martes, 6 de julio de 2021

Antología de cuentos sobre antropofagia: AS2. Anatema Antropófago (Pasajes bíblicos sobre antropofagia)

Antes que libro insignia de las religiones cristianas, la Biblia es literatura; una colección de obras que reúnen la historia y tradición de un pueblo, pero no propiamente desde su gente, su tiempo o su territorio, sino desde su fe. La tentativa bíblica de explicar y ordenar el mundo se divide en dos testamentos: el antiguo y el nuevo, que para fines prácticos, encuentran su coyuntura con Jesús. 
Podemos decir que hay notables diferencias temperamentales entre estas dos colecciones, siendo la más acusada que en los libros veterotestamentarios se nos presenta a un dios colérico, vengativo y violento —tal es así que a menudo recibe el epíteto de dios de los ejércitos—; mientras que en el nuevo testamento dios es amor (I Juan IV:8); clara oposición de su figura primordial. A mi parecer, el dios más interesante es el del antiguo testamento; un ser plagado de pasiones y contradicciones, más parecido a los celosos y egoístas dioses griegos que a su versión posterior. 
Este dios sombrío es quien propicia y dicta los desastrosos y funestos acontecimientos antecristianos: el diluvio universal (relato presente en casi todas las mitologías), la destrucción de la torre de Babel, de Sodoma y Gomorra, la esclavitud y posterior diaspora judía y toda suerte de guerras son la doble manifestación de su faz terrible, de la intención de redimir al género humano, pero sobretodo de la búsqueda de la purificación de su pueblo elegido, aún si ésta debe ser a través del fuego. 
Hablando de guerras, éstas son el marco de algunas de las historias más terribles jamás narradas. El conflicto bélico tiene la capacidad de subvertir la buena voluntad humana y llevarla al grado de cometer una nutrida gama de atrocidades, por ejemplo: la antropofagia; por lo que estos textos pertenece a la categoría de la Hambruna en la subcategoría de el Sitio. En cuanto a la cantidad de carne humana consumida, estamos frente a una auténtica masacre alimentaria. En la introducción general a esta antología atribuyo los Banquetes a los salvajes y este es el caso, pues el pueblo de Israel, ante el trance bélico, resulta ser una inopinada nación de salvajes, con la paradójica mentalidad de gente civilizada. Son, pues, un híbrido brutal de hombres convertidos en demonios por la necesidad, pero también de hombres constreñidos por el peso de sus pecados que, aún cometiendo los actos más desaforados y detestables, se purifican a los ojos de su dios y se aproximan a recibir su perdón.
Todos los pasajes que encontré guardan una especie de constancia narrativa que, a grandes rasgos, se concreta en dos condiciones: 
  1. La antropofagia es practicada como consecuencia del castigo divino (por este detalle, los textos no pertenecen a la categoría de lo Extraordinario, pues dios no ordena directamente que los hombres se devoren entre sí, antes, y como veremos, es algo que está terminantemente prohibido al género humano).
  2. Siempre es una consecuencia de la condición de una ciudad sitiada durante una guerra, aparentemente santa. No podemos hablar propiamente de canibalismo; pues quienes se ven obligados a consumir carne humana lo hacen con repugnancia y como último recurso para sobrevivir, pero jamás es una práctica cultural aceptada.
Los textos están ordenados sin atender una secuencia cronológica o causal; sino tratando de darle una continuidad a las 3 fases en cómo se desarrolla y concreta la antropofagia bíblica:
A. La amenaza del castigo: dios hace saber a los hombres (sobretodo a los infieles) que, si desoyen las disposiciones de su voluntad, él hará que sus ciudades sean sitiadas y, como consecuencia de ésto, que tengan que devorar el fruto de su vientre.” Promesa que va maliciosamente encaminada hacia las mujeres antes que a los hombres.
B. El anatema: es la maldición y vaticinio explícito contra alguna tribu israelita en específico. Una vez desobedecida la voluntad divina, las señales de dios le indican a su pueblo que sobre ellos se cernirá su ira, acompañada de las prometidas consecuencias funestas.
C. El cumplimiento de la maldición: mientras que la primera referencia es supuesta y la segunda contingente, ésta es la concreción del acto antropofágico que se aborda en pretérito.

