las Escrituras llaman a la envidia ojo maligno;² y los astrólogos llaman a la mala influencia de las estrellas malos aspectos;³ así es que en el acto de la envidia, parece reconocerse una emanación⁴ o irradiación del ojo.⁵ Además, algunos han sido tan observadores que han notado que el momento en que la mirada de un ojo envidioso produce más daño es cuando la parte envidiada está en su momento de gloria o triunfo, porque eso agudiza la envidia; al mismo tiempo, en tales momentos, el espíritu de la persona envidiada saldrá más al exterior, y así tropezará con la desagradable mirada.
Pero dejando esos detalles (aunque merecen que se piense en ellos a su debido tiempo), nos ocuparemos de qué personas están más sujetas a ser envidiadas; y cuál es la diferencia entre envidia pública y privada.
Un hombre que no tiene virtudes jamás envidia la virtud de otros; porque la mente de los hombres se nutrirá ya de su propio bien, ya del mal ajeno; y el que desea lo uno, perseguirá lo otro; y quien carece de esperanza para alcanzar la virtud de otro, tratará de apoderarse de la fortuna del otro.
El hombre que es afanoso y curioso, por lo general, es envidioso; pues saber mucho sobre los asuntos de los demás no puede ser sino a causa de que toda esa preocupación pueda concernir a sus propios bienes; por tanto, tiene que ser que encuentre cierto placer en fijarse en las fortunas de otros; ni el que se afana en sus propios asuntos tiene mucho que envidiar; pues la envidia es una pasión ociosa que pasea por las calles y no le gusta estar en casa: Non est curiosus quim idem sit malevolus.
Los hombres de noble cuna se caracterizan por ser envidiosos de los hombres que se encumbran, porque se altera la distancia que los separa; y es como un engaño a los ojos porque cuando otros vienen, piensan que ellos retroceden.
Las personas deformadas y los eunucos, los viejos y los bastardos son envidiosos; porque el que no puede enmendar su propio caso, hará lo que pueda por estropear el de los otros; salvo que esos defectos se produzcan en naturalezas muy bravas y valientes que piensen hacer de sus carencias naturales parte integrante de su honra: en ese caso, debería decirse: ese eunuco, o ese cojo, hizo tales cosas grandes, dando a entender la honra de un milagro: como sucedió con Narsés el eunuco, y Agesilao y Tamerlán que eran cojos.⁷
El mismo caso es el de los hombres que se levantan después de calamidades y desgracias; pues son como hombres reñidos con su tiempo que consideran el daño de otros como una redención de sus propios sufrimientos.
Los que desean sobresalir en muchos asuntos, aparte de la frivolidad y la vanagloria, son siempre envidiosos porque no pueden desear trabajo;⁸ ya que es imposible que en cada uno de los asuntos puedan sobrepasar a los otros; ése era el carácter del emperador Adriano, que envidiaba mortalmente a los poetas y pintores y a los diestros en el trabajo, respecto al cual sentía afán de sobresalir.
Finalmente, los parientes y los compañeros de oficio y aquellos que se han criado juntos, son más apropiados para envidiar a sus iguales cuando éstos se elevan; porque esto les vitupera su propia suerte, les señala y les acude con frecuencia a la memoria y del mismo modo hace que los otros se fijen en él; y la envidia siempre se redobla con la charla y la fama. La envidia de Caín hacia su hermano Abel fue la más vil y maligna, porque cuando su sacrificio era mejor aceptado no había nadie que lo viera.⁹ Así suce de con muchos que son propicios a la envidia.
Respecto a los que están más o menos sujetos a la envidia, primeramente, las personas de virtuosidad eminente, cuando lo son en grado avanzado, son menos envidiosas porque su fortuna parece debida a ellos; y nadie envidia el pago de una deuda sino más bien las recompensas y libertades. Además, la envidia siempre va unida a la comparación que el hombre hace consigo mismo, y donde no hay comparación, no hay envidia; por tanto, los reyes no son envidiados sino por reyes. No obstante, debe tenerse en cuenta que las personas sin mérito son más envidiadas en su primera aparición y después sobrepasan mejor la envidia; por lo que, contrariamente, las personas de valía y mérito son más envidiadas cuando su buena suerte se prolonga; pues para entonces, aunque su virtuosidad sea la misma, ya no tiene el mismo lustre; pues los recién venidos la acrecientan más que empañarla.
Las personas de sangre son menos envidiadas en su encumbramiento, pues parece que es un derecho correspondiente a su cuna; además, no parece agregar demasiado a su suerte; y la envidia es como los rayos del sol que calientan más en las elevaciones o cumbres que en el llano; y, por la misma razón, los que avanzan gradualmente son menos envidiados que quienes avanzan súbitamente y per saltum.¹⁰
Los que juntan a sus honores grandes cuidados laboriosos, o peligros, están menos sujetos a la envidia, pues los hombres consideran que se ganan sus honores con fatiga y algunas veces se apiadan de ellos, y la piedad siempre cura a la envidia. Por lo cual, se observará que cuanto más profunda y cauta sea la clase de políticos en su grandeza, más se quejarán siempre de la vida que llevan, entonando el quanta patimur;¹¹ no es que lo sientan así, sino sólo para embotar el filo de la envidia; pero esto debe entenderse en negocios que pesan sobre los hombres, no los que ellos se buscan; pues nada acrecienta más la envidia que el aumento innecesario y ambicioso de los negocios; y nada extingue más la envidia hacia una persona importante que mantener a todos sus empleados inferiores en los plenos derechos y preeminencias de sus cargos; porque, por este medio, habrá muchas pantallas entre él y la envidia.
Sobre todo, están más sujetos a la envidia los que llevan la grandeza de su suerte en forma insolente y orgullosa; no encontrándose a gusto sino cuando ostentan cuán grandes son, ya con pompa externa o triunfando sobre toda oposición o competición. Por lo contrario, los hombres prudentes no se sacrificarán a la envidia sufriendo, a veces de propósito, impedimentos y sobrecargas en cosas que no les atañen mucho. No obstante, es muy cierto que el llevar la grandeza en forma declarada (aunque sin arrogancia ni vanagloria), provoca menos envidia que si se lleva de modo más hábil y artera; pues de esa forma el hombre no hace más que denegar la suerte, y parecer que se da cuenta de su propio deseo de valía, y enseñar a otros a que le envidien.
Por último, para terminar esta parte, como hemos dicho al principio que el acto de envidiar tiene en sí algo de hechicería, no tiene más curación que la que tiene la hechicería; y es quitarse de encima la carga (como se dice)¹² y echarla sobre otro; por esa razón las personas eminentes de mayor prudencia siempre colocan en primer término a alguien sobre quien desvían la envidia que caería sobre ellas; algunas veces sobre ministros o sirvientes, otras, sobre colegas y socios o algo semejante; y para esa desviación nunca faltan algunas personas de naturaleza valiente y empresdedora que, con tal de tener poderío y negocios, lo aceptarán a toda costa.
Pasemos ahora a hablar de la envidia pública: hay algo de bueno en la envidia pública que, contrariamente, no hay en la privada; porque la envidia pública es como un ostracismo que eclipsa a los hombres cuando se engrandecen demasiado; y, por tanto, es también un freno para los grandes que les mantiene dentro de los límites.
Esta envidia, llamada en latín ividia, circula en las lenguas modernas con el nombre del descontento, del cual hablaremos al ocuparnos de la sedición. Es una enfermedad en un Estado análoga a una infección; pues una infección se extiende sobre lo que está sano y lo infecta, asimismo cuando la envidia entra una vez en un Estado, difama incluso sus mejores acciones, y las convierte en pestíferas; por tanto, se gana poco mezclando acciones plausibles¹³ porque eso no indica más que temor a la envidia, lo cual daña mucho más, como sucede en las infecciones que, si se las teme, es como llamarlas sobre uno.
Esta envidia pública parece recaer principalmente sobre funcionarios importantes y ministros, más que sobre reyes y naciones. Pero es una regla fija que si la envidia hacia los ministros es grande, la causa que la produce en ellos es pequeña; o que si la envidia es general hacia todos los ministros del Estado, entonces la envidia (aunque escondida) es verdaderamente hacia el propio Estado. Y gran parte de la envidia pública o descontento, y de la diferencia de ésta con la privada, es de lo que se trató en primer lugar.
Añadiremos que, en general, tocante al sentimiento de la envidia, de todos los sentimientos es el más inoportuno y constante; pues otros sentimientos se dan en ocasiones, por lo cual se dijo acertadamente: Invidia festos dies non agit,¹⁴ pues siempre actúa sobre uno u otros. Y también es de notar que el amor y la envidia abaten al hombre, lo cual no hacen otros sentimientos porque no son tan constantes. Es también el más vil de los sentimientos y el más depravado; por esa causa es el atributo más apropiado del demonio, del cual se dice que durmiendo los hombres, vino su enemigo y sembró  cizaña entre el trigo;¹⁵ y siempre ocurre que la envidia opera sutilmente, en la sombra y en perjuicio de las cosas buenas como lo es el trigo.

¹ El uso de la palabra fascinación en referencia a la envidia no es gratuito; ya desde la época helénica, la envidia era llamada fascinatio; y en este contexto, también adquiere el matiz de brujería. A propósito de ello, el autor dice en Advancement of Learning, Divine and Human, II: «Fascinación es el poder y el acto de la imaginación, ejercido en forma intensa sobre otros cuerpos más bien que sobre el cuerpo del que imagina [...]. La escuela de Paracelso y los discípulos de la magia natural han sido tan faltos de moderación al exaltar el poder de la imaginación que lo han hecho uno sólo con la fe que produce milagros: otros se acercan más a lo probable, llamando en su ayuda las comunicaciones secretas de las cosas y, en especial, los contagios de un cuerpo a otro; de este modo, también conciben como conforme a la naturaleza el que existan algunas trasmisiones y acciones de un espíritu a otro espíritu».
² La creencia en el mal de ojo es inveterada, que no inmemorial. Las evidencias más firmes de su existencia se remontan hasta la civilización mesopotámica, aunque seguramente es todavía muy anterior. Según J. H. Elliott (en su extensivo y exhaustivo estudio sobre el mal de ojo [cuyos primeros tres tomos  puede consultarse en esta biblioteca digital]), «El Antiguo Testamento contiene nada menos que catorce segmentos de texto que implican unas veinte referencias explícitas al mal de ojo (Deut 15: 9; 28:54, 56; Prov 23: 6; 28:22; Tob 4: 7, 16; Sir 14: 3, 6, 8, 9, 10; 18:18; 31:13; 37:11; Sab 4:12; 4 Macc 1:26; 2:15; Ep Jer 69/70)», amén de otras referencias un poco menos directas; mientras que en el Nuevo Testamento «cuatro referencias explícitas al mal de ojo se atribuyen a Jesús (Mateo 6: 22-23; Lucas 11: 33-34; Mateo 20:15; Marcos 7:22)», sin contar las otras alusiones indirectas o emitidas por personajes marginales. El problema de la envidia en el Nuevo testamento es capital, ya que es el sentimiento que directamente se opone al nuevo mandamiento (a veces nombrado onceavo) que Jesús lega a sus discípulos en la última cena: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado, así también amamos mutuamente.” Juan XIII:34.   Desde de San Agustín y sus sermones la envidia fue combatida con especial atención y no está demás traer estas palabras de Cervantes: “¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias.” El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, VIII.
³ Antes de su desestimación, la astrología tuvo un papel preeminente en la organización de la vida de los hombres. Los malos aspectos en la carta astral son los ángulos formados por grados múltiplos del 9.
⁴ En el original ejaculation, en el sentido de lanzarse.
⁵ «Se pensaba que el ojo, hasta el siglo XVI y más tarde, era un órgano activo, en lugar de pasivo (como se sostiene hoy). Se consideró que proyectaba partículas de energía o luz. Esta comprensión del ojo y la visión se conoce como la “teoría de la visión de extramisión”, que prevaleció en el mundo antiguo y durante la Edad Media y más allá. En el siglo XVII, el filósofo inglés Francis Bacon todavía describía la envidia como “un eyaculación o irradiación del ojo”». Beware the Evil Eye The Evil Eye in the Bible and the Ancient World —Volume 1—, Pp 44.
⁶ “No hay nadie curioso que no sea también malévolo.Plutarco, De Curiositate (Mor. 515B–523B).
Narsés el Eunuco fue un liberto durante el reinado de Justiniano I el Grande, se destacó por su diestra habilidad militar y fue figura clave, junto con el general Flavio Belisario de la expansión del imperio bizantino. Tanto Agesilao II como Tamerlán (Timur el Cojo) fueron monarcas: el primero espartano y el segundo turco-mongol; ambos son recordados —también— como bravos jefes militares, además de padecer de renguera.
i.e. Materia sobre la que trabajar la envidia: ubique enim ocurrerunt objecta invidiæ (porque en todas partes se encuentran los objetos de la envidia).
⁹ Génesis IV:1-16.
¹⁰ Por salto.
¹¹ ¡Cuánto sufrimos!
¹² Debido a la “teoría de la visión de extramisión”, pues el hombre que es objeto del mal de ojo estaría bajo el influjo de energías nocivas.
¹² La racionalización que hace Bacon sobre la forma de combatir la envidia parte de la premisa supersticiosa de los gestos y objetos apotropáicos. En principio se reconoce la existencia de influjos nocivos y negativos, las proverbialmente llamadas malas vibras; después, hay que recordar que tradicionalmente siempre se ha entendido el mundo a partir de las dicotomías: bueno y malo, blanco y negro, alto y bajo, masculino y femenino; así, la presencia del mal no puede ser erradicada, toda vez que el mal es necesario para la existencia del bien y viceversa. Ante esta verdad, la aspiración de los creyentes no es propiamente erradicar el mal, sino protegerse de él: listones rojos, símbolos de ojos protectores, fórmulas de palabra mágicas, gestos de manos, y un largo catálogo son las defensas para desviar las fuerzas perniciosas. El ya citado Elliott da cuenta a detalle de esto y más en el primer tomo de su Beware the Evil Eye The Evil Eye in the Bible and the Ancient World.
¹³ En el sentido de “acciones dignas de aplauso.”
¹⁴ “Para la envidia no hay días festivos.” No logré determinar a quién pertenece esta cita.
¹⁵ Mateo XIII:25.

