miércoles, 14 de febrero de 2018

Antología de cuentos musicales: 1. Nepomuk

Hay poco que decir sobre la música que no se haya dicho ya; en esta ocasión prefiero trascribir letra por letra cuentos cuyo eje central es la música; los sonidos ficcionan y logran una dimensión emocional distinta. Estos cuentos (sin connotaciones PaulSimonicas) son la música del silencio.
Encontré Nepomuk en el libro Materia de sombras de Enrique López Aguilar; de él sólo tengo noticia por lo que dice en su Nota autobiográfica en vísperas de los 25 años: Melómano nacido en la Ciudad de México en 1955, estudió Letras.


La sorpresa fue de todos, y no bastó preguntarse ni especular sobre conjunciones o disyunciones astrales: el hecho golpeaba todas las caras y aturdía los oídos: Nepomuk producía sonidos desde que nació, desde el seno materno, e incluso se corrían rumores sobre la concepción. La sorpresa resbaló al asombro y luego al miedo cuando los padres, tíos y familiares, y más adelante todo el burgo, dedujeron que a la sonoridad se agregaba el mutismo obstinado del niño, cuyo verdadero trabajo consistió en aprender a sonar y en desparramar sus sonidos adecuadamente durante el sueño y la vigilia. Después de esfuerzos incontables logró alcanzar cierta habilidad, creando a partir de sí mismo sinfonías de tres semanas o improvisaciones de dos segundos. Por estas habilidades muchas veces fue invitado a los conventos, a las comunidades cercanas o a la iglesia, para que sustituyera al coro de religiosos con sus mil voces¹ gregorianas. Como la música germinaba y salía de Nepomuk y parecía un surtidor incansable de sonidos que disfrutaba de los juegos sonoros producidos, causó el asombro y la curiosidad de todos. Hacía alarde de sus voces y registros, se complacía en la sorpresa (en su propia sorpresa) ante las nuevas figuras realizadas, pero el aura que lo acompañaba provocó diversas reacciones en la gente: era aplaudido y admirado con fervor por unos, otros lo miraban con indiferencia, no faltaban aquellos en quienes inspiraba envidia. Estos sentimientos se mantuvieron hasta que llegó al colmo del virtuosismo y provocó el terror de algunos de los desprevenidos habitantes del burgo: después de atroces estudios y férrea disciplina, Nepomuk logró elaborar una fuga² a sesenta y cuatro voces, todas distinguibles, perfectas. La evolución musical de Nepomuk fue tan desaforada a partir de ese momento, que nunca dio oportunidad a la gente del burgo para arroparse ante sus nuevas peripecias o pirotecnias sonoras.
Había organizado sencillamente su vida, de tal modo que una parte del día se retiraba a un bosque cercano a estudiar, y de regreso sonaba sus últimos descubrimientos. A veces mantenía inauditas conversaciones con algún sesudo sacerdote, con algún hombre estrafalario de inclinaciones alquímicas o con viajeros recién llegados. Por ellos se enteraba de la aparición de algún Proslogion³ en Bolonia, de una teoría astrológica en Brujas, de una nueva escritura musical en Arezzo.⁴  Y el tiempo pasaba sin sobresaltos, con críticas variadas y comentarios diversos. Pero cuando los años dieron madurez a Nepomuk y se separaron los oyentes y mirones, cuando cierta costumbre había disipado el asombro pero no el temor, comenzaron a correr rumores terribles. Se había propagado la noticia de que Nepomuk tenia pacto con el demonio, de que su mutismo era fingido y conjuraba a gritos a Lucifer y que su música convertiría en cerdos negros a quien la escuchara una sábado a la medianoche, a la luz de la luna llena. Se dio la malhadada circunstancia de que por esos días, en un momento de veleidad, Nepomuk sonó percusiones de todos tipos, y no pocas fueron las personas que huyeron despavoridas. Por si fuera poco, después de eso produjo el sonido que harían varios martillitos contra cuerdas tensas. El efecto era aterradoramente desconocido e insospechado y algunas personas se golpearon el codo, guiñaron un ojo o se retiraron con cautela. Aunque algunos fieles se mantuvieron firmes, se ausentaron primero los timoratos, luego los poco convencidos y por último los clandestinos admiradores que no deseaban ser relacionados con el mago. Nepomuk lo había previsto, y sintió que poco a poco el eco le devolvía la música en las tortuosas calles.