Los puntos A y B parecen vagamente la misma cosa; pero tengo que hacer hincapié en que el caso de A está dirigido a los fieles en general, mientras que B está orientado a un grupo en particular; de allí la necesidad de hacer esta pertinente distinción.

Sobre los pasajes bíblicos
A. Tanto el libro del Levítico como el Deuteronomio pertenecen al Pentateuco, atribuídos a Moisés; es decir que ambos libros son de carácter jurídico y contienen los matices y las precisiones sobre las leyes y los ritos que el pueblo de Yavé (y, por extensión, la humanidad) debe guardar. En cuanto a la antropofagia, los pasajes presentados abordan el asunto de la promesa del castigo, continuación del tema de los beneficios de la obediencia, su contraparte (que huelga decir, no están incluidos). Cabe pensar que estas amenazas condicionan de algún modo la mentalidad del pueblo de Israel a propósito de los cercos y la hambruna, porque; un análisis sobre las causas y los efectos, nos haría suponer que, de verse ante el trance de una guerra y sitiados, los israelitas interpretarían el acontecimiento como una manifestación de justicia divina, lo que los llevaría a cometer el atroz acto de devorar el fruto de su vientre. Aunque esta idea sólo tiene validez pensando bajo el supuesto de la existencia de dios, en todo caso, ésta afirmación sobre la hambruna y recurrir a devorar la prole para sobrevivir, seguramente parte de las experiencias con la gran cantidad de guerras que debió sufrir el pueblo de Israel antes de su historia bíblica, de las que quizá ya no quedan memoria.
En Levítico se plantea la idea de la posibilidad de que el pueblo se arrepienta antes de que la tragedia sobrevenga; mientras que en Deuteronomio el texto carga hacia describir de forma mucho más gráfica y violenta las consecuencia de la desobediencia.
B. Los pasajes de este apartado pertenecen a los libros proféticos de Jeremías y Ezequiel que hablan de los vaticinios del asedio de Jerusalén a manos de los Caldeos en el 581 a. C. (aunque Jerusalén ya había sido sitiada por Nabucodonosor II en 597 a. C.), este hecho es capital para la historia precristiana del pueblo de Israel y tal es su trascendencia que, para los autores cristianos posteriores, terminó siendo un tópico literario, el de Jerusalén sitiada y liberada.
Jeremías es más explícito sobre los pecados de los israelitas, de entre los cuales el más grave es el de la idolatría hacia otras deidades paganas y los holocaustos ofrecidos a éstas, como es el caso del mencionado Baal. Ezequiel es más general y sólo atribuye la maldición a la corrupción del pueblo de Israel.
C. Los pasajes de esta última parte hablan de la antropofagia como algo que ya aconteció, merced a guerras, sitios y cercos de enemigos extranjeros enviados por intervención divina. El primero de ellos proviene del libro 2 Reyes y versa sobre el sitio de Samaria a manos de los Asirios. El profeta Eliseo —prototipo de Jesús— llegó a salvar un par de veces a la ciudad gracias a que gozaba del favor de dios, pero Samaria finalmente cae y el rey de ésta se ve interpelado por una mujer que cuenta la referencia más explícita sobre antropofagia en toda la Biblia. Lamentaciones y Baruc guardan continuidad con el libro de Jeremías, de hecho, el primero es frecuentemente atribuído a dicho profeta, aunque no siempre con evidencia muy convincente; en el caso de éste, se trata de una serie de cantos condolidos del testigo de la destrucción de Jerusalén que contrasta el antes con el después del asedio a manos de los Caldeos. En cuanto a Baruc, es un libro no siempre visto como canónico para algunas religiones cristianas, la mayor parte de su contenido no ofrece novedades significativas con respecto a los libros que le anteceden, pero es bueno tenerlo como última referencia sobre antropofagia en la Biblia, pues sintetiza de forma puntual la transición entre la amenaza, el anatema y el cumplimiento del castigo divino.

