miércoles, 9 de diciembre de 2020

La Quimera que no era Quimera

Pocas obras han sido tan significativas para mí como Movimiento Perpetuo de Augusto Monterroso; y hasta ahora me doy cuenta. Su influencia ha sido tan sutil que sólo cuando sumo las veces que he consultado sus páginas veo lo constante que es su presencia en mi blog, y en mis ideas. Digo esto como apunte marginal, porque ahora que estaba pensando en cómo empezar a redactar esta entrada, y que justo me acordé de Borges, me saltó a la memoria Monterroso y su texto Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges. Por supuesto es un digno ejercicio de admiración hacia la obra del Rioplatense y rescato esta anécdota —que sospecho fue ideada a la medida—:

Un amigo mío llegó a desorientarse en tal forma con «El jardín de los senderos que se bifurcan», que me confesó que lo que más lo seducía de «La biblioteca de Babel», incluído allí, era el rasgo de ingenio que significaba el epígrafe, tomado de la «Anatomía de la melancolía», libro según él a todas luces apócrifo. Cuando le mostré el volumen de Burton y creí probarle que lo inventado era lo demás, optó desde ese momento por creerlo todo, o nada en absoluto, no recuerdo.

Tito cierra el texto con una lista de 10 cosas que considera benéficas y maléficas del contacto con Borges. No creo ser el primero en arriesgarse a sumar algo al decágolo. Yo agregaría: 11. Se vuelve uno maníaco, escéptico, cauto, incrédulo, nervioso, cuidadoso, suspicaz, etc... (Maniqueo).
Y es que cualquier lector más o menos curioso —o neurótico— de Borges que revise, por ejemplo, El Zahir y se tope con la seductora referencia de un libro como el Urkunden zur Geschichte der Zahirsage (Documentos y leyendas sobre el Zahir) de un imposible Julius Barlach [quien se propuso «reunir en un sólo volumen en manuable octavo mayor todos los documentos que se refieren a la superstición del Zahir, incluso cuatro piezas pertenecientes al archivo de Habitch y el manuscrito original del informe de Philip Meadows Taylor»]; seguramente sentirá la urgente necesidad de consultar una bibliografía de ese calibre.
El cuento de Borges apareció en 1947 en una revista y luego en 1949 ya en los folios de un libro. Desconozco que tan fácil era comprobar si un libro citado por un escritor erudito en efecto existía. Pero no creo que sea un desatino afirmar que no era tarea fácil. Aún hoy, en plena época de revoluciones tecnológicas es muy difícil dar con la información y que, además, esa información sea real (*). Respecto a lo que decía: el libro de Barlach no existe.
Borges no ha sido el único en hacer este tipo de juego literario; incluso en el prólogo de Ficciones menciona algunos de sus antecedentes: «Carlyle en Sartor Resartus, así Butler en The Fair Haven...». A estos dos podemos sumar a Rabelais que repasa varios libros quimera (1) en su Gargantua y Pantagruel o John Donne y su Catalogus Librorum aulicorum incomparabilum et non vendibilum. Podemos tambíen hallar formidables ejemplos en Conrad, Lem, Aub o hasta el novelista de ciencia ficción Wyndham.
Con tanto apócrifo acechando a la vuelta de cualquier página, de cualquier literatura, uno se vuelve precavido —o paranoico—. Y a cada referencia bibliográfica sospechosa se corre a buscar sí el libro existe o es pura fábula.
Muchos de los libros quimera son ornamentales, como el caso del Urkunden zur Geschichte der Zahirsage de Borges, que a penas si comenta en El Zahir, como de pasada, hablando descuidadamente de algo que parece que todos deberíamos conocer; otro tanto pasa, por ejemplo con los 50 años de desgobierno, la historia de las iniquidades políticas de la nación imaginaria de Costaguana, en la novela Nostromo de Conrad... Podría seguir, pero éste no es el propósito de la entrada.
Hay libros quimera que sí constituyen un elemento activo de la narración, ya sea un poco marginalmente como The Repetances en Las Crisálidas de Wyndham, que es un libro que determina todo el pensamiento de sus personajes; y los hay que son el centro de la acción, como Vacío Perfecto de Lem, donde el autor comenta libros imposibles.
Entrando en materia, después del largo prolegómeno: una de las cualidades principales de estos libros quimera es la posibilidad contradictoria de que pretendan ser tan reales que pasen desapercibidos o que aspiren a ser tan exóticos que sea fácil descubrir su embuste. Esto último pensé de dos libros que son la quimera que no era quimera.