Por primera vez, Nepomuk comenzó a laborar afanosamente en los silencios, encontrando en ellos posibilidades inagotables, y produciéndolos y trabajándolos se encerró largamente en su estudio. El aprendizaje del silencio le causó confusión y tuvo que vencer las constantes tentaciones de sonar, hasta que logró entrever diversos planos y combinaciones, entregándose  a su creación con tal entusiasmo que pasó días enteros sin producir sonido alguno. Su silencio era entonces ancho y profundo, y emergía de sus entrañas poco a poco. Descubrió la luz última al mezclar, entre tembloroso y pudibundo, los sonidos y los silencios. Pleno de gozo, ejerció, extendió y varió sus descubrimientos y se dispuso a realizar una extraña búsqueda, en la que sedujo a algunos niños que produjeron en una olvidada noche un sonido o un grito inusitados. Eran pocos y a hurtadillas recibían sus últimos logros, y finalmente fueron atraídos a la emulación. Pacientemente, el trabajo fructificó en una secreta congregación infantil que intentaba sonidos candorosos y juguetones. La relación que unía esas sonrisas con el sonoro mutismo del maestro era constante y llegó el día en que la música se diversificó en una polifonía inmensa y desigual. Cuando las miradas sebosas de los habitantes del burgo se intercambiaron rebosando sospechas, era demasiado tarde: después de una larga ausencia, Nepomuk se presentó con todos sus discípulos para protagonizar el más monstruoso concierto jamás imaginado. Era tal la cantidad de sonidos, tan sobrecogedor el espectáculo de Nepomuk caminando por todo el pueblo con los niños detrás repartiendo acordes, que muchos lloraron de pavor. Un fraile y un tembloroso sacristán salieron en pos de los niños para exorcizarlos, hombres y mujeres trataron vanamente de tomar hachas y albardas para acabar con el encanto. Pero la voz de un inmenso instrumento lo trastornaba todo: se alcanzó a oír un grito que decía “Jericó, Jericó.” La misma luz participó del desorden y se solidificó en muchos lugares. La gente caía de rodillas y temblaba esperando se abriesen los cielos en presencia de Señor o de un nuevo diluvio. Un perdido se secó los ojos y huyó a una abrupta montaña para lamentar sus pecados, jurando haber visto rasgarse por la mitad la cortina del Templo de Jerusalén. Algunas piedras cayeron inertes de las manos de los burgueses y el contraste de sus convulsiones con el bullicio de los niños y Nepomuk con su introducción, las variaciones canónicas (siete variaciones, siete voces, siete fugas simultáneas desarrollándose individualmente), las arias y coros, las invenciones a dos partes, la inmensa fuga final, hacía más terrible el momento. Después de cuatro abrumadoras horas, al terminar el gigantesco oratorio, todo pareció quedar igual, salvo algunos ánimos turbados.
El involuntario público pretendió volver a sus ocupaciones, pero el silencio se sobrepuso a los planos sonoros, se desdobló y desenvolvió sobre sí mismo. Más sonoro y ensordecedor ese silencio después del atronador concierto, más punzante y más terrible que el peor de los estruendos. El silencio se escuchaba y se tocaba, penetraba hasta los huesos y sustituía el tuétano. Todos los silencios se cernían sobre las cabezas de la gente. Varios rostros se crisparon en gestos de angustia. Alguien, en una esquina, trataba de gritar y hacerse oír creyéndose sordo. Unos hombres trataron de convencer a Nepomuk y sus infantes para que produjeran cualquier clase de sonidos. Terrible sorpresa la suya al comprender que eran ellos quienes ayudaban a la creación de ese silencio que llovía  lentamente, empapando a todos, que conforme se desparramaba, parecía mezclarse con agua, en lágrimas. El silencio perturbador, el silencio en una rápida metamorfosis. Cuando por fin quedó todo callado, cuando el oratorio era ya una glosa a esta planicie de silencio, la gente olvidó labores, hachas y ocupaciones. Algunos se recogieron en casa o en la iglesia. Hubo quien prefirió permanecer en las calles, en actitud de espera. Si algún ruido se dejaba sentir era para hacerles oír su propio mutismo. Cuando la noche comenzaba a hacerse grande, muchos comprendieron que la ausencia de sonidos era su espejo: tras la aparente inmovilidad y estatismo había un pozo de ecos y cada persona pudo escuchar sus callados y reprimidos murmullos.


