miércoles, 22 de julio de 2020

SV001: La feria

Portada de la
primera edición diseñada
por Vicente Rojo

La feria es la única novela del escritor jalisciense Juan José Arreola. Se publicó por primera vez en 1963 y le valió a su autor el, entonces prestigioso, premio Xavier Villaurrutia, que compartió con Elena Garro, de quien se premió Los recuerdos del porvenir.
Con un tiraje original de 4000 ejemplares, la obra se convirtió rápidamente en un referente capital para la literatura mexicana, además de que la primera edición es altamente valorada entre los coleccionistas de libros.
Es, también, el primer libro de la Serie del volador de Joaquín Mortiz. Desgraciadamente pocos libros de la serie incluyeron datos sobre los artistas que diseñaron las portadas o que elaboraron el arte y las fotografías que muchos de ellos incluyen. Podemos presumir que buena parte de los diseños los elaboró el artista editorial Vicente Rojo; quien se habría encargado personalmente de la identidad visual los primeros 10 o 12 títulos. Justamente, para La feria elaboró una colección de 80 asteriscos que preceden y anteceden cada uno de los 288 fragmentos del libro.

Los 80 asteriscos de La feria

La aparición de estas viñetas no es gratuita; su intención es crear un contrapunto visual con cada fragmento, al grado de que algunos de sus elementos son altamente referenciales entre sí. Por ejemplo las flores de cempasúchil, que siempre aparecen con el tallo apuntando hacia la izquierda, excepto cuando se habla de los homosexuales de Zapotlán; la intención de este detalle no puede ser casual.¹

Texto de
contraportada

Como la ausencia de creditos en cuanto al diseño editorial, tampoco las contraportadas ofrecen detalle sobre los reseñistas de las obras. Sabemos, por la apasionante labor de Jesus Quintero, quien reúne los Textos a la deriva de José Emilio Pacheco, que es posible que muchas de ellas hayan sido escritas por dicho autor,² sin embargo, no hay certezas sobre cuáles sí pertenecen a su pluma y cuáles no. Hay que decir que quien escribiese la contraportada de La Feria, acertó al punto en decir que pertenece al género de Apocalipsis de bolsillo.

A grandes rasgos, La feria versa sobre el pueblo de San José Zapotlán El grande. A través de una gran variedad de recursos narrativos, el autor va ofreciendo en voz de sus habitantes, el pasado, el presente y el porvenir del lugar. La historia abarca desde la fundación de Zapotlán, pasando por la época colonial, la revolución de 1910 y la guerra cristera, hasta un presente indefinido. Pero no lo hace de forma lineal, sino que a cada momento —como si de un aleph se tratara— presenciamos hechos que corresponden a cualquiera de los tres tiempos. No conforme con ello, la novela podría tener 30.000 personajes o en realidad uno, un ente colectivo, la suma de los habitantes de Zapotlán que le dan voz al pueblo. La propuesta puede ser tan abierta, que incluso, es posible leer el libro comenzando desde cualquier fragmento; 288 maneras de empezar una novela, y 288 maneras de terminarla. 
Muchas veces se ha dicho de esta novela que es polifónica, yo agregaría que funciona como una fuga. En música, la fuga es una estructura que consiste en un tema, una idea musical que van presentando distintas voces, pasándose el protagonismo entre ellas —en el  libro, las voces se corresponden con los fragmentos, y estos a su vez son uno o varios personaje (algunos recurrentes)—, esta intercalación de perspectivas, dota a La feria de la algarabía y febrilidad característica de los pueblos en México, pero no es todo; en las fugas suele haber un pasaje llamado Stretto (estrecho), un momento musical donde todas las voces hacen acto de presencia simultánea, cosa que sucede al menos en tres ocasiones en la novela: un acto de naturaleza caleidoscópica, los 30.000 zapotlences hablando juntos, un multitudinario monólogo de miedo y luego de constricción.
Los fragmentos contienen de todo: antiguas querellas legales por despojo de tierras; velas tan grandes como faros; la silla de montar de Maximiliano de Habsburgo; fotografías de bandidos que son accidentalmente vistas como talismanes; ánimas que conocen la ubicación de tesoros inveterados; zona de tolerancia; venganzas largamente anheladas; confesiones, soliloquios, coloquios y circunloquios; secretos a voces; pasiones; poetisas seductoras y dependientas seducidas; diarios de amor y memorias de empresas que naufragan; canciones, chistes, adivinanzas, dichos, albures; historias extraoficiales de vergüenza; cuerdos y locos que ignoran su locura; Pitirre en el jardín; fórmulas mágicas; mitologías precolombinas; un patrono más grande que Dios; Isaías, Ezequiel, los Apocalipsis, el evangelio de Eva y el de Santo Tomas; Apiterapia; perros llamados Otto Weininger que son aplastados por muros; y finalmente una feria, el evento capital, el lugar a donde todas las calles conducen.