X. Del amor
(1612)
El escenario debe más al amor que a la vida del hombre;¹ pues para el escenario, el amor es siempre asunto de comedias y de vez en cuando de tragedias; pero en la vida hay mucha malicia, a veces como de sirena, a veces como de furia.² Se puede observar que entre todas las personas grandes y valiosas (de las que queda memoria, tanto antiguas como recientes), no hay ninguna que haya sido transportada al estado de locura de amor, lo que demuestra que los grandes espíritus y los grandes negocios deben mantenerse fuera de las pasiones débiles. No obstante, se debe exceptuar a Marco Antonio, el copartícipe del imperio de Roma, y a Apio Claudio, decenviro y legislador; el primero de los cuales fue en verdad un hombre voluptuoso y desordenado, pero el último fue austero y prudente; por tanto, parece que el amor (aunque raramente) puede hallar entrada no sólo en un corazón abierto, sino también en un corazón bien fortificado, si no mantiene buena vigilancia.³ Vale poco el dicho de Epicuro de que Satis magnum alter alteri theatrum sumus;⁴ como si el hombre, creado para la contemplación del cielo y de todos los objetos nobles, no tuviera que hacer otra cosa sino arrodillarse ante idolillos y someterse, aunque no por la boca (como están las bestias), mas por los ojos, que le fueron dados para fines más elevados. Resulta extraño observar el exceso de esa pasión y cómo ofende a la naturaleza y valor de las cosas, de ahí que el hablar en perpetua hipérbole es grato nada más que en el amor y no solamente lo es en las frases; mientras que se ha dicho acertadamente que el adulador bromista, con quien se entienden todos los aduladores despreciables, se adula a sí mismo, en verdad, el amante es algo más, pues nunca hubo un hombre que pensara tan absurdamente bien de sí mismo; como hace el amante de la persona amada; por tanto, estuvo bien dicho lo de que es imposible amar y ser juicioso/sabio.⁵ Ni esta debilidad se presenta sólo a otros, ni a la parte amada, sino a al amado sobre todo, salvo que el amor sea recíproco; pues es regla cierta que el amor siempre es recompensado, tanto recíprocamente o con un desdén íntimo y secreto; por cuanto la mayor parte de los hombres debería darse cuenta de esa pasión que pierde no sólo a otras cosas sino a sí misma. En cuanto a las otras pérdidas, las expresa bien el relato del poeta que: el que prefirió a Helena, renunció a los dones de Juno y Palas,⁶ pues quienquiera que estime demasiado la afección amorosa, renunciará tanto a las riquezas como a la prudencia. Esa pasión tiene su afluencia en los verdaderos momentos de debilidad que son los de gran prosperidad y gran adversidad, aunque esta última ha sido menos observada; ambas encienden el amor y lo hacen más ferviente, y, por tanto, demuestran que es hijo de la insensatez. Harán mejor los que, no pudiendo rechazar el amor, le den cuartel y lo separen completamente de sus asuntos y actividades serias de la vida; porque si se interfiere una vez en los negocios, perturba la suerte de los hombres y hace que no puedan en modo alguno ser leales a sus propios fines. No sé por qué, pero los hombres marciales están dados al amor; creo que es porque están dados al vino, pues los peligros, generalmente, reclaman ser recompensados con placeres. Hay en la naturaleza del hombre una secreta inclinación y tendencia hacia el amor a otros, las cuales si no se emplean en una o pocas personas, se extiende naturalmente hacia muchas y convierte a los hombres en humanitarios y caritativos, como se ve muchas veces en los frailes. El amor nupcial hace a la humanidad, el amor amistoso la perfecciona, pero el licencioso, la corrompe y envilece.

¹ Antitheta Rerum XXXVI:I Amor Contra: “Amori multum debet scena, nihil vita (La escena le debe mucho al amor, nada a la vida).”
² Las Sirenas son criaturas de la mitología griega; de estirpe divina, nacidas mitad ave y mitad mujer; su canto legendario fue responsable de hacer que varios de los compañeros de Ulises, en la Odisea, se precipitaran al mar; por ello, aquí alegorizan una malicia seductora. Por otro lado, las Furias pertenecen a la mitología romana, aunque sus funciones están asimiladas con las de las Erinas griegas; nacidas de la sangre de Urano caída a la tierra después de que Crono lo emasculara, éstas divinidades tienen forma de mujeres oscuras y aladas, con sierpes en lugar de cabellos; se encargaban de perseguir los delitos de sangre, azuzando a sus víctimas y conduciéndolas a la locura, i.e. su malicia coacciona.
³ Apio Claudio Craso Irregilense Sabino fue un político perteneciente a una de las ramas familiares con mayor tradición y abolengo en la historia del Imperio Romano. Es célebre el desliz que le costó la vida y su carrera, pues codiciando a una hermosa plebeya de nombre Virginia, usó su poder e influencias para poder raptarla; sus tentativas fueron fracasando una tras otra hasta desencadenar el asesinato de la joven a manos de su desesperado padre, como último recurso para garantizar su libertad; ésto llevó a una revolución política que buscó sofocar la corrupción del gobierno connivida y propiciada por decenviros como el propio Apio.
⁴ “Cada uno de nosotros es suficiente espectáculo para el otro.” Séneca, Epístolas morales, VII, 11. La frase es de Epicuro, y aquí no aparece bien interpretada, porque theatrum debe tomarse en el sentido de «auditorio» o «público».
⁵ Atribuído por Plutarco a Agesilao.
⁶ El poeta es Ovidio y Bacon se refiere a París, el héroe troyano designado como juez para otorgar a la diosa de su elección la manzana de Éride. En este caso, la alegoría refiere a Juno como dadora de la riqueza y Palas Atena como dadora de la prudencia, ambas rechazadas por París en favor de Afrodita, quien le proporciona los medios para raptar a Helena, mujer de Menelao y celebrada como la más bella del mundo.

XII. De la osadía
(1625)
Es una pregunta trivial propia de la escuela pero que merece la consideración del hombre. Se le preguntó a Demóstenes que cuál era la principal cualidad del orador. Contestó: —Acción. ¿Y después? Acción. ¿Y después? Acción.¹ Dijo que eso lo sabía bien y que no tenía por naturaleza ninguna ventaja en eso que recomendaba. Resulta extraño que esa cualidad de un orador que sólo es superficial y más bien propia de un actor, se coloque tan por encima de las otras nobles cualidades de invención, elocución, y otras; aún más, como si fuera la única. Pero la razón es sencilla. Generalmente hay en la naturaleza humana más necedad que sabiduría; y por tanto, esas facultades por las cuales está ocupada la parte necia de la mente humana son más potentes. Análogamente asombroso es el caso de la osadía en los asuntos del Estado. ¿Cuál es la primera? Osadía. ¿Y la segunda y tercera? Osadía. Y sin embargo la osadía es hija de la ignorancia y de la vileza, muy inferior a otras cualidades; no obstante, fascina, y ata de pies y manos a aquellos que son ligeros de juicio y de escaso coraje, que son la mayoría, pero que prevalecen sobre los hombres juiciosos en momentos de debilidad; por tanto vemos que ha hecho maravillas en los Estados populares, pero menos con senados y príncipes, y más siempre en la primera actuación de los osados que después, pues la osadía es mala guardadora de promesas, Seguramente que, así como hay charlatanes² para la salud corporal, hay charlatanes para la política; los hombres que se comprometen a hacer grandes curaciones, y que quizá han tenido suerte en dos o tres ocasiones, necesitan, no obstante, el apoyo de la ciencia, y por tanto no pueden mantenerlas mucho tiempo; pero eso no quita para que veáis muchas veces a un osado hacer el milagro de Mahoma. Mahoma hizo creer a la gente que haría venir hacia él a una montaña, y desde la cima hacer sus rogativas por los creyentes de su ley. La gente se reunió; Mahoma llamó una y otra vez a la montaña para que viniera hacia él; y cuando la montaña no se movió, él no se desconcertó ni lo más mínimo sino que dijo: Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montañaAsí esos hombres, cuando han prometido grandes cosas y fracasan de la forma más vergonzosa, aun cuando tengan la cualidad de la osadía, no le darán importancia y darán un viraje sin más ceremonias. En verdad, para los hombres de mucho juicio, los osados son una diversión digna de contemplarse; hasta para la gente vulgar, los osados tienen algo de ridículo; pues si el absurdo es el motivo de la risa, no dudes que la gran osadía no carece con frecuencia de absurdidad; especialmente resulta un espectáculo que merece verse cuando un osado no sabe contenerse, porque eso contrae su cara y la pone de palo, como debe ser; porque en la vileza, el espíritu va y viene un poco, pero en los osados, en ocasiones semejantes, permanece quieto; como hacer tablas en el ajedrez, donde no hay mate y la partida no puede emocionar; pero es más adecuada para una sátira que para observarla atentamente. También debe tenerse en cuenta que la osadía siempre es ciega,⁴ pues no ve peligros ni obstáculos; por tanto es mala consejera y buena ejecutora; así es que la adecuada utilización de los osados es que nunca manden como jefes, sino que estén subordinados a la dirección de otros; pues en el consejo es bueno ver los peligros y en la ejecución no verlos, salvo que sean muy grandes.

