lunes, 29 de junio de 2020

Musa simétrica: Los Papeles de Aspen

Una musa elemental (creo); cuento descontado (¿malcontado?). Otra fantasía vertical: páginabajo, sobre lo mismo diferente y lo diferente igual: complementos y complementariedad (también, creo). ¿Será, querido lector, que logras ver la constancia en mi inconstancia? Sí, sí; hablo de lo de siempre. No sé (y no me importa), leamos, para pasar el rato (roto). Un ostinato Cordial de Cordelias: 9/8, es largo, lleva el ritmo con calma.

Las mujeres toman siempre la forma del sueño que las contiene...
Cláusulas / Juan José Arreola

Querido Ambrose, crucé la frontera con México, tal y como me dijiste; en efecto, no he tenido grandes complicaciones y tus credenciales periodísticas me han ayudado mucho con las autoridades de este país. Hice mal en aplazar tanto éste viaje y no escuchar tus palabras de entonces: “La pestilencia del despotismo es mejor a la pestilencia de la anarquía; Porfirio Díaz lo sabe, por eso trata de valerte de un sólo poder para que te ayude en tu labor, no esperes a que ese país se consuma a sí mismo y la anarquía —que no es otra cosa que una democracia de tiranos— te lleve a tratarlos a todos como si fueran soberanos.” Cuánta razón no tenías, y heme aquí, en medio de una guerra, buscando aquello que viejas leyendas nos hicieron soñar.
Según los guías, tenemos que recorrer medio país para llegar a San José Xolaltlacatl, el misterioso pueblo del altiplano donde jamás se ha visto mujer alguna. Me han dicho que iremos por mar desde un embarcadero clandestino en Cabo Pulmón; yendo por el océano Pacífico, circunnavegando las costas orientales de México, para evitar la ruta más corta, que es por tierra; los conflictos armados, los salteadores de caminos y la hostilidad general que se vive son suficiente motivo para retractarse de hacer cualquier incursión, pero si esta guerra continúa y se extiende hacia el centro del país, puede que nunca llegue a ver con mis ojos los llanos de San José.
Adiós, adiós, mi buen amigo; si la fortuna nos favorece, nos volveremos a encontrar en la frontera.
A. G. U. Aspen
Agosto 24 de 1911

25 de agosto. Vamos rumbo a un puerto en Baja California. El camino es tortuoso; nos ocultan altas polvaderas y se respira un aire escocedor. Trato de no pensar demasiado en ello. No conforme con la adversa naturaleza, me contaron que las cuadrillas de revolucionarios vienen a esconderse por estos lares y que aquellos que pelean por la libertad no tienen empacho en volverse ladrones si la ocasión lo amerita. Tal vez la única alegría que tengo es poder poner en práctica el precario español que domino. Seguiremos cuatro días más hacia el Sur, viajando de noche y descansando de día. Pienso mucho en San José Xolaltlacatl. Contemplo los reportes y notas que recabé sobre el pueblo desde que me enteré de su existencia. Siento que colecciono testimonios de un espejismo: El asentamiento de San José Xolaltlacatl fue fundado en 1689 por un hacendado criollo. / Los cronistas relatan que los moradores de los pueblos aledaños secuestraron a las mujeres de San José. / Todo comenzó por el agua, es escasa en la región, excepto en Xolaltlacatl. / “No hay mujeres en San José, se las llevaron a todas, menos a una; Sabina que estaba escondida en el lago.” / En 1712 pasó lo impensable, un diluvio puso bajo el agua al pueblo y creó un lago, se refundó San José a orillas de este lago. / “Entonces Sabina, que veía como se las llevaban a todas se fue a meter al lago.” / El paisaje es triple: el nuevo pueblo reflejado en el lago y bajo el agua el viejo pueblo.

Estoy muy inquieto, Ambrose, hemos pasado una noche de terror; la bola (como llaman a esa turba de indios enloquecidos) nos persiguió buena parte del camino. Salvamos el pellejo por poco. Amigo mío, quizá ya no estoy para estas aventuras; no soy más que un ratón de biblioteca que por no encontrar la respuesta a una pregunta en los libros, ha tenido que salir de la comodidad de su hogar para buscarla. Zarparemos en unas horas, confío en que la mar nos sea más benigna, debemos llegar a Acapulco en cinco días, desde allí emprenderemos el camino por tierra de nuevo... jamás llegué a soñar que el agua pudiese ser más estable que mis pies sobre la tierra.
A. G. U. Aspen
Agosto 29 de 1911

30 de agosto. Me arrepiento de haberle dicho a Ambrose que la mar era estable. Las olas están embravecidas y arremeten contra el navío como queriendo escupirlo fuera del agua. No tengo estómago para seguir escribiendo.

La travesía por mar se me hizo eterna, Ambrose; la segunda noche vimos, en la —no tan lejana— costa, un infierno. Me han dicho que era un pueblo nayarita que tuvo la mala fortuna de ser escenario de un enfrentamiento. La línea de fuego se prolongaba por buena parte de la playa... sentí que esa pared ígnea nos seguiría como una marea en tierra, inundando planicies, bosques y pueblos y que no nos dejaría desembarcar. Aún al amanecer y ya bastante lejos, pude ver una torre etérea y oscura de humo. Es el sueño de la muerte. Cada metro que me acerco a San José siento que es un día menos de vida que sacrifico en pos de un capricho, pero ya estoy aquí, volver sería tan vergonzoso.
Te escribiré de nuevo cuando haya llegado a Xolaltlacatl. Calculo que mis cartas te llegarán en octubre y espero poder reunirme contigo en noviembre, amigo. 
A. G. U. Aspen
Septiembre 5 de 1911

5 de septiembre. Me siento como un centauro. ¡Qué vivificante sensación es cabalgar por los llanos mexicanos! Iremos despacio, pero ¡qué ganas tengo de volar! 
6 de septiembre. Una enorme águila voló sobre mi cabeza y pasó rozando sus plumas con mi frente, salvándome de un peligro inopinado; destrozó una serpiente que estaba en mi camino. Mis compañeros de viaje, hombres tan fuertes como supersticiosos, ven en este episodio un buen augurio.
7 de septiembre. Acabamos de llegar a las afueras de Cuernavaca, las pocas gentes que se ven por los caminos me cuentan que en el centro del país se vive un clima general de tristeza e incertidumbre.
8 de septiembre. La comida es fuerte y mi digestión débil. Andar se volvió un suplicio, por ello acampamos. El plan es rodear la capital; del otro lado, colindando con Tlaxcala me espera San José Xolaltlacatl.