Un posible hápax arroliano

Hay presencias constantes en la novela de Arreola; Hojarascas, Concha de Fierro, la ausencia del abogado usurero, Don Abigail, Don Isaías, el zapatero agricultor... etc. Entre ellas, está la de un niño —un personaje muy autobiográfico, si me lo preguntan—. Este muchacho aparece invariablemente acompañado del cura de Zapotlán, confesándose en los fragmentos 18, 56, 62, 84, 92, 105, 181, 199 y 200. Precisamente en el 181 leemos: «—Padre, también quería preguntarle, ¿menosorquia es mala palabra? / —¿Menosorquia? No, no la conozco, ¿dónde la oíste? ¿Por qué has venido a confesarte? /  —Porque desde el día del temblor no he hecho pecados... Esa palabra se la oí al diablo. El diablo la iba diciendo en un sueño que tuve. Yo estaba en la azotea mirando por la calle y había como un convite del circo. Mero delante iba un diablo grande como una mojiganga, todo pintado y con cuernos, y las gentes se asomaban a mirarlo y él se bamboleaba al caminar dice y dice: "Cuánta menosorquia os da, Cuánta menosorquia os da..." Y al pasar me miró a mí y era tan alto que su cabeza llegaba junto a la mía siendo que yo estaba en la azotea. Me dio mucho miedo y cuando desperté vi todavía la cara del diablo, y era como la de un compañero que me enseñaba cosas malas en la escuela... / —¿Y qué crees tú que sea la menosorquia? / —Es como las ganas de hacer el pecado. Siempre que lo hago me da después mucho arrepentimiento, me acuerdo del diablo y cuando salgo de la imprenta, después que dan los clamores, entro de rodillas a la iglesia y le juró a Dios que no lo vuelvo a hacer.» La primera vez que leí el libro, hace ya varios años, di por sentada la palabra menosorquia. Pero, al retomarlo y por mera curiosidad, me di a la tarea de averiguar la definición exacta del término. Como es fácil imaginar, mi primera pesquisa la hice en los diccionarios, que invariablemente siempre resultaron en que la palabra menosorquia no estaba recogida en su léxico; luego emprendí la busqueda en la web y una y otra vez, la menosorquia estaba vinculada únicamente a la novela de Arreola. Intenté desintegrar la palabra desde sus raíces etimológicas, pero finalmente terminaba con teorías forzadas. Entonces, ¿qué ocurre con este vocablo que parece ser exclusivo de La feria? Ofrezco mis conjeturas:
1) Un amigo a quien estimo y admiro mucho en materia literaria proponía que la palabra podría ser un vocablo deformado por el habla popular de Jalisco, lo cual es probable; el problema con esta suposición es que tendríamos que detectar qué palabra con significado y sonido similar a menosorquia pudo haber derivado en ésta. Ahora bien, en el fragmento de Arreola el vocablo se ofrece ajeno al habla cotidiana de los personajes, en cierta forma, esta información podría poner en tela de juicio la idea de que es un regionalismo.
2) La fonética de menosorquia está proxima a la de telarquia y menarquia; en biología se refieren a la aparición de los pechos y la primera menstruación, respectivamente. Esto me hace pensar que la palabra existe pero en un ámbito ilustrado. En el fragmento 92, el niño confiesa haber leído dos libros de carácter sicalíptico: Conocimientos útiles para la vida privada e Historia de la prostitución. Suponiendo que el personaje es autobiográfico y que lejanamente guarda una semejanza con Arreola, podríamos sospechar que la palabra procede de alguna obra a la que el autor tuvo acceso en algún momento, en cuyo caso nos encontramos ante una suerte de rescate lingüístico de la voz menosorquia.
3) Por otro lado, si el término no es un regionalismo o un rescate lingüístico; nos queda solamente la opción de que es un neologismo. Pienso que esta opción tampoco es tan viable, puesto que en el canon de la obra arreoliana no existen más ejemplos de acuñamientos hechos por el autor. Reza el dicho que una golondrina no hace primavera
Quizá algún día tengamos a la mano una edición crítica, comentada y anotada de La feria, sólo entonces podremos saber si estamos ante un auténtico y único hápax arroliano.

Juan José Arreola nació en 1918 en Zapotlán el Grande, Jalisco. A temprana edad trabajó en oficios relacionados con la manufactura de libros. Estudio teatro y actuación en la ciudad de México y en 1945, por la intervención de Louis Jouvet, viajó a Francia donde continuó brevemente con su formación teatral. A su vuelta se integra a las filas del Fondo de Cultura Económica como corrector y en 1949 pública su primer libro Varia Invención en la colección Tezontle del FCE; le siguió Confabulario también con el FCE, en 1952 y luego, después de diez años, publica La feria en la que habría de ser su casa editorial por mucho tiempo, Joaquín Mortiz.

Parte de la contraportada 
donde figuran los textos de 
próxima aparición en la serie
¹ El dato procede de este video.

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