sábado, 22 de febrero de 2020

Antología de cuentos sobre antropofagia: CC2. Último capítulo conservado del Satiricón

El Satiricón es un libro clave para entender la mentalidad y variedad del pensamiento latino. Es considerado la primera novela occidental y fue escrito —básicamente— en tres lenguas: Latín culto, vulgar y griego; por ello se dice que es una pena leerlo traducido, en lo cual estoy espiritualmente de acuerdo. Narra las peripecias picarescas de Encolpio, su amante Gitón y su amigo Ascilo a través de tres partes más o menos bien definidas, de las cuales, la segunda es la más famosa: "La cena (o banquete) de Trimalción." De la obra sólo se conservan fragmentos y todos los estudiosos coinciden en que debió haber tenido una extensión considerable. Llegué a su lectura por la bella (y muy imaginaria) biografía que Marcel Schwob escribió de su autor, Petronio, en el libro Vidas imaginarias.
Enterando en materia antropófaga, he seleccionado el último capítulo conocido del libro, el 141, en él, después de eludir la persecución de Ascilo, Encolpio y Gitón, náufragos junto con el último compañero de aventuras que tienen hasta ese momento, Eumolpo, el poeta; llegan a Crotona, una ciudad de la ahora conocida geografía de Italia; allí, Eumolpo se hace pasar por un rico liberto, con la intención de embaucar a los embaucadores, pues el negocio corriente en Crotona son los préstamos a condición de hacer entrar a los prestamistas en los testamentos. Naturalmente que Eumolpo y Cía. no tienen dinero, así que ante el peligro de ser descubiertos y castigados por sus acreedores, a Eumolpo se le ocurre la astucia de incluir en su testamento una cláusula donde sus herederos deben devorarlo; para suavizar lo desagradable del asunto, cita algunos pasajes famosos de la historia donde hombres fueron orillados a la Antropofagia, comenta el arte de la cocina y su ingenio para engañar al paladar y habla de leyes exóticas que obligan a devorar a familiares recién fallecidos. Este texto entra en la categoría de lo Psiquiátrico, pues sus personajes están dispuestos a llevar a cabo la voluntad de Eumolpo por una cuestión de mera gula material, de avaricia. En ese sentido, la subcategoría es —a falta de un concepto mejor— consecuencialismo. No conocemos el desenlace del timo de Eumolpo, pero dado el contenido y carácter del resto del libro, es difícil imaginar que el episodio no termina de otra manera que con un festín funeral. De cualquier manera, esto no detiene al traductor Méndez Novella, que nos ofrece una posibilidad, un final suavizado (considerando la potencial antropofagia que sugiere Petronio). Incluyo en esta entrada cuatro traducciones diferentes del capítulo 141.
PD. Dejo solamente notas en la versión de Julio Picasso, pues son aplicables a todas las demás versiones (salvo por la del final licencioso de Méndez Novella, claro está).


Capítulo 141

(Encolpio a Eumolpo):
—El barco que debía venir del Africa con tus riquezas y familia no ha llegado como lo prometiste. Los captadores de herencias, empobrecidos, ya han empezado a disminuir su generosidad. Nuestra común Fortuna (1), si no me equivoco, comienza a arrepentirse de sus dádivas. [...]
(Testamento de Eumolpo):
—Todos los que en mi testamento, exceptuados mis libertos (2), tengan algún legado, heredarán lo estipulado sólo a condición de descuartizar mi cuerpo en pedazos y de comerlo delante de todo el pueblo. [...] En algunos países se practica la costumbre de comer los cadáveres de los parientes, a tal punto que los enfermos se ven insultados por malograr la carne que van a dejar (3). Advierto, por consiguiente, a mis amigos que no se nieguen a ejecutar lo mandado sino más bien que devoren mi cuerpo con el mismo coraje con que maldijeron mi alma. [...]
La gran fama de su riqueza enceguecía los ojos y el espíritu de estos desdichados. [...]
Gorgias estaba dispuesto a obedecer. [...]
(Eumolpo):
—No tengo razón en inquietarme de que tu estómago vomite. Al contrario él te obedecerá en todo si le prometes que, en compensación de una hora de asco, tendrá después muchos manjares. Cierra nada mas los ojos e imaginate estar comiendo no un cadáver sino diez millones de sestercios. Además nosotros nos encargaremos de buscar algunos condimentos para disimular el sabor, pues bien sabes que ninguna carne gusta por sí sóla sino que es a fuerza de artificios como se la transforma para que sea aceptada por los estómagos exigentes. Si quieres, ademas, ejemplos que corroboren lo dicho, los Saguntinos (4), cercados por Aníbal, se alimentaron de carne humana sin esperar por esto ninguna herencia. Los petelinos (5) hicieron lo mismo en una increíble carestía y, sin embargo, con este menú no captaban nada y sólo lo hicieron para sobrevivir. En la toma de Numancia por Escipión (6), se descubrieron cuerpos de mujeres que sujetaban en su regazo los cuerpos medio devorados de sus propios hijos. [...]