¹ El cuento alude aquí a un fenómeno exponencializado; se trata de la Diplofonía o Triplofonía. Una particular técnica de canto que consiste en esforzar los músculos de la laringe de forma asimétrica para lograr entonar dos o más sonidos a la vez. Hay una enfermedad del mismo nombre; un malestar que produce dos o más voces. Así mismo; ésta práctica vocal puede rastrearse hasta los cantos de bajo tono originarios de Mongolia, El Tíbet y Tuva. En la praxis; esta técnica le permite al cantante entonar hasta acordes de tres sonidos.
² La fuga es una forma musical contrapuntística representativa del Barroco; consiste en la presentación sucesiva de un tema a cargo de las diversas voces que intervienen en la composición. Tenemos excelentes ejemplos en gran parte de la obra de Joan Sebastian Bach, como su Das Wohltemperites Clavier. Pero aquí encontramos un pequeño problema de coherencia temporal: El Barroco se suele situar entre 1600 y 1750; y más adelante en el cuento se hace alusión a una región de Italia llamada Arezzo (véase nota 4), donde se comenzó a desarrollar el sistema de notación musical, hallamos una inconsistencia puesto que este sistema surgió hacía 1030 d.C. aproximadamente, entonces resulta, cronológicamente hablando, imposible que Nepomuk pudiera componer fugas cuando el sistema musical de notación a penas estaba desarrollándose.
³ El Proslogion es una obra teológico-filosófica de Anselmo de Canterbury. Dicha obra contiene el primer argumento ontológico de la tradición cristiana occidental para la demostración de la existencia de Dios. El axioma propuesto es: "[Dios] es aquel del que nada más grande [que él] puede ser pensado". Esta obra data de 1078, una vez más Enrique López Aguilar temporaliza Nepomuk en los años 1000. Cabe agregar que Rene Descartes formuló axiomas similares al de Anselmo de Canterbury; es harto conocido su Cogito Ergo Sum que deriva en su demostración sobre la existencia de Dios.
La referencia de la región italiana de Arezzo remite inmediatamente a Guido D'Arezzo, un monje benedictino al cual debemos la mnemotecnia que designa el nombre de las notas en la escala diatónica, es decir, las sílabas que tomo de un himno en latín a San Juan:
UT queant laxis, (luego reemplazado por Do)
REsonare fibris,
MIra gestorum,
FAmuli tuorum,
SOLve polluti,
LAbii reatum,
Sancte Ioannes.

jueves, 8 de febrero de 2018

Intitulado #0

Un cuento sin título que escribí hace algún tiempo; una ilusión paranoica sobre la voz; las voces. Busqué suprimir cualquier rastro de género, entonces es factible suponer cualquier cosa sobre quien narra. Léase Calmement, mot pour mot même que l'eau.