¹ Según Plutarco en sus Vidas paralelas.
² Mountebanques (palabra de origen italiano) en el original; se refiere a los que montan un banco, estafadores que pretendían vender medicinas milagrosas pregonando sus bondades con artimañas, trucos y todo un arsenal de falacias pseudocientíficas, tan comunes en la época de Bacon como en cualquier otra.
³ Este conocido proverbio sobre Mahoma es universalmente atribuído a nuestro autor, aunque hay quienes apuntan un posible origen proverbial otomano. Con todo, no es imposible negar del todo la autoría (o al menos el matiz) de Bacon; hay que recordar que el siglo XVII se distinguió por la rivalidad de los estados cristianos con los musulmanes y la intención de Bacon es realzar la charlatanería del profeta de Alá.
⁴ Esta idea sobra la ciega osadía encuentra su paralelo en múltiples motivos alegorías de la mitología grecorromana para simbolizar la incapacidad de distinguir matices circunstanciales; así Pluto, el dios de la riqueza, es ciego y reparte los dones a diestra y siniestra; Temis, diosa de la justicia, aunque no es ciega, está vendada de los ojos, para significar que no favorece a nadie y es imparcial, otra forma de decir que no hace distingos; en idéntica situación ésta Cupido, que arroja sus flechas sin un criterio corrompido por la vista. En suma, la idea de que la ceguera oculta los peligros y anula la capacidad para discernir se ve muy bien ilustrada por este pasaje de Carta sobre los ciegos para uso de los que ven de Denis Diderot: «Como el uso de los ojos le quitaba a un vidente la seguridad de su mano, para afeitarse la cabeza se apartaba del espejo y se colocaba frente a una pared desnuda. El ciego que no percibe el peligro se vuelve tanto más intrépido, y no dudo que caminaría a paso firme sobre tablas angostas y flexibles que formaran un puente sobre un precipicio. Hay pocas personas cuyos ojos no se nu-
blan ante la visión de grandes abismos».

XIV. De la nobleza
(1612)
Hablaremos primero de la nobleza como parte de un Estado, luego como condición de las personas particulares. Una monarquía donde, en definitiva, no haya nobleza, será siempre una simple tiranía absoluta como la de los turcos;¹ porque la nobleza atempera la soberanía, y aparta un tanto los ojos del pueblo de la estirpe real; pero las democracias no la necesitan; y generalmente son más tranquilas y están menos sujetas a sediciones que donde hay familias de nobleza; porque los ojos humanos están en los negocios y no en las personas; o si están en las personas, es en bien de los negocios, como lo más adecuado, y no de las banderas y las genealogías.² Vemos que los suizos continúan bien, a pesar de la diversidad de religiones y de los cantones; porque lo que les une es la utilidad, no los honores.³ Las Provincias Unidas de los Países Bajos sobresalen en su gobierno,⁴ porque donde hay igualdad las deliberaciones son más ecuánimes y los pagos y tributos más agradables.⁵ Una nobleza grande y potente añade majestad a un monarca, pero disminuye su poder y pone vida y espíritu en el pueblo, pero oprime su fortuna. Bien está cuando los nobles no son demasiado grandes para la soberanía ni para la justicia; y sin embargo, mantenida en la altura en que la insolencia de los inferiores puede quebrarse ante ella antes de que se precipite sobre la majestad de los reyes. Una nobleza numerosa produce la pobreza e incomodidad en un Estado; porque es una sobrecarga de gastos; además, siendo necesario que gran parte de la nobleza caiga a veces en debilidad de fortuna, eso produce una especie de desproporción entre los honores y los medios de fortuna.⁵
En cuanto a la nobleza como personas particulares, merece admiración contemplar un castillo o un edificio antiguo que no está en ruinas o contemplar un hermoso tronco de árbol sano y perfecto; ¡cuánto mejor parece una antigua familia noble que se ha mantenido contra los vaivenes y cambios del tiempo!⁶ Porque la nobleza reciente no es más que la acción del poder, pero la nobleza antigua es la acción del tiempo.⁷ Aquellos que son primeramente elevados a la nobleza, por lo general son más virtuosos, pero menos inocentes que sus descendientes;⁸ porque es raro que haya ninguna elevación que no sea una mezcla de buenas y malas artes; pero es razonable que el recuerdo de sus virtudes pase a la posteridad y sus defectos mueran con ellos. La nobleza de nacimiento generalmente suprime la laboriosidad y el que no es laborioso envidia al que lo es; además, los nobles no pueden llegar muy alto; y el que permanece donde está mientras otros se elevan, difícilmente puede evitar el sentimiento de envidia. Por otra parte, la nobleza extingue la envidia pasiva de los otros hacia ellos porque están en posesión de los honores. Cierto es que los reyes que tienen hombres capaces entre su nobleza fácilmente encontrarán la forma de emplearlos y una forma mejor de deslizarse en sus asuntos; porque la gente se inclina naturalmente hacia ellos como nacidos en cierto modo para mandar.

¹ Donde los súbditos eran denominados esclavos del sultán, sin importar su posición social.
² i. e. Los escudos de armas.
³ El autor se refiere a la organización política que los suizos implementaron, de forma primitiva, en 1291. Se trataba de 4 pequeños estados que gozaban de una amplia libertad de autogestión y autoregulación, pero que en suma pertenecían a la misma denominación nacional, el Sacro Imperio Romano; tal sistema fue tan efectivo, que para 1353 ya había un total de 8 y en 1513 ascendían a 13, con una heterogénea variedad de formas políticas, tendencias económicas y manifestaciones religiosas. Como bien señala Bacon, sus diferencias no fueron causa de conflicto en esencia debido a que los intereses públicos estaban por encima de los privados, haciendo que el raro equilibrio de independencia dependiente siga sosteniéndose hasta nuestros días.
⁴ En el reinado de Carlos I de España, varios territorios del norte de Europa fueron anexados a su corona. Su sucesor Felipe II trató de gobernarlos de forma negligente desde su residencia en Madrid, velaba por los intereses españoles sin considerar las necesidades de sus súbditos extranjeros que venían manejando fuertes tensiones sociales y políticas debido a las diferencias entre los cismas religiosos. El conflicto estalló eventualmente y en 1581 la República de las Provincias Unidas de los Países Bajos se declaró soberana. Pudo resistir los intentos españoles de reconquista gracias al apoyo de los ingleses y los franceses. En toda nación naciente de una revolución, al principio suele imperar un estado de progreso y comprensión humanas, como comenta Bacon
⁵  En 1603 Bacon habría sido nombrado caballero del imperio junto con otros 300 nobles. De allí su conciencia sobre el poco mérito de tener un título que casi se regalaba a cualquiera.
Antitheta Rerum I:IV Pro Nobilitas: “Antiquitatem etiam in monumentis mortuis veneramur; quanto magia in vivis? (Reverenciamos la Antigüedad aún en los Monumentos muertos, cuánto más en los vivos).”
Antitheta Rerum I:II Pro Nobilitas: “Nobilitas laurea, qua tempus homines coronat (La nobleza es una Guirnalda de Bayes, con la que el tiempo corona a los hombres).”
Antitheta Rerum I:I Contra Nobilitas: “Raro ex virtute nobilitas; rarius ex nobilitate virtus (La Nobleza rara vez brota de la virtud; la Virtud más rara vez de la Nobleza).”

XVI. Del ateísmo
(1612)
Más me creería todas las fábulas de la Leyenda Dorada y del Talmud y del Corán¹ que no el que este sistema universal carece de mente pensadora; por tanto, Dios nunca realizó milagros para convencer al ateísmo, porque su obra cotidiana le convence.² Cierto es que una pequeña filosofía inclina el pensamiento humano hacia el ateísmo, pero la filosofía profunda lo inclina hacia la religión;³ pues mientras la mente humana busca las esparcidas causas segundas, puede algunas veces descansar en ellas y no seguir adelante; pero cuando se da cuenta del encadenamiento de ellas, necesita remontarse a la Providencia y la Deidad. Aún más, hasta esa escuela que es la más acusada del ateísmo, es la que más demuestra la religión, es decir, la escuela de Leucipo, Demócrito y Epicuro;⁴ pues es mil veces más creíble que cuatro elementos mutables y una quintaesencia inmutable, puntual y eternamente situados, no necesitaran de Dios, que no el que ese ejército de infinitas porciones pequeñas, o semillas sin colocación,⁵ hubieran producido ese orden y belleza sin un ordenador divino.⁶ La Escritura dice: Dijo el necio en su corazón: no hay Dios;⁷ pero no se ha dicho: Pensó el necio en su corazón; pues más bien lo dice de memoria, como algo que ya supiera, que como algo que pudiera creer completamente o de lo que estuviera plenamente convencido; pues nadie niega que hay Dios sino aquellos a quienes les parece que no tenía que haberlo.⁸ No parece más sino que el ateísmo está más en los labios que en el corazón de los hombres, y esto porque los ateos siempre están hablando de su opinión como si no se sintieran seguros de ella y se alegraran de fortalecerla con el asentimiento de los demás; aún más, veréis ateos que se esfuerzan en conseguir discípulos, como ocurre con otras sectas; y, sobre todo, les veréis que sufrirán por el ateísmo y no se retractarán; siendo así que si ellos creyeran sinceramente que no hubiera tal cosa como Dios ¿por qué se iban a preocupar?⁹ Se acusa a Epicuro de haber fingido por temor de su crédito cuando afirmaba que había naturalezas benditas, pero que gozaban de ello sin tener respeto al gobierno del mundo. En lo cual dicen que contemporizaba, aunque íntimamente pensara que no había Dios; la verdad es que se le ha difamado, pues sus palabras son nobles y divinas: Non Deos vulgi negare profanum; sed vulgi opiniones Diis aplicare profanum.¹⁰ Platón no pudo haber dicho más. Y aunque él [Epicuro] tuvo el atrevimiento de negar la administración, no tuvo fuerza para negar la naturaleza. Los indios occidentales tienen nombres para sus dioses particulares aunque no tienen nombre para Dios;¹¹ como si los paganos tuvieran los nombres de Júpiter, Apolo, Marte, etc., pero no tuvieran la palabra Dios, lo cual demuestra que esos pueblos bárbaros poseen la noción aunque desconocen el alcance y extensión de ella; de tal modo que contra los ateos hasta los verdaderos salvajes intervienen junto a los más sutiles filósofos. Los ateos contemplativos son escasos; quizá un Diagoras, un Bion, un Luciano,¹² y algunos otros y aun así parecen haber sido más de los que son; pues todos aquellos que impugnan una religión aceptada o una superstición, quedan marcados por sus adversarios con el nombre de ateos. Pero, por supuesto, los grandes ateos son hipócritas que siempre andan manejando cosas santas, pero sin sentimiento, como si, en definitiva, tuvieran necesidad de ser cauterizados.¹³ Las causas del ateísmo son: división de religión, si son muchas; pues cada principal división agrega celo a ambas partes, pero muchas divisiones introducen el ateísmo.¹⁴ Otra es el escándalo de los sacerdotes cuando llega al extremo que dice San Bernardo: Non est jam dicere, ut populus, sic sacerdos; quia nec sic populus, ut sacerdos.¹⁵ La tercera es la costumbre de hacer burlas profanas en materias sagradas, lo cual desfigura poco a poco el respeto a la religión; y por último, las épocas cultas, especialmente con paz y prosperidad; pues las preocupaciones y adversidades inclinan más los espíritus hacia la religión.¹⁶ Los que niegan a Dios destruyen la nobleza humana, pues en verdad, el hombre es análogo a las bestias por su cuerpo; y si no fuera análogo a Dios por su espíritu, sería una criatura baja e innoble. Análogamente destruyen la magnanimidad y elevación de la naturaleza humana; pues, tomando el ejemplo del perro, notad la generosidad y valentía que pondrá cuando se encuentre mantenido por un hombre quien, para él, es como un dios o melior natura;¹⁷ esa valentía es claramente tal que esa criatura jamás la alcanzaría sin la confianza en una naturaleza mejor que la suya. Lo mismo el hombre, cuando descansa y se siente seguro bajo el favor y protección divinos, alcanza una fuerza y fe que la naturaleza humana en sí misma no podría obtener; por tanto, como el ateísmo es odioso en todos los aspectos, también en este de privar a la naturaleza humana de los medios de elevarse sobre la fragilidad humana. Lo que sucede con las personas privadas, sucede con las naciones; jamás hubo tal estado de magnanimidad como en Roma. Oíd lo que Cicerón dijo de ese estado: Quam volumus licet, Patres conscripti, nos amemus, tamen nec numero Hispanos, nec robore Gallos, nec calliditate Poenos, nec artibus Graecos, nec denique hoc ipso hujus gentis et terrae domestico nativo que sensu Italos ipsos et Latinos; sed pietate, ac religione, atque hac una sapientia, quod Deorum immortalium numine omnia regi, gubernarique perspeximus, omnes gentes, nationes que superavimus.¹⁸