El primero de ellos es El himen en México del Dr. Francisco A. Flores, comentado detalladamente por Arreola. El tema del libro ya se antoja excéntrico —comprendería a cualquiera que al leer este cuento(?) lo tomara como una humorada de Arreola—. Se nos dice que el librito es de 1885, que tiene 99 páginas, que no presenta erratas, detalles del impresor (dirección), dieciséis laminas ilustrativas y detalles académicos del autor; todo muy puntual y a pesar de su buena voluntad y honestidad, el lector sensato no haría más que aumentar su incredulidad y escepticismo sobre la, en efecto, existencia del singular volúmen.
Para aumentar el efecto de existencia del libro, se habla de su contenido inicial: una breve historia de la vagina, la virginidad, y el himen. Deteniéndose en Lecrerc de Buffon, uno de los Naturalistas más insignes de las ciencias biológicas. Sigue con cuestiones de tecnicismos y principia a hablar sobre uno de los tipos de himenes más comunes en México.
El serio estudio tiene pretensiones de establecer un método, que a partir de la reconstrucción de los himenes profanados pretende averiguar si su ruptura consiste con una violación o un consentimiento. El autor logra esta hazaña recurriendo a una serie de ecuaciones físicas de carácter mecánico que establece con la ayuda de un ingeniero. Arreola cita al pie de la letra las fórmulas que calculan el tiempo-fuerza-trabajo necesarios para poder romper un himen según su tipo y morfología.
El texto se va por derroteros difíciles de seguir —comenta Arreola—, luego vuelve a la carga con un llamado a la protección y estudio del himen, incluso, en un descaro de imaginación, Flores propone crear el Instituto Nacional del Himen. Nuestro autor cita a una serie de interesados, colegas, discípulos y amigos que colaboraron en el dossier del eminente Himenólogo. Se describen las potenciales actividades de dicha institución, como levantar estadísticas sobre los himenes de toda mujer desde su nacimiento o entregar certificados con detalles sobre el proceso de ruptura ideal del himen a los futuros cónyuges.
Se menciona superficialmente al sexólogo francés Marcel Tardieu y se pasa revista de las aportaciones más significativas de Flores, incluyendo un himen descrito sólo por él, mismo que recibe su nombre. El texto acaba.
Recomiendo leer a la brevedad el comentario-cuento que Arreola hace del libro de Flores
Ahora, bien. Este texto es extraño en la literatura de nuestro autor, pues, si bien es uno de los más grandes representante de la escritura de la imaginación, no volvió a repetir la hazaña —como Borges, que usa y abusa el recurso—; este es su único libro quimera. Creo que leído así, sin más, como ya he dicho, uno piensa de inmediato en una farsa muy bien montada, una transmisión de radio a la Orwell que engaña y pasa la página. Pero cuál va siendo mi sorpresa cuando hace algún tiempo uno de mis contactos en facebook comparte la foto de un ejemplar de El himen en México. Por supuesto me lance a la búsqueda de una explicación y, resulta que, en efecto, ¡el libro existe! incluso en 2006 se reeditó y se puede conseguir con relativa facilidad.
Mi sorpresa fue mayúscula, hubiera jurado con mi vida que todo fue un embuste, uno muy bien tramado. 
Casi al tiempo en que me enteré de la existencia de dicho libro, estaba leyendo La sinagoga de los iconoclastas de Juan Rodolfo Wilcock; otro de esos libros que —como diría el buen Alejandro Barrón— son rompedores.
Esta colección de biografías, unas apócrifas, otras no, de este polígrafo argentino también contiene muchos libros quimera: estudios sobre la correlación luz-pureza y ruido/sonido-pecado; una novela pornográfica hecha a partir de un diccionario, montones de folletines prometiendo la inmortalidad, obras de teatro basadas en las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein y otras excentricidades.
Me repito: Borges lo vuelve a uno maníaco... —al menos a mí—. Busqué con cuidado separar la verdad de la farsa y ¡sorpresa! Wilcock también reseña otro formidable, e imposible, e increíble, e imprevisible libro llamado La Civilización Neolítica de A. de Paniagua.
La biografía de Wilcock comienza así:

Discípulo de Elisée Reclus y amigo de Onésime Reclus, A. de Paniagua escribió «La civilización neolítica» para demostrar que la raza francesa es negra de origen y procede de la India Meridional; lo que no excluye que más antiguamente proviniera de Australia, dados los vínculos lingüísticos que según Trombetti comunican al dravídico con el australiano primitivo. Esos negros eran propensos a constantes migraciones; su primer tótem era el perro, como indica la raíz «kur», y por ello se llamaban kuretos.