Tu voz es un eco, no te pertenece
Jorge Cuesta

Te cambiamos algunos gestos en la memoria para que al recordarte no nos avergonzara tanto verte triste todo el tiempo. También, hablamos de cosas que nunca hiciste y otras que jamás dijiste, todo para hacernos pensar que no eras como eras. Qué estéril fue todo aquello, porque te empeñaste en lucir triste a pesar de que te recordábamos con una sonrisa discreta y la esencia de quien eras y lo que pensabas fue más sólido que cualquier intento por deformar nuestra memoria. Como fue imposible cambiarte y aun más olvidarte, fue mejor no recordarte.
Más fácil fue tomar tus cosas y prenderles fuego en el patio. También prohibirles a los niños hablar de ti. Echamos todas las fotografías donde aparecías a la basura. Cerramos tu habitación.
Todos se fueron adaptando, unos más lento que otros. Pero cada quien cerraba su círculo. Menos yo. Fingía que no sabía ni quién eras, pero no podía desaparecerte. Y cada que sentía que te estaba pensando con menos intensidad era cuando oía las palabras que tú oías y que habían sido la causa de tu desquiciamiento.
Decías que si uno cerraba los ojos y se permitía escuchar atentamente las voces de las personas a nuestro rededor, se podía oír la conversación secreta de la naturaleza con la muerte. Que se podían entender las posibilidades más inciertas del futuro y saber qué puentes se tienden entre la vida pasada y la vida presente.
Al principio yo cerraba los ojos y oía murmullos y veía en mi mente cúmulos de humo. Pero cuando te perdimos y seguí empeñándome en oír, sucedió un prodigio. El humo se disipó un poco y pude oír cómo la voz de alguien decía: “ya”; y la voz de otra persona decía: “veo”;  alguien más continuaba con un: “que”; y luego otra voz; “empiezas”; y otra: “a”; otra voz: “escuchar.”
Mil voces distintas; de cada persona una palabra y en mis oídos las frases, los poemas oscuros y la violencia de quien te cuenta un secreto frente a todos y aun así nadie lo nota.
Desde el momento en que a mis oídos despertaron a los secretos, supe que terminaría igual que tú. Que desaparecería. Poco importaba que escuchara o no lo prohibido.
Y nada pude hacer cuando me enteré de qué catástrofes nos tenía preparado el porvenir. En las voces de la gente oí cómo moriría nuestro primogénito, oí sobre la soledad que atormentaría a tu madre, sobre las enfermedades de mis amigos, oí cómo se romperían los huesos del cráneo de mi hermano...
Ese terrible monólogo polifónico me habló durante largo tiempo. Permaneció sordo a mis palabras, que también le pertenecían. Comprendí que no le interesaba escucharme y que cuando yo hablaba, entonces hablaban la muerte; y la vida. Opté por permanecer en silencio, enmudecer, aunque fuera un poco, al futuro.
Y la voz, las voces, es decir la conciencia, me habló más fuerte, y me contó el origen del dolor y me reveló el nacimiento del grito que me daría muerte. Entonces decidí cambiarme algunos gestos en mis recuerdos, para evitar ser mi propia vergüenza y pensé en cosas que nunca hice como si en realidad las hubiese hecho. Cerca mi muerte siento algo de alivio...
Ahora estoy en este páramo, a punto de gritar todas las palabras guardadas, hasta que de mí sólo quede la voz...

viernes, 2 de febrero de 2018

Otra identidad

A continuación, para entretenimiento de propios y extraños; una fantasía autoduplicada. Casi a la manera de Cordelias; ilusión de Adela. Con ustedes en 5/4, el alter ego de un cuento. Léase Andante trés expressif.


Les miroirs feraient bien de réfléchir un peu plus avant de renvoyer les images
Jean Cocteau.

