sábado, 9 de marzo de 2019

La música entre las palabras

Otra acumulación: la música de los libros que leo, piezas que no suenan pero están entre las palabras. Música como mobiliario, como ornamento, como paisaje; música despojada de sus cualidades y colocada detrás, muda:

El Cuarteto en La menor, Rosamunda  de Franz Schubert; suena brevemente en el primer acto de...
 Eleutheria / Samuel Beckett

“ella volvía a llevar la armónica a sus labios y entonaba con más emoción que nunca O, du Fröhliche.”
Autobiografía precoz Salvador Elizondo

Es un inocente, como el de L' Arlésienne.” 
Sombras Sueles Vestir / José Bianco

Al fin mientras los dos reyes mandaban cantar unos Te Deum.” 
Cándido / Voltaire

“... y oyeron un sermón muy patético, seguido de una bella música en fabordón.”
Cándido / Voltaire

—Ese sonido –dijo Cardiff–. En alguna parte...
Elias Culpepper se rió en voz baja.
—Es la banda del pueblo; ensayan la representación del jueves por la noche de Tosca abreviada. Cuando ella salta, sólo tarda dos minutos en llegar al suelo.”
En algún lugar toca un banda Ray Bradbury

dos jovenzuelos avanzaban por el frontón, casi pegados al seto, silbando una bella melodía del Rosellón: Montagnes régalades.” Una canción popular.
 La Venus de Ille / Prosper Mérimée
Fue, desde luego, una velada muy «rociada», y recuerdo que cantamos Auld Lang Syne con los pies dentro de la gran copa del campeonato de polo y la cabeza en las estrellas del mundo.” 
La marca de la bestia / Rudyard Kipling

Ana toca el piano. De toda cotidianeidad, la música es lo único capaz de emocionarme. Escucho cómo Ana practica con la mano derecha la melodía del preludio No. 4 de Chopin. Pasan horas y sigue en lo mismo, sólo en la melodía. Siento primero el deseo y luego la desesperación por escuchar los acordes. Pero no, ella insiste en la mano derecha. Me levanto y despacio me acerco al piano.
Ana y el tiempo Adela Fernández

El concierto de Pavarotti es largo. El público aplaude a más no poder. Admito que yo no entiendo mucho de música, pero hacia el final hay una canción que me gusta de veras  y hasta me da ganas de marcar el compás con movimientos de la cabeza, de las manos y de todo el cuerpo. Descubro que se llama Sole mio o algo así.”
Nuestro viaje (Diario) Selección, prólogo y epílogo de F. B. / Adolfo Bioy Casares

O esta nueva Oficiosidad: «—Señor: vengo, sabedor de la manifestación de usted de no sospechar cómo se le ocurrió la feliz idea musical realizada en el exitoso tango Siempre más, a expresarle que yo lo sé, de manera que tendré el placer de alegrarlo poniendo terminó a su duda, porque comprendo que un autor original no está cómodo mientras no consigue saber de dónde le vino, o qué le estimuló, una concepción artística. Su tango, señor, está muy aproximadamente dado en la música norteamericana del film parlante Abajo el telón.
Papeles de Recienvenido y Continuación de la Nada / Macedonio Fernández

Los gatos monteses bajaban de la sierra y los criados salían a cazarlos, en medio de risas y tragos de «sotol». En la cocina asaban carnes y repartían piñones y el ruido de las voces inundaba la casa de palabras estridentes. La premonición de una alegría desbarataba uno a uno los días petrificados. La Revolución estalló una mañana y las puertas del tiempo se abrieron para nosotros. En ese instante de esplendor sus hermanos se fueron a la Sierra de Chihuahua y más tarde entraron ruidosos en su casa, con botas y sombreros militares. Venían seguidos de oficiales y en la calle los soldados cantaban La Adelita.

Que si Adelita se fuera con otro
la seguiría por tierra y por mar,
si por mar en un buque de guerra
si por tierra en un tren militar…

Antes de cumplir los veinticinco años sus hermanos se fueron muriendo uno después de otro, en Chihuahua, en Torreón, en Zacatecas; y a Francisca, su madre, sólo le quedaron sus retratos y ella y sus hermanas enlutadas. Después, las batallas ganadas por la Revolución se deshicieron entre las manos traidoras de Carranza y vinieron los asesinos a disputarse las ganancias, jugando al dominó en los burdeles abiertos por ellos. Un silencio sombrío se extendió del Norte al Sur y el tiempo se volvió otra vez de piedra. «¡Ah, si pudiéramos cantar otra vez La Adelita!», se dijo la señora, y le dio gusto que hubieran volado el tren de México. «Esas cosas dan ganas de vivir». Quizá aun podía suceder el milagro que cambiara la suerte de sangre que pesaba sobre nosotros. Por la tarde el tren anunció su llegada con un largo silbido de triunfo. Han pasado muchos años, de los Moncada ya no queda nadie, sólo quedo yo como testigo de su derrota para escuchar todos los días a las seis de la tarde la llegada del tren de México.” 
Los recuerdos del porvenirElena Garro

A las seis de una tarde morada llegó un ejército que no era el de Abacuc. Sus soldados acamparon en la plaza, encendieron fogatas, asaran cochinitos y cantaran viejas canciones de fusilados.

