Como muchos de los descubrimientos literarios que hacemos, mi conocimiento de los libros quimera llegó de la mano de Jorge Luis Borges y uno de mis cuentos preferidos de su autoría: El zahir. El texto es un interesante híbrido de géneros literarios que, además de prosa narrativa, logra cotas geniales de especulación ensayística y la esencia de un texto de referencias antológicas. En sus líneas me topé por primera vez con la alusión a un libro que no existe; como no soy un lector pasivo, cada rastro de información que leo, pasa por el tamiz de la comprobación y la duda, y nunca me quedo del todo satisfecho con la escueta mención que hacen los autores de tal o cual cosa.
A través de los años, estas apariciones fantásticas se han repetido en literaturas de todas las clases y épocas; constituyen uno de los juegos literarios más interesantes, y al mismo tiempo más peligrosos. Por supuesto, adicto a las listas, como soy, anoto todas las quimeras que me salen al paso. Las presento a continuación.
Para más información sobre los libros quimera, recomiendo consultar esta entrada.
• Brundecal, por el profeta Lustrog. Libro sagrado de Liliput y Blefuscu; entre otras cosas recoge detalles sobre la manera correcta de cascar los huevos. [Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift].
C
• Contemporary Bucks [Retratos contemporáneos], por el capitán Tarleton. Retratos de personajes eminentes de Inglaterra; destaca —tal vez— la semblanza sobre Lord George Hell [The happy hypocrite, Max Beerbohm].
D
• de Concubinis retinendis [Sobre la manutención de las Concubinas] de Phutatorius (el que copula). ‘obsceno y sucio tratado’ del que sólo sabemos que está compuesto por nueve capítulos, siendo de re concubinariâ (de lo relativo al concubinato) el último, por lo demás, resta hacerse una idea del contenido a partir del por el título. [The life and opinions of Tristram Shandy gentleman, Laurence Sterne].
• De Nasis [De Narices] de Hafen Slawkenbergius.¹ Se trata de una obra antológica y con miras a totalizar todo lo sabido y escrito sobre el tema de las narices. En la narración en que Slawkenbergius cuenta las motivaciones y circunstancias que le impulsaron durante años a trabajar y a escribir, hacia el final de sus prolegómenos (que bien mirado deberían haber aparecido primero como su nombre indica, pero que el encuadernador colocó injustificadamente en el contexto analítico del libro propiamente dicho) informa el autor que desde que alcanzó el uso de razón y se dedicó a pensar fríamente sobre el verdadero estado y condición del hombre, y a distinguir su fin principal y la naturaleza de su ser o —para abreviar mi traducción del libro de Slawkenbergius que está en latín y es bastante prolijo en este pasaje— desde que fue capaz, dice Slawkenbergius, de entender algo o de saber “qué es que” y ver que la cuestión de las narices grandes sólo había sido tratada a la ligera por los que le precedieron, «sentí el poderoso impulso, la vocación irrefrenable dentro de mí de entregarme de lleno a su estudio».