Sobre las (posibles) razones que explicarían el por qué la justicia divina viola las leyes de dios (o la paradoja de la redención por vías absolutas)
En el libro del Génesis, capitulo I, versículos 29 y 30, se nos dice que dios puso toda su creación a disposición del hombre; todo el vergel y cuantos animales habían, estarían destinados al sustento de éste. Podemos interpretar esto como la primera ley de todas cuando él mismo matiza en el siguiente capítulo, versículos 16 y 17, que el único alimento restringido para Adán y Eva, los fundadores de la estirpe humana, sería el fruto de los árboles de la vida y de la ciencia. Sabemos lo que pasó después: ellos incumplieron este mandato y fueron expulsados del Edén, a lo que dios agregó en el capítulo III, versículos 17 a 19, que Adán debería trabajar por su sustento todos los días de su vida, que le costaría el sudor su rostro
A medida que la historia bíblica avanza, la legislación celestial evoluciona y se cargan de nuevas restricciones y matices. En Génesis IX: 4 y 6 podría decirse que está la siguiente especialización que excluye al hombre de la dieta del hombre: (4) solamente os abstendréis de comer carne con su alma, es decir, su sangre; (6) el que derramare la sangre humana, por mano de hombre será derramada la suya; porque el hombre ha sido hecho a imagen de Dios. Aunque no se dice de modo explícito, se puede inferir que debido a la ascendencia celestial del hombre, su vida no debe ser tomada, ni su cuerpo consumido.  A propósito de la veda del consumo de sangre, también se hace hincapié en Levítico XVII:11, XIX:26 y en Deuteronomio XII:16. La sangre para el inveterado pueblo de Israel fue la quintaesencia de la vida, el lugar en el cuerpo donde se alojaba el alma; estaba consagrada sólo a dios, como decía, por su ascendencia divina, pero también porque consumirla para el sustento equivaldría a vulgarizarla y hacer que perdiese su naturaleza sagrada profanándola. Hay más precisiones sobre lo que está permitido en la dieta y lo que en definitiva está prohibido, pero, salvo por la antropofagia, la mayoría de éstas restricciones serían revocadas en el Nuevo Testamento por Jesucristo (Marcos VII:14-23 y Mateo XV:10-20).
Existe, entonces, una especie de jerarquía en los preceptos de dios, y si bien los diez mandamientos son el frontispicio, hay leyes anteriores y de mayor prominencia. Podríamos decir que estas leyes primordiales regulan el comportamiento del hombre en sí, son —lo que vamos a denominar— tabús; las leyes ulteriores, entonces, pretenden regular el comportamiento del hombre en sociedad. El problema de la justicia divina aparece cuando la cólera de dios se cierne sobre su pueblo en forma de un ejército enemigo cercando sus ciudades, pues como bien se viene mencionando, este asedió llevará a los israelitas a contravenir la ley elemental de no consumir carne humana. En rigor, este castigo hace de los culpables criminales mucho más despreciables a los ojos de dios de lo que ya lo eran. Entonces, ¿cómo podría ser justo el castigo, si su resultado criminaliza aún más a los culpables? En el fondo no hay una respuesta, porque ¿quién entiende los designios de dios? Solamente podemos limitarnos a especular partiendo del marco cerrado de la Biblia y los pasajes que puedan arrojar luz sobre esta contradicción.
Cuestionar si dios es justo o no sería inútil, puesto que la definición de dios implica necesariamente su naturaleza absolutamente benigna y por tanto justa, pese a todo. Pero, ¿con estas adversidades de guerras y hambres, dios quiere ajusticiar a su pueblo? No. En realidad no. Ninguno de los versículos paralelos a estos textos tratan a las maldiciones como escarmientos, dios no pretende hacer un ajuste de cuentas, puesto que en su infinita sapiencia es consciente de que no hay forma de deshacer lo que ya fue hecho, de modo que la justicia es más bien una quimera humana, un simulacro que pretende resarcir los daños que cometemos, olvidándonos de que, en efecto, el mal hecho es irreversible. En la Summa Theologiæ (1. 2. q. 100. art. 8), Santo Tomás habla sobre si las leyes del decálogo son dispensables, es decir que: ¿si uno rompiera uno de los diez mandamientos, dios podría perdonarlo?; el Santo concluye, simplemente, que no, puesto que dios al ser bondad pura no podría tolerar un acto de maldad y que al disculparlo, estaría aceptando tácitamente la maldad, cosa que entraría en conflicto con su definición original. Esta respuesta explicaría la naturaleza desmedida (desmedida en el sentido de que orilla a cometer nuevos crímenes, pues en varios momentos se deja en claro que la cólera de dios se cierne multiplicada setenta veces siete) del castigo divino; éste sería pura y llanamente castigo, sin intenciones de justicia, por lo que para dios, tanto da mentir como comer carne humana; no existe una jerarquía como la descrita líneas arriba. Dios es como aquellos burgueses en un cuento de Villiers de L'Isle-Adam, dispuestos a cortarle la mano a un niño por robar una manzana. También explicaría, al mismo tiempo, el origen de castigos que derivan en más iniquidad, puesto que dios es implacable. ¿Verdad que el antiguo testamento es terrible?
Pero hay más, dios deja a su pueblo al borde de la destrucción, pero no lo termina de destruir, y eso se debe a la supuesta bondad que tiene, o a que en realidad su justicia divina es un mecanismo de control moral; me explico: nuestra justicia ha probado las más de las veces que los criminales que pagan de forma equivalente por el mal que hacen, no suelen redimirse. Todo lo contrario, parece que van en pos de corromperse cada vez más; la estrategia de dios para evitar esta corrupción es una paradoja: terminar de corromper a los criminales, pero a un grado hiperbólico, ciertamente es un salto exponencial que un hombre pase de adorar dioses paganos a comerse a sus hijos (aunque, no nos engañemos, estos cultos paganos también son ejemplos insignes de atrocidades, como muestra el de Baal, que precisa de sacrificios de infantes). Cuando dios conduce a su pueblo hasta ese trance, no hace sino ponerlo en una situación desesperada, tanto como la de aquel niño al que le cercenan la mano por robar, a quien nunca más le van a quedar ganas de sustraer ni un grano de arroz. Dios no pretende castigar los crímenes pasados, sino evitar los futuros. Es una percepción desmedida de la justicia, pero podría ser efectiva. Insisto, explica por qué la cura es peor que la enfermedad.
Una última conjetura, no menos plausible, es: la perdida de la buena voluntad de dios. Los enemigos de los israelitas lo son con o sin intervención divina; quiero decir, Israel es el pueblo elegido, los favoritos siempre son objeto de envidias. En éste caso hablaríamos de un dios indiferente. El pueblo pecador cae de la gracia de dios y entonces se ve expuesto a las afrentas y acechanzas de sus enemigos. Cuanto les sucede en los asedios no es más que producto de la ausencia de dios y la falta de su protección. Cuando los centinelas faltan, las ciudades caen, dice un viejo verso. Obviemos los corolarios.