Te encantaría la estampa que ofrece San José, Ambrose. A la distancia se adivinan las casas altas y oscuras, diseminadas sin estar demasiado lejos las unas de las otras y el reflejo luminoso del lago es pacificador. Mis acompañantes me abandonaron antes de poner un pie en el camino principal que conduce a la plaza; en San José no se admite a nadie. Ya en la entrada, todo luce deshabitado, hay una atmósfera fantasmal. Dicen que a los mexicanos no les asusta la muerte, que al contrario, prefieren abrazarla cuando se les acerca; esta tierra debe transtornarle las ideas a uno porque, si la muerte pasara junto a mí en este instante, la abrazaría sin rodeos. Te escribo estas líneas con premura; veo que se acerca un hombre, el primer xolaltlacatltepeño que veo. Adiós, amigo, prometo escribir pronto.
A. G. U. Aspen
Septiembre 9 de 1911

9 de septiembre. Me recibió el cura del pueblo. Su nombre es Jaime Alba, por sus maneras y modales se nota que es hombre prudente y receloso. Tuve que mentirle para que me permitiera pasar la noche en la parroquia. Le dije que era corresponsal de guerra de un periódico norteamericano, pero quizá no fui lo bastante convincente pues, estoy muy lejos del conflicto que ve sus más encarnizadas batallas en el norte. Pongo atención a todo lo que veo y en efecto no me he topado con mujer alguna.
Más tarde. El cura Alba me ofreció una cena frugal. Es de conversación ágil y me sorprendió su gran cultura. Dice que se ordenó aquí mismo pues, a los xolaltlacatltepeños se les prohíbe salir del pueblo, así que, él tendrá la obligación de formar a su sucesor. Mañana me llevará con el jefe del pueblo.
10 de septiembre. Dormí poco por la inquietud; desperté en la madrugada y observé la calle desde la ventana de la habitación que me dispuso el padre Alba. Me intrigó una lúgubre procesión que recorría el camino: cuatro hombres con teas y antorchas parecían inspeccionar los soportales de las casas. Me volví a acostar pero sin poder dormir del todo.
Al amanecer. El padre Alba me llevó con el jefe del pueblo: mientras nos dirigíamos hacia su casa, yo iba escrutando cada cosa a mi al rededor: vi ancianos, adultos, jóvenes y niños, todos hombres, ni una sola mujer, ni siquiera rastros. Me presentaron con Don Álvaro Álvarez, es un hombre entrado en años, de semblante adusto y mirada de escepticismo; el rasgo común que comparten todos los hombres de San José parece ser esa mirada de suspicacia, la que es mucho más acusada en Don Álvaro. Ha debido notar que me di cuenta de ello, porque después de los protocolos, me dijo estas o parecidas palabras: «No es nada personal, señor Aspen, como cabeza de mi comunidad tengo que permanecer alerta ante cualquier forastero. Debe saber que no son buenos tiempos para las gentes tranquilas. Todo lo malo nos viene de fuera, lo sabe, ¿verdad?, como las enfermedades que llegan a un cuerpo sano. Ha sido así desde siempre, desde que se fundó San José Xolaltlacatl». Hablamos de baladíes y no después de muchas reservas me permitió extender mi estadía en el pueblo por un par de días más.
Por la tarde. Salí a recorrer las calles. El lugar, aunque es pequeño, da la sensación de ser un gran laberinto; y la imagen mental que tenía del pueblo cuando lo vi a la distancia no se corresponde con la dimensión aumentada que parece tener estando en él, todas las casas son tan similares, y los hombres actúan de forma tan maquinal que ver una escena es haber visto ya todo el pueblo. Trabé conversación con algunos xolaltlacatltepeños, la mayoría le hacen honor a la palabra parquedad. Y cuando vi su poca disposición para satisfacer mis curiosidades, preferí no presionarlos. Sólo los niños parecen más dispuestos a dejarse interrogar, pero tienen poco que decir en realidad. Es sorprendente: algunos, los más chicos, ignoran el concepto de madre o nunca han visto mujer alguna; otros, los mayores, dicen tener madre y visitarla a veces. Las informaciones son contradictorias y confusas.

Ambrose, han pasado tres días y dos noches; en ese tiempo visité prácticamente todo el pueblo y hablé con varios de los habitantes; en efecto, como dicen los libros y los testimonios, San José no tiene ninguna mujer, a no ser que estén ocultas en algún sitio, algo que dadas las condiciones y actitudes de los pobladores, parece poco probable. Mi estadía no se podrá prolongar sin un buen motivo y eso me preocupa, no sé de qué pretexto podría valerme para convencer al jefe del pueblo de alojarme por más tiempo. Necesito ganar su confianza. Esta misiva se queda hasta aquí, querido amigo, debo aprovechar cada momento.
A. G. U. Aspen
Septiembre 12 de 1911