Y si hemos de ser justos con Slawkenbergius, su incorporación a esta lid aportó una lanza más poderosa y eficaz que las de ninguno de sus predecesores, hasta el punto de que, a decir verdad, bien merece en muchos aspectos ser considerado como un modelo para todos los escritores, al menos para los autores de verdaderos libros, por su capacidad para lograr captar tan profundamente todos los aspectos de esta cuestión; por su dialéctica ampliamente esclarecedora, que no olvidaba ninguna de las facetas del problema, incluso aquellas que pudieran parecer contradictorias; por aplicar, al propio tiempo, el más profundo conocimiento de las ciencias comparando, compilando y uniendo, implorando, tomando prestado y robando, si era preciso, según avanzaba, todo cuanto había sido escrito o discutido sobre el particular en las escuelas o en los pórticos de los eruditos. De todo lo cual resulta que no sólo puede considerarse a Slawkenbergius y a su libro como un canon, sino también como un digesto cabal y bien urdido; como una especie de instituciones básicas en materia de narices, comprensivas de cuanto es, ha sido o pueda ser conocido sobre el tema. Por eso, me abstengo de hablar de tantos (por otra parte valiosos) libros y tratados de la colección de mi padre escritos ex- profeso sobre la cuestión de las narices o relacionados de algún modo con ellas. Así, por ejemplo, de Prignitz que ahora tengo sobre la mesa junto a mí y en el que, con enorme erudición y del modo más académico y desapasionado, se recoge el examen de cuatrocientos cráneos diferentes procedentes de veinte osarios de Silesia, donde el autor investigó, informándonos de que las medidas y la configuración de la parte ósea de las narices en una región concreta del país —a diferencia de la Crimea tártara, donde todas se encuentran aplastadas por el manejo inadecuado y sin que se pudiera sacar nada en claro— denotan una similitud sorprendente, siendo sus diferencias —dice el autor— puramente accidentales e inapreciables y sus contrastes, en tamaño y forma, achacables a sus partes musculosas y cartilaginosas, así como a todos esos canales y sinuosidades por donde circulan la sangre y los «espíritus animales» o fluidos vitales propulsados por el calor de la imaginación, que no es sino su consecuencia (poniendo así en tela de juicio el caso de los imbéciles, de los que Prignitz que habitó en Turquía muchos años sostiene la teoría de que están bajo la inmediata tutela del cielo). Y así sucede necesariamente, concluye Prignitz, que la calidad de la nariz se encuentra en proporción directa a la imaginación de su poseedor.
Por la misma razón —contando con todo lo que Slawkenbergius recopila— no comparte las afirmaciones de Scroderus (Andrés), bien conocido de todos, quien se opuso violentamente a Prignitz probando a su manera, primero por lógica y luego por simple obstinación, que «Prignitz se encontraba en un completo error, puesto que no es la imaginación la que determina la nariz, sino ésta la que condiciona a la imaginación».
El erudito advierte en este razonamiento de Scroderus la presencia de un sofisma y, por su parte, Prignitz proclamó bien alto su ataque diciendo que Scroderus se había limitado a alterar los términos de su propia tesis. Lo cual no impidió que éste siguiera firme en sus trece.
Mi padre mantenía en su interior una equilibrada lucha sin decidir aún quién se alzaría con la razón, hasta que Ambrosio Paraeus lo decidió por él en cierto momento, haciéndole superar ambas posturas de Prignitz y de Scroderus y sacando a mi padre de su perplejidad.
La cosa fue así.
(Al relatar esto no pretendo dar ninguna lección al lector erudito. Me limito a mostrarle que el hecho me es conocido.)
Lo cierto es que Ambrosio Paraeus, que era protocirujano real y que le arregló la nariz a Francisco IX de Francia ganando gran consideración por su parte, que vino a añadirse a la que ya le profesaban los dos monarcas precedentes y la que le otorgaron los dos siguientes (no sé exactamente quiénes eran) y que —salvo el patinazo que sufrió con motivo de la historia de las narices de Taliacotius² y de su método de fijación— era respetado por todos y considerado por el gremio médico de la época como el más versado en la materia. Pues bien, fue la opinión de Ambrosio Paraeus les decía la que convenció a mi padre de que la causa verdadera y real de lo que tanta atención había atraído y a la que tanto tiempo dedicaron inútilmente Prignitz y Scroderus, no era lo que ellos defendían sino que el tamaño y la calidad de la nariz se debían simplemente a la turgencia o a la flacidez del pecho de la nodriza, del mismo modo que la pequeñez y planitud de las narices chatas respondía a la firmeza y elasticidad del propio órgano de nutrición en un ser sano y robusto; lo cual, aunque pudiese resultar bueno para la mujer, era fatal para el niño, ya que, de esta forma, su nariz se aplastaba, constreñía, comprimía y refrigeraba tanto que nunca podía llegar ad mesuram suam legitimam (a su legítimo tamaño). En el caso de flaccidez y blandura del pecho de la nodriza o de la madre, por el contrario, al hundirse en él la nariz, dice Paraeus, como si fuese mantequilla, ese órgano se encuentra más a gusto, nutrido, aplomado, arregostado y en las mejores condiciones para su crecimiento ininterrumpido.³
Solamente me cabe hacerle dos observaciones a Paraeus. La primera: que prueba y explica todo con la mayor honestidad y decoro de expresión, razón por la que hago votos por que su alma descanse siempre en paz.