¹ La Leyenda dorada (a veces también llamada áurea) es una colección antológica de hagiografías recogidas por el arzobispo dominico Jacobo (también llamado Santiago) de la Vorágine, jugó un papel importante para adoctrinar al vulgo en la edad media, aunque los revisionistas posteriores fueron desacreditándola poco a poco por sus imprecisiones, relatos apócrifos y porque estimulaba la creencia en supersticiones. El Talmud es una obra de interpretación y exegesis de la Torá, fue escrito a lo largo de varios siglos por eruditos rabínicos, en esencia es un código civil, moral y religioso para el pueblo judío. El Corán es la obra sagrada de los musulmanes, recoge las revelaciones que el profeta Mahoma recibió del arcángel Gabriel. El común denominador entre estos tres libros es que en mayor o menor grado son adversarios de los dogmas cristianos, ya sea porque interpretan tendenciosamente la divina idea de Dios o porque introducen confusión, idolatría y superstición. En cualquier caso, Bacon establece su paradójica posición ante la idea de la inexistencia de Dios; que él preferiría creer en dogmas errados a negar que una mente sagrada creó y ordenó el universo; i. e. Antitheta Rerum XIII:4 Pro Supestitio: “Fabulosissima quæque  portenta cujusvis religionis citius crediderim, quam hæc omnia sine numine fieri (Preferiría creer todas las Fabulosas maravillosas de cualquier Religión, que creer que este Marco universal fue construido sin una Deidad).
² Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II: “aquello concerniente a la Filosofía Divina o Teología Natural, es el conocimiento o rudimento de conocimiento que se refiere a Dios, y puede ser obtenido mediante la contemplación de sus criaturas; cuyo conocimiento puede verdaderamente ser calificado de divino con respecto a su objeto, y natural con respecto al modo como se obtiene. Sus límites están dados por la circunstancia de que es suficiente para convencer al ateo, mas no para establecer la religiosidad, por cuanto nunca ha producido Dios un milagro para convertir a un ateo, porque sólo con la luz natural puede llegarse a convenir en la existencia de Dios; mas los milagros se han producido para convertir a los idólatras y supersticiosos, por cuanto no hay luz natural capaz de acordar la posibilidad de reconocer la voluntad y llegar a la adoración del verdadero Dios.”
³ Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, I: “en San Pablo motiva una advertencia: «Que no seamos dañados a través de una inútil filosofía» (Col. II:8): la experiencia demostraría cómo los hombres ilustrados han sido los corifeos de las herejías, cómo las épocas cultas han sido inclinadas al ateísmo y cómo la contemplación de las causas segundas han anulado nuestra dependencia de Dios, que es la causa primera.”, “Para aquellos que presumen que el mucho conocer debe inclinar al hombre al ateísmo y que la ignorancia de las causas secundarias, crea una más devota dependencia de Dios que es la causa prima, debemos decir: primero es bueno dar respuesta a la pregunta que Job hizo a sus amigos: «Mentiría usted por Dios, como un hombre podría hacerlo por otro, para complacerlo?» (Job XIII:7). Lo cierto es que Dios solo actúa en la naturaleza por medio de las causas secundarias, y si quisiera sostenerse otra cosa sería mera impostura; aun cuando fuera mantenida en su beneficio no significaría otra cosa que ofrecer, al autor de la verdad, el impuro sacrificio de una mentira. Yendo aún más lejos: es una verdad inconcusa y una conclusión extraída de la experiencia, que un limitado o superficial conocimiento de la filosofía puede inclinar la inteligencia humana al ateísmo, mas que todo paso adelante hace regresar de nuevo la inteligencia a la religión.”
⁴ Tres filósofos griegos citados en riguroso órden histórico; todos defensores de la teoría atomista que sostiene que el mundo está constituido por una multitud inconmensurable de partículas que se mueven en el vacío y que, merced a esta mecánica, son capaces de formar aleatoriamente todas las manifestaciones de la materia tal y como las podemos percibir. Su ateísmo deriva de la necesidad de que estas partículas hayan existido desde siempre en el universo; y por tanto, sería inconcebible la idea de un ser divino anterior a todo que creara el mundo. Esta corriente de pensamiento sería retomada por los libertinos franceses del siglo XVII y tendría notable impacto todavía en el siglo de las luces. Podemos ver sofisticaciones del atomismo en la obra de Pierre Gassendi, la novela póstuma El otro mundo de Cyrano de Bergerac y en El sueño de d'Alembert de Denis Diderot, por citar un par de ejemplos.
⁵ Los cuatro elementos simples de las teorías clásicas de la constitución de la materia: agua, fuero, aire y terra; más una quita esencia celestial. Bacon quiere decir que es más plausible pensar en que 5 elementos no necesitan de dios a que millones de partículas o atamos no necesitan de dios, puesto que en la estadística, la combinación de menos factores para constituir la materia es más baja, mientras que entre más factores, es más improbable el acaecimieto de las combinaciones necesarias para suscitar el mismo fenómeno de la materia.
⁶ La teoría estocástica del origen del universo; Bacon desestima la posibilidad de que en el infinito del tiempo y la materia, la combinación aleatoria de átomos pudiese formar la creación. Como Diderot sostiene en sus Pensées philosophiques, los argumentos que sirven para defender una hipótesis, son a su vez los que sirven para cuestionarla, en suma, arsenales comunes. La discusión es inmemorial, D. F. Ricard, profesor de Diderot, duda que la Ilíada de Homero o la Henriade de Voltaire sean resultado de «fortuitas combinaciones de caracteres», a lo que Diderot responde que «Según las leyes del cálculo de probabilidades [...] no me puede sorprender que una cosa se produzca cuando es posible que la dificultad del hecho quede compensada por la cantidad posible de combinaciones. [...] la posibilidad de generar fortuitamente el universo es muy pequeña, pero la cantidad de combinaciones posibles es infinita». De un experimento imaginario se vale Thomas Huxley, colega de Charles Darwin, para afirmar que un montón de simios son capaces de reproducir las obras completas de William Shakespeare tecleando por un tiempo indefinido en máquinas de escribir; asimismo Bergerac, influenciado por Gassendi, expone en Los imperios y estados de la luna, a través de un selenita, esta idea del azar creador: «¿Cómo el azar puede haber reunido en un lugar todas las cosas necesarias para producir ese roble? Le respondo que no es sorprendente que la materia así dispuesta haya formado un roble, pero que habría sido más sorprendente si, con la materia así dispuesta, el roble no se hubiera producido; con algunas figuras menos, habría sido un olmo, un álamo, un sauce; con algunas figuras menos, habría sido una planta sensitiva, una ostra con su concha, un gusano, una mosca, una rana, un gorrión, un mono, un hombre». Podemos decir que, ciertamente el azar puede remplazar a dios de la ecuación, peor al mismo tiempo el infinito es tan incierto que no podemos afirmar, por el contrario, que dios no sea posible, también.
⁷ Salmos XIV:1 y LIII:2.
⁸ i. e. aquellos a los que beneficia la inexistencia de dios.
⁹ La lógica de Bacon ya presiente la gran crítica que en la modernidad se le hace al ateísmo: la militancia semejante a una secta donde la idea fundamental es negar la existencia de algo, lo cual, paradójicamente, vindica de alguna forma esa misma existencia, puesto que no habría por qué negar lo que se supone que no es. El ateísmo adolece, entonces, por la contradicción de su propio postulado.
¹⁰ “No hay profanación en que el pueblo niegue a los dioses; pero es profanación atribuir a los dioses lo que el pueblo cree de ellos.” Diogenes Laercio X, 123.
¹¹ Como apunta Joseph de Acosta en su Historia natural y moral de las Indias, cap. 3: “Y así al mismo modo los que hoy día predican el Evangelio a los indios, no hallan mucha dificultad en persuadirles que hay un supremo Dios y Señor de todo, y que éste es el Dios de los cristianos, y el verdadero Dios. Aunque es cosa que mucho me ha maravillado que con tener esta noticia que digo, no tuviesen vocablo proprio para nombrar a Dios. Porque si queremos en lengua de indios hallar vocablo que responde a este Dios, como en latín responde Deus y en griego Theos, y en hebreo El y en arábigo Alá, no se halla en lengua del Cuzco, ni en lengua de México.”
¹² Diagoras de Melos fue un poeta griego que recibió el epíteto de el ateo, la leyenda cuenta que su escepticismo hacia a los dioses provenía del asombro que le había causado ver a un acusado en un juicio cometer perjurio y salir impune del proceso, le parecía imposible que los dioses permitieran algo semejante y la conclusión que extrajo de ello fue que no había deidades; Bion de Borístenes fue un filósofo de corte cínico y hedónico, conocido por su postura escéptica respecto a la existencia de los dioses; y Luciano de Samósata, es el prototipo de autor de profesión en la antigüedad, su ateísmo puede verse evidenciado en su célebre Diálogo de los dioses.
¹³ Antitheta Rerum XIII:IV Contra Superstito: “Non cadit in mentem humanam, ut sit merus atheista dogmate; sed magni hypocritæ sunt veri atheistæ qui sacra perpetuo contrectant, sed nunquam verentur (No puede entrar en la mente del hombre ser un mero ateo en opinión; pero vuestros grandes hipócritas son los verdaderos ateos, que siempre están manejando cosas santas, pero nunca las reverencian).”
¹⁴ La preocupación de Bacon por los cismas se viene anunciando desde el ensayo III. De la unidad de la religión. Un cisma no sólo es la separación de posturas ante la misma creencia, sino que es, a su vez, la disolución del dogma, que lleva a su paulatina desacreditación y desaparición. A lo largo de la historia, la iglesia cristiana puso en marcha distintas estrategias para combatir los cismas; el caso ejemplar es la campaña de unificación del culto que, entre otras cosas, consistió en desarrollar un fiable sistema de escritura musical, cuya intención era transmitir con exactitud las melodías de las liturgias y homologar su ejecución en todos los territorios donde se practicase la fe cristiana, con el único fin de evitar las desviaciones y eventuales cismas. cf. nota ³¹ de III. De la unidad de la religión.
¹⁵ “No es que digamos que los sacerdotes son como el pueblo, sino que el pueblo no es tan malo como los sacerdotes.” San Bernardo alude a Óseas 4:9 “| y lo que del pueblo será, eso será también el sacerdote.”, el autor se refiere aquí a la situación de corrupción en el seno de la iglesia, donde una autoridad eclesiástica es capaz de cometer abusos de poder y por tanto fomentar el escepticismo de dios y la justicia.
¹⁶ nota ⁴ de XIV. De la nobleza.
¹⁷ “[unamejor naturaleza”, Metamorfosis, I. 21., Ovidio. No está demás traer a colación esta fábula de Augusto Monterroso que sincroniza con la afirmación de Bacon:
Caballo imaginando a dios
A pesar de lo que digan, la idea de un cielo habitado por Caballos y presidido por un Dios con figura equina repugna al buen gusto y a la lógica más elemental, razonaba los otros días el caballo. | Todo el mundo sabe —continuaba en su razonamiento— que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios lo imaginaríamos en forma de Jinete.
El filósofo presocrático Jenófanes pensó —a diferencia de Bacon y Monterroso— que dios, o mejor dicho, los dioses estaban hechos a imagen y semejanza de su creación; él sostenía: “Pero si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos o pudieran dibujar con ellas y realizar obras como los hombres, dibujarían los aspectos de los dioses y harían sus cuerpos, los caballos semejantes a los caballos, los bueyes a bueyes, tal como si tuvieran la figura correspondiente a cada uno.”
¹⁸ “Nos enorgullecemos porque podemos, padres conscriptos, no del número como los hispanos, ni de la fuerza como los galos, ni del ingenio como los fenicios, ni de las artes como los griegos, ni como los propios italianos y latinos de la llaneza y sentido nativo que pertenecen a su nación y tierra, sino de la piedad y religión y de esa sabiduría que nos hace considerar que el numen de los dioses inmortales lo rige y gobierna todo, en lo cual superamos a todos los pueblos y naciones.” Respuesta a los adivinos, IX, 19.