12 de septiembre, poco antes de medianoche. El padre Alba me trajo un recado de parte de Don Álvaro. Me pregunta que si mis necesidades están ya satisfechas, para poder seguir con mi camino. Parece más bien un ultimátum. Miro por la ventana, la extraña guardia nocturna hace su recorrido... ¿debería seguirlos? se me agotan las opciones.
13 de septiembre, por la mañana. Seguí a la guardia por todo el pueblo, ocultándome de su vista... no debí, lo sé... pero la curiosidad pudo más conmigo.  Valió la pena porque... fui testigo de un prodigio. Los hombres se reunieron a orillas del lago de San José; iluminaban la superficie próxima del agua con varias antorchas. A la distancia, casi al centro, distinguí la aguja de la iglesia sumergida. Los cuatro hombres partieron hacia ella en una amplia embarcación; de repente aparecieron más barcos desde otras partes del lago, todos navegando en dirección al mismo sitio. Al reunirse en el centro, divisé más formas humanas; no estuve seguro de inmediato, pero la noche no pudo ocultar lo que ya sospechaba; las naves se llenaron de mujeres. Las mujeres de San José Xolaltlacatl salían del campanario como otrora debieron salir los repiques anunciantes. Los barcos estuvieron paseando por las aguas largo tiempo; después, se reunieron en el campanario una vez más y no pude menos que pensar que eso era la punta del iceberg y que el secreto de la ausencia femenina de San José yacía bajo el agua. Las barcas se fueron vaciando, las mujeres volvían a su escondite submarino. Decidí no perturbar más el misterio y volver al pueblo, vacío, en ese momento, tanto de hombres como de mujeres.
Por la tarde. Un destacamento del ejército nacional entró al pueblo, seis hombres de a caballo. Venían con una orden de leva; era mi oportunidad para ganar más tiempo de estancia en San José. Tuve el acierto de intervenir antes de que apareciera Don Álvaro. Hablé con el capitán del destacamento, haciéndome pasar por diplomático de mi nación, por suerte siempre cargo mis credenciales de la academia de ciencias de I...; abusando de su ignorancia de mi idioma, lo persuadí de que me encontraba allí en una importante misión extraterritorial y que era de vital importancia no hacer salir a nadie de San José. Ignoro cómo es que logré ser tan convincente, pero sucedió; de modo que, al aparecer Don Álvaro con el padre Alba, los soldados comenzaban a partir. Al principio el jefe se desconcertó por mis acciones, claramente un periodista de guerra que se aleja del conflicto no actúa normal; hube de recurrir a una nueva treta. Miré con seriedad al padre Alba y a Don Álvaro y les dije estas o semejantes palabras: «Hay mentiras tan grandes que no se pueden sostener por mucho tiempo. A estas alturas es obvio que nadie se va a creer mi cuento de que soy corresponsal de un diario. No vine a cubrir conflicto alguno; estoy en San José esperando por algunas personas que deben salir del país... Comprenderán que la situación es delicada y debo viajar con discreción. Mi intención no es perturbar su vida cotidiana; Don Álvaro, debo pedirle paciencia hasta que mi gente llegue, no tardarán más que un par de días y mientras tanto yo puedo serles de utilidad para que se deshagan de los reclutadores que insistan en llevarse a los hombres de San José». En un principio, el semblante del jefe se tornó sombrío, pero se fue suavizando. Consintió en alojarme un poco más, siempre y cuando despachara a los soldados y procurara no entrometerme en la vida de los xolaltlacatltepeños.
14 de septiembre, por la mañana. Ayer en la noche me recluí en mi habitación, había dormido poco la víspera y me proponía descansar. Fui concibiendo la idea de visitar el lago de San José para descubrir el secreto sumergido junto con la iglesia. Al rededor de media noche vigilé por la ventana, esperando el paso de la guardia nocturna que seguramente haría su rondín. La oscuridad se fue acompañando de una niebla que, tal como el mutismo general del pueblo, ocultaba las formas, dejando sólo rastros de difusas apariencias. Después de un rato, pude divisar las opacas luces de una lenta procesión proveniente del lado opuesto de la calle; me apresuré a salir con total discreción. Anduve persiguiéndolos por varias calles, escondido entre sombras sobre sombras y rumores nocturnos; después de un tiempo, los centinelas comenzaron a separarse uno por uno en tal o cual calle y desaparecían tras las puertas de sus viviendas; me fui quedando solo. Hasta entonces y con toda precaución puse mis pies en marcha del lago. En el sitio donde había visto la primera barca zarpar la noche anterior, hallé una canoa; no me decidí inmediatamente a subir y remar, pues la niebla sobre la oscuridad era mayor en la superficie del agua. Sentí como si la naturaleza se empeñara en aumentar el abrigo de misterio que ya de por sí era el centro lacustre de San José. Calculé la posibilidad de que pudiera navegar con una antorcha para guiarme sin que eso llamara la atención, pero a la par sentí un inquietante delirio de persecución; deseché la idea al cabo. Era preciso ir a ciegas. El remedio para el miedo es actuar; subí a la canoa y comencé a remar. Sólo entonces, en la superficie del lago, noté el frío que amenazaba con aterir mis brazos; tenía que dar con el centro, no iba a soportar mucho tiempo aquella gelidez. Remé sin saber bien en dónde estaba, internamente me reprochaba mi falta de previsión; tal vez si hubiese diseñado un plan... mientras pensaba en esto, un resplandor pálido y arrebolado comenzó a brillar bajo el agua. No sé qué miedo disfrazado de valor me hizo permanecer inmóvil un segundo, pero presto para salir corriendo sobre el lago si era necesario. La luz se intensificó y la transparencia líquida del aire submarino del pueblo sumergido me permitió distinguir las casas y las calles, todas periféricas a la iglesia que hacía las veces de faro. La respuesta estaba a mis pies, seguí las luces acuáticas, no sin reservas; aquella iluminación centellaba como los ojos de legendarios monstruos marinos. No pasó mucho antes de que alcanzara el campanario. Los arcos espaciosos estaban sellados, pero se percibía que estas entradas accidentales eran usadas con frecuencia; estaba temblando, mezcla del frío y la emoción. Forcé la entrada y en un segundo ya estaba en el interior de la punta oscura de la iglesia, recorriendo la estrechez del lugar; mi pie tropezó con una campana de buen tamaño; su contacto con el suelo ahogó un poco el ruido que el golpe despertó, aunque no lo suficiente como para que otras campanas no simpatizaran con la vibración; el momento musical me puso alerta. Encendí una vela. Los mexicanos dicen que las mujeres no deben subir a los campanarios, pues las campanas se ponen celosas y se niegan a cantar, hasta pueden llegar a romperse por las presencias femeninas. Aquellas damas aceradas estaban quebradas, no puede evitar imaginarme un tropel de mujeres secretas desfilando frente a las orgullosas campanas. Divisé el pasamanos de una escalera de caracol; el secreto de San José estaba siguiendo la espiral. Al pie de la escalera me encontré con una puerta por cuyos resquicios salía la luz que me había guiado hasta aquí. Abrí y salí a una especie de balcón interior que me permitía ver panorámicamente la nave principal de la iglesia; abajo estaban desperdigadas una multitud de mujeres de todas las edades. No reparé inmediatamente en ello, pero a medida que ponía más atención, me di cuenta de que las mujeres eran extrañamente similares; luego la similitud no fue la palabra adecuada porque eran idénticas. Y tampoco está palabra satisface lo que veía. Me frotaba los ojos; ¿qué era esto?, ¿una fantasía?, ¿una galería de espejos? ¿una alteración de la luz?: niñas con el mismo rostro que las mujeres; mujeres con los mismos rasgos que las ancianas; el sueño de la originalidad vino a morir aquí... deseaba hacer una fotografía... hermanas no, gotas de agua no: eran el agua toda, una misma semejanza idéntica a sí misma, reflejos ellas de todas ellas y ellas una. Bajar hubiese sido imprudente, me conformé con mirarlas largo rato, se dedicaban a faenas cotidianas. La naturaleza de su existencia justificaba el haberlas dejado aquí, ocultas de todo y de todos; pues, lo profundamente cristianos que son los mexicanos los habría llevado a destruirlas. En realidad cualquier ser embriagado de piedad estaría dispuesto a destruir el mínimo rastro de continuidad anómala. Acepté la realidad a pesar de toda su imposibilidad, sólo así se puede comenzar a buscar una explicación: dos o hasta tres mujeres idénticas eran algo probable, pero tendrían que ser de una misma edad. Era contra natura que en cada generación no hubiese un mínimo de variedad entre los rasgos de los individuos, sobre todo pensando que los hombres de San José sí eran diferentes entre sí... al menos en cuanto a lo físico, porque en sus maneras y gestos parecían actuar como si fueran la misma persona. Pensaba en esto cuando una mujer gritó: «¡Un hombre!, ¡Hay un hombre allá arriba!», a su voz le siguieron otras y con ello reconocí el unico atributo de identidad y diferencia que tal vez tenían: la voz. Sus timbres eran distintivos; en su griterío no reconocí esa uniformidad que había en sus rostros, sus voces clamando incordiaban bastante entre sí. Deshice el camino...
Por la noche. No pude seguir escribiendo. Los xolaltlacatltepeños descubrieron que visité la iglesia sumergida. Don Álvaro habló conmigo y descorrió el velo trás el velo...  el secreto mayor de San José no sólo son sus mujeres acuáticas. Salí del pueblo antes del anochecer, sé que me persigue... no quiero ni pensar en qué podría sucederme si me encuentra...