1. Fortuna es en Roma la diosa del destino. Hay que identificar la con la Tique griega, aunque también se asimiló con otras divinidades como Isis. Es representada siempre con el cuerno de la abundancia, ciega y con un timón de navío o una esfera, símbolo de la universalidad.
2. Esos libertos son, por supuesto, Encolpio y Gitón. Al llamarlos así se refiere a su condición de "esclavos liberados"; en la antigua Roma, los esclavos podían alcanzar su libertad por favor de sus amos o, incluso, hasta comprarla, y aunque no podían alcanzar todos los beneficios de ser un ciudadano romano, sí podían gozar de muchas otras cosas, hasta volverse inmensamente ricos.
3. No hay ninguna referencia clara sobre leyes o pueblos que devoraran a sus difuntos. Pienso que Petronio se burla de los judios, como en algunos pasajes de la cena de Trimalción; donde sugiere que el pueblo elegido por dios se comió a su mesías. 
4. En efecto, en el 219 a. C. el jóven general cartaginés Aníbal Barca, sitio la ciudad de Sagunto por 8 meses. Por supuesto se recogen testimonios sobre los métodos desperados a los que los Saguntinos recurrieron para sobrevivir, entre ellos antropofagia.
5. Petelinos: otros leen puteani , petavii o perusii.
6. Numancia fue sitiada durante 13 meses, por el general romano Escipión, conocido como el africano menor, quien estableció un cerco de 9 km al rededor de la ciudad; llenó de trampas la prefería y aún a la toma de ésta, sus habitantes resistieron hasta el final; la mayoria prefirió suicidarse antes de verse prisioneros del enemigo, motivo por el cual sea acuñó la expresión "resistencia numanita."

CAPÍTULO CXLI

—He ideado un medio para poner en gran aprieto a nuestros presuntos explotadores.— Y al mismo tiempo, sacando las tablas en que había escrito su testamento, leyó: «Todos los favorecidos por este mi testamento, decía, con excepción de mis libertos, no podrán percibir sus legados sino con la condición expresa de cortar mi cuerpo en pedazos y comérselo en presencia del pueblo congregado al efecto.  Esta cláusula no tiene nada que debe asustarles, pues hay una ley, vigente en varios pueblos de la tierra, qué obliga a los parientes de un difunto a comer su cuerpo: y es tan cierto esto, que en algunos de los países aludidos suele reprocharse a los moribundos el que dejen consumir su carne por la duración de una larga enfermedad. Este ejemplo debe excitar a mis amigos a devorar mi cuerpo con igual celo con que maldigan mi alma». Mientras leía las fórmulas y los primeros artículos entraron en la estancia algunos de nuestros herederos y los que antes habían salido de ella, y viéndole con el testamento en la mano pidieron oír su lectura, a lo que accedió Eumolpo, leyéndolo de punta a cabo. Mal gesto pusieron todos al oír la cláusula formal que les ordenaba comer su cuerpo; pero la gran riqueza que se suponía poseer Eumolpo, cegaba de tal modo a aquellos miserables y los tenía tan esclavizados, que no osaron protestar contra esa condición inaudita hasta entonces. Uno de ellos, llamado Gorgias, hasta declaró que se sometía a esa condición siempre que los legados no se hiciesen esperar mucho. —No tengo, por qué temer recusaciones de tu estómago, replicó Eumolpo; ya sé yo que si lo prometes lo cumplirás; tras una hora escasa de disgusto, recompensada con mucho oro, vienen las satisfacciones múltiples que, durante muchos años os proporcionará la riqueza. No hay más que cerrar los ojos para hacerse la ilusión de que no se come uno los hígados de un ser humano, sino un millón de sestercios. Añadid a esto, que ya encontraréis modo de sazonar bien mi cuerpo, pues no hay manjar que sin sazón despierte el apetito. La manera de prepararlos puede disfrazarlos hasta el punto de quitarles toda repugnancia. Para probaros la verdad de este aserto, puedo citaros el ejemplo de los saguntinos que, sitiados por Aníbal, se alimentaron muchos días con carne humana, sin la esperanza de una herencia cuantiosa. Los perusinos, reducidos a extrema necesidad, hicieron lo mismo y se comieron a varios de sus conciudadanos sin más objeto que el de no morirse de hambre. Cuando Escipión tomó a Numancia encontró varios niños a medio devorar en el seno de sus madres. En fin, como el disgusto que inspira la carne humana, proviene sólo de la imaginación, no dudo que haréis cuantos esfuerzos son posibles para evitar esa repugnancia, a fin de recoger los inmensos legados de que dispongo en favor vuestro.
Hablaba Eumolpo tan sin orden ni concierto, con un tono entre declamatorio y burlón, que nuestros presuntos herederos comenzaron a sospechar de la realidad de nuestras promesas. Desde entonces se dedicaron a espiar cautelosamente nuestras palabras y nuestras acciones, y el examen acrecentó sus sospechas, convenciéronse muy pronto de que éramos unos vagabundos y bribones. Entonces, los que más habían gastado para honrarnos, decidieron castigarnos según nuestros méritos.
Felizmente, Crisis, que era partícipe de todas esas maquinaciones, me advirtió de las intenciones de los crotoniatas, y al saberlas, de tal modo me asusté, que decidirnos fugarnos con Gitón y abandonar a Eumolpo a su infausta suerte. Al cabo de algunos días supe que, indignados los de Cretona de que aquel viejo astuto hubiese vivido tanto tiempo como un príncipe a sus expensas, decidieron matarlo según las costumbres de Marsella. Para que comprendáis esto, sabed que siempre que aquella ciudad se ve asolada por la peste, se sacrifica uno de sus habitantes por la salud de todos, con condición de ser, durante un año entero, mantenido y tratado a cuerpo de rey. AlI terminarse el plazo, adornada la frente de verbena y con vestidos sagrados, se le hace dar la vuelta a toda la ciudad a fin de que lo escarnezcan todos sus habitantes, atrayendo sobre él las iras celestes descargadas sobre el vecindario y se le precipita de cabeza al mar a desde lo alto de una roca.