La sabiduría ancestral en la legislación celestial (o sustento empírico para los fenómenos sobrenaturales)
La razón por la que las primeras legislaciones son referentes a la alimentación se debe a que es más apremiante determinar lo correcto y lo incorrecto en esta materia que en la de la verdad y la mentira o la de la adoración y la idolatría; no se puede pensar en mentir o perjurar si uno no se provee primero el sustento; por esto, es menester que el ámbito de la alimentación sea ordenado y delimitado antes que nada, o como dice Mark Twain: Los principios no sirven de nada a menos que uno esté bien alimentado.
Los autores bíblicos no determinaron en sí los detalles de la dieta, sino que reflejan una sabiduría ancestral sobre lo que es benigno y lo que es perjudicial para el cuerpo; sus apreciaciones son el resultado de milenios de experiencia que hasta entonces había pasado de forma oral entre los pueblos y que, en la práctica es más fácil decir: “no comas esto o aquello porque dios lo prohíbe” que apelar a la milenaria y a veces incomprendida experiencia proverbial. Es el caso, por ejemplo, del ayuno; ha acompañado a la humanidad por milenios y es hasta ahora que gracias a los progresos científicos conocemos sus beneficios. Resulta que el ayuno estimula un proceso llamado autofagia celular; debido a la suspensión de ingesta de alimentos, el cuerpo se ve en la necesidad de echar mano de sí mismo para sustentarse, las células más jóvenes y fuertes devoran a las viejas y estimulan la generación de nuevas células. El cuerpo atraviesa un breve lapso de rejuvenecimiento y depuración; es claro que si el ayuno se prolonga por demasiado tiempo, la autofagia se torna nociva. El caso es que, la sabiduría ancestral sabía —válgame la redundancia— que el ayuno era positivo para el cuerpo, aunque no podía explicar exactamente por qué; del mismo modo, las legislaciones ancestrales tienen fundamentos símiles que son más fáciles —insisto— de explicar por la providencia a falta de evidencia.