Ambrose, amigo mío cuánto estoy lamentando escribirte esta carta... ¿la última? —es posible...—. Me temo que soy objeto de una persecución, que si llega a concretarse y soy capturado, sólo puede depararme un aciago destino... ¿¡Fatalismo que debo cumplir!? Ya te imagino diciendo que hablo del destino porque me equivoqué. Las ventanas de la esperanza se cierran para mí, pero antes de que eso pase, me avengo a legarte mi descubrimiento; mi vida: Cerca del que antiguamente fue el territorio tlaxcalteca, en una región semiboscosa del altiplano que ha venido siendo tierra de lagos desecados, se levanta un pueblo reflejo de sí mismo, San José Xolaltlacatl. A principios del siglo XVIII, un diluvio azotó al asentamiento original, dejándolo bajo el agua; sus pobladores, pensando en sus muertos ahogados, levantaron de nuevo sus viviendas a las orillas de este lago. Lo que primero fue una tragedia, luego fue motivo de prosperidad, pues el pueblo tenía una fuente segura de agua aún en las estaciones secas. Se dice que la vanidad de los xolaltlacatltepeños por su lago y el hambre de los pueblos vecinos los llevó a conflictos que culminaron en el rapto de las mujeres de San José y desde entonces no se habían visto mujeres en el pueblo. Pero, cada tanto, los viajeros que iban de paso testimoniaban que, misteriosamente, siempre había niños, además de hombres de diversas edades. Mujeres tenía que haber, pero ¿dónde? Como sabrás por mi diario —que te envío con esta carta—, descubrí la razón y naturaleza por la que las mujeres no están a la vista. Escribo para ti lo que vendría a completar el relato que dejé inconcluso en el diario:
Don Álvaro y su gente me esperaban en la orilla del lago. Por su actitud me di cuenta de que estaban al tanto de mis pasos. El jefe me soltó sin rodeos estas o similares palabras: «¿Ya las vio? Son nuestras Sabinas, señor Aspen. Todas son la única mujer que nos quedó después de que se llevaran a las otras. Fue hace tanto, yo era muy joven». El padre Alba continuó hablando, como siguiendo el hilo del mismo discurso: «El lago de San José es casi una circunferencia perfecta, desde las orillas no se distingue esta disposición geométrica, precisa la distancia y el ojo inmóvil para notarlo». En ese momento, otro hombre habló de entre la oscura multitud: «Cuando se llevaron a las otras, vine a esconder en una barca a mi Sabina, nos estábamos prometidos». Un joven que se acercaba continuó: «¿Puede creer que el amor que uno tiene por alguien sea suficiente para conservarlo en este mundo más allá de la vida y la muerte?». Mi inquietud creció al oír la precisión con la que se intercalaban mis interlocutores en su único discurso: «No quise otra mujer más que a la misma. San José me dió la fuerza para proteger la imágen y la semejanza de Sabina, pero con el tiempo terminó por desvanecerse de tantas veces que se repetía en el ciclo incesante de dar vida». El prodigio continuó en boca de un anciano: «Tal vez se repartió o tal vez simplemente su naturaleza era la de perderse paulatinamente. Y como ella, yo me perdí también, o al menos parte de mí; porque yo, Álvaro permanecí siendo el mismo en voluntad y pensamiento, el mismo cada vez que nacía y volvía a ver el rostro igual y permanente de Sabina». La voz tenue de un niño de trás de mí, siguió: «Soñamos estar aquí. Permanecer. Soy Hijo de mis Hijos, Padre de mi Madre, atrapado y solo. Mi Sabina no es la que amé... me queda la cáscara. Pero me aferro a ella igual que como lo hice en aquella noche de invasión, en la que los enemigos se llevaron a mis hermanas. ¿Se da cuenta, Señor Aspen, que el lago es un disco, entonces, gira el disco y da la ilusión de ser una esfera?» Estaba procesando lo que proponían sus palabras, creyendo y dudando a un tiempo que, correspondiente a todas las mujeres que eran la misma en apariencia, había un sólo hombre repartido entre todos los hombres de San José. Caminaban hacia a mí, ahora hablando este: «La niebla es el volúmen», ahora hablando aquel: «Las tres dimensiones que conforman este espacio: afuera donde yace el movimiento; la superficie que es frontera; el interior, donde reposa la inmovilidad». No esperé más y salí corriendo, perseguido por un hombre múltiple; miraba de hito en hito: el lago del que me alejaba, con la iglesia en resplandor bajo el agua y el camino oscuro del llano que me ofrecía poca esperanza de escapar. Luego la luz del agua se atenuó y Don Álvaro y todos sus yoes se dieron cuenta, deteniendo su persecución. Seguí corriendo con la sensación de que algo malo había pasado con las Sabinas. Ahora mismo es cosa que tal vez nunca llegue a saber.
Ambrose, tú que has visto muerte y opulencia, y escrito sobre improbabilidades ¿creerías lo que viví? Le doy vueltas buscando una explicación. Don Álvaro amaba a una mujer imposible, y si tal y como dijo, su existencia se fue repitiendo, su mente estaba en un bucle yendo sobre sí mismo con la sóla y terrible idea de volver a estar con Sabina, quién a su vez se fue atenuando en cada ciclo y retorno, ¿y si Don Álvaro en su afán por preservar a Sabina terminó siendo la fuerza que erosiona aquello con lo que se empeña en unirse? Es un misterio insoluble, amigo, uno que inflama la imaginación y me hace querer terminar esta carta con alguna cita sobre cosas que escapan de nuestra comprensión... pero prefiero dejarte la literatura a ti. 
Adiós, amigo, adiós. Si la fortuna... si la suerte, no sé... adiós, querido Ambrose.
A. G. U. Aspen
Septiembre 15 de 1911