[...]
Slawkenbergius en cada una de sus páginas encerraba para mi padre un verdadero tesoro de inagotables conocimientos. Por dondequiera que lo abriera, siempre hallaba una enseñanza y, con frecuencia, al cerrar el libro solía decir que si todas las artes y las letras junto con los libros que de ellas tratasen llegaran a desaparecer, perdiéndose de repente las ideas políticas y las máximas de los gobernantes, así como lo que los estadistas escribieron o inspiraron sobre lo que en cortes y reinos débiles o poderosos se escribiera; aunque sólo quedara Slawkenbergius, el mundo podría volvera a andar. ¿Era o no un tesoro? Era como las instituciones de todo lo necesario para el conocimiento de las narices o de cualquier otra cuestión. A cualquier hora, en maitines, al ángelus o en las vísperas. Slawkenbergius siempre representaba distracción y solaz. Siempre estaba al alcance de su mano (puede usted jurarlo, señor mío) como si fuera un libro de cánones o de oraciones. Así estaba de sobado y manoseado, contrito y atrito con señales de dedos por doquier.
No soy yo un fanático de Slawkenbergius como lo era mi padre. No niego que algo tiene, sin duda. Pero en mi opinión, lo mejor —no digo lo más aprovechable—, lo más entretenido de él son sus cuentos. Y teniendo en cuenta que el autor era alemán —pueblo al que generalmente se reprocha su falta de imaginación— haber escrito tales volúmenes —hasta diez décadas de diez cuentos cada una— significaba ya bastante. Pero la filosofía no se escribe como los cuentos y por eso fue un error que Slawkenbergius los lanzara al mundo con esa pretensión. Entre ellos, existen algunos como la octava, novena y décima décadas que, en mi opinión, son más caprichosos y arbitrarios que especulativos. En general merecen, sin embargo, ser leídos con atención por los eruditos, como un detalle más que añadir a los hechos concretos y sistematizados contenidos en este libro en torno al tema central de la fiel contemplación de la cuestión doctrinal de las narices.
Los cuentos que incluye de Nasis y de los que tenemos noticias son:
I. SLAWKENBEKGII FABELLA⁴: sobre un forastero de prominente nariz que llega Estrasburgo y causa un revuelo tal que la ciudad cae a manos de los franceses.
II. Los amores de Diego y Julia.
[The life and opinions of Tristram Shandy gentleman, Laurence Sterne].
¹ Prignitz y Scroderus, como Hafen Slawkenbergius, son nombres sin duda inventados por Sterne: Prignitz podría ser una combinación de la palabra inglesa prig (presuntuoso, pisaverde) y la francesa nez (nariz); Scroderus podría ser un derivado de scrotum (escroto); en cuanto a Hafen Slawkenbergius, en alemán coloquial hafen quiere decir orinal, y schlaekenberg, en el mismo idioma, significa montón de escoria o de excrementos.
² Taliacotius es Gasparo Tagliacozzi (1546-1599), cirujano italiano de Bolonia, célebre por sus reparaciones de narices heridas, a las que trasplantaba piel de los brazos; al parecer, el error cometido por Paré fue decir que lo que Tagliacozzi trasplantaba era carne o músculo, en vez de piel.
³ El párrafo se encuentra, casi literalmente, en Rabelais, libro I, cap. cuadragésimo; el Hermano Juan explica así el tamaño de su nariz: «Según la verdadera filosofía monástica, es porque mi nodriza tenía las tetas gordas y blandas, y al mamar las hundía allí como en manteca, y así se expansionaban y crecían como la pasta en la amasadera. Las tetas duras de las nodrizas hacen a los niños chatos». (Traducción de Eduardo Barriobero y Heran). Al citar a Ponocrates y Grandgousier, el mentor y el padre de Gargantúa, al final de este mismo capítulo, Sterne apunta hacia su fuente.