XVII. De la superstición
(1612)
Sería mejor no tener idea alguna de Dios que tenerla indigna de Él; porque lo uno es descreimiento y lo otro contumelia y, en verdad, que la superstición es el reproche a la Divinidad.¹ Plutarco dice acertadamente a este propósito: Con toda certeza preferiría que mucha gente dijera que no había existido un hombre llamado Plutarco en vez de que dijeran que había un tal Plutarco que devoraría a sus hijos según fueran naciendo,² tal como los poetas dicen de Saturno;³ y cuanto mayor es la contumelia contra Dios, mayor es el peligro contra los hombres. El ateísmo permite al hombre la sensibilidad, la filosofía, la piedad natural, el derecho, la reputación, todo lo que puede conducir a una virtud moral externa aunque no a la religión; pero la superstición destruye todo eso e instaura una monarquía absoluta en el espíritu de los hombres. Por tanto, el ateísmo nunca perturbará los Estados, pues hace que los hombres sean cautos, puesto que no piensan en el más allá, y vemos que los tiempos inclinados hacia el ateísmo (como en los de César Augusto) fueron tiempos de civilidad; pero la superstición ha sido la confusión de muchos Estados y dieron en un nuevo primum mobile que arrasó todas las esferas de gobierno. El dueño de la superstición es el pueblo, y en todas las supersticiones, las personas inteligentes siguen a las tontas; y los razonamientos sirven para aceptarlos al revés. Eso se dijo con mucha seriedad por algunos de los prelados del Concilio de Trento,⁴ donde la doctrina escolástica tuvo gran influencia, donde los escolásticos fueron como astrónomos trazando excéntricas y epiciclos y esferas armilares para explicar los fenómenos, aunque sabían que no había tales cosas;⁵ y, análogamente, los escolásticos forjaron un conjunto de axiomas y teoremas sutiles e intrincados para explicar la acción de la Iglesia. Las causas de la superstición son: ritos y ceremonias agradables y sensuales; exceso de santidad externa y farisaica;⁶ excesiva reverencia a las tradiciones que no puede soportar la Iglesia; las estratagemas de los prelados en pro de su ambición y su lucro; favorecer demasiado las buenas intenciones que abren las puertas a la vanidad y las novedades; tomar las materias divinas como finalidad humana, lo cual sólo puede alimentar la confusión del pensamiento; y, finalmente, las épocas de barbarie unidas a calamidades y desastres. La superstición, sin un velo, es algo deformado; pues si a un mono le añade deformidad ser parecido al hombre, del mismo modo la similitud de la superstición con la religión la hace más deforme;⁷ y así como toda carne putrefacta es buena para corromperse en gusanillos, así las buenas formas y órdenes se corrompen en observancias sin importancia. Hay una superstición al evitar la superstición, cuando los hombres creen que hacen mejor sobrepasando la superstición anteriormente aceptada; por tanto, se debe tener cuidado (como sucede con las purgas) que lo bueno no se vaya con lo malo, lo que generalmente ocurre cuando el reformador es el pueblo.

¹ Antitheta Rerum XIII:III Contra Superstito: “Præstat nullam habere Diis opiniones, quam contumeliosam (Sería mejor no tener ninguna opinión de Dios, que una opinión que le reproche).” Además, es posible reconocer la influencia de Séneca en esta afirmación: «La superstición es un error de mente insana: teme a los que debe amar y profana a los que rinde culto. En efecto, ¿qué diferencia existe entre negar a los dioses o profanarlos?» Epístolas morales, CXXIII.16.
² Moralia; Sobre la superstición, 10. Bacon comete un ligero descuido en esta cita, pues, si bien Plutarco afirma que prefiere que se diga que nunca existió a que se digan cosas falsas sobre él, la referencia a Crono procede del inciso 13, de la misma disertación filosófica. El filósofo latino escribe en realidad: «Si cuando invitas a otros a un banquete te olvidas de él [Plutarco], si porque estás ocupado no lo visitas o no le hablas, agarrándose a tu cuerpo te comerá». Los exagetas ven aquí una referencia a la Ilíada, cuando Hecuba exclama sobre Aquiles, asesino de su hijo Héctor: «¡Ojalá pudiera yo, abrazándolo, devorar por medio su hígado!». Como decía, en el inciso 13 Plutarco escribe: «¿No hubiera sido más útil a los cartagineses haber cogido a Critias o a Diágoras (célebres ateos) [C] como redactor de sus leyes desde un principio y no creer en ninguna de las fuerzas divinas o en dioses, que hacer tales sacrificios a Crono?».
³ Como así lo afirma, por ejemplo, HiginoFabulæ, fab. (CXXXIX. LOS CURETES): «2. Cuando Saturno pidió a Ops que le diera, para devorarlo, al hijo que había engendrado, ella le dio una piedra envuelta. Saturno la devoró. Cuando se percató de esto, comenzó a buscar a Júpiter por el mundo». Crono/Saturno es un dios primordial conocido por haber devorado sistemáticamente a sus hijos para evitar ser destronado por alguno de ellos, como una profecía lo había vaticinado.
⁴ Como respuesta a la amenaza de la Reforma Protestante promovida en el norte de Europa, la iglesia católica celebró el Concilio de Trento a lo largo de 25 sesiones entre 1545 y 1563; en él se deliberaron las implicaciones institucionales de la iglesia, para afirmar, descartar o modificar sus prácticas. Es el inicio del movimiento de Contrarreforma que llevó a hechos tan atroces como la inquisición o la instauración del aparato religioso casi tal y como lo conocemos hoy en día.
Bacon alude a esta anécdota en sus Apophthegmes New & Old, 274. (104); y la crítica puede ir dirigida a ciertas determinaciones de los prelados durante las sesiones del Concilio de Trento, como la de vindicar y reafirmar el culto a los mártires y santos. El propio autor hace saber su desdén contra ello al inicio del ensayo XVI, cuando alude a la Leyenda dorada.
⁶ “El fariseo, en pie, oraba para sí de esta manera: ¡oh Dios!, te doy grcias de que no soy como los demás hombres, rapaces injustos, adúlteros, ni como este publicano.” Lucas XVIII:11
Antitheta Rerum XIII:I Contra Superstito: “Ut simiæ simili ldo cum homine deformitatem addit, superstitioni similitudo cum religione (Como añade deformidad a un Mono, ser tan parecido a un hombre; así la semejanza de la superstición con la religión la hace más deforme).

XIX. Del imperio
(1612)
Es una desdichada situación mental tener pocas cosas que desear y muchas que temer; y, sin embargo, es el caso corriente de los reyes,¹ quienes, aun estando en lo más alto, ansían cosas que exciten su deseo y hagan languidecer menos su espíritu; y tienen muchas visiones de peligros y sombras que oscurecen aún más su mente; esto se debe a una razón, además, de cuyo efecto hablan las Escrituras, que el corazón de los reyes es inescrutable,² pues multitud de celos y falta de cierto deseo predominante, que suele dominar y poner orden en los demás, hace que sea difícil hallar o sondear el corazón de todo hombre. De ahí que, análogamente, los príncipes hacen muchas veces sus propios deseos y ponen su corazón en juguetes; otras veces en un edificio; otras, en crear un nuevo orden; otras, en hacer progresar a una persona; otras, en obtener maestría en algún arte o habilidad manual, como Nerón en tocar el arpa; Domiciano en puntería con el arco; Cómodo, en la esgrima; Caracalla, en conducir carros, y así sucesivamente. Eso parece increíble a los que no conocen el principio de que el espíritu del hombre se alegra y renueva más aprovechándose de cosas pequeñas que deteniéndose en las grandes. También vemos que los reyes, que han sido conquistadores afortunados en sus primeros años, no siendo posible que eso continúe indefinidamente sino que tienen que sufrir alguna detención o retirada de su buena suerte, se vuelven en sus últimos años supersticiosos y melancólicos; como les ocurrió a Alejandro Magno, Diocleciano y, que recordemos, a Carlos V y a otros; porque quien está acostumbrado a avanzar y encuentra una detención, cae en la desconfianza de sí mismo y ya no es lo que fue.
Hablando ahora del verdadero temple del imperio resulta una cosa rara y dura de conservar, pues tanto el temple como el destemple constan de contrarios; pero una cosa es mezclar contrarios y otra intercambiarlos. La respuesta de Apolonio a Vespasiano está llena de excelente enseñanza. Vespasiano le preguntó: ¿Cuál fue el defecto de Nerón?, y él le contestó: Nerón podía cantar y tocar el arpa bien, pero en el gobierno, a veces solía apretar las clavijas demasiado y otras las dejaba demasiado flojas. Y cierto es que nada destruye tanto la autoridad como el cambio desigual y a destiempo del poder, apretar demasiado y aflojar mucho.
Y es cierto que la sabiduría de todos estos últimos tiempos en los asuntos de los príncipes ha sido más bien la de elegantes discursos y desviaciones de peligros y daños, cuando los tenían cerca, que la de sólidas y bien fundamentadas admoniciones para mantenerlos alejados; pero eso no es más que intentar dominio con suerte y dejar a los hombres que se den cuenta de cuánto desprecian y les molesta la preocupación de estar preparados. Pues nadie puede impedir la chispa ni decir cuándo se producirá. Las dificultades en los asuntos de los príncipes son muchas y grandes; pero la mayor dificultad está, las más de las veces, en su propia mentalidad. Pues es común entre los príncipes, dice Tácito, desear las contradicciones: Sunt plerumque regum voluntates vehementes, et inter se contrariae;³ porque el solecismo del poder es creer que se puede dominar el fin y, sin embargo, no reafirmar los medios. Los reyes tienen que tratar con sus vecinos, sus esposas, sus hijos, sus prelados o clero, sus nobles, sus segundones o caballeros, sus comerciantes, su pueblo llano, sus guerreros; y de todos éstos surgen peligros si no se utilizan el cuidado y la circunspección.
Primeramente, respecto a los vecinos, no se puede dar una norma general (los casos son muy variados), salvo una que siempre prevalece; la cual es que los principes deben mantener la debida vigilancia para que ningún vecino prospere tanto (por aumento de su territorio, por dedicación al comercio, por acercamiento, o cosas análogas) que puedan ser más capaces de aniquilarles de lo que eran antes; y eso generalmente es la labor de consejos permanentes que lo prevean y lo eviten. Durante aquel triunvirato de reyes, Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia y el emperador Carlos V, se mantenía tal vigilancia que ninguno de los tres podía ganar un palmo de terreno sin que los otros dos trataran de equilibrarlo ya mediante la confederación o, si era necesario, mediante la guerra; y en modo alguno harían la paz por interés; lo mismo hizo aquella liga (que Guicciardini dijo que era la seguridad de Italia) establecida entre Fernando, el rey de Nápoles, Lorenzo de Médicis y Ludovico Sforza, gobernantes, el uno de Florencia y el otro de Milán. Ni es de aceptar la opinión de algunos escolásticos de que la guerra no puede hacerse con justicia como no se base en una injuria y provocación precedente; pues no hay motivo a no ser el miedo justificado a un peligro inminente, aunque no hubiera habido ningún ataque, como causa legal de la guerra.⁴
En cuanto a las esposas, hay crueles ejemplos de ellas. Livia fue infamada de haber envenenado a su esposo; Roxolana, esposa de Solimán, fue la ruina de aquel renombrado príncipe, el sultán Mustafá, y además alteró su dinastía y sucesión; la reina, esposa de Eduardo II de Inglaterra, fue actora principal en el destronamiento y muerte de su marido.
Esta clase de peligro debe principalmente temerse cuando las esposas conspiran por la elevación de sus hijos o también cuando son adúlteras.
En cuanto a los hijos, las tragedias de análogos peligros producidos por ellos han sido muchas; y generalmente el que los padres sospechen de sus hijos siempre han sido tragedias desgraciadas. La ruina de Mustafá (al que hemos aludido antes) fue tan fatal al linaje de Solimán que la sucesión turca desde Solimán hasta nuestros días, se ha sospechado ser falsa y de sangre ajena; por eso se creyó que Selim II fue un fraude. La destrucción de Crispus, joven príncipe de extraordinario empuje, por su padre Constantino el Grande, fue, del mismo modo, fatal para su dinastía; pues sus dos hijos Constantino y Constancio murieron de muerte violenta; y Constante, su otro hijo, lo pasó algo mejor, pues murió de enfermedad, pero después de que Juliano hubiera tomado las armas contra él. La muerte de Demetrio, hijo de Filipo II de Macedonia, se volvió contra su padre, pues murió de repente. Y hay muchos ejemplos semejantes; pero pocos o ninguno en el que los padres se hayan beneficiado con tal destrucción, salvo que los hijos se hubieran levantado en armas contra ellos; como hizo Selim I contra Bayaceto y los tres hijos de Enrique II, rey de Inglaterra.
En cuanto a los prelados, cuando son orgullosos e importantes, también hay peligro en ellos; como ocurrió en tiempos de Anselmo y Tomás Becket, arzobispos de Canterbury, quienes, con el báculo, intentaron hacer tanto como con la espada del rey;⁵ y aun tuvieron que habérselas con reyes fuertes y soberbios: Guillermo Rufus, Enrique I y Enrique II. El peligro no procede del propio Estado sino donde depende de una autoridad extranjera; o donde los eclesiásticos intervienen y son elegidos, no directamente por el rey o protectores particulares, sino por el pueblo.
Respecto a los nobles, no es equivocado mantenerlos a distancia; pero rebajarlos puede dar más absolutismo al rey, aunque menos seguridad y menor posibilidad de realizar cualquier cosa que desee. Lo he hecho notar en mi historia del rey Enrique VII de Inglaterra, quien oprimió a la nobleza con lo cual sucedió que su época estuvo llena de dificultades y revueltas; pues la nobleza, aunque mantuvo su lealtad hacia él, no cooperó con el rey en sus asuntos; por lo cual, en efecto, el rey tuvo que hacerlo todo por sí solo.
En cuanto a los segundones, no ofrecen mucho peligro, ya que constituyen un estamento disperso. Pueden, a veces, alzar la voz pero eso produce poco daño; además, son un contrapeso de la nobleza alta para que no se haga demasiado poderosa; y, finalmente, al ser la autoridad inmediata respecto al pueblo llano, atemperan las conmociones populares. En cuanto a los comerciantes, son la vena porta, y si no florecen, el reino puede tener buenos miembros, pero tendrá venas vacías y se alimentará poco. Las contribuciones e impuestos sobre ellos apenas benefician los ingresos del rey, pues lo que gane en el distrito lo pierde en el condado; aumentan los porcentajes particulares pero el total del comercio más bien disminuye.
Respecto al pueblo llano, poco peligro hay en él, excepto donde tienen dirigentes grandes y poderosos; o donde se interfieren su religión o sus costumbres o sus medios de vida.
En cuanto a los guerreros, resulta un estamento peligroso allí donde viven formando corporación, y se utilizan gratificaciones; de lo cual vemos ejemplos en los jenízaros y los pretorianos de Roma; pero la instrucción de las tropas, situarlas en varias plazas, tenerlas bajo distintos jefes y sin gratificaciones, son forma de defensa y no de peligro.
Los príncipes son como los cuerpos celestes, que producen los buenos o los malos tiempos; y que tienen mucha veneración pero ningún descanso.⁶ Todos los preceptos concernientes a los reyes, en realidad, se resumen en estas dos recomendaciones: Memento quod es homo y Memento quod es Deus o vice Dei;⁷ la una frena su poder y la otra su voluntad.