domingo, 28 de junio de 2020

Bitácora de lecturas & anotaciones bagatélicas

Notas de 2016

* Fui a Donceles hace unos días, compré muchos libros. He acumulado cerca de 200 volúmenes y simplemente no he podido concluir ninguna lectura de un tiempo acá.
* Abandoné, a las 50 páginas, El libro vacío; tengo pendiente los de Introducción a la música y El manual del pianista. De repente leo poesía: Pellicer y Pound; también cuentos de  Valadés y Benedetti. Lo único con cierta continuidad es la novela de Crimen sin faltas de ortografía, de Malú. Se me hacen particulares en sus notas a pie de página, si me lo preguntan: inútiles, pero muy cómicas.
* Leí los primeros años de el tomo uno de los Diarios de Max Aub. Necesito aprender francés. La anotación del 11 de febrero de 1941 es una bella reflexión. El 2 de febrero dice: “El talento es cierta capacidad de encadenamiento de la memoria y el genio cierta capacidad de la imaginación.” Estoy muy de acuerdo.
* Anoto como refuerzo de la memoria. Debo recordar esto del Manual de Riemann: “Ayudados por la costumbre y por el peculiar estilo sintético de nuestra audición, la mayoría de los que oyen tocar el piano no llegan a darse cuenta claramente de que el canto del piano no da un trazo unido sino más bien una línea punteada.” ¡La inconstancia discreta del piano!

Francesca

Entraste de la noche [¡La noche como un lugar y no un fenómeno del tiempo!]
Y había flores en tus manos
Ahora vendrás de un gentío confuso
Y un tumulto de palabras

Yo que te he visto entre cosas primarias
Me enojé cuando pronunciaron tu nombre
En lugares comunes

Desearía que olas frías anegaran mi mente
Y que el mundo volara como una hoja seca
O como un cardo despojado de semillas
Para encontrarte de nuevo
Sola.
Ezra Pound
Luego leí el canto II... Qué abrumador despliegue de cultura, intertextualidad y referencias.

Al dejar un alma

Agua crepuscular, agua sedienta.
Se te van como sílabas los pájaros tardíos
Meciéndose en los álamos el viento te descuenta
La dicha de tus ojos bebiéndose los míos

Alié mi pensamiento a tus goces sombríos
Y gusté la dulzura de tus palabras lentas
Tú alargaste crepúsculos en mis manos sedientas;
Yo devoré el pan de tus trágicos estíos

Mis manos quedarán húmedas de tu seno
De mis obstinaciones te quedará el veneno
—Flotante flor de angustia que bautizó el destino

De nuestros dos dolencias ha de brotar un día
El agua luminosa que dé un azul divino
Al fondo de cipreses de tu alma y de la mía
Carlos Pellicer

* Luego Pellicer dedica una “elegía a nadie.” Me encanta la dedicatoria. Dedicar a nadie es dedicar a nada. Se puede prescindir de la dedicatoria, pero le quita el encanto. A nadie. Y mientras uno lee, piensa: La dedicatoria jamás llegó a cumplir su cometido. Al leer, leo para mí, al dejar de leer o al terminar de leer el poema vuelve a quién le pertenece: A nadie.

* Algo sobre el atleta del piano. Riemann repasa algunas de las características que debe poseer un ser humano para destacar en el piano. Desarrollar un conjunto de habilidades que lleven al virtuosismo. Concluye en que la justa medida de talento y disciplina en un pianista lo convierten en un atleta del piano. Estrictamente hablando, la palabra atleta remite a otra idea, una que dista de lo que se puede comprender por artista, y se aproxima más al hombre deportista. Me parece peculiar el oxímoron, pero es, pensándolo detenidamente, correcto concebir un atleta pianístico.

* Por el poema “la primavera” de Pellicer, me interesé por saber quién fue Salomón de la Selva. Leo que era un poeta nicaragüense. Me gustó este poema y hallé otro breve de su amigo Azarías H. Pallais:

La bala

La bala que me hiera 
Será bala con alma 
El alma de esa bala
Será como sería
La canción de una rosa
Si las flores cantarán
O el olor de un topacio
Si las piedras olieran
O la piel de una música
Si nos fuese posible
Tocar las canciones
Desnudas con las manos
Si me hiere el cerebro
Me dirá: yo buscaba
Sondear tu pensamiento
Y si me hiere el pecho
Me dirá: ¡Yo quería decirte
Que te quiero!

Salomón de la Selva

Tan fugaces van las horas
Desde la cuna al sepulcro,
Me río cuando dicen,
Que vivimos!

Azarías H. Pallais

* El Crimen en sin faltas de ortografía, Malú referencía La cobarde de Irme Sarkadi, para mi sorpresa, el autor existe. Habrá que buscar el libro.

