domingo, 7 de febrero de 2021

El diablo es un tarado y puedo demostrarlo

Si yo fuese un poquito más ingenuo, sería a la vez un tanto maniqueo, que es lo mismo que decir obstinado. Me explico: los ingenuos no se dan cuenta de todos los engranajes que mueven las acciones de los hombres —¿y quién lo hace?, pero, los ingenuos son los que menos los perciben—, por lo tanto, suelen quedarse con la interpretación superficial y obvia de todo, detalle que los lleva finalmente a ver que las cosas son o no son: un pensamiento típicamente maniqueísta; al tener esa perspectiva total, los ingenuos se vuelven obstinados, se aferran a una idea o a una postura con un rigor que ya quisieran tener los menos ingenuos, vamos, que es regla consabida que el sabio duda y el tonto afirma. Sin miedo al perjuicio, por la tierra circulan los ingenuos, con la respuesta para todo en la punta de la lengua. Entonces, si yo tuviera un pelo de tonto más —de los que ya tengo, naturalmente—, andaría por allí viviendo sin tanta complicación; porque la moral maniquea, como diría Villiers de L'Isle-Adam, hace que un bonhomme le corté la mano a un niño, sin dudar, por robar una manzana, resolución justa, ciertamente; creo que se nota que las personas así son gente práctica, presta para resolver las cosas al momento.
Como me aprecio mucho a mí mismo, creo —forma un poco más violenta de la duda— que no soy un ingenuo, dudo mucho, tanto que de vez en cuando me permito el lujo de afirmar alguna que otra cosa, por aquello de tener la excepción que amplia la regla; pero eso es otra historia. Si me preguntan quién es el mas grande ingenuo de todos los tiempos, yo contestaría, sin dudar, que es el diablo. Sí, Satanás, enemigo de la humanidad y de toda la creación, es un grandísimo tonto, un maniqueo recalcitrante. Para empezar, porque es ateo, el primero de esa larga estirpe [como comentario periférico, si él, que vio a Dios a la cara no cree en él, no sé qué nos depara a la humanidad]; en segundo lugar, porque se casó con su postura (...y no se le ven intenciones de disolver su matrimonio), es malo y punto; en tercer lugar porque cuando el necio no puede tener la razón se la inventa para salirse con la suya, y no conforme con ello, a los necios —que en el fondo son inseguros— les gusta la confirmación de los otros, y con cuánta razón, el respaldo nunca se desprecia; por lo que el rey de las tinieblas siempre está en busca de adeptos. En resúmen, sí, apreciado lector, el diablo no es el ser más inteligente de la creación y, aunque soy enemigo de ciertos prejuicios, tengo que reconocer que aquel que pesa sobre las personas bellas, que tienen la tendencia a ser cortos de inteligencia, se confirma en el triste diablo. Sé que en algunos círculos se dice —repitiendo como periquitos memoriosos— que más sabe el diablo por viejo que... a lo que yo respondo que la gente cree que todo lo que dice un viejo es sabiduría. Que no los engañe el diablo, los que prometen paraísos inmediatos es porque le temen al compromiso y un hombre (o diablo) sin compromiso, no vale nada.
Desde que papá lo echó de casa, el diablo se dedica a vagar por las propiedades de su progenitor... qué más quisiera uno que tener semejante abolengo y la vida resuelta de ese modo, sin importar lo ingratos que seamos. Y ya sea por aburrimiento o por ganas de llevar la contra, el diablo decidió dedicarse a hacerle la competencia a su padre, y éste, comprensivo, aceptó a regañadientes la iniciativa de su oveja descarriada, finalmente, es bueno que un hijo trate de hacer lo propio, y mejor si es en el negocio familiar. Pero a pesar de tener buena escuela, el diablo anda dándose de topes contra la pared, como digna cabra que es: por ejemplo, Dios, cuando promete la gracia, la vida eterna y la iluminación, pide antes que los hombres seamos caritativos, piadosos y que nos amemos los unos a los otros como él nos ama; en cambio, el pobre diablo da las recompensas antes de los sacrificios. En Sudamérica circula la tradición de Bartolo Lara, que es una de las historias de más vergüenza para el diablo. Resulta que este haragán se vió en un aprieto de dinero, haciendo acopio de coraje, invocó al diablo y le dijo que le daría su alma a cambio de la suma necesario para solventar sus deudas, nuestro malvado Satanás aceptó, era un trato corriente, como todos,  incluso se burló de lo tonto que era Bartolo Lara, pues cambiar un alma inmortal por un montón de metal sacado del sucio barro era un arreglo estupendo. Le preguntó a Bartolo que cuándo quería que se llevara su alma, una cortesía profesional, y éste le respondió que al día siguiente: firmaron un contrato, porque al diablo no le gusta dejar cabos sueltos (precaución de ingenuos que no saben que las cosas nunca pasan como las planeamos). El documento en cuestión, rezaba sencillamente: Bartolo Lara, no te llevo hoy, pero te llevo mañana. Hecho esto, le entregó el dinero a Lara y se marchó muy satisfecho de él mismo. Al día siguiente, volvió para cosechar el fruto de su trabajo y Lara increpó al diablo: ¡¿Cómo así que vienes tan pronto, HOY, por mi alma?! Nuestro trato dice que debes venir MAÑANA. Y en vista de que quieres despacharme antes del plazo, debes darme una indemnización, ¡exijo el doble de dinero de lo que me diste originalmente! El diablo miró consternado el contrato; en efecto, no podía llevarse a Bartolo Lara ese día, tendría que volver al siguiente. No hay que ser muy avispado para ver que el diablo firmó un contrato infinito —mientras dura el inacabable tiempo— que jamás se podría cumplir y la escena donde Lara sangra al diablo se repitió un par de veces más, hasta que éste desistió de llevárselo. 