Versión de J. Mendez Novella, 1902

141. «No llegó el barco que. según tus promesas, debía traer de África tu dinero y tu servidumbre. Los cazadores de testamentos, agotados ya sus recursos,  han recortado su generosidad. O mucho me engaño, o la Fortuna de nuestra comunidad empieza a arrepentirse del trato que nos ha dado.»
«Todos cuantos tienen asignados legados en mi testamento, todos, excepto mis libertos, como condición para entrar en posesión de lo que les dejo, tendrán que partir a trozos mi cadáver y comérselo en presencia del pueblo.»
«En ciertos pueblos sabemos que hay todavía en vigor una ley según la cual los allegados han de comerse a sus muertos; tanto es así que con frecuencia se echa en cara a los enfermos el que dejen una carne de calidad inferior. Con esto quiero advertir a mis amigos que no recusen mi voluntad, sino que consuman mi cadáver con el mismo valor que han puesto en maldecir mi vida.»  
La inmensa fama de su fortuna cegaba los ojos y las mentes de aquellos desgraciados.  
Gorgias estaba dispuesto a cumplir hasta el final.
«En cuanto a la repugnancia de tu estómago, no tengo por qué preocuparme. Obedecerá a tu voluntad si por una hora de asco le prometes en compensación un sinfín de bienes. Basta con que cierres los ojos y te figures que no te tragas las entrañas de un hombre, sino un millón de sestercios. Añade a esto que ya encontraremos algún adobo para quitarles el sabor. Pues ninguna clase de carne tiene en sí buen gusto: pero cierto aderezo la altera y la concilia con la aversión del estómago. Y si quieres antecedentes en apoyo de mi determinación, los saguntinos, apurados por Aníbal, llegaron a comer carne humana, y eso que no esperaban herencia; los petelinos hicieron lo mismo en una gravisima situación alimenticia, y no pretendían más objetivo que no morir de inanición. Cuando Numancia cayó en poder de Escipión, se encontraron madres que tenían en su regazo los cadáveres de sus hijos a medio devorar.»

Versión de Lisardo Rubio Fernández

"La nave no llega de África con tu dinero y esclavos, como habías prometido. Los cazadores, ya exhaustos, han aminorado su generosidad. Y así, o yo me engaño, o la fortuna, como de costumbre, vuelve atrás y comienza a arrepentirse"...  
"Todos los que tienen legados en mi testamento, excepto mis libertos, recibirán lo que les he dado, con la condición de que corten mi cuerpo en partes y lo coman en presencia del pueblo"...  
"Entre algunas naciones sabemos que hasta hoy se guarda la ley de que los difuntos sean consumidos por sus familiares, de tal suerte que muchas veces los enfermos son injuriados porque estropean su carne. Con esto advierto a mis amigos que no rehúsen lo que ordeno, sino que con el ánimo con que han maldecido mi espíritu, con el mismo también consuman mi cuerpo"...  
La enorme fama del dinero cegaba los ojos y los ánimos de los miserables.  
Gorgias estaba dispuesto a continuar...
"No tengo que temer del rechazo de tu estómago. Acatará tu orden si por el fastidio de una hora le prometes una compensación de muchos bienes. Cierra ahora los ojos e imagina que comes no visceras humanas sino diez millones de sestercios. Añádese a esto que encontraremos algunos condimentos con los cuales podamos cambiar el sabor. Pues ninguna carne agrada por si misma, sino que se transforma con cierto arte y atrae la complacencia de un estómago adverso. Pues si quieres que mi consejo se pruebe también con ejemplos, los saguntinos, sitiados por Aníbal, comieron carne humana, y no esperaban herencia. Los petelinos hicieron lo mismo en el extremo del hambre, y en ese banquete no perseguian otra herencia que sólo no morir de hambre. Cuando Numancia fue tomada por Escipión, se encontraron madres que tenían sobre su seno, medio devorados los cuerpos de sus hijos''...  