* Acabé el primer libro del año. Seguiré con Narraciones inverosímiles de Pedro Antonio de Alarcón. Ya comencé el primer cuento, menciona a José de Espronceda, dice: “la idea de la muerte ofrecióse entonces a su imaginación, no entre las sombras del miedo y las convulsiones de la agonía, sino afable, bella y luminosa, como la describe Espronceda.” También buscaré algo de José.
* Nos pertenecemos negativamente, aunque nada nos une, estamos unidos puesto que nada nos separa” en El amigo de la muerte Pedro Antonio de Alarcón.
* Justo ahora, en esta solitaria noche leo en la prosa de Alarcón que: “Estar entre el amor y la muerte, es estar entre la vida y la muerte.” ¿Será que entonces ya me puedo considerar muerto?
* Narra Pedro Antonio de Alarcón: “Elena, avanzando por entre los árboles, pálida, gentil y resplandeciente como una personificación de la luna.” Hay que buscar en qué mitos se personifica la luna. Es curioso el uso de por entre...
* La luna huía en el ocaso como una paloma asustada.” El amigo de la muerte Pedro Antonio de Alarcón.
* La gloria es una palabra hueca añadida por la casualidad al nombre de este o aquel cadáver.” El amigo de la muerte / Pedro Antonio de Alarcón
* Lo grande, lo noble, lo revelador de la vida es la lágrima de tristeza que corre por la faz del recién nacido y del moribundo, la queja melancólica del corazón humano que siente hambre de ser y pena de existir, la dulcísima aspiración a otra vida o la patética memoria de otro mundo.” El amigo de la muerte / Pedro Antonio de Alarcón
* La muerte: mi aprendiz el sueño.” El amigo de la muerte / Pedro Antonio de Alarcón
* La geografía es doble, al lado de cada ciudad siempre hay una ciudad muerta, como la sombra está al lado del cuerpo.” récord de la ciudad de Eusapia, cuyos habitantes han construido una ciudad idéntica a su ciudad, para llevar allí a sus muertos. Una geografía doble. Una necrópolis donde se pierde el punto de origen de la imitación, pues supuestamente sería los muertos los que construyeron primero la ciudad de los vivos, una copia de la suya. Ciudades invisibles / Calvino. El amigo de la muerte / Pedro Antonio de Alarcón.

* Empezada de la lectura de Los siete velos, me encuentro con el diagnóstico de una enfermedad espiritual y su cura: 3 mujeres, una coqueta, un ángel que se muera esperando al paciente y una mujer que se haga amar. Es indispensable la presencia consecutiva de las 3. Si se prescinde de una, sobreviene la desgracia. Yo particularmente ya pasé por las primeras dos... disparato, de nuevo.
* Los siete velos: Alarcón reflexiona o advierte sobre la voz literaria, es decir: que quien dice una cosa no es otro más que el propio autor y no el personaje.
* No sé en qué consiste que los hombres de un cierto tiempo nos enamoramos de la última desconocida que vemos al paso.” Tal vez sea por atormentarnos a nosotros mismos como el personaje de Terencio... ¿Cuál personaje?
* Amo la blancura [...] En el cantar de Salomón cuando nos describe las recónditas bellezas de la mujer amada.” una rosa de color de rosa es del color del cantar de Salomón.
* Mito de Prometeo
* Otro autor más por buscar: Paul de kock, Alarcón lo nombra antownomasia del color verde.
* Irminsul (Yggdrassil) es un Pilar que conectaba el cielo y la tierra, es representado por un roble. Alarcón dice que Eva pudo usar su hoja como primer vestido.
* Alarcón me ha hecho revisar la fábula de Esopo “La zorra y las uvas verdes.”
* ¡Dame esa vida que veo
Al través de aquesta vida...!
¡Esa vida que deseo
Como una gloria perdida!
* De Pedro Antonio de Alarcón: “Nuevas eternidades han rondado mi cabeza” no sé si será el sueño o la contradicción, pero dado que la eternidad es eterna (aunque se lea tonto), nunca ha sido más que constantemente inveterada, o ¿acaso es permanentemente nueva, en su tal vez renovación? No sé, no sé... Da mucho en que pensar. | En Soy, tengo y quiero: Una musa de dos artistas, una musa que se autoplagia, ergo no existen los plagios, sólo las musas infieles. | “¿Creen los moros que todos los cristianos van al infierno?” Pensar que todos los demás van al infierno, hay cierto egoísmo malvado en sentirse merecedor del paraíso por pensar que se cree en la verdad. | “La música es el arte por excelencia, por lo mismo que no expresa nada terminante.” Preclaro.

* Comencé A tiro limpio de Boris Vian, el primer libro que leo él. Es una novela extraña, quizá lo único bueno ha sido el constante juego anagramático de Vian con su nombre para bautizar a sus personajes.

* Tres tristes tigres. Qué tedio me dan la mayoría de los escritores del boom. Todos referenciándo siempre las mismas literaturas, al menos en su mayoría. Muy bien la locura del lenguaje. La novela no ha tratado de nada en realidad. Podría ser hasta costumbrista. ¿En verdad vale la pena una historia sin historia, por más que sea un baile y desenfreno en la forma? Nota: urge leer a Quency.

* Misal de ateo. Bernal adivinanza de lo humano y humanizado lo divino, destruyendo la frontera entre ambas cosas. Si Dios nos hizo a su imagen como a su semejanza, es capaz de padecer. El olvido es un mal divino, así como la memoria una virtud humana, o ¿viceversa? Exelentes cuentos: La tregua, La culpa, Niña extraña, El crimen, El Dios viejo, Parábola del camello famélico y La memoria de Dios.

* Bataille, erotismo, muerte y un ensayo que efectivamente se quedó en ensayo. Fue del origen del erotismo y el trabajo a la divinización de ambos, luego la perversión y supresión, por último el arte. Hay tanto que apenas si lo sobrevuela. Uno se queda con la sensación de que está ante un resumen...

* Anotaciones sobre las notas de Baudelaire. “Lo que está creado por el espíritu es más vivo que la materia”, “El amor quiere salir de sí, confundirse con su víctima, como el vencedor con el vencido y sin embargo quiere conservar privilegios de vencedor”, “La inspiración viene siempre cuando el hombre lo quiere, pero no se va cuando él quiere”, “Crear un lugar común (poncif), es el verdadero genio.”