Los recuerdos del porvenir / Elena Garro

Entre estos asistentes, a quienes no podemos clasificar como oyentes sino más bien como pacientes, están los que cuando en un recital de piano figura el Carnaval de Robert Schumann, por ejemplo, y en el programa están mencionado los subtítulos de los diversos fragmentos, al final siempre les sobran nombrecitos a pesar de que «han llevado muy bien la cuenta».” 
Algo sobre apreciación musical / Amadeo Roldán

Nadie mejor que esos espectadores adivina el significado preciso de cada acorde, el momento en que la catedral se sumerge, o el número de cabellos de color de lino y el sitio en que tiene partido la raya la famosa doncella de las obras de Debussy, o cuántos eran los carneros que balaban en las variaciones del Don Quixote de Robert strauss.” 
Algo sobre apreciación musical / Amadeo Roldán

Se volvió de espaldas a la ventana, avanzó un paso y se detuvo aguzando el oído. Las notas dulces y lánguidas de una canción familiar llegaban a sus oídos. Permaneció allí, con la cabeza inconscientemente inclinada hacia delante, embebido en la melodía, sin moverse, casi sin respirar. Advirtió un pequeño fallo en la ejecución, pero, más que un defecto, a Alonzo le pareció que añadía más encanto. El error consistía en una marcada desentonación de las notas tercera, cuarta, quinta, sexta y séptima del estribillo de la pieza.
Cuando cesó la música, Alonzo dejó escapar un profundo suspiro y dijo:
—¡Ah…, nunca había oído cantar así «In the Sweet By-and-By»!
Los amores de Alonzo Fitz Clarence y Rosannah Ethelton / Mark Twain

“Ya me he referido antes al teatro. Añadiré que solo fui a él una vez. Representaban Orfeo en los infiernos y el público se reducía exactamente a tres personas. Aunque la versión fue bastante buena, no puede decirse que la velada fuera agradable. Los espectadores contribuyeron intensificar aún más el vacío de la gran sala, en el que la música repercutía de modo siniestro. Los actores parecían trabajar para entretenerse sí mismos. Yo estaba en la butaca de galería y, de pronto, tuve la impresión de que aquella sale ennegrecida era el antiguo teatro municipal de Salzburgo, demolido mucho tiempo atrás.”
La otra parte / Alfred Kubin

El viejo mozo de carga hizo un par de comentarios abruptos sobre la tempestad y el tiempo ártico, cerró de un tirón las puertas corredizas y pasó las aldabas, ajustó bien su ventanilla, y por último se puso a andar bulliciosamente de una parte a otra, arreglando las cosas, canturreando en voz baja «Sweet By-and-By», desafinando en gran medida.”
Historia del invalido / Mark Twain

—¡Hurra, hurra! ¡Este es un día simbólico!
Alguien empezó a lamentarse y a cantar la encantadora canción «Mikado», que empieza:


El auditorio intervino lleno de júbilo, y se unió al canto. En el momento preciso, alguien contribuyó con otro verso:

Y no te olvides jamás…

La concurrencia lo siguió en coro tumultuoso. Se oyó de pronto el tercer verso:

La gente corruptible lejos de Hadleyburg está…

También lo cantaron con gran estrépito. Cuando se apagó la última nota, se dejó oír alta y clara le voz de Jack Halliday, cargada con un último verso:

Pero ¡estad seguros de que aquí están los símbolos!”

El hombre que corrompió Hadleyburg / Mark Twain

“A la una y media de la mañana irrumpió el cortejo en la aldea cantando «When Johnny Comes Marching Home», ondeando las linternas y echándose al cuerpo las bebidas que les iban sacando durante el recorrido. Se concentró el cortejo en la taberna y pasó una noche de jarana durante lo que le quedaba de madrugada.
Historia detectivesca de dos cañones / Mark Twain

—Mi pobre niña, sé muy bien cómo se siente. No puede ser feliz sin mí, y yo… ¡Ay, me desvivo por ver la luz de sus ojos! Dile que puede salir siempre que le plazca. Y, tía Hannah…, dile que no puedo oír el piano desde aquí, ni su preciosa voz cuando canta. Bien sabe Dios cuánto me gustaría poder oírla. Nadie sabe hasta qué punto la adoro. ¡Y pensar que algún día el tiempo la acallará! Pero ¿por qué lloras?
—Ah, porque… porque… me he acordado de una cosa. Cuando venía hacía aquí, Helen estaba cantando «Loch Lomond». ¡Qué canción tan triste! Siempre me emociono con ella.
¿Era el Cielo? ¿o el Infierno? / Mark Twain

Luego, tras permanecer a la escucha: 
—¡Qué bonito! Es música de su órgano. ¿Crees que lo está tocando ella? —Las notas lejanas, suntuosas y llenas de inspiración llegaron hasta sus oídos en medio del ambiente silencioso—. Sí, es ella, mi amor, lo reconozco. Están cantando. Pero… ¡Es un himno religioso! Es el más sagrado, el más conmovedor, el más portador de consuelo… Parece que me está abriendo las puertas del cielo… Si pudiera morirme ahora…
Débil y a lo lejos, se oía elevarse la letra entre la quietud:

Hacia el final del himno, otra pobre alma descansaba en paz, y a aquellas que en vida habían sido una sola, no las separó la muerte. Las hermanas, apenadas pero jubilosas, exclamaron: —¡Menos mal que no ha llegado a enterarse!
¿Era el Cielo? ¿o el