Versión de Roberto Heredia Correa

jueves, 6 de febrero de 2020

Antología de cuentos sobre antropofagia: BT3. Capítulo XVI de Cándido

Leer un fragmento intermedio de una novela es una tarea frustrante. Por supuesto, uno no conoce los antecedentes que le dan sentido a la narración, ni puede aprehender los detalles que importan para el porvenir de ésta. De alguna manera es como si desapareciera el pasado y el futuro quedará aún más en la penumbra, dejándonos en un presente un poco incoherente y que ofrece pocas razones para seguir explorandolo. Por fortuna, este capítulo de Cándido está un poco libre de esos problemas: a la manera, sobre todo, de Las mil y una noches, la novela de Voltaire ofrece varias narraciones enmarcadas, es decir, historias dentro de la historia principal, por ello, no resulta tan desorientador extraer un fragmento y ofrecerlo como un todo en sí mismo.
Dicho esto, al menos, conviene contar algunos detalles sobre la trama antecedente y precedente: el ingenuo héroe del libro viaja al contiene americano para huir de sus perseguidores después de haber asesinado al Inquisidor de Portugal, llega primero a Buenos Aires, pero se entera de que quienes lo buscan, están bastante cerca. Acompañado de su fiel Cacambo, huyen hacia Paraguay, donde Cándido se entrevista con un misionero Jesuita, que resulta ser el hermano de su amada Cunegunda, que se creía muerto después de la destrucción del castillo donde habitaban en Westfalia. Cándido, al poner al tanto a su cuñado de sus relaciones con Cunegunda, es ridiculizado y rechazado por éste, razón por la cual terminan en un combate donde nuestro héroe asesina al jesuita, cosa que precipita a Cándido y a Cacambo a una nueva huída, los detalles de lo que verán por el exótico sur del continente son recogidos en los capítulos posteriores, de allí es de donde tomo este pasaje, que, dicho sea de paso contiene varias cosas interesantes; no sólo respecto a la antropofagia y el canibalismo, sino sobre la visión que el mundo civilizado tenía de los indígenas de América.
Dentro de la clasificación temática del texto, lo he dejado dentro de Tierras de Ultramar, pues, encontramos el estereotipado tema del extranjero civilizado que entra en contacto con una sociedad bárbara y caníbal. Como decía, no es todo lo que se puede extraer de la narración, pero para no hacer esta introducción más larga que el texto de interés, comentaré el resto en notas a pie de página.

Lo que aconteció a los dos viajeros con dos muchachas, dos monos y los salvajes llamados orejones.