2020

* He comenzado a leer Las amistades peligrosas gracias a una breve referencia en Isabel de Gide; por lo tanto, he vuelto a posponer la lectura de ésta última. El prólogo de Malraux tiene buenos momentos, pero en general es tedioso. Rescato de estos fragmentos: “Intrigar tiende siempre a «hacer creer» algo a alguien; toda intriga es una arquitectura de mentiras; creer en la intriga es, en principio, creer que es posible influir en los hombres a través de sus pasiones, “que son sus debilidades.” Luego cita al filósofo ilustrado Pierre Beyle: “Conocer a los hombres para influir en ellos.” investigado sobre la trayectoria de Beyle, me llamó mucho la atención uno de sus libros sobre el cometa Halley, una serie de reflexiones contra las supersticiones de las personas de aquella época. Me interesa demasiado del asunto de las supersticiones, inevitablemente siempre vuelvo a pensar en los diarios de Robert Louis Stevenson y el asunto de los tapu en las islas del Sur. Es verdad que las supersticiones protegen al mundo de la mezquindad del progreso científico, pero también es cierto que cientos de actos atroces se cometen en nombre de éstas convicciones.
* Creo que desde Werther que no leo una novela epistolar. No va mal, pero el lenguaje afectado e inveterada me va a costar trabajo. Encuentro estas dos frases: “Se pueden citar malos versos cuando son de un gran poeta”; con estas palabras se justifica Valmont de traer a colación una frase hecha de Lafontaine. “La soledad aumenta el ardor de los deseos”, no pude evitar pensar en todos los que estamos encerrados y solos. Creo que la jaula lo hace sentir a uno ansioso... divago. Hace un rato oí una fábula de Samaniego, me interesa leer fábulas; los fabulistas encontrar la manera de quejarse de las doctrinas desde la doctrina y moralizar, reprender y censurar de forma sutil. ¿En qué grado de puerilidad hemos estado para que las fábulas nos digan impactando con su sabiduría?
* La VII carta del libro de Laclos me llevó a investigar sobre la Orden de Malta, es asombrosa la permanecía, poder e influencia de una institución tan inveterada. Me hace pensar que una reunión tan influyente de personas no puede tener un propósito bueno entre manos.
* El vizconde de Valmont le dice a la condesa Merteuil que sus fugaces amores son apenas como los sucesores de Alejandro Magno que fueron incapaces de conservar todos el imperio que uno solo gobernó. Leí algo al respecto y es en verdad una historia entramadas de iniquidades e intrigas; muy ad oc con la cultura militar que Laclos debío haber dominado. Recuerdo que de Alejandro sólo sé muy poco; sobre todo la anécdota de su encuentro con Diógenes el perro.
* Progreso lento con mi lectura, pero lo poco que avanzo es estimulante y da pie a muchas reflexiones. Laclos es hábil haciendo escribir a sus personajes; en la carta XXXII hay una reflexión sobre las personas de mala reputación, la defensa que la señora de Tourvel hace de Valmont es motivo de una amarga respuesta por parte de la señora Volanges, todo el episodio se puede resumir en un dicho caro al doctor: una golondrina no hace primavera. La carta bien puede ser vista como un análisis del problema de la redención. Valmont lleva a cabo un acto de caridad, sus intenciones están lejos de estar a la altura de sus acciones, pero la señora de Tourvel no lo sabe; los hombres no pueden juzgar los pensamientos sino por las acciones, escribe la señora Volanges; y es justo lo que hace de Tourvel, juzgar la nobleza de Valmont, ver el rayo de claridad en un hombre que pertence a las sombras. Volanges describe el problema de ética que supone esto, y prefiere mantenerse en una posición de prudente excepticismo, llegando a una curiosa paradoja, escribe: ¡Esta vmd., pues, empeñada en que yo crea que Valmont es virtuoso! Confieso que no lo podré jamás, y que tendré tanta dificultad en creerle honrado por el hecho solo que me refiere vmd., cuanta tendré en creer vicioso un hombre de bien reconocido de quien se me cuenta una falta. La humanidad no es perfecta en ningún género, ni en lo malo, ni en lo bueno. El malvado suele tener sus virtudes, como el hombre de bien sus debilidades. Me parece tanto más preciso que creamos esta verdad, cuanto de ella depende la necesidad de ser indulgente con los malos como con los buenos, y hace que éstos no se engrían, y que los otros no se desanimen. Vmd. hallará sin duda que yo olvido en este momento la indulgencia misma que predico; pero la miro como una debilidad peligrosa, cuando nos lleva a tratar de igual modo al vicioso y al hombre honrado.
* He venido encontrando semejantes joyas del pensamiento en Laclos, no puedo menos que coleccionarlas más allá de estos apuntes superficiales; en lo sucesivo los detalles específicos estarán en esta entrada.
* La lectura continúa, en la carta XLIV Valmont cita un verso de un dramaturgo francés que hasta ahora me era desconocido: Alexis Piron; haré lo posible por conseguir algo de su obra, sobre todo La metromanía sobre un hombre que no puedo evitar hablar en verso y la curiosa Arlequín Deucalión, monólogo que repasaría las vicisitudes del último hombre sobre la tierra. Leo al respecto que en 1718 las autoridades francesas habrían exigido no extreñar obras con un sólo actor y 2 años después Piron estrenaría esta obra, al parecer a manera de burla.
* Laclos me ha planteado una idea que se me antoja peligrosa; Merteuil y la señora Volanges, ya sea por suspicacia o recato hablan de una especie de imposibilidad de la redención... siempre lo he sabido (y sentido) inconscientemente; que una vez roto, subvertido, corrupto, hechadoaperder, algo, una cosa, una persona, no tienen reparación-redención. La mitología cristiana se funda en esa bonita idea; estabamos corrompidos como humanidad hasta la crucifixión, que vendría a romper la maldición —es que es casi que un cuento de hadas—. Claro que así funciona, pero no es tan sencillo. Para dios es fácil confiar; la omnipotencia no precisa de fe; pero para el hombre no es así, confiar es un vínculo delicado que una vez quebrado no tiene reparación y desde ese día uno no hace más que mirar suspicazmente a aquellos que nos han traicionado y que han recibido nuestro perdón. Vuelven a confiar los desmemoriados y los cándidos... pero queda allí, tengo una frase, no recuerdo de dónde salió: Si queremos desconfiar nunca faltaran oportunidades, sólo basta que nos den un motivo para poner en tela de jucio, una excusa para dudar. Pienso: cuidar mis vínculos, cuidar, proteger, y ser inútilmente franco: cuidar. Rehuir del mito de la redención, del perdón sin convicción. Me estoy portando romántico. Mejor abandonar aquí esta idea, antes de que me envenene más.
* La carta LXIII de Laclos me ha llevado a buscar información sobre Jean-Baptiste-Louis Gresset, he agregado su obra Maligno a las cosas que deseo leer. En alguna web leí: “Si los franceses gozan más en la representacion del Maligno de Gresset que en la del Tartufo de Moliere, nos compadecemos de su gusto y de su moralidad: de su gusto, porque hay en Moliere más fuerza cómica y mas conocimiento del corazón que en Gresset: de su moralidad, porque aquella preferencia mostraría que es más común entre ellos el vicio de la malignidad que el de la hipocresía. En efecto el primero supone una sociedad muy corrompida y sin principio alguno de vida moral: el segundo que aún se aprecia la virtud, pues hay quien aspire a engañar con sus apariencias.
* He comenzado a redactar lo que será, por fin mi, proyecto crítico sobre la serie del volador; largamente diferido... Sigo leyendo a Laclos; buscando una referencia sobre un poema de Voltaire, me encontré con un artículo muy interesante, rescato este pasaje: La lógica de Laclos es terminante: donde hay esclavitud no puede haber educación, las mujeres son esclavas de la sociedad; por lo cual la mujer no es susceptiblede educación. Sólo quedaría una posibilidad: salir de esa esclavitud por medio de una revolución (el autor emplea este término exactamente, y lo hace a seis años vista dela Revolución Francesa): Laclos vio efectivamente esta última, pero no la revolución feminista, que todavía tardaría bastante en llegar. Como distracción leo 25 Agosto 1983 de Jorge Luis Borges; Tigres azules ha pasado a convertirse en unos de mis cuentos preferidos del argentino; en algún sitio leí que se vincula con la paradoja de Moore, seguiré investigando.
* Concluí con la lectura de Las amistades peligrosas. Me sienti muy satisfecho con el libro, Laclos articuló a dos personajes memorables que a mi ver fundan una mitología: Las seducciones contrastan, lo que hace el hombre y lo que hace la mujer, cómo se enfrentan con sus armas y limitaciones a lo que la sociedad les pone enfrente. Por otro lado, la novela es involuntariamente moderna: la variedad y calidad de las cartas hace que el libro sea un puente colgante. Además, patentiza mi necesidad de aprender francés, qué maravilloso hubiese sido poder leer al momento las obras de Pierre Beyle (Pensamientos diversos sobre el cometa); J. J. Rousseau (Julia o la nueva Héloïse); Lafontaine, Piron, Gresset, Racine, Voltaire, De Belloy y especialmente de Marmontel, del que sus Incas he tenido muy buenas referencias.