⁴ Dado que existen contadísimos ejemplares del de Nasis de Hafen Slawkenbergius, creo que al lector culto no le importará echar un vistazo a unas cuantas páginas del original; la única observación que haré al respecto es que el latín del autor es mucho más conciso en sus cuentos que en su filosofía—y que en aquéllos es, además, más latino.
• Dissertation simply upon the word Tristram [Disertación acerca de la palabra Tristram], por Walter Shandy, que versaba única, exclusiva y explícitamente sobre la palabra Tristram, —en la que (el autor) exponía al mundo, con gran sinceridad y modestia, los fundamentos de su inconmensurable odio por este nombre aborrecible. [The life and opinions of Tristram Shandy gentleman, Laurence Sterne].
E
• los Estados e imperios del Sol, con el añadido de la Historia de la Centella, cuyo autor no es mencionado, pero que son traducidos a la lengua musical de los selenitas por el daimon de Sócrates. Se trata de dos audiolibros avant la lettre que, presumiblemente, versan sobre los helionitas. Su portada «sólo parecía una monstruosa perla partida en dos», i. e. una caja, que «al abrir la, encontré adentro algo de metal parecido a nuestros relojes, lleno de no sé qué resortitos y de máquinas imperceptibles. En realidad, se trata de un libro, pero un libro milagroso que no tiene folios ni caracteres; es, pues, un libro en el que, para aprender, no sirven los ojos; sólo se necesitan los oídos. Así, cuando alguien desea leer, pone tensa, como una gran cantidad de todo tipo de pequeños nervios, esta máquina, luego hace girar la aguja en el capítulo que quiere escuchar, y al mismo tiempo salen de el como de la boca de un hombre, o de un instrumento de música, todos los sonidos distintos y diferentes que sirven, entre los grandes de la luna, para expresar el lenguaje» [El otro mundo: Los estados e imperios de la luna, Cyrano de Bergerac].
F
•
G
• Gran obra de los filósofos, también traducido por el demonio de Sócrates y cuyo autor no está esclarecido pero del que se asegura que es «uno de los más sólidos espíritus del sol»; sobre el contenido, sabemos que: «En el, prueba que todas las cosas son verdaderas, y expone la manera de unir físicamente las verdades de cada contradicción, como por ejemplo que el blanco es negro y que el negro es blanco; que se puede ser y no ser al mismo tiempo; que puede haber una montaña sin valle, que la nada es algo, y que todas las cosas que existen no existen. Pero observe que prueba todas estas paradojas inauditas sin ninguna razón capciosa o sofística». Su portada «estaba cortada en un solo diamante, sin comparación más brillante que los nuestros». Su poseedor Dyrcona nos dice: «Cuando he reflexionado después sobre esta milagrosa invención para hacer libros, ya no me sorprende ver que los jóvenes de ese país poseían más conocimientos a los dieciséis y dieciocho años que las barbas grises del nuestro; pues, al saber leer en cuanto hablan, nunca están sin lectura; en su habitación, en el paseo, en la ciudad, de viaje, pueden llevar en el bolsillo, o colgados del cinturón, una treintena de esos libros de los que sólo tienen que tensar un resorte para oír un capítulo nada más, o bien varios, si están de humor para escuchar todo un libro: así, puede usted tener eternamente a su alcance a todos los grandes hombres muertos y vivos que le platican de viva voz. El examen de esos libros que me habían regalado me ocupó más de una hora; finalmente, después de colgármelos como aretes» [El otro mundo: Los estados e imperios de la luna, Cyrano de Bergerac].
H
• Historia universal, por el profesor Killaloe. Obra que propone analizar la historia de la humanidad desde el presente (lo conocido) hacia el pasado (lo desconocido); argumentando que «el primer capítulo de toda historia, debe estar siempre constituido por las últimas noticias, y el último de toda historia universal bien hecha no puede ser más que el relato de la Creación». La idea del profesor Killaloe es que el alcance de una ecuación no se entiende sólo por su resultado; el desarrollo presenta la identidad específica de sus variables que cobran una cualidad de contrastes sin llegar a serlo. En otras palabras, se estudian los efectos desde sus causas; y los hombres desde el momento de su muerte como un recuento de los hechos [Gog, Giovanni Papini].