Cándido y su criado fueron más allá de las barreras y nadie en el campamento sabía todavía la muerte del jesuita alemán. El precavido Cacambo había cuidado de llenar su maleta de pan, chocolate, jamón, fruta y algunas medidas de vino. Se metieron con sus caballos andaluces en una tierra desconocida en la que no descubrieron ninguna carretera. Al fin una bella pradera cruzada por riachuelos se presentó ante ellos. Nuestros dos viajeros hicieron pastar a sus cabalgaduras. Cacambo propone a su amo comer y le da ejemplo. «¿Cómo quieres, decía Cándido, que coma jamón, cuando he matado al hijo del señor barón, y que me veo condenado a no volver a ver en la vida a la bella Cunegunda? De qué me servirá prolongar mis miserables días, puesto que debo arrastrarlos lejos de ella en el remordimiento y la desesperación? ¿Y qué va a decir el Periódico de Trévoux?»(1).
Al decirlo, no dejaba de comer. Se ponía el sol cuando los dos extraviados oyeron algunos grititos que parecían lanzados por mujeres. No sabían si aquellos gritos eran de dolor o de alegría; pero se levantaron precipitadamente con esa inquietud y alarma que toda tierra desconocida inspira. Aquel clamor partía de dos muchachas totalmente desnudas que corrían con ligereza en la linde de la pradera, mientras dos monos las seguían mordiéndoles las nalgas. A Cándido le movió la piedad; había aprendido a tirar con los búlgaros, y le hubiera dado a una avellana en un zarzal sin tocar las hojas. Coge su fusil español de repetición, tira, y mata a los dos monos. «¡Alabado sea Dios, mi querido Cacambo! he librado de gran peligro a esas dos pobres criaturas: si he cometido pecado al matar a un inquisidor y a un jesuita, bien lo he reparado salvándoles la vida a estas dos muchachas. Quizás sean dos señoritas de condición, y esta aventura pueda traernos grandes ventajas en el país.»
Iba a proseguir, pero su lengua se quedo paralizada cuando vio a aquellas muchachas abrazar tiernamente a los dos monos, deshacerse en lágrimas sobre sus cuerpos, y llenar el aire con los gritos mas dolorosos. «No me esperaba tanta bondad», le dijo al fin a Cacambo; el cual le replicó: «Qué gran obra maestra habéis hecho, mi amo! ¡habéis matado a los dos amantes de estas señoritas! —¿Sus amantes? ¿será posible? os burláis de mí, Cacambo; ¿cómo creeros? —Querido amo, Contestó Cacambo, todo os extraña siempre; ¿por qué encontráis tan extraño que en algunos países haya monos que consigan los favores de las damas? Son Cuartos de hombre, como yo soy cuarto de español (2). —!Ay, prosiguió Candido, recuerdo haberle oído decir a mi maestro Pangloss que antiguamente habían ocurrido semejantes accidentes, y que estas mezclas habían producido egipanes, faunos y sátiros; que varios grandes personajes de la antigüedad los habían visto; pero yo consideraba eso fábulas. —Ya estáis convencido ahora, dice Cacambo, de que es verdad, y veis cómo se comportan las personas que no han recibido cierta educación; lo que temo es que estas damas nos hagan alguna fechoría.»
Estas sólidas reflexiones invitaron a Cándido a dejar la pradera, y a adentrarse en un bosque. Allí cenó con Cacambo; y ambos, tras haber maldecido al inquisidor de Portugal, al gobernador de Buenos Aires, y al barón se durmieron sobre musgo. Al despertar, sintieron que no podían moverse; y la razón de ello era que durante la noche los orejones (3), habitantes del país, a quienes las dos damas los habían denunciado, los habían atado con cuerdas de corteza de árbol. Estaban rodeados por unos cincuenta orejones totalmente desnudos, armados con flechas, mazos y hachas de piedra: unos hacían hervir un gran caldero; otros preparaban asadores, y todos gritaban: «¡Es un jesuita! ¡seremos vengados y tendremos comida fina; comamos jesuita, comamos jesuita.» (4)
«Ya os lo decía yo, querido amo, exclamó con tristeza Cacambo, que esas dos muchachas nos harían una jugarreta.» Cándido, viendo el caldero y los asadores, exclamó: «Ciertamente vamos a ser asados o hervidos. ¡Ay! ¿Qué diría mi maestro Pangloss, si viera cómo está hecha la pura naturaleza? Todo está bien; sea, pero confieso que es muy cruel haber perdido a la senorita Cunegunda y ser asado por unos orejones.» Cacambo no perdía nunca la cabeza. «No perdáis la esperanza por nada, le dijo al desconsolado Cándido; entiendo algo de la jerga de estos pueblos, voy a hablarles. —No dejéis, dijo Cándido, de hacerles ver lo horriblemente inhumano que es cocer a hombres, y lo poco cristiano que es eso.»
«Señores, dijo Cacambo, ¿tienen intención de comer hoy a un jesuita? Muy bien hecho; nada hay más justo que tratar así a sus enemigos. En efecto el derecho natural (5) nos enseña a matar a nuestro prójimo, y así se hace en toda la tierra. Si no hacemos uso del derecho a comerlo, es que tenemos con qué comer bien por otro lado; pero no tienen ustedes los mismos recursos que nosotros: ciertamente más vale comer a los enemigos que abandonar a los cuervos y cornejas el fruto de la victoria. Pero, señores, no querrán ustedes comer a sus amigos. Creen que van a meter en el asador a un jesuita, y es a su defensor, al enemigo de sus enemigos a quien ustedes van a asar. En cuanto a mí, nací en su tierra; el señor que ven es mi amo, y lejos de ser jesuita, acaba de matar a un jesuita, sus despojos lleva; de ahí su equivocación. Para comprobar lo que les digo, cojan su sotana, llévenla a la primera barrera del reino de los padres; infórmense de si mi amo ha matado a un oficial jesuita. Necesitarán poco tiempo; siempre estarán a tiempo de comernos, si encuentran que les he mentido. Pero si les he dicho la verdad, demasiado bien conocen los principios del derecho público, los usos y las leyes, para no indultarnos.» Los orejones encontraron este discurso muy razonable; delegaron a dos notables para que fueran diligentemente a informarse de la verdad; los dos delegados cumplieron con su encargo como gente inteligente, y pronto volvieron a traer buenas noticias. Los orejones desataron a los dos prisioneros, les hicieron toda suerte de cortesías, les ofrecieron a sus hijas, les dieron refrescos, y los acompañaron a los confines de sus Estados, gritando con júbilo: «¡no es jesuita! ¡no es jesuita!».
Cándido no se cansaba de admirar la razón de su liberación: «¡Qué pueblo!, decía, ¡qué hombres! ¡qué costumbres! Si no hubiera tenido la dicha de darle una buena estocada al hermano de la señorita Cunegunda, me comían sin remedio. Pero, después de todo, la pura naturaleza es buena (6), puesto que estas gentes, en vez de comerme, me han hecho mil amabilidades en cuanto han sabido que no era Jesuita.»