Milena, 10 años y 8.750 kilómetros de distancia desfiguran tu imagen en mi memoria. Lloro Milena, y duermo intranquilo, duermo sin capacidad para soñar. Te escribo falto de convicción pero con mucho afán, afán de que sepas qué fue de mí en este tiempo. ¿En qué momento un minuto se convirtió en una década? 
Quizá no recuerdes que mi egestad me arrojó a París, oh le véritable enfer, c'est la pauvreté. El músico parece estar condenado a la miseria, a breves placeres perseguidos por la escasez. Los detalles de cómo llegué a Francia son nimios, lo importante es que vine a esta tierra a encontrarme con mi desgracia.
Tout commence à Paris, en sus calles bohemias. Esta ciudad es un imán para poetas y artistas. La lluvia aquí es parte de la ornamentación metropolitana. No es lluvia per se, es lluvia que aumenta la belleza del entorno.
Cuando llegué a París llovía. Era un pianista desdichado con una carta de recomendación de la orquesta de Eugene. Arrivé sin saber decir más palabras en francés que: Madame, adiu, rue y voyage.
La carta me aseguraba un empleo en el Hotel Fictif como pianista para amenizar el ambiente del bar.  No quiero apresurarte el relato, pero cada segundo que pasa los ecos de mi memoria se distenden más, seguiré antes de dejar de ser yo.
Retomar el hilo de mis pensamientos es casi, como atrapar suspiros, imposible... vine a París a tocar un piano de cola de 50 años en un bar dentro de un hotel bellísimo con una historia fascinante. Eso... ¡el Hotel!
Un edificó que durante años fue remodelado por su excéntrico dueño debido a una anécdota no sucedida, donde se supone que dos hoteleros se reunieron para discutir la construcción del hotel más grande del mundo; primero pensaron en 1000 habitaciones, pero por temor a que alguien construyera un hotel con más recámaras, decidieron construir un edificio con 10,000 aposentos; una vez más los asaltó la incertidumbre de que alguien edificara un hotel mayor. Entonces se propusieron construir un inmueble con habitaciones infinitas.
Esta historia apasionó al dueño del Fictif que pensó: Supposons qu'un hôtel possède un nombre infini de chambres, toutes occupées. Malgré cela, l'hôtelier peut toujours accueillir un nouveau client.
En la teoría el sublime fractal aparenta ser perfecto, pero en la práctica se revela su inviabilidad. Cada cierto tiempo se le agregaban pisos y habitaciones nuevas al esqueleto del inmueble, pero lo más acercado que estuvo el hotelero de lograr su infinito palacio fueron 300 habitaciones y una placa de acero en el lobbie con dicha historia y la frase: “Paris est une solitude peuplée.”
El Fictif fue para mi un dolor amable, pues como no sabía francés casi no salía de allí. Me limitaba a vivir en uno de sus cuartos de servicio y al llegar el atardecer me sentaba frente al piano cuyo idioma conozco mejor que cualquier otro. En la primera hora de la madrugada podía dejar de tocar, a menos de que aún hubiese suficientes clientes en el bar. Entonces mi jornada llegaba a extenderse hasta el amanecer. ¿Cuántos granos de arena hacen un montón? ¿Si se quita grano a grano de arena, en qué momento deja de ser un montón? Los fines de semana mi montón de escuchas dipsómanos era grande.
En mi tiempo libre podía perderme en contemplar las partituras que algunos clientes traían para que yo ejecutase. También, pasaba mucho tiempo en la cocina, degustando los manjares más finos que el Fictif podía ofrecer. Como dije, salía poco o casi nada (¿Qué tanto es poco que se considera casi nada?) Y cuando lo hacía, sólo iba por algunos artículos personales necesarios y a veces por un libro. No me importaba que en lugar de leer; trataba de adivinar o deducir su contenido. Las palabras de los libros fueron para mí un salvavidas.
Ay, Milena, hubieses amado esta ciudad, y yo te hubiese amado en ella. Supongo que te escribo por que soy un necio, después de tanto tiempo es patético que por fin tenga el valor de hablarte. Creo que la sensación de amor inconcluso es el mayor motor de estas líneas. Con 10 años de exilio de mi propia vida, he tenido tiempo para pensar que quizá si hubiese vuelto íntegro de Francia nuestro amor igual hubiese acabado. Discúlpame por divagar, en esta hora intensa y extraña, la necesidad de legarte mi historia me domina.