A. Amenaza de castigo

Levítico XXVI : 23-29 / Consecuencias de la desobediencia
23 Si con tales castigos no os convertís a mí y seguís contra mí, 24 yo a mi vez marcharé contra vosotros y os rechazaré, y os heriré también yo siete veces más por vuestros pecados; 25 esgrimiré contra vosotros la espada vengadora de mi alianza; os refugiareís en vuestras ciudades, y yo mandaré en medio de vosotros la peste, y os entregaré en manos de vuestros enemigos, 26 quebrando todo vuestro sostén de pan; diez mujeres cocerán el pan en un solo horno, y lo darán tasado; comeréis y no os hartaréis.
27 Si todavía no me obedecéis y si seguís oponiendoos a mí, 28 yo me opondré a vosotros con furor y os castigaré siete veces más por vuestros pecados. 29 Comeréis las carnes de vuestros hijos; comeréis las carnes de vuestras hijas.

Deuteronomio XXVIII:47-57 / Bendiciones y maldiciones
47 Por no haber servido a Yavé alegre y de buen corazón, en abundancia de bienes, 48 habrás de servir en hambre, en sed, en desnudez y a la indigencia de todo a los enemigos que Yavé mandará contra ti; Él pondrá sobre tu cuello un yugo de hierro, hasta que te destruya. 49 Yavé hará venir contra ti, desde lejos, desde el cabo de la tierra, una nación que vuela como el águila, cuya lengua no conoces, 50 gente de feroz aspecto, que no tiene miramientos con el anciano ni perdona al niño, 51 que devorará las crías de tus ganados y el fruto de tu suelo, hasta que seas exterminado; no te dejará ni trigo, ni mosto, ni aceite, ni las crías de tus vacas y de tus ovejas hasta hacerte perecer. 52 Pondrá sitio a todas tus ciudades, hasta que caigan en tierra las altas y fuertes murallas en que habrás puesto tu confianza; te asediará en todas tus ciudades, en toda la tierra que Yavé, tu Dios, te habrá dado. 53 Comerás el fruto de tus entrañas, la carne de tus hijos y tus hijas, que Yavé, tu Dios, te habrá dado; tanta será la angustia y el hambre a que te reducirá tu enemigo. 54 El hombre de entre vosotros más delicado y más hecho al lujo mirará con malos ojos a su hermano, a la mujer que en su seno reposa y a los hijos que todavía le queden, 55 para no tener que dar a ninguno de ellos de la carne de sus hijos, que él se comerá, por no quedarle otra cosa que comer en el cerco y en la angustia a que te reducirá tu enemigo en todas tus ciudades. 56 La mujer de en medio de ti más delicada, la más hecha al lujo, demasiado blanda y delicada para probar a poner sobre el suelo la planta de su pie, mirará con malos ojos al marido que en su seno reposa, a su hijo y a su hija, 57 a las secundinas que salen de entre sus pies y al hijo que acabará de dar a luz; porque, faltos de todo, llegaréis hasta comer todo eso en secreto, tanta será la angustia y el hambre a que te reducirá el enemigo dentro de tu ciudades.