1. El periódico de Trévoux (Memorias para servir a la historia de las ciencias y las artes) era una publicación dirigida por los jesuitas.
2Bestialismo, Zoofilia o Sodomía: tales nombres ha recibido la práctica sexual con animales a lo largo de la historia de la humanidad. La escena que nos ofrece Voltaire no es gratuita, tiene la intención de acentuar el matiz de tierra bárbara que los europeos suponían de América. Parece, también, que —como refiere H. H. Ewers en este cuento— el bestialismo fue parte del arsenal humorístico de nuestro ilustrado francés. Ya el propio Cándido habla un poco sobre lo que los antiguos creían era producto del coito con animales: egipanes, sátiros, faunos; a los que podríamos agregar al minotauro, y según algunas mitologías, a los hombres lobo, sólo por dar un par de ejemplos más.
3. Este detalle de los orejones precisa explicación. Quizá para los lectores cultos y contemporáneos de Cándido no haría falta un dato más explícito sobre qué es un orejón; pero para un lector moderno el detalle pasa sin ser percibido. Voltaire juega con la convención de los Bestiarios medievales; desde la antigüedad los hombres han soñado con lo que hay más allá de sus ojos y los territorios conocidos. Cuando los romanos hablaban de bárbaros fuera del imperio, no sólo pensaban en gente primitiva, sino también en variantes físicas del hombre, incluso hasta razas semipensantes similares al hombre. Estas ideas ya estaban presentes en los griegos, y desde aquellos tiempos existía toda una serie de literaturas de viajeros que habían documentado razas de hombres con características sorprendentes: sin cabeza y con el rostro en el pecho; con ojos en la nunca; gigantes; enanos; con manos enormes. A medida que los territorios del mundo eran explorados, se situaban esas tribus y razas en lugares más lejanos de los dominios de la civilización; para cuando la narración de Cándido sucede, esos bestiarios ya se han sofisticado en los de la edad media, que con mucho son los que más imaginación superticiosa y problemas teológicos han derrochando. Imaginemos a San Agustín, pensando en la idea de que el hombre ha sido hecho a imágen y semejanza de Dios, pensando en los Panotos (o Panotti); hombres, que como su etimología lo dice, eran todo orejas, es decir, con orejas tan grandes que podían dormir cubriéndose con ellas, o ¡hasta volar! ¿Qué raza humana es la norma? Los gigantes, los enanos, los acéfalos... (No por nada el tema se ve desarrollado de lo lindo en Las crisálidas de John Wyndham). Lo cierto es que los Orejones de Voltaire tienen su inspiración en dos cosas: esos antiquísimos bestiarios y en la constante de atribuir a territorios cada vez más lejanos las más variopintas razas de hombres. ¿Sobre San Agustín? Es quizá el legitimador de estos pueblos cuasihumanos, todos somos hijos de Dios, sin importar la variedad física. Más detalles sobre esto aquí.
4. Recoge Pomeau en nota a su edición crítica (pág. 257) el testimonio de Muratori en su «Relación de las Misiones del Paraguay» sobre el padre Ruiz al que los indígenas quisieron comerse pensando que por ser los únicos que tomaban sal su carne sería más sabrosa. Le salvó un neófito que corrió a casa del misionero, cogió su habito y sombrero y corrió hacia los bárbaros. En el clima de hostilidad creciente contra la Compañía el «comamos jesuita» se había convertido en habitual, según escribe el duque de la Vallière a éste poco después de la publicación de Cándido.
5. derecho natural: el que resulta de las fuerzas de la naturaleza, sin idea del bien ni del mal, según Spinoza.
6. Alusión irónica a las teorías del buen salvaje de Rousseau.

martes, 4 de febrero de 2020

Antología de cuentos sobre antropofagia: E3. Sobre el tabaco, disuasor del canibalismo

Edgar Wilson Nye mejor conocido como Bill Nye fue un destacado peridista estadounidense. Se puede decir que era contemporáneo de Ambrose Bierce, con el que comparte el adjetivo de humorista. Y es que a mediados del siglo XIX y aún hasta sus años finales, la idea de periodista aún estaba ligada a la de entertainer. Además de comunicar los sucesos de la vida cotidiana, los periodistas trataban de dotar a las historias con una prosa viva para entretener a los lectores; de eso a volverse un comediante sólo hay un par de pasos. Como Bierce, Nye no tardó en explotar esa vena lúdica de la escritura y terminó por publicar una serie de artículos —con mucho menos veneno que Ambrose— donde divagaba de lo lindo sobre temas muy variados.
La justicia no es una cualidad de la fama, y hoy, que estamos a 124 años de la muerte de Nye, su obra no a logrado traspasar las fronteras de su patria; por suerte, hoy tenemos más herramientas que antes, y podemos desenterrar, eventualmente, una que otra joya del pasado. 
El texto que sigue a continuación es una apresurada y libre traducción de un ensayo sobre Canibalismo y Tabaco, me imagino muchas cosas sobre este texto. Fue escrito en un momento histórico que se caracterizó por universalizar la idea de la Antropofagia como algo cotidiano, humano y real; con todo lo despreciable que eso pueda ser. La —casi— total exploración del mundo en el siglo XIX supuso una revolución en el pensamiento como pocas se han visto en la historia de la humanidad, por primera vez, todo estaba conectado, ya ninguna distancia pudo separar las regiones antipodas. 
Sobre lo que escribe Nye: es curioso ver que tuvo el tino de no confundir corpus con semana santa. Estaba enterado de las prácticas caníbales en las Islas de los Mares del Sur o de las exageradas historias sobre la América precolombina, y no sólo eso; aunque ahora parece un lugar común, retrata bien la condición de peligro a la que se sometían los misioneros en aquellas expediciones para pescar hombres, resta decir que dejó el original en inglés al final y que acepto todas las sugerencias y quejas sobre mi trabajo.