¹ Antitheta Rerum VIII:I Contra Imperia: “Quam miserum habere nil fere quod appetas, infinita quæ metuas (Qué estado tan miserable es tener pocas cosas que desear e infinitas que temer).”
² Proverbios XXV:3
³ «Los deseos de los reyes son comúnmente vehementes y contradictorios». La cita en realidad pertenece a Salustio, Guerra de Yugurta, CXIII. En Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II. Bacon se enmienda.
⁴ El autor alude a la racionalización que hacen San Agustín de Hipona y otros escolastas sobre la llamada guerra justa; es decir, los motivos lícitos que permiten a los hombres transgredir algunos mandamientos elementales como «No matarás».
cf. nota 24 del ensayo III.
Antitheta Rerum VIII:II Contra Imperia: “Qui in imperiis sunt, similes sunt corporibus cœlestibus, quæ magnam venerationem habent, requiem nullam (Los reyes se parecen más a las estrellas que a los hombres; porque tienen un influjo poderoso sobre todos los hombres, y sobre los mismos tiempos).” Aparentemente la metáfora está inspirada en Consolación a Polibio de Séneca: “Desde el día en que César se consagró al mundo se sustrajo a sí mismo y, a la manera de los astros que sin reposo efectúan constantemente su recorrido, nunca le está permitido detenerse ni ocuparse de lo suyo. ”
⁷ “Recuerda que eres hombre.” y “Recuerda que eres Dios o representante de Dios.”

XX. Del consejo
(1613)
La mayor confianza entre hombre y hombre es la confianza de aconsejar; pues en otras confianzas, los hombres confían partes de su vida, sus tierras, sus bienes, sus hijos, su crédito, algún negocio particular; pero a quienes hace sus consejeros les confía todo; por lo cual éstos están mucho más obligados a una fidelidad e integridad totales. Los más prudentes príncipes no deben pensar que es una disminución de su grandeza o una derogación de su suficiencia el confiar en su consejo. El mismo Dios le ha dado ese nombre a su bendito Hijo: Consejero.¹ Salomón dijo: Asegura tus designios con el consejo.² Las cosas tendrán su primera o segunda agitación: si no se lanzan sobre los argumentos del consejo, se echarán sobre los embates de la fortuna y se verán asediados por la inconstancia, haciendo y deshaciendo, como los tambaleos de un borracho. El hijo de Salomón halló fuerza en el consejo, lo mismo que su padre había visto la necesidad de él; pues el amado reino de Dios primero se resquebrajó y luego se rompió por mal consejo;³ de ese consejo sacamos la enseñanza de los dos extremos en los que el mal consejo siempre se conoce mejor, pues fue un consejo nuevo para las personas y un consejo violento para la propia materia.
Los tiempos antiguos nos presentan los ejemplos tanto de la incorporación e inseparable conjunción del consejo junto a los reyes, como el uso prudente y político del consejo por los reyes; el primero, en el que dicen que Júpiter se casó con Metis,⁴ la cual representaba el consejo prudente; con lo cual quieren decimos que la soberanía se casó con el consejo; el otro, en esto que vamos a decir: cuentan que después de casarse Júpiter con Metis, ella concibió y quedó encinta; pero Júpiter no soportó que ella esperara el alumbramiento y la devoro, con lo cual él quedó como embarazado y alumbró por la cabeza a Palas armada. Esta fábula monstruosa contiene un secreto del imperio en cómo los reyes han de utilizar su consejo de Estado: primeramente deben enviar los asuntos al consejo, que es el primer engendramiento o fecundación; pero cuando los asuntos están elaborados, moldeados y formados en el seno del consejo y maduros y dispuestos para salir a luz, entonces los reyes no soportan que el consejo les dé curso con su resolución y dirección como si dependiesen del consejo, sino que vuelven a tomar los asuntos en sus manos y hacen creer al mundo que los decretos y direcciones finales (que, debido a que salen con prudencia y poder, se parecen a Palas armada) proceden de ellos; y no sólo de su autoridad, sino (para mayor acrecentamiento de su reputación) de su cabeza y con sus recursos.
Hablemos ahora de los inconvenientes del consejo y de los remedios. Los inconvenientes que se han notado en el nombramiento y uso del consejo son tres: el primero, la revelación de los asuntos, por lo cual se hacen menos secretos; el segundo, la debilitación de la autoridad de los príncipes, como si perdieran parte de su personalidad; el tercero, el de ser deslealmente aconsejados y más en provecho de los consejeros que del aconsejado; debido a estos inconvenientes, la doctrina italiana y la práctica francesa han introducido el gabinete de consejeros; un remedio que es peor que la enfermedad,
En cuanto al secreto, los príncipes no están obligados a tratar todos los asuntos con los consejeros, pero pueden resumir y seleccionar; ni es necesario que quien consulte lo que ha de hacer declare lo que hará; pero los príncipes han de asegurarse que la revelación de sus asuntos no procede de sí; y, en cuanto a los gabinetes de consejeros, puede ser su lema: Plenus rimarum sum;⁵ una persona vana, que se gloría de contar cosas, hará más daño que muchas conscientes de que su deber es guardar el secreto. Es cierto que hay algunos asuntos que requieren riguroso secreto y que apenas deben ser conocidos por una o dos personas además del rey. Ni tampoco hay consejos desfavorables, pues, además del secreto, generalmente actúan con sentido de dirección sin desviaciones; pero tiene que haber un rey prudente que actúa tal como es posible darle vueltas a un molinillo de mano;⁶ y esos consejeros secretos necesitan también ser hombres prudentes y especialmente sinceros y fieles respecto a los propósitos del rey, como sucedió con el rey Enrique VII de Inglaterra, quien no compartía con nadie sus asuntos más importantes, salvo con Morton y Fox.
En cuanto a la debilitación de la autoridad, la mitología nos muestra el remedio;⁷ no solo no disminuye la autoridad de los reyes el que presidan el consejo sino que más bien se eleva; ni siempre hubo príncipes desposeídos de sus pertenencias por su consejo, excepto cuando hay un consejero de extraordinario poder o excesiva convivencia entre varios y eso son cosas que se ven enseguida y se remedian.
En cuanto al último inconveniente, que los hombres aconsejen con vista a su propio interés, cierto es que non inveniet fidem super terram,⁸ lo cual alude a determinados tiempos y no a todas las personas en particular. En la naturaleza se encuentra fidelidad y sinceridad, sencilla y directa, no amañada y complicada; que los príncipes se atraigan, sobre todo, tales naturalezas. Además, los consejeros no pueden estar tan unidos sino que cada uno mantiene su vigilancia sobre los otros; de modo que si alguno aconseja algo fuera de lugar o con fines privados, generalmente llega a oídos del rey; pero el mejor remedio, si los príncipes conocen a sus consejeros así como los consejeros les conocen a ellos, es: Principis est virtus maxima nosse suos.⁹ Y, por otra parte, los consejeros no serían demasiado entrometidos en la personalidad del soberano. La verdadera cualidad de un consejero es que sea más hábil con los asuntos de su señor que con su persona; porque así le aconsejará pero no le seguirá el humor. Es de singular utilidad para los príncipes que escuchen las opiniones de sus consejeros, tanto separadamente, como en conjunto; pues la opinión privada es más libre, pero la opinión ante los demás es más respetuosa. En la privada, los hombres son más sinceros con su propio carácter; y en la compañía, están más sometidos al carácter de los demás; por tanto, es conveniente tomar ambas cosas; y con los inferiores, es mejor en privado para salvaguardar la libertad; con los superiores, mejor en compañía, para salvaguardar el respeto. Es inútil para los príncipes tomar consejo referente a los asuntos si análogamente no toman consejo referente a las personas; pues todos los asuntos son como imágenes muertas; y la vida de la ejecución de los asuntos descansa en la buena elección de las personas. Tampoco es suficiente consultar sobre las personas, secundum genera,¹⁰ como en una idea o descripción matemática, qué clase y carácter será el de la persona; pues se cometen los mayores errores y se muestran los mayores castigos en la elección de los individuos. Se dijo acertadamente: Optimi consiliarii mortui;¹¹ los libros hablarán claro cuando los consejeros se queden yertos; por tanto, conviene estar versado en ellos, especialmente los libros de quienes han sido actores de los hechos.
Los consejos en nuestros días, en la mayoría de los países, no son sino reuniones familiares en donde se charla de los asuntos más que debatir sobre ellos; y van demasiado rápidos para el orden o actuación de un consejo. Sería mejor que en cuestiones de peso, el asunto fuera propuesto un día y no se hablara de él hasta el siguiente; In nocte consilium;¹² así se hizo en la comisión de unión entre Inglaterra y Escocia, que fue una asamblea grave y ordenada. Recomiendo establecer días para las peticiones; pues así da a los peticionarios más certeza de que se les atenderá, y deja libres las reuniones de consejeros para dedicarlas a los asuntos de Estado y puedan, hoc agere,¹³ atender lo que tienen entre manos. Al elegir las comisiones que preparen los asuntos para el consejo, es mejor escoger personas imparciales que procedan imparcialmente poniendo personas que sean fuertes en las dos partes. También recomiendo las comisiones permanentes; en cuanto al comercio, el tesoro, la guerra, los procesos, algunas provincias, para los que habrá consejos especiales, pero un solo Consejo de Estado (como en España), no serán, en realidad, más que comisiones permanentes, salvo que tienen mayor autoridad. Que quienes informen a los consejos fuera de sus profesiones privadas (letrados, marinos, mineros y demás) sean escuchados primeramente ante las comisiones; y luego, cuando sea ocasión, ante el consejo; y no se les deje que acudan en multitud o en actitud tribunicia; porque eso es clamar ante el consejo, no informarle. Una mesa larga y otra cuadrada y asientos a lo largo de las paredes, parecen cosas de pura forma, pero son sustanciales; pues en una mesa larga con unos pocos en el extremo superior, se manejan eficazmente los asuntos; pero en otra forma se utiliza más la opinión de los consejeros que se sientan en parte baja. Que el rey, cuando presida su consejo, se dé cuenta de cuánto muestra de su propia inclinación en lo que propone; pues si no, los consejeros percibirán su tendencia y en vez de darle libremente su consejo, le entonarán la canción de: Placebo Domino in regione vivorum.¹⁴