Soy (era) un hombre (?) en París (¿existirá aún?) que toca(ba) el piano en un hotel. No hablo con nadie de nada desde hace tiempo, tuve que asumir la responsabilidad de una vida ajena.
Milena, flor de cristal, bálsamo anhelado. L'Enfer, c'est le Paradis du Diable.
En el Fictif me hice muy buen amigo de un inmigrante senegalés que trabajaba como intendente del sótano. Nos sentábamos frente a una caldera y hablábamos, él en wolof, yo en español. La idea no era comprendernos, sino, más bien tener compañía. Nuestra amistad podía más que Babel.  
Dante, como lo habían bautizado los demás trabajadores del hotel, era descendiente de un viejo brujo de África austral. Se le atribuían poderes y conocimientos sobrenaturales. Muchas veces las recamareras iban al sótano por fórmulas para el amor y el dinero. Yo, Milena, me burlaba de su ingenuidad, pues con el tiempo y el francés comprendí que el senegalés les tomaba el pelo: si bien, él conocía muchos secretos del arte de la magia, no era capaz (me lo confesó una vez) de realizar prodigio alguno. Heredó el saber, pero no el poder.
Ese saber estaba constituido casi en su mayoría por leyendas que Dante había escuchado y memorizado desde que era niño. Cuando tuve un dominio decente del frances mi principal entretenimiento eran los relatos de Dante. Las pintorescas historias me divertían; en especial la que explicaba el origen del mundo, el del hombre y el poder de dioses divinos y diabólicos.
Constitué d'un seul grain. ¡Es el alma, Milena! La que tras su velo de insignificancia aparece como un universo.
Cierro los ojos tratando de recordar la primera vez que te vi, pero ya no existe dicha imagen. Otros paisajes toman el lugar de tu sublime cabello y tu sonrisa voluptuosa. Algo latente me remplaza desde el hipogeo de mi vida. Esa hoguera invasora me consume y se acerca letal a mi cabeza, mi memoria es su ambición.
Dante habla, Dante escucha, Dante observa y calla. Un escritor, compatriota en lengua, vino a hospedarse en el Fictif, según nos dijo a Dante y a mí; no vino a escribir, sino a “dibujar.” Este hombre venía huyendo de sí mismo, aunque en secreto huía de un amor. La ironía me provocaba sonrisas amargas: él huyendo y yo anhelando.
El escritor se apropió de la compañía de Dante, buscaba inspiración en su tradición oral. Mientras eso sucedida yo leía uno de sus libros de cuentos. Entre ellos había un relato escatológico donde la luz del mundo desaparece. Los protagonistas, dos niños, son llevados a un estado de crueldad y salvajismo tétrico. Su cumbre es la muerte, un recurso que nace de la inocencia infantil. En lo personal, Milena, no me entusiasmo su historia.
Continuamos una amistad sincera con el escritor, que resultó ser músico. Antes de continuar su viaje me dejó algunos libros en español y a Dante unas monedas. Uno de esos ejemplares comenzó a obsesionarme. Lo leía día y noche, antes de dormir y al despertar. El libro reunía una serie de ensayos(?) o relatos(?) sobre fenómenos de bilocación, desdoblamiento astral, döppelganger, clonación, dimensiones alternas. Iba de lo esotérico a lo científico con un libertinaje irritante. ¿Qué tanto somos dueños de nuestra identidad?
El escrito que más me fascinó fue uno acerca de los espejos y la posibilidad de que un hombre naciese dos veces en diferentes lugares del mundo, pero de forma simultánea, como gemelos de padres distintos. En la cultura de Dante hay un relató donde todo hombre posible ya ha existido en algún momento; entonces, como una serpiente que devora su cola, como un final que alcanza su propio principio, los mismos hombres vuelven a existir. Aclaró que esto no es reencarnación, es más bien repetición. Si lo pensamos con profundidad; es posible que el mismo hombre exista dos veces en un sólo espacio y tiempo. Es posible así mismo que ¿estos hombres se puedan encontrar?