Me alegra notar un gran esfuerzo por parte de los amigos de la humanidad para alentar a aquellos que desean dejar el consumo del tabaco. Renunciar al uso de esta hierba es uno de los métodos de relajación más agradables. Lo he intentando muchas veces, y puedo decir con seguridad que me ha brindado mucha felicidad.
Reformar violentamente y desechar la hierba y, al final de una semana, encontrar, inesperadamente, un buen cigarro en el bolsillo, silencioso y sin ostentación, de un viejo chaleco, brinda el deleite más intenso y delirante.
Los científicos nos dicen que una sola gota de aceite concentrado de tabaco en la lengua de un perro adulto es fatal. No tengo dudas sobre la verdad o el poder cohesivo de esta afirmación, y por esa razón siempre me he opuesto al uso del tabaco entre los perros. Los perros deben rechazar el aceite concentrado del tabaco, especialmente si les perjudica la longevidad. Tampoco aconsejaría a un hombre que pueda tener tendencias caninas o una cepa de esa sangre en sus venas, que use el aceite concentrado del tabaco como sozodont (1). A aquellos que pueden sentir lo mismo por el tabaco, diría que lo eviten por todos los medios. Evítalo como lo harías con el mortal árbol de upas (2) o el árbol aún más mortal de los tópicos (?). 
Debo decir debajo de este encabezado que se tenga en cuenta que no hablo del cigarrillo. Estoy limitando mis comentarios enteramente al tema del tabaco.
El uso del cigarrillo es, de hecho, beneficioso de alguna manera, y ninguna casa infestada por plagas debe intentar llevarse bien sin él. Se dice que son muy populares en el Oriente, especialmente en las casas de lazar, donde la vida se volvería muy monótona. 
Los científicos, que no han podido usar con éxito el tabaco y que, por lo tanto, han dedicado toda su vida y el uso de sus microscopios a la investigación de sus horrores, dicen que los caníbales no se comerían la carne de los seres humanos que consumen tabaco. Y, sin embargo, le decimos a nuestros misioneros: “Ningún hombre puede ser un cristiano y usar tabaco.”
Digo —y lo digo, también, con toda esa profundidad de sentimiento que siempre ha caracterizado a mi naturaleza sincera— que en esto estamos cometiendo un gran error. ¿Qué han hecho los caníbales por nosotros, como personas, que debemos evitar el uso del tabaco para que nuestra carne se adapte a sus mesas? ¿De qué manera han tratado de mejorar nuestra condición de vida que debemos luchar a muerte para hacerle cosquillas a sus paladares?
Mire la historia del caníbal de épocas pasadas. Lea cuidadosamente su registro y verá que no ha sido más que la historia de una raza egoísta. Eche un vistazo sobre su hombro al último siglo y, ¿cuál es la condición de los caníbales? Quizá haya llegado un nuevo misionero algunas semanas antes. Un pequeño grupo se reúne en la playa debajo de un árbol tropical. Los caníbales representantes de las islas adyacentes están presentes. El olor de la santidad impregna el aire. 
El jefe se sienta debajo de un nuevo paraguas, mirando las imágenes en una gran concordancia. Un nuevo sombrero de tapón está colgado en un árbol cercano.
Anon (3), los principales ciudadanos se reúnen en el suelo, y escuchamos al jefe preguntarle a su fiscal general, si tomará algo de carne clara o de carne oscura. 
Eso es todo
Muy lejos, en Inglaterra, el periódico contiene el siguiente anuncio:
Se busca —Un joven para partir como misionero. Hay que remplazar una vacante en una isla caníbal. Debe comprender completamente los apetitos y los gustos de los caníbales, ser capaz de alcanzar su naturaleza interna de inmediato y no debe consumir tabaco. Los solicitantes pueden comunicarse en persona o por carta.
¿Es extraño que, en estas circunstancias, quienes frecuentaron las islas caníbales durante el último siglo se hubiesen acostumbrado tranquilamente al uso de una marca de tabaco peculiarmente perniciosa, violenta y omnipresente? Yo creo que no. 
Para mí, la afirmación de que la carne humana contaminada con tabaco es ofensiva para el caníbal no vuelve a casa con poder aplastante. 
Tal vez no ame a mi prójimo tan bien como lo hace el caníbal. Sé que soy egoísta, y si mi hermano caníbal desea pulir mi espoleta, debe llevarme cuando me encuentre. No puedo abstenerme por completo del uso del tabaco para satisfacer los gustos mimados de alguien que nunca se esforzó por hacerme un favor. 
¿Le pido al caníbal que interrumpa el uso pernicioso del tabaco porque no me gusta el sabor en su pecho? Desafiaré a cualquier residente respetable de las Islas Caníblales hoy para colocar su dedo en alguna de mis solitarias instancias donde por palabra o por obra haya insinuando que debe hacer el más mínimo cambio en sus hábitos... a menos que sea: Es posible que haya sugerido que una dieta compuesta por más anarquistas y menos seres humanos sería más productiva para el bien general y duradero. 
Mi propia idea sería enviar a una clase de hombres a estas islas, tan profundamente impregnados de su gran objeto y aceite de tabaco que la gran sopa de raza caucásica de esas regiones estaría seguida por tal llanto, lamentos y crujir de dientes, de tal remordimiento, arrepentimiento y transtornos gástricos; que una misión a las islas caníbales equivaldría en peligro a comer helado en Norteamérica hoy en día.