K
• Karl Strickland: sein Leben und seine Kunst [Su vida y su arte] por Hugo Weitbrecht-Rotholz, publicada por Schwingel and Hansch en Leipzig en 1914. Una «imponente monografía» que «nos presentó un notable lista de autoridades» respecto a la figura del genial pintor inglés. Respecto al autor sabemos que «el doctor Weitbrecht-Rotholz pertenece a la escuela de historiadores que creen que la naturaleza humana no sólo es tan mala como parece, sino mucho peor»; por lo demás, la obra poseé un facsimil de una carta de Strickland donde el pintor se refiere a su mujer en estos términos: «¡Maldita sea mi esposa! Es una excelente mujer. ¡Qué se vaya al diablo!». Esta obra quimera es una mordaz burla contra el conde alemán Harry Kessler (conocido por el mote de Conde rojo), quién dirigía una editorial llamada Cranach Press y que había sido la primera en publicar una biografía sobre Gauguin. Kessler tenía la intención de hacer de Weimar un nuevo centro de la ilustración intelectual por lo que el chiste en esta obra está en los siguientes detalles: el nombre del autor significa "brillante en mente y espíritu" en referencia al proyecto de Kessler, mientras que el apellido Weitbrecht es "amplia luz", reforzando la idea anterior. Ahora bien Rotholz es "madera roja" con lo que el autor alude a su mote de conde rojo, mientras que "madera" es un slag para "erección." Por otro lado el nombre de la editorial significa "palito", otro slag para referirse al pene y un acto coital, mientras que "Hansch" es la referencia al nombre más común en Alemania, "Hans"; todo este enmascarado juego de palabras es a propósito del sonado caso de la escultura que Kessler le encargó al escultor francés Aristide Maillol, un desnudo de su amante el ciclista Gaston Colin y la polémica que suscitó [La luna y seis peniques, William Somerset Maugham].
L
• las Libreas, De, por un autor del que desconocemos el nombre. Se trata de una obra «donde [se] pinta[n] setecientas y tres libreas, con sus colores, motes y cifras¹, de donde [se] podían sacar y tomar las que quisiesen en tiempo de fiestas y regocijos los caballeros cortesanos, sin andarlas mendigando de nadie, ni lambicando (destilando), como dicen, el cerbelo (cerebro), por sacarlas conformes a sus deseos e intenciones». Sólo sabemos que su autor se proponía con esta y otras dos obras «componer libros para dar a la estampa, todos de gran provecho y no menos entretenimiento para la república [...]. Porque doy al celoso, al desdeñado, al olvidado y al ausente las que les convienen, que les vendrán más justas que pecadoras²». [El Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra].
¹ Las libreas (‘trajes que se vestían en las fiestas cortesanas’) eran de colores, que tenían un valor simbólico, y llevaban motes (‘versillos alusivos’) y cifras (‘dibujos alegóricos’), que a veces había que descifrar como jeroglíficos.
² justas: ‘apropiadas, pintiparadas’ para los que están celosos, olvidados, etc., que eran situaciones tópicas de los amantes literarios; se juega con el refrán «Pagar justos por pecadores» y con justas caballerescas.
M
• Mariana, novela publicada por Barnaby donde se retrata la villanía de Mariana, la amante del autor. Su antiguo marido develó la vileza definitiva de Mariana, era una reaccionaria, se casó con él para espiar a las fuerzas de izquierda y merced a sus acciones nefandas se perdieron muchas causas nobles. Su nombre sólo evocaba víctimas inocentes y la carrera política, impecable y limpia de su marido se vio manchada por ella. La pequeña Mariana había puesto en peligro a la revolución mundial. Augusto estaba deshecho. ¿De qué servían sus innumerables sacrificios a la causa? Durante años había luchado por el triunfo de la Revolución de Octubre y su mujer había terminado con todo…
Pepe y yo escuchamos horrorizados y ambos decidimos que el nombre de mi antigua amiga era un nombre impronunciable. Únicamente Barnaby se atrevió a nombrarla por su nombre y publicó su libro titulado Mariana. La novela fue un éxito entre sus amigos, aunque la heroína no era nada grata. [Testimonios sobre Mariana, Elena Garro]
• Metamorfóseos, o Ovidio español, del mismo autor que “De las Libreas.” Se trata de una obra «de invención nueva y rara, porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Madalena, quién el Caño de Vecinguerra de Córdoba, quiénes los Toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés en Madrid, no olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora; y esto, con sus alegorías, metáforas y translaciones, de modo que alegran, suspenden y enseñan a un mismo punto¹» y también contiene los detalles sobre la aventura del Quijote en la cueva de Montesinos: «haber sabido lo que se encierra en esta cueva de Montesinos, con las mutaciones de Guadiana y de las lagunas de Ruidera, que me servirán para el Ovidio español que traigo entre manos». [El Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra].