* Ahora leo Una muñeca rusa de Adolfo Bioy Casares. El primer cuento es muy entretenido, qué manera la del autor de narrar una serie de disparates tan graciosos y con tanta naturalidad. El segundo cuento me hace pensar que ir por carretera con un pasajero que desaparece hacia el final del viaje es frecuente en la literatura; no puede menos que recordar el cuento Reencuentros de Adela Fernández y Álvaro me recordó puntual el triste y dulcísimo cuento La llovizna de Juan de la Cabada. ¿Una nueva antología? no sé, quizás...
* Terminé el libro de Bioy, deleite absoluto. Pronto transcribiré un par de cuentos Bajo el agua y Margarita. Ahora leo una Nouveau roman de Alain Robbe-Grillet: La casa de Hong-Kong. Estructuralmente es muy intensa, con muchos bucles, superposiciones y perspectivas que se niegan y reafirman unas a otras. Descubro que su autor tuvo formación musical y sospecho que de allí viene su ingenio en urdir semejante laberinto; lástima que el argumento sea en realidad una cosa vulgar. Villiers dice en Vera que «importa más al cuerpo su forma que su materia» —cosa en la que estoy de acuerdo— Robbe-Grillet parece saberlo y llevarlo al extremo con su obra, pero la belleza de un castillo en la arena no es nada cuando la marea sube.
* Terminé el libro de Robbe-Grillet. Sólo lo podría definir: la incertidumbre como método no-narrativo. Comienzo ahora con otro francés Pierre Drieu La Rochelle; Leo que fue amante de Victoria Ocampo y que por mediación de esta conoció a Borges en los años 30. La primera Historia acerba es un diario donde a menudo se alude a textos gnósticos. Todo lo místico me deja algo desarmado.
* Estas anotaciones son un fracaso toda vez que me olvido de anotar aquí lo que voy pensando; cuando estaba leyendo la novela de Robbe-Grillet me di cuenta de que tiene formación musical porque en un pasaje habla de dos conceptos: “Da la ausencia total de interrupción así como de la más mínima variación de intensidad o altura.” Las palabras son del ámbito de la música (mejor dicho de la acústica aplicada a), casi que sería imposible usar estas dos referencias sin tener el antecedente teórico. Todo esto viene a cuento porque ahora que leo el libro de Drieu La Rochelle he hallado algo que me estaba haciendo pensar que el también tenía su formación: “Comenzó a hablarme apaciblemente con aquella voz de contralto que me gusta y que, por lo general, despierta en mí el deseo físico, pues me da el inmediato sentimiento de la profundidad de la mujer.” Esto dice que el autor conoce de voces, cosa más convencional. No sé por qué me inquietan los que saben de música.
* Terminé de leer las historias de Drieu La Rochelle; me da gracia lo canalla que es, concatena todos los defectos sociales en él, y sin embargo, es un perfecto hombre de mundo. Lo volvería a leer sólo por su bella prosa: es melancólico y odioso. El mismo es una de esas excepciones que amplian y cuestionan la regla, pero en suma, no es más diferente que cualquier humano cuyas pasiones le han cansado. 
* Comencé a (re)leer Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno. Justo en las primeras páginas encuentro una idea sobre la ciencia y la filosofía que voy a desarrollar en mi introducción a la antología de Inventos inventados. Ya veremos como me sacude el resto sel libro.
* Pienso comprar un la obra insignia de Max Stirner próximamente; he encontrado su nombre entre las páginas del libro de Unamuno, sólo de paso. A propósito de éste, leemos lo que piensa de Baruch Spinoza y su obra: “cuando escribía, sentíase, como nos sentimos todos, esclavo, y pensaba en la muerte, y para librarse, aunque en vano, de este pensamiento lo escribía.” hizo en mi mente eco este pasaje de La invención de Morel: “Considero que este pensamiento es un vicio: lo escribo para fijar de límites, para ver que no tienen encanto, para dejarlo.” una cita más, algo de Paul Valery, que aunque está en otros términos, vamos a pensar que viene a cuento: “Mientras más escribe, menos se piensa.” Escribir como método para abolir los pensamientos, casi como expulsándolos de la mente, para que lo dejen vivir a uno.

2021

* Una vez más abandoné estas notas; cada día experimento cierta lasitud y desgano general, lo que me hace claudicar y desistir de muchos proyectos; desde el ensayo de Unamuno, leí ocho libros: La oveja negra y demás fábulas de Monterroso; Relatos escogidos de Heinrich Mann; Viaje a Cotiledonia de Serra; Papeles de Recienvenido y Continuación de la Nada de Fernández; El vampiro de Ropraz de Chessex; El farsante feliz de Beerbohm; Gog de Papini; (releí) El libro vacío de Vicens y ahora estoy revisando los Cuentos descorteses de Bloy.

7. Invocación y evocación de la infancia

En un viejo cuaderno escolar tengo escrita esta frase al margen de una de las últimas páginas: Busco quién se acuerde de lo que se me olvida...