B. El anatema antropofágico

Jeremías 19:1-11 / La señal de la vasija rota
1 Así dice Yavé: Ve y cómprate una orza de barro y lleva contigo algunos de los ancianos del pueblo y de los sacerdotes. 2 y sal al valle de Ben-Hinmon, delante de la puerta de la Alfarería, y pronuncia allí las palabras que yo te diré. 3 Dirás, pues: Oíd la palabra de Yavé, reyes de Judá y habitantes de Jerusalén. Así dice Yavé de los ejércitos, Dios de Israel: He aquí que traeré sobre este lugar males que a cuantos los oigan les retiñirán los oídos, 4 por haberme dejado a mí y haber enajenado este lugar, ofreciendo incienso en él a dioses ajenos, que no conocían ni ellos, ni sus padres, ni los reyes de Judá, llenando este lugar de sangre de inocentes, 5 y edificando los altos lugares a Baal, para quemar sus propios hijos como holocausto a Baal, lo que yo no había mandado ni me había venido a la mente. 6 Por eso, he aquí que vendrán días—oráculo de Yavé—en que no se llamará ya a este lugar «Tufet» y «Valle de Ben-Hinmon», sino «Valle de la mortandad». 7 En este lugar frustraré yo los designios de Judá y de Jerusalén, y los haré caer a espada ante el enemigo y a mano de cuantos buscan sus vidas, y daré sus cadáveres en pasto a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. 8 Y haré de esta ciudad la desolación y la burla, de modo que cuantos pasen por ella se asombran y silben irónicamente sobre todas sus heridas. 9 Y les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se comerán unos a otros en las angustias y apreturas con las que les estrecharán sus enemigos, que buscan sus vidas. 10 Y romperás la orza a la vista de los que te acompañan, 11 y les dirás: Así dice Yavé de los ejércitos : Así romperé yo a este pueblo y a esta ciudad, como se rompe un cacharro de alfarero, sin que puedan volver a componerse.

Ezequiel V: 5-11 La depopulación de Judá y Jerusalén
5 Así dice el Señor, Yavé: Esta es Jerusalén. Yo la había puesto en medio de las gentes y de las tierras que están en derredor suyo. 6 Ella se rebeló contra mis mandatos, malvada, más que las gentes, y contra mis leyes, más que las tierras que están en torno suyo, despreciando mis mandamientos y mis leyes y no andando por ellos. 7 Por tanto, así dice Yavé: Por ser más rebelde que las gentes que os rodean, y no haber seguido mis mandamientos, y no haber obrado según mis leyes, y hasta ni siquiera no haber hecho según las costumbres las gentes que están en torno vuestro, 8 por eso así dice el Señor, Yavé: Heme aquí contra ti a mi vez para hacer justicia en ti, a la vista de las gentes, 9 y haré en ti lo que no hice jamás y como jamás volveré hacer por todas tus abominaciones. 10 Por eso dentro de ti se comerán los padres a sus hijos, y los hijos se comerán sus padres; cumpliré en ti mis juicios, y lo que de ti reste, lo esparciré a todos los vientos.
11 Por mi vida, dice el Señor, Yavé, ya que tú has profanado mi santuario con todas tus fornicaciones, yo también te abatiré a ti, sin que perdone mi ojo, sin misericordia. 12 Una tercera parte de tí morirá dentro, de pestilencia y de hambre; otra tercera parte caerá en derredor tuyo a la espada, y la otra tercera parte la esparciré a todos los vientos, e iré tras ella con la espada desenvainada.

C. Cumplimiento de la maldición

2 Reyes VI:24-30 / Eliseo y el sitio de Samaria
24 Después de esto, Ben Adad, rey de Siria, reunió todo su ejército, y subiendo, puso cerco a Samaria. 25 Hubo en Samaria mucha hambre, y de tal modo la apretaron, que un jómer del mosto valía ochenta siclos de plata, y el cuarto de un cab de harina fina, cinco siclos de plata. 26 Pasando el rey por la muralla, le gritó una mujer: «¡Sálvame, oh rey, mi señor!» 27 Y el rey de respondió: «Si Yavé no te salva, ¿cómo voy a salvarte yo? ¿Con algo de la era o con algo del lagar?» 28 Preguntóle luego el rey: «¿Qué te pasa?» Y ella respondió: «Esta mujer me dijo: Trae a tu hijo y lo comeremos hoy, y mañana comeremos al mío. 29 Cocinamos, pues, a mi hijo y lo comimos, y al día siguiente yo le dije: Trae a tu hijo para que lo comamos, pero ella ha escondido a su hijo». 30 Cuando el rey oyó las palabras de esta mujer, rasgó sus vestiduras mientras iba por la muralla, y la gente vio que por dentro estaba vestido de saco.