¹ Cumplen de este modo con los tres requisitos de la retórica, correspondientes a los tres géneros (demostrativo, judicial y deliberativo): «delectare, movere et prodesse».
• Modern Artist: Notes on the Work of Charles Strickland, A [Un artista moderno: notas sobre el trabajo de Charles Stickland], por Edward Leggatt, miembro de la A. R. H. A., publicado por Martín Secker en 1917. Obra que «constituye un ejemplo delicioso de un estilo cultivado, por lo general, con menos acierto en Inglaterra que en Francia» y que se ocupa de hacer un buen esbozo crítico de la técnica y temas del pintor en cuestión (trasunto de Paul Gauguin). Es importante mencionar la función de sátira que tiene esta obra quimera; Leggatt existió en efecto, fue un comerciante de arte con posturas bastante conservadoras y opiniones duras contra las vanguardias estéticas como el impresionismo; por lo que resulta una ironía atribuirle una obra sobre un artista avant garde, el efecto se ve reforzado con el detalle del editor, pues Secker fue famoso por ocuparse de publicar autores de vanguardia, precisamente, como Kafka, Mann, Hesse y James [La luna y seis peniques, William Somerset Maugham].
P
• Philippicks against the eye [Filípica contra el ojo], obra inédita de Walter Shandy. En ella, el autor, elabora una de sus clásicas diatribas contra aquello que lo perturbaba: el poder enamorante del ojo. Incluye un verso de Robert Toute que reza:
“Es cosa del diablo y parece ésta una de sus obras como nunca hiciera pagano alguno, judío o turco.”
[The life and opinions of Tristram Shandy gentleman, Laurence Sterne].
S
• Strickland: The Man and his Work [El hombre y su obra], por Robert Strickland, hijo del pintor, publicado por Wm Heinmann en 1913. Obra que pretende «refutar ciertos errores muy difundidos» sobre la última época de la vida de su padre que «han causado un profundo dolor en las personas que todavía viven». Resulta más bien hagiográfica, con el objetivo de presentar una imagen descafeinada y pulcra del pintor. La obra fue bastante atacada y cuestionada sobre todo por el Doctor Weitbrecht-Rotholz, quien «llama hipocresía a sus pudibundos tapujos, a sus circunloquios los califica llanamente de mentiras, y de deslealtades a sus emociones» [La luna y seis peniques, William Somerset Maugham].