¹ “Porque nos ha nacido un niño, | nos ha sido dado un hijo | que tiene sobre los hombros la soberanía, | y que se llamará | maravilloso consejero, Dios fuerte, | Padre sempiterno, Príncipe de la paz, |” Isaías IX:6
² Proverbios XX:18
³ cf. I Reyes XII
⁴ “Zeus rey de dioses tomó como primera esposa a Metis, la más sabia de los dioses y hombres. Mas cuando ya faltaba poco para que naciera la diosa Atenea de ojos glaucos, engañando astutamente su espíritu con ladinas palabras, Zeus se la tragó por indicación de Gea y del estrellado Urano. Así se lo aconsejaron ambos para que ningún otro de los dioses sempiternos tuviera la dignidad real en lugar de Zeus.” Hesíodo, Teogonía, 886 - 893. Bacon ofrece la misma exegesis de este mito en su obra Of the Wisdom of the Ancients (1857), en el capítulo XXX. Metis Or Counsel. 
⁵ “Estoy lleno de grietas.” Terencio, El eunuco, ln. 105.
⁶ i. e. Sin la necesidad de maquinaria más complicada de gobierno; autosuficiente.
cf. nota ⁴. Los reyes deben tomar los frutos del consejo y hacerlos pasar como hijos suyos.
⁸ “(no) encontrará fe en la tierra.” Lucas XVIII:8
⁹ “la principal virtud de un emperador es conocer a los suyos.” Marcial, Epigramas, VIII, 15.
¹⁰ “según las clases.
¹¹ “Los mejores consejeros son los muertos.” expresión de Alonso V de Aragón. Bacon recoge en sus Apophthegmes New & Old, 105. (78.) que: “Alonso of Arragon was wont to say of himself, That he was a great necromancer, for that he used to ask counsel of the dead: meaning books (Alonso de Aragón solía decir de sí mismo, que era un gran nigromante, por lo que solía pedir consejo a los muertos: quiere decir libros).”
¹² “En la noche, la desición.”
¹³ “poner cuidado.”
¹⁴ “Complaceré a Yavé | en la tierra de los vivos.” Salmo CXIV:9.
XXI.De las dilaciones
(1625)
La fortuna es como un mercado donde, muchas veces, si se puede aguardar un poco, bajará el precio;¹ y también es a veces la oferta de la Sibila² que primero ofreció toda la mercancía, luego destruyó parte de ella y luego otra parte y siguió manteniendo el mismo precio;³ pues la ocasión (como en el dicho popular) la pintan calva después de haber presentado el flequillo y no habérselo cogido: o, al menos, echa primero mano al asa de la botella y después de la panza que es más difícil de agarrar.⁴ Seguramente no hay mayor sabiduría que coger a tiempo la iniciación y comienzo de las cosas.⁵ Los peligros no son más leves si alguna vez lo parecen;⁶ y más peligros han engañado al hombre que obligarle;⁷ y no es que fuera mejor encontrarse algunos peligros a medio camino, aunque no se acercaran mucho, que estar acechando en proximidad durante mucho tiempo; pues si una persona acecha mucho tiempo es probable que se quede dormida.⁸ Por otra parte, ser engañado por sombras demasiado alargadas (como les ha sucedido a algunos cuando la luna estaba baja y brillaba a espaldas del enemigo) y disparar antes de tiempo, o hacer que los peligros se adelanten por precipitarse sobre ellos, es otro extremo.⁹ La madurez o inmadurez de la ocasión (como hemos dicho) debe siempre ser bien sopesada; y generalmente es bueno encomendar el principio de todas las grandes acciones a Argos¹⁰ con su centenar de ojos y el final a Briareo¹¹ con su centenar de manos, primero estar alerta y luego darse prisa;¹² pues el yelmo de Plutón¹³ que hace al político ser invisible, es el secreto en el consejo y la celeridad en la ejecución; pues cuando las cosas se ponen en ejecución no hay secreto comparable a la celeridad;¹⁴ como el movimiento de una bala en el aire que vuela tan rápidamente que sobrepasa a la vista.¹⁵

¹ Antitheta Rerum XLI:I Pro Mora: “Fortuna multa festinanti vendit, quibus morantem donat (La fortuna vende muchas cosas a los apresurados; que ella da [obsequia] a los lentos y deliberados).”
² Diccionario de mitología clásica, II: Sibila (Σῐ́βυλλᾰ). “En la tradición greco-latina sibila es un término genérico que se aplica a las sacerdotisas encargadas de transmitir los oráculos [...]. Esta virtud profética se consideraba como un don concedido graciosamente por el dios (Apolo), y, en este sentido, las sibilas eran con frecuencia protagonistas de algún mito más o menos complicado. [...] Entre las latinas, la más célebre fue la sibila de Cumas, a quien se hacía hija del dios marino Glauco y que guió a Eneas en su bajada a los Infiernos. Se la conocía por diversos nombres, y algunos decían que era la propia sibila de Eritras. Según una leyenda tardía, inspirada seguramente en las de Casandra y Titono, Apolo le había prometido concederle lo que quisiera, y ella decidió vivir tantos años como granos de arena pudiera contener en su mano, olvidándose, sin embargo, de pedir la juventud. El dios, que la amaba, se la ofreció después a cambio de su virginidad, pero la muchacha no aceptó; en consecuencia, fue envejeciendo y consumiéndose hasta que no quedó de ella apenas nada. Decían las gentes que al final de su vida la sibila de Cumas era una cosa diminuta encerrada en una botella y que, cuando los niños le preguntaban Sibila, ¿qué quieres?», ella respondía: «quiero morir», Ese personaje desempeñó un papel importantísimo en la vida politica y religiosa de la antigua Roma, muy semejante al que correspondió en Grecia al oráculo de Delfos. Contaban que, durante el reinado de Tarquinio el Soberbio, había ido a visitar al rey ofreciéndole nueve libros proféticos, pero que a éste le habían parecido muy caros. Entonces, la sibila había quemado tres de ellos pidiendo, sin embargo, el mismo precio por los restantes. Ante la nueva negativa del rey, la sibila repitió la operación, hasta que al fin, intrigado, Tarquinio compró los tres últimos y los depositó en el templo de Júpiter Capitolino. Son los famosos libros Sibilinos cuyo estudio fue confiado después a unos magistrados especiales. Hasta la época de Augusto los libros Sibilinos fueron consultados para todas las cuestiones referentes a los sacrificios y a los cultos en general, y se acudía también a ellos en cualquier circunstancia extraordinaria, de carácter favorable o adverso.”
³ A propósito de Sibila y la Fortuna, el autor nos dice en Of the Proficiencie and Advancement of Learning, Divine and Human, II: “Tarquino, por ejemplo, se vió en la necesidad de dar por los libros de Sibila un precio elevado, cuando hubiera podido, al comienzo, hacerse de ellos por un precio reducido. Mas cualquiera [que] sea la raíz o causa de esta limitación de la mente, es cosa muy perjudicial, pues nada es tan acertado como el hacer girar las ruedas de nuestra mente a un ritmo semejante al de las ruedas de la Fortuna.” Hay que acotar que Bacon se refiere a la deidad Fortuna, quien estaba a cargo de regir el azaroso destino de los hombres y los dioses—y que encuentra su correlato en la diosa griega Tique—; (ambas) representada(s) con un timón o sea, la rueda de la fortuna; con la que puede cambiar fácilmente la situación humana: poner lo que estaba abajo, arriba. Asimismo, la rueda expresa —como dice Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos— “el equilibrio de las fuerzas contrarias de comprensión y de expansión, el principio de polaridad.” y, el autor sintetiza esto en Antitheta Rerum XLI:II Contra Mora: “Occasio, instar Sybillæ, minuit oblatum, pretium auget (La ocasión, como Sibila, disminuye la mercancía, pero aumenta el precio).”
Antitheta Rerum XLI:I Contra Mora: “Occasio primum ansam vasis porrigit, deinde ventrem (Ocasión gira primero el asa de la Botella, para ser recibida; y después del vientre).”
⁵ Antitheta Rerum XLI:IV Contra Mora: “Quæ mature fiunt, judicio fiunt; quæ sero, per ambitum (Las cosas que se emprenden oportunamente, con juicio se hacen; pero los que se posponen demasiado, están rodeados de problemas y ambages).”
Antitheta Rerum XLIII:III Pro Proncipios Obstare: “Non jam leve est periculum si leve videatur (Un peligro ya no es ligero, si alguna vez pareció ligero).”
Antitheta Rerum XLIII:I Pro Proncipios Obstare: “Plura pericula fallunt, quand vincut (Más peligros nos engañan por el fraude, luego nos vencen por la fuerza).”
Antitheta Rerum XLIII:I Cotra Proncipios Obstare: “ Docet periculum progedi qui accingitur, et periculum figit remedio (Enseña a venir el peligro, quien demasiado temprano se prepara contra él; y [en cambio] lo arregla con la aplicación de un remedio).”
⁹ Pasaje que podría aludir a una anécdota de las Vidas Paralelas de Plutarco, pero que de momento no he podido localizar.
¹⁰ El autor habla de Argo Panoptes, «el que ve todo», de quien los autores discrepan al hablar del número de sus ojos. Dicen que tenía un solo ojo en la frente, o bien tres, o cuatro —dos mirando hacia adelante y dos hacia atrás—, o incluso un sinfín de ojos. Vestía con la piel de un toro que había matado porque asolaba Arcadia. Se contaban de él muchas hazañas, entre ellas la muerte de Equidna, la hija monstruosa de Tártaro. / Murió a manos de Hermes, parece que de una pedrada (se cuentan otras maneras distintas), por haber recibido el dios la orden de Zeus de liberar a Io. Hera había encargado a Argo que vigilase a la vaca Io, misión que cumplía con gran celo, ya que nunca dormía con todos sus ojos. Sin embargo, Io fue liberada, pues el dios mató a Argo, pese a lo cual Hera, agradecida, trasladó sus ojos al plumaje del pavo real, animal consagrado a ella. (Diccionario de la mitología clásica)
¹¹ Hijo de Úrano y Gea, Briareo es uno de los Hecatónquiros, gigantes de cien brazos. Con sus hermanos Coto y Giges, fue enterrado en el Tártaro por Úrano y mantenido allí por Crono. En cambio Zeus los liberó y los hizo aliados suyos, por lo que éstos ayudaron a los Olímpicos en la lucha contra los Titanes, distinguiéndose Briareo de tal forma que Posidón le concedió casarse con una de sus hijas. Fiel servidor de Zeus (aunque alguna tradición radicalmente distinta lo hace su enemigo, por lo que habría sido fulminado por un rayo y enterrado bajo el Etna), le ayudó también cuando los Olímpicos se rebelaron contra él, siendo artífice de la victoria al hacer huir a Posidón y a los demás dioses aterrorizados ante su monstruosa fuerza, y al desatar a Zeus de sus correas con gran rapidez, cosa fácil para él con sus cien brazos. Después de este episodio, Zeus lo colocó en el Tártaro como vigilante de los Titanes. Era llamado por los dioses Briareo (también Obriareo) y por los hombres Egeón. (DDLMC)
¹² Antitheta Rerum XLI:IV Pro Mora: “Prima actionum Argo comittenda sunt, extrema Briareo (Es bueno encomendar el principio de las Acciones a Argo, con sus cien ojos; (y) los extremos a Briareo, con sus cien manos).”
¹³ Plutón es como se conoce a Hades en la mitología romana; Pierre Grimal sintetiza esta descripción del dios en su Diccionario de mitología: “(Πλούτων), Plutón, «el Rico», es un sobrenombre ritual de Hades, dios de los infiernos. Se le ha asimilado al dios latino Dis Pater, que, como él, era en su origen un dios agrario, porque toda clase de riqueza procede del suelo. [...] Hades, cuyo nombre significa «el Invisible », era raramente mencionado, ya que, de hacerlo se temía excitar su cólera. Por eso se le designaba por medio de eufemismos. El sobrenombre más corriente era el de Plutón, «el Rico», aludiendo a las riquezas inagotables de la tierra.” Se dice que el dios portaba un casco que le permitía hacerse invisible y así actuar discretamente para conseguir sus propósitos.
¹⁴ Antitheta Rerum XLI:III Contra Mora: “Celeritas Orci galea (La celeridad es el casco de Orco).” [Orco. En una primera etapa unas veces se identifica a Orco con una divinidad de la muerte y otras con las mansiones de los muertos; es frecuente la expresión enviar a alguien a Orco. Más tarde, cuando se produce la influencia de las divinidades griegas sobre las romanas, Orco pasa a ser simplemente otro nombre de PLUTÓN o de Dis Pater. DDLMC]