Lamentaciones II:16-20 / Jerusalén destruida
16 Pe.—Todos tus enemigos abren su boca contra ti, | silban y dentellan, diciendo: ¡La hemos devorado! | Es el día que esperábamos, lo hemos alcanzado, lo hemos visto.
17 Ayin.—Ha realizado Yavé en ti lo que había decretado, | ha cumplido la palabra que de antiguo dio: ha destruido sin piedad, | te ha hecho el gozo de tus enemigos, ha robustecido a los que te aborrecían.
18 Sade.—Clama al Señor desde tu corazón, ¡virgen hija de Sión!; | derrama lágrimas a torrente día y noche, | no te des reposo, no descansen las niñas de tus ojos.
19 Qof.—Levántate y gime de noche, al comienzo de las vigilias; | derrama como agua tu corazón en la presencia del Señor, | alza a Él las palmas por las vidas de tus pequeñuelos.
20 Res.—Mira, ¡oh Yavé!, y considera a quién has tratado así. | ¿Habrán de comer las madres su fruto, a los niños que amamantan? | ¿Habrán de ser muertos en el santuario del Señor sacerdotes y profetas?

Lamentaciones IV:2-11 / Jerusalén asediada
2 Bet.—Los hijos de Sión, preciados y estimados como oro puro, | ¡cómo son tenidos por vasijas de barro, obras de las manos del alfarero!
3 Guímel.—Aún los chacales dan la teta y amamantan a sus crías. | Pero la hija de mi pueblo se ha hecho tan cruel como los avestruces del desierto.
4 Dalet.—La lengua de los niños de teta se ha pegado de sed al paladar. | Los pequeñuelos piden pan, y no hay quien se lo parta.
5 He.—Los que se nutrían de manjares delicados perecen por las calles. | Los que se criaron vistiendo púrpura se abrazan a los estercoleros.
6 Wau.—Mayor ha sido la culpa de la hija de mi pueblo que la de la misma Sodoma, | que fue destruida en un instante, sin que nadie pusiera en ella la mano.
7 Zain.—Eran sus nazarenos más resplandecientes que la nieve, más blancos que la leche, | más rubicundos sus huesos que el coral, y un zafiro era su cuerpo.
8 Jet.—Y están más negros que la negrura: no hay quien los conozca por las calles. | Está su piel pegada a los huesos, seca como un leño.
9 Tet.—Los muertos a espada fueron más dichosos que los caídos de hambre, | que se consumen famélicos, faltos de los frutos de la tierra.
10 Yod.—Manos de tiernas mujeres cosieron a sus hijos, | sirviéronles de alimento en el quebranto de la hija de mi pueblo.
11 Kaf.—Apuró Yavé su saña, derramó su abrasada ira, | y encendió un fuego en Sión que ha consumido sus cimientos.

Baruc II:1-4
1 Cumplió Yavé la palabra que había dado contra nosotros y contra nuestros gobernantes que regían a Israel, contra nuestros reyes, contra nuestros príncipes y contra todo varón de Israel y de Judá, | 2 de traer sobre ellos grandes males |  cuales no los había hecho debajo de todo el cielo, | como fueron hechas en Jerusalén | según lo que está escrito en la Ley de Moisés, | 3 que comeríamos las carnes de nuestros hijos | y de nuestras hijas | 4 y los entregaría a poder de todos los reinos nuestros vecinos | para escarnio y espanto de todos los pueblos en derredor, | entre los cuales los dispersó el Señor.

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7. Invocación y evocación de la infancia

En un viejo cuaderno escolar tengo escrita esta frase al margen de una de las últimas páginas: Busco quién se acuerde de lo que se me olvida...