Con semejante despliegue de imaginación: una tesis extraña deducida de consecuencias lingüísticas, la mención de Alfredo Trombetti (lingüista italinao, mundialmente reconocido por sus aportaciones al estudio de la evolución de los idiomas) y los Reclus (Onésime y Elisée, intelectuales franceses; geógrafos de profesión, el segundo fue miembro destacado de los movimientos anarquistas de su época) y el poco convincente nombre de Paniagua (¿será?); uno ya esta descalificando la posibilidad de que este autor y su obra puedan ser reales. La biografía continúa haciendo mención de los cada vez mas temerarios postulados de Paniagua: que si el clima cambio el color de estos franceses negros primigenios; que si todos los lugares donde se acentaron llevan en sus nombres las partículas kor y kur, referentes a sus tótems, el gallo y el perro; que si una enrevesada etimología explica que el nombre de Italia significa país de los perros lamedores; y otras excentricidades.
El texto es breve y cierra magistralmente con los datos exactos de año y la casa editorial que tuvo a bien publicar un volúmen como este; además, de informarnos sobre otros títulos de la colección. Después de esto, sería descabellado pensar que una obra así sea posible, eppur si muove, o existe. Contra todo pronóstico y en el lugar mental del nigroque simillima cygno, el libro se puede encontrar y descargar en internet.
Un corolario apropiado es que los libros que no existen, llenan un vacío con otro.

* Aprovecho para quejarme amargamente y en total fuera de lugar sobre un asunto que no viene al caso. En contexto, estoy realizando un trabajo de investigación sobre Literatura pianística para la mano izquierda sola y me lancé a consultar estadísticas sobre amputación del brazo, mano, o dedos izquierdos en México. Lo más que hallé fue un informe de la Academia Nacional de Medicina de 2015 —basado en la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de 2012. Me reservo el nombre de la doctora que realiza las tablas y demás estadísticas (pero, no será imposible consultarlas para cualquiera que tenga curiosidad con sólo googlear el nombre de la institución mencionada arriba y Los amputados: un reto para el estado) y sólo comento mi desason: en la tabla que refiere el número total de amputados contabilizados en el país dice que son: 14,472, de los cuales 12,155 perdieron una mano o uno o más dedos de alguno de sus brazos, y 3,066 perdieron la totalidad de alguno de sus brazos. Una suma rápida de las milésimas arrojaría más de 15k amputados y eso que ni siquiera estamos computando los datos de amputaciones en las extremidades inferiores. A menos que yo sea reverendamente obtuso y que mi capacidad de interpretación de una estadística con 4 variables y el total sea nula, creo que cualquiera puede notar que evidentemente los datos están mal; por más que revisé distintas formas de hacer cuadrar los datos, me tuve que rendir a la Navaja de Ockham: es decir, simple y sencillamente los datos están mal. Peor aún, cuando consulté la Encuesta de donde la doctora toma su referencia. No pude localizar ninguna estadística de amputaciones. Como decía arriba, y a propósito de la búsqueda de información, aún hoy, y con toda la tecnología que tenemos, no es tarea fácil.

1. Varios autores se han empeñado en llamar libros fantasma a estos textos inexistentes, pero se me antoja impreciso. Si bien el adjetivo fantasma si refiere a cosas que no existen —o cosas potenciales—; su significación principal es sobre cosas que fueron y dejaron de ser, del que sólo queda una esencia. Estos libros no son fantasmas; no fueron nunca ni son esencia de nada. Su existencia es desde el comienzo inexistente; son como fachadas sin estructura detrás. Por lo que es más lógico pensarlos como quimeras, cuya definición nos propone: algo que no es y sin embargo parece serlo.

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