XXIV. De las innovaciones
(1625)
Al nacer, las criaturas están mal formadas,¹ así sucede con todas las innovaciones, que son los nacimientos del tiempo;² no obstante, como aquellos que primeramente aportan honor a su familia son generalmente más valiosos que la mayoría de sus descendientes, así el primer precedente (si es bueno) rara vez es alcanzado por imitación;³ pues el mal, para la naturaleza pervertida del hombre, tiene un movimiento natural más fuerte en constancia, pero el bien, como movimiento forzado, es más fuerte al principio. Seguramente, cada medicina es una innovación⁴ y el que no quiera aplicar remedios nuevos tenga que esperar nuevos males,⁵ pues el tiempo es el mayor innovador;⁶ y, por supuesto, si el tiempo altera las cosas para empeorarlas y la sabiduría y la prudencia no las alteran para mejorarlas ¿cuál será el final?⁷ Es cierto que lo que está establecido por la costumbre, aunque no sea bueno, por lo menos es apropiado; y las cosas que durante mucho tiempo han marchado juntas, están, como sea, adaptadas entre sí;⁸ además, son como extranjeras, más admiradas y menos favorecidas. Todo eso es verdad, si el tiempo continúa, el cual, por otra parte, pasa tan rápido que una obstinada retención de costumbres es tan turbulenta como una innovación;⁹ y quienes reverencian demasiado los tiempos antiguos no son más que el desdén del presente. Por tanto estaría bien que los hombres siguieran en sus innovaciones el ejemplo del propio tiempo, el cual, por supuesto, hace muchas innovaciones pero tranquilamente y por grados que apenas se perciben; pues si no, todo lo que sea nuevo es inesperado y siempre mejora a unos y perjudica a otros; y el que es afortunado lo toma por una suerte y da gracias al tiempo; y el que es perjudicado, por desgracia, se lo imputa al autor.¹⁰ También es bueno no intentar experimentos en los Estados, salvo que sean de urgente necesidad o de utilidad evidente; y debe tenerse en cuenta que ha de ser la reforma la que produzca el cambio y no el deseado cambio el que busque la reforma; y, por último, que la novedad, aunque no sea rechazada, sea sostenida por algún indicio, y, como dicen las Escrituras: Nos paremos en las sendas antiguas, miremos en torno, y descubramos cual sea el camino derecho y andemos por él.¹¹

¹ Antitheta Rerum XL:I Contra Innovatio: “Novi partus deformes sunt (Lo recién nacido es cosa deforme).”
² Para Bacon, la naturaleza tiene una connotación femenina que se complementa con la connotación masculina de la filosofía natural o ciencia; esta metáfora vale por un parto masculino (del tiempo) y remite a la imagen mitológica de Palas Atena naciendo de la cabeza de Júpiter. cf. nota ⁴, ensayo XX.
³ Antitheta Rerum XL:VI Pro Innovatio: “Sicut qui nobilitatem in familiam introducunt digniores fere sunt posteris; ita novationes rerum plerunque præstant iis quæ ad exempla fiunt (Como aquellos que primero traen honor a su Familia, son comúnmente más dignos que la mayoría de los que tienen éxito [posterior]. De modo que la Innovación de las cosas supera en su mayor parte a las cosas que se hacen por Imitación).”
Antitheta Rerum XL:I Pro Innovatio: “Omnis medicina innovatio (Todo medicamento es una innovación).”
Antitheta Rerum XL:II Pro Innovatio: “Qui nova remedia fugit, nova mala opperitur (El que no aplique nuevos remedios, debe esperar nuevas enfermedades).”
Antitheta Rerum XL: III Pro Innovatio: “Novator maximus tempus: quidni igitur tempus imitemur? (El tiempo es el mayor innovador; ¿Por qué entonces no podemos imitar el tiempo?).”
Antitheta Rerum XL: VIII Pro Innovatio: “Cum per se res mutentur in deterius, si consilio in melius non mutentur, quis finis erit mali? (Ya que las cosas de su propio curso se alteran para peor, si no se alteran por consejo para mejor, ¿cuál será el fin del mal?).”
Antitheta Rerum XL: IV Contra Innovatio: “Quæ usu obtinuere, si non bona, at saltem apta inter se sunt (Las cosas que la costumbre ha confirmado, si no son provechosas, sin embargo son conformes y encajan bien).”
⁹ Antitheta Rerum XL: VII Pro Innovatio: “Morosa morum retentio res turbulenta est, æque ac novitas (Una retención rebelde de Costumbres, es una cosa tan turbulenta como la Innovación).”
¹⁰ i. e. que las novedades siempre suelen herir a alguien, comparece con lo dicho por Jesús en Mateo IX: 16 Nadie echa una pieza de paño no abatanado a un vestido viejo, porque el remiendo se llevará algo del vestido y el roto se hará mayor. 17 Ni nadie echa el vino nuevo en cueros viejos; de otro modo se romperían los cueros, el vino se derramaría y los cueros se perderían; sino que se echa el vino nuevo en cueros nuevos, y así el uno y los otros se preservan.
¹¹ Jeremías VI:16

XXV. De la premura
(1612)
La premura afectada es una de las cosas más peligrosas que puede haber en los negocios; es como lo que los médicos llaman predigestión o digestión precipitada, que con seguridad llenará el cuerpo de cosas sin digerir y de ocultas semillas de enfermedades. Por tanto, no midas la premura por la duración de las sesiones sino por el avance de los negocios; y como en las carreras, no es la longitud de los pasos, o lo que se levanten los pies, lo que produce la velocidad; así sucede con los negocios: mantenerse cerca del asunto no tomando demasiado de una vez, es lo que produce premura. Es el cuidado de algunos sólo para darse prisa, o fingir que se ocupan de los negocios lo que hace parezcan hombres diligentes: pero una cosa es abreviar actuando con eficacia y otra cortar a destiempo; y los negocios tratados en varias sesiones o reuniones, generalmente avanzan y retroceden en forma irregular. Conocí a un hombre inteligente que solía decir un adagio cuando veía que las personas se apresuraban en llegar a una conclusión: Esperad un poco, para que podamos finalizar lo más rápidamente posible
Por otra parte, la verdadera premura es cosa valiosa; y los negocios salen caros allí donde no hay premura. Los espartanos y los españoles han sido señalados por su poca premura; Me venga la muerte de España, pues así sería seguro que tardaría en venir.
Escuchad con atención a quienes dan la primera información de los asuntos, y más bien miradles a ellos al principio que interrumpirles en el hilo de su discurso; porque al que le alteran su orden avanzará y retrocederá y será más tedioso mientras hace esperar a su memoria de lo que sería si se le deja que la dé libre curso; pues muchas veces se ve que el presidente es más engorroso que el orador.
Las repeticiones, por lo general, son pérdidas de tiempo; pero no hay ganancia alguna de tiempo reiterando con frecuencia el estado de la cuestión; pues tanto evita las intervenciones frívolas como las provoca. Los discursos largos y oscuros son tan apropiados para la premura como un sayal o manto con larga cola para una carrera.
Prefacio, transiciones, excusas y otros discursos referentes a personas son gran pérdida de tiempo; y aunque parecen dictados por la modestia, lo son por la jactancia. Mas téngase cuidado de ser demasiado materialista cuando hay algún impedimento o algún obstáculo en los deseos humanos; pues los prejuicios siempre requieren un prefacio al discurso, análogo a los fomentos para poder aplicar el ungüento.
Sobre todas las cosas, orden y distribución, elección de las partes, es lo fundamental de la premura, así como que la distribución no sea demasiado sutil; pues quien no divide, nunca se enterará bien de los asuntos; y el que divide demasiado nunca saldrá de ellos con claridad. Elegir el momento es ahorrar tiempo; y un movimiento fuera de razón no es más que dar golpes al aire. Hay tres partes en los asuntos: la preparación, el debate o examen y la ejecución. Por lo cual, si busca la premura, que lo segundo sea obra de varios, y lo primero y tercero, obra de pocos. El procedimiento, basándose en algo proyectado por escrito, facilita la premura; pues aunque sea completamente rechazado, aun así esa negativa está más preñada de estímulo que una contestación definida, así como las cenizas son más productivas que el polvo.

¹ Apophthegmes New & Old,  76. (71.): “Sir Amice Pawlet, when he saw too much haste made in any matter, was wont to say, Stay a while, that we may make an end the sooner (Sir Amice Pawlet, cuando veía demasiada prisa en cualquier asunto, solía decir: Quédate un rato, para que podamos terminar cuanto antes).

XXVII. De la amistad
(1612)

Ha tenido que ser difícil para quien lo dijo, haber puesto más verdad y falsedad juntas en pocas palabras que en la frase: Quienquiera que se deleite en la soledad es una bestia salvaje o un dios, porque es más cierto, que todo hombre en el que hay un odio natural y secreto y una aversión hacia la sociedad tiene algo de bestia salvaje; pero es más incierto que tuviera algo característico de la naturaleza divina, excepto que proceda, no del placer de la soledad, sino de una


7. Invocación y evocación de la infancia

En un viejo cuaderno escolar tengo escrita esta frase al margen de una de las últimas páginas: Busco quién se acuerde de lo que se me olvida...