• Suplemento a Virgilio Polidoro, del mismo autor que “De las Libreas.” «Que trata de la invención de las cosas¹, que es de grande erudición y estudio, a causa que las cosas que se dejó de decir Polidoro de gran sustancia las averiguo yo y las declaro por gentil estilo. Olvidósele a Virgilio de declararnos quién fue el primero que tuvo catarro en el mundo, y el primero que tomó las unciones para curarse del morbo gálico², y yo lo declaro al pie de la letra, y lo autorizo con más de veinte y cinco autores, porque vea vuesa merced si he trabajado bien y si ha de ser útil el tal libro a todo el mundo», también comenta algo sobre la historia y ascendencia de los juegos de naipes gracias a la información proporcionada por Don Quijote: «entender la antigüedad de los naipes³, que por lo menos ya se usaban en tiempo del emperador Carlomagno, según puede colegirse de las palabras que vuesa merced dice que dijo Durandarte, cuando, al cabo de aquel grande espacio que estuvo hablando con él Montesinos, él despertó diciendo: «Paciencia y barajar»; y esta razón y modo de hablar no la pudo aprender encantado, sino cuando no lo estaba, en Francia y en tiempo del referido emperador Carlomagno, y esta averiguación me viene pintiparada para el otro libro que voy componiendo, que es Suplemento de Virgilio Polidoro en la invención de las antigüedades, y creo que en el suyo no se acordó de poner la de los naipes, como la pondré yo ahora, que será de mucha importancia, y más alegando autor tan grave y tan verdadero como es el señor Durandarte. La cuarta es haber sabido con certidumbre el nacimiento del río Guadiana, hasta ahora ignorado de las gentes»
¹ El libro (1499) que el autor desconocido completa lo tradujo al castellano Francisco Thámara con el título Libro de Polidoro Virgilio que tracta de la invención y principio de todas las cosas (Amberes, 1550), y posteriormente (1584) se editó en la Península la versión de Vicente de Millis Godínez. Sufrió variadas imitaciones y prolongaciones, y de él sacaron datos, confesándolo o no, multitud de escritores y predicadores del Siglo de Oro.
² ‘sífilis’; se medicaba con unciones: ‘pomada de un compuesto de mercurio’. El nombre primitivo de la sífilis, plaga en aquel tiempo, se refirió en cada lengua europea a distintos países, de donde se la creía originaria.
³ En la época de Cervantes habían tratado de la invención de los naipes Luque Fajardo, en su Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos, y Juan de la Cueva en el poema «De los inventores de las cosas», pero ni Cervantes ni Lope se refirieron nunca a este poeta y autor teatral.
T
• Teatro del Globo, su descripción, sus autores., El. (también traducido del alemán como: Historia del teatro Globe, su descripción, sus autores). Autor desconocido. Supuesta obra en dos tomos que estudia a los autores isabelinos (William Shakespeare en especial) en torno al célebre teatro Globe, Inglaterra. [La confusión de sentimientos, Stefan Zweig]
• Travels by Smelfungus. Obra que recoge las impresiones de T. Smelfungus durante sus viajes por Europa, que en opinión del reverendo Yorick “The learned SMELFUNGUS travelled from Boulogne to Paris— from Paris to Rome—and so on—but he set out with the spleen and jaundice, and every object he pass’d by was discoloured or distorted— He wrote an account of them, but ’twas nothing but the account of his miserable feelings. I met Smelfungus in the grand portico of the Pantheon—he was just coming out of it— ’Tis nothing but a huge cock-pit, had said nothing worse of the Venus of Medicis, replied I—for in passing through Florence, I had heard he had fallen foul upon the goddess, and used her worse than a common strumpet, without the least provocation in nature. I popp’d upon Smelfungus again at Turin, in his return home; and a sad tale of sorrowful adventures had he to tell, “wherein he spoke of moving accidents by flood and field, and of the cannibals which each other eat: the Anthropophagi" —he had been flea’d alive, and bedevil’d, and used worse than St. Bartholomew, at every stage he had come at—” (El sabio Smelfungus viajó de Bolonia a París, de París a Roma, y luego a otras partes. ¡Ay! Pero como estaba ictérico y melancólico, todo le aparecía descolorido y hasta monstruoso. Y escribió un relato de su viaje, que no era más que el relato de sus lamentables sentimientos. Yo me encontré un día con Smelfungus en el pórtico del Panteón. Él salía en ese momento: —Ya ve usted —me dijo—. Esto no es más que una inmensa plaza de gallos. —¡Ojalá no hubiera usted tratado peor a la Venus de Médicis! le dije por única respuesta. Porque en Florencia averigüé que se había enfurecido al ver a la diosa, y la había tratado de miserable ramera, sin que mediara provocación alguna de la diosa. En Turín volví a topar con Smelfungus, que regresaba a la patria. Me hizo un espantoso relato de sus espantosas aventuras: accidentes de locomoción en tierra y en agua, caníbales que se devoran unos a otros, o sea antropófagos. A él lo habían torturado y desollado vivo, y en todas las posadas maltratado más que al propio San Bartolomé) [Viaje sentimental por Francia e Italia, Laurence Sterne].