La estupidez del diablo no está manifiesta en toda su expresión con la historia de Bartolo Lara (a mi ver, quien merece más el título de diablo), sino en la ingenuidad primaria que yace en el acto de comprar lo que te pertenece, pues Dios, es un tramposo; ¿de dónde crees que lo sacó el diablo? Verás, divino lector, entre todos los dones que nos proporcionó Dios, está el del libre albedrío: la máxima libertad que nos permite guiar nuestro paso por la tierra, pero al mismo tiempo, Dios nos impuso la obligación de adorarle, y no conforme con eso, de ¡hacerlo con sinceridad!, fuimos víctimas de una infame coacción, tal como si nos regalaran un avión con la condición de nunca usarlo para volar. Estamos atrapados en este trato desleal de Dios... pobre diablo, de nada le sirve la buena escuela; entonces, como consecuencia de no acatar esta deslealtad que nos obliga a ser leales, y no conforme con todo, Dios nos tiene bajo amenaza (otro que puede ostentar sin problema el título de real diablo), de que si no hacemos su voluntad nos va a mandar al infierno, con el desobediente diablo que lo regentea. Volviendo al punto de la estulticia del diablo: Dios nos permite —para que se diga que al menos algo tenemos— autocorrompernos, el diablo no necesita tentarnos ni hacer tratos con nosotros para ganarse nuestra alma, somos autosuficientes para entregarla. El diablo no se dió cuenta que lo único que hizo con Bartolo Lara fue liberarlo de la obligación de acogerse a Dios o él mismo; sin la intervención del diablo, es seguro que Lara hubiese terminado en el infierno. Y como Lara, todos los que hacen tratos con el diablo, todos los que aceptan sus seducciones, lo hacen porque constituyen una ganancia en algo que de todos modos iban a hacer. Nos bastamos y sobramos para hacernos daño y echarnos del paraíso... cosa no tan complicada gracias a las reglas de Dios, que sin hacer contratos, nos tiene contra la pared. 
Sí, el diablo paga bien por lo que ya era suyo. Pero hay que guardar el secreto, de no ser así, puede que en un tiempo próximo, veamos a un ejército de oportunistas tratando de sacarle algo, y bueno, el diablo no tiene empacho en prodigar su fortuna, porque en realidad es de Dios. Este hábito del despilfarro es característico de los zoquetes, pues uno de los principios de la inteligencia es el esfuerzo por ganarse lo que uno tiene. La necesidad es buena maestra de administración, pero, ¿qué puede saber de esto el hijo de un soberano? El diablo vive en su burbuja de inmortalidad, aunque es renuente al aprendizaje, de otro modo ya habría perfeccionado su existencia en una tarea más productiva, y no seguiría tentando a pecadores avant la lettre
Es que, en verdad, no alcanzo a disculpar tanta tontera. Nadie cuya filosofía de vida sea el exceso puede ser inteligente: la gula, la avaricia, la soberbia, la pereza, la ira, la lujuria y la envidia son ante todo actitudes desmedidas que tratan de satisfacer a lo más primario de los seres: los sentidos. Y en general todas las cosas afines al diablo están también vinculadas a la ignorancia; la oscuridad que le es tan cara, es un antónimo del saber; la maldad, elemento diabólico, es constante en los seres que no tienen una comprensión desarrollada; el miedo también se funda en la ignorancia; la jactancia, manifestación de la soberbia cardinal, es hija de la ignorancia de ignorar; el odio, adorno en la corona del diablo, es la negación de la empatía, que no es como dicen ponerse en los zapatos del otro, sino ser sensible en los demás, o sea estudiar el sentimiento del otro, lo que es aprender. Y bueno, la genealogía continúa, y el diablo parece cercado por todos sus flancos, casi que uno querría excusarlo un poco; pero hace falta definir una cosa, para descubrir que no tiene perdón. 
La característica elemental del tonto es su capacidad potencial para no serlo. De otro modo, sin la posibilidad de aprender y volverse más inteligente y sabio, el tonto está determinado, y finalmente su tontera no es cosa suya, sino algo que lo supera, querer algo diferente es pedirle peras al olmo. El diablo no tienen ningún impedimento para cambiar, antes diría que lo tiene todo a favor (cosa que agrava su insensatez), y sin embargo, helo allí: siendo el mal de muchos, por lo tanto se consuela tontamente y no se da cuenta que hasta siendo malo, es pésimo.

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