Imagínatelo, Milena, es como esos mitos urbanos donde todos tenemos una persona casi totalmente idéntica a nosotros en algún lugar del planeta. Casi un clon o hasta un gemelo imposible pero existente.
Tout est possible si la vie est possible.
Te preguntarás mi sirena alejada, por qué te escribo todos estos desvaríos. ¿Por qué un hombre lejos de su corazón comienza a tener sueños de una vida nunca vivida?
El tiempo es una cosa tonta, pero a su vez un terrible mal necesario. Tuve que soltar la pluma y alejarme de estas cuartillas. Salí a caminar un par de horas. Pero esas horas no se pueden percibir en el papel, aquí todo es un continuo que no entiende de fugas y lapsos, aún si dejas de leer desde esta palabra y te vas y luego vuelves, el tiempo no habrá cambiado, permanecerá estacionado, inmutable, o lo que sea que le sucede al tiempo que no puede percibirse. Supongo que por esto, Milena, dicen que la palabra es el verdadero eterno. A la palabra no le importa si es 1967 o 2119, la palabra es siempre lo mismo, los hombres son los que cambian. Por eso he querido usar esta carta de puente para acortar la distancia que abre el tiempo y volverlo superfluo. Paris a-t-il jamais été un lieu sans temps?
Ahora (sólo para ti, pues para mí ese ahora ya nunca existirá) te hablaré de mi tragedia. Milena, extraña sombra en un mundo de sombras.
En el Fictif había un piano de cola de 50 años, sobrevivió una guerra, un terremoto y un incendio. Conservó un sonido dulce, su música es miel, tú, Milena, eres mi música, aunque ya no tocó el piano puedo oírlo en mis últimos recuerdos y pensamientos.
Pasado mi primer año en Francia comencé a soñar con otra vida, pero no una vida pasada, ni una vida futura, sino una vida paralela. Al principio eran diminutas ensoñaciones, aún insuficientes para que pudieran removerme. Luego, paulatino, ese mundo onírico creció desproporcionadamente. Soñé con un padre y una madre ajenos, soñé con edificios y calles jamás antes vistos, con rostros, comidas y sonidos que desconocía. Soñé con años enteros en sólo unas noches. Con el amor y el odio, pero no eran mías esas emociones, todo eso era intruso en mí, como si un extranjero se mudara a mi cabeza con su mundo. Soñé una infancia y una juventud. Vi en sueños lugares de París en los que jamás había estado. Cuando fui a visitar algunos de esos sitios experimentaba un extraña sensación de familiaridad. Sentía miradas a mi alrededor, como cuando alguien que te reconoce te observa.
Me causaba una ansiedad tremenda todo lo que pasaba mientras dormía. No eran pesadillas(?), sin embargo, a veces despertaba aterrado de lo vívido que era pasear con una chica ignota.
Nunca hubo un momento donde pudiera dormir sin que esas escenas se presentaran en mi mente. La única manera de evitar esos sueños era mantenerme despierto. Pero el agotamiento terminaba venciendo de una u otra forma.
Mi salud se deterioró lenta y dolorosamente. Dante trajo a un doctor que me diagnosticó un cuadro de fatiga. Atribuyó los sueños a un desorden psíquico y me recomendó reposo. Pero ¿qué clase de desorden psíquico es capaz de fabricar un mundo dentro de otro mundo?
Camino por París buscando una calle que visité en esa vida alternativa, miro las puertas y los faroles, todos iguales a los de mis pesadillas(?). Lo que sucede, Milena, es terrible, miles de déjà vús consecutivos y aparentemente infinitos, todos impactando a la vez mi conciencia. Podría cerrar los ojos y andar orientado sólo por la memoria de lo que jamás he vivido. Podría guiarme por los aromas o los sonidos. Lo más desesperante de todo es que recuerdo con mayor claridad lo que veo al dormir que lo que vivo realmente.
Me mareo con tantas digresiones involuntarias. Debo volver al Fictif antes de que los recuerdos se conviertan en estallidos. Voy escapando de mis visiones bastardas. No estoy seguro ya de si esta vida de ahora es verdadera y la otra, la de mis sueños es la falsa.