1. El Sozodont fue un producto de higiene bucal muy popular en el siglo XIX en Estados Unidos.
2. El árbol de Upas es una planta muy común en las Islas de Java, se conoce por su alta toxicidad y por ser usada por los nativos para envenenar sus dardos.
?. La referencia es oscura, y si se me permite especular al respecto: pienso que el autor se puede referir a variedad temática y superficialidades del pensamiento, algo así como decir que saber mucho de muchas cosas es señal de no tener profundidad en nada
3. Es difícil decir a qué se refiere el autor, pero sospecho que es al árbol típico de las antillas, téngase en mente que además de las islas de Oceanía, a las islas del Caribe también se les reconoció por sus prácticas caníbales.

Bill Nye on Tobacco.—A Discourager of Cannibalism.

I am glad to notice a strong effort on the part of the friends of humanity to encourage those who wish to quit the use of tobacco. To quit the use of this weed is one of the most agreeable methods of relaxation. I have tried it a great many times, and I can safely say that it has afforded me much solid felicity. To violently reform and cast away the weed and at the end of a week to find a good cigar unexpectedly in the quiet, unostentatious pocket of an old vest, affords the most intense and delirious delight. Scientists tell us that a single drop of the concentrated oil of tobacco on the tongue of an adult dog is fatal. I have no doubt about the truth or cohesive power of this statement, and for that reason I have always been opposed to the use of tobacco among dogs. Dogs should shun the concentrated oil of tobacco, especially if longevity be any object to them. Neither would I advise a man who may have canine tendencies or a strain of that blood in his veins to use the concentrated oil of tobacco as a sozodont. To those who may feel that way about tobacco I would say, shun it by all means. Shun it as you would the deadly upas tree or the still more deadly whipple tree of the topics. In what I may say under this head please bear in mind that I do not speak of the cigarette. I am now confining my remarks entirely to the subject of tobacco. The use of the cigarette is, in fact, beneficial in in some ways, and no pest house should try to get along without it. It is said that they are very popular in the orient, especially in the lazar houses, where life would otherwise become very monotonous. Scientists, who have been unable to successfully use tobacco and who therefore have given their whole lives and the use of their microscopes to the investigation of its horrors, say that cannibals will not eat the flesh of tobacco-using human beings. And yet we say to our missionaries: "No man can be a Christian and use tobacco." I say, and I say it, too, with all that depth of feeling which has always characterized my earnest nature, that in this we are committing a great error. What have the cannibals ever done for us as a people that we should avoid the use of tobacco in order to fit our flesh for their tables. In what way have they sought to ameliorate our condition in life that we should strive in death to tickle their palates. Look at the history of the cannibal for past ages. Read carefully his record and you will see that it has been but the history of a selfish race. Cast your eye back over your shoulder for a century, and what do you find to be the condition of the cannibalists? A new missionary has landed a few weeks previous perhaps. A little group is gathered about on the beach beneath a tropical tree. Representative cannibals from adjoining islands are present. The odor of sanctity pervades the air. The chief sits beneath a new umbrella, looking at the pictures in a large concordance. A new plug hat is hanging in a tree near by. Anon the leading citizens gather about on the ground, and we hear the chief ask his attorney-general whether he will take some of the light or some of the dark meat. That is all. Far away in England the paper contains the following personal: Wanted.—A young man to go as missionary to supply vacancy in one of the cannibal islands. He must fully understand the appetites and tastes of the cannibals, must be able to reach their inner nature at once, and must not use tobacco. Applicants may communicate in person or by letter. Is it strange that under these circumstances those who frequented the cannibal islands during the last century should have quietly accustomed themselves to the use of a peculiarly pernicious, violent, and all-pervading brand of tobacco? I think not. To me the statement that tobacco-tainted human flesh is offensive to the cannibal does not come home with crushing power. Perhaps I do not love my fellow-man so well as the cannibal does. I know that I am selfish in this way, and if my cannibal brother desires to polish my wishbone he must take me as he finds me. I cannot abstain wholly from the use of tobacco in order to gratify the pampered tastes of one who has never gone out of his way to do me a favor. Do I ask the cannibal to break off the pernicious use of tobacco because I dislike the flavor of it in his brisket? I will defy any respectable resident of the cannibal islands to-day to place his finger on a solitary instance where I have ever, by word or deed, intimated that he should make the slightest change in his habits on my account, unless it be that I may have suggested that a diet consisting of more anarchists and less human beings would be more productive of general and lasting good. My own idea would be to send a class of men to these islands so thoroughly imbued with their great object and the oil of tobacco that the great Caucasian chowder of those regions would be followed by such weeping and wailing and gnashing of teeth and such remorse and repentance and gastric upheavals that it would be as unsafe to eat a mission ary in the cannibal islands as it is to eat ice-cream in the United States to-day.

From  The Bill Nye's Cordwood, 1887.

7. Invocación y evocación de la infancia

En un viejo cuaderno escolar tengo escrita esta frase al margen de una de las últimas páginas: Busco quién se acuerde de lo que se me olvida...