• Tristra-pædia / Tristrampedia. Trabajo pedagógico de Walter Shandy. Luego del sentido fallecimiento del primogénito de Walter, este, siguiendo el ejemplo de Jenofonte, [se puso a] escribir [un] método educativo para [su segundo hijo]. Para ello recurriría en primer lugar a sus propios pensamientos desperdigados; a consejos; a ideas; luego los mezclaría ordenadamente hasta formar un cuerpo de INSTITUCIONES que reglamentasen [la] niñez y adolescencia. Tejió hilo a hilo sacándose [la ciencia] de la sesera o tejiendo y entretejiendo lo que los demás habían tejido antes de él, que para el caso venía a significar la misma tortura que él. Por espacio de unos tres años o poco más [...] siguió progresando en su trabajo. Como todos los demás escritores tuvo sus desengaños. Pensó que sería capaz de reducir todo lo que tuviera que decir a una escala tan pequeña que cuando terminase y lo encuadernase podría meterse en el costurero de su mujer. Pero las cosas se complican siempre. No hay nadie que pueda decir: ¡Hala!, voy a escribir un duodécimo, como si tal cosa. Las primeras treinta páginas [...] son un poco áridas; y [...] no guardan excesiva relación con el tema de la obra [...]: constituyen una introducción a modo de prefacio [...] o un prefacio a modo de introducción (pues no estoy muy seguro de cómo llamarlo) acerca del gobierno político o civil; y fue el hecho de que se pusieran sus primeros cimientos con la originaria unión entre varón y hembra para procreación de la especie. El segundo capítulo versa sobre la salud y se concreta en esta sentencia: ‘El secreto de la salud reside en la debida y equilibrada lucha por el poder entre el calor radical y el húmedo radical, y por ello——.’ El tercer capítulo habla de los Verbos Auxiliares, que constituye[n] al mismo tiempo el medio de que la propia alma pueda desenvolverse con los materiales que se le aportan, y por la propia versatilidad instrumental suya, lo dúctil y maleable de su empleo, medio idóneo para abrir nuevos senderos a la investigación y hacer que de cada idea se puedan engendrar millones de otras nuevas. [The life and opinions of Tristram Shandy, gentleman, Laurence Sterne].
• Toxicology of Erskine, edited by Sir Mathew Reid, the President of the Royal College of Physicians, and one of the oldest members of the Buckingham. “El tomo segundo de Erskine tenía una completa e interesantísima descripción de las propiedades de la aconitina, en un inglés transparente y purísimo.” Invaluable obra que Lord Arthur Savile consulta para buscar un veneno eficiente con el cual asesinar a su tía Clementina Beauchamp. [El crimen de Lord Arthur Savile, Oscar Wilde].
V
• Vida de Ginés de Pasamonte, La. Autobiografía de Maese Pedro a. k. a Ginesillo de Parapilla. De él dice su autor que «Es tan bueno, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé (usted) es que trata verdades y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen». Es una obra inconclusa: «¿Cómo puede estar acabado, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras». Sabemos que el autor tenía la pretensión de terminarla mientras cumplía su sentencia: «y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir y en las galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro (de memoria)». El autor se estima como gente hábil, aunque él agrega sobre esto que: es «[...] desdichado, porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio». [El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra].
• Vida de Sócrates. Obra inédita de Walter Shandy. Como primera obra había que reconocer que nadie se había lanzado con tanto velamen a las letras y con tan procelosa marea de heróica sublimidad como [Walter] en esta ocasión. No hubo frase de la oración de Sócrates que concluyera con una palabra más corta que transmigración o aniquilamiento, ni pensamiento en ella inferior al de ser o no ser, o la entrada en un nuevo y no experimentado estado de cosas, o un largo, profundo y pacífico sueño, sin pesadillas ni sobresaltos [The life and opinions of Tristram Shandy gentleman, Laurence Sterne].
No hay comentarios.:
Publicar un comentario