Camino y divago, ojalá nunca hubiera pisado esta tierra que me juega su última mala pasada, la broma máxima: Doblo la esquina del hotel y llego a tiempo para ver a un hombre bajarse de un taxi, paga y mira su reloj, en apenas esos instantes yo reconozco algo en su tono de piel y en su complexión. Asombrado caigo en la cuenta de que su perfil es idéntico al mío. Desde la nariz recta hasta el espacio cóncavo de la cuenca de su ojo izquierdo. Y cuando gira lento, en dirección a la entrada del edificio, veo con intriga que no sólo el perfil es igual, sino que todo su rostro es mi rostro. Aquél hombre es idéntico a mí. No sé cómo expresarte con palabras esto que sucede; hay frente a mí, a pocos metros, un ser que parece ser yo. Y no sé si desmayarme, gritar o morir. Quisiera hacerlo todo, pero no hago nada.
Me palpo el cuerpo como si acabara de estar en un tiroteo y no salgo de mi asombro, soy tangible. Tengo volumen, ocupo un lugar en el espacio. Miro mi reflejo en el cristal de la fachada del hotel, estoy pálido, podría pasar por un pilar de mármol en el bar.
Ese hombre soy yo... ¿Quién soy yo?; lo sigo con prudencial distancia por los corredores. Soy mi sombra, estoy tras de mí. Dante me atrapó, él estaba tan asustado como yo. Me hizo ir a mi habitación y nos pusimos a corroborar lo antes visto, lo nunca antes visto; supimos que no era mi gemelo; fue evidente que aquel hombre tenía más edad que yo. Nuestro parecido tampoco podía explicarse bien; no eran sólo unos rasgos, sino que eramos reflejo uno del otro.
Milena; me repitió la historia de los hombres antípodas que la naturaleza separa para no permitir que la humanidad vea detrás del velo de la vida; la verdad sobre el hecho de que somos seres sin propósito; viviendo una secuencia interminable que no sólo se repite a gran escala, sino hasta en el último detalle. Me contó como es que al encontrarse uno con su otro yo; las vidas entran en conflicto, las memorias se mezclan; por eso mis sueños eran en realidad los recuerdos del otro. La consecuencia sería que su vida terminaría invadiendo la mía, hasta remplazarme. Supón no solo miedo; terror ante uno mismo fuera de sí. Morir no es nada comparado con perder lo que se es. ¿Si me cambiara recuerdo a recuerdo, seguiría siendo yo? ¿Quién soy?
Dante dijo que debía huir de aquí sin perder tiempo, me dejó solo con mis oscuras especulaciones. Sentí que huir no haría la diferencia, sabía que el daño estaba hecho; que ya había comenzado el proceso de remplazo.
Una desesperación roja me hizo pensar en mil cosas; lo primero fue llevar mi mente hasta ti. Mi esperanza reposó en regresar. Pero algo instigaba mis preocupaciones... Corría el riesgo de vivir disolviéndome lentamente dentro de mí a pesar de estar lejos del otro.
Tomé una determinación. Esperé la noche. Busqué al otro y lo encontré en el bar del hotel; lo aceché hasta que por fin se levantó y camino hacía las habitaciones. Lo intercepté antes de que entrara a su cuarto y lo apuñale varias veces por la espalda. Atroz... Fue atroz cuando cayó ensangrentando el pasillo. Nos miramos, vi en sus ojos el mismo terror que yo sentí. No soporté ver su muerte, reflejo de la mía. Su rostro... Lo desfiguré con el cuchillo.
Oí pasos y voces acercarse. Sólo atiné a entrar en la habitación del otro. Escuché los gritos de los huéspedes ante el cadáver. Entonces me deshice de mi ropa, me vestí con la de él.
Cuando llegó la policía me hicieron salir, esperaba que supieran que yo lo había hecho. Pero no fue así. La gente pensó que era un huésped más. Se dieron cuenta de que el pianista no estaba; es decir que yo no estaba. Dante les dijo que me había marchado, él jamás noto que en realidad no fue así.
A la mañana siguiente partí de París convertido en otro hombre. Mi plan era volver contigo; pero la culpa de mi crimen me detuvo, aun más cuando entre las cosas del otro hallé una foto de su familia. Me sentí obligado a vivir su vida; a remplazarlo. Y eso hice.
Cada día que pasa recuerdo menos cosas sobre mí, todo lo que sé es lo que él sabía. Sospecho que pronto perderé los últimos rastros de mi identidad. Jamás voy a volver, quiero que sepas esto y que no dejé de amarte nunca.

7. Invocación y evocación de la infancia

En un viejo cuaderno escolar tengo escrita esta frase al margen de una de las últimas páginas: Busco quién se acuerde de lo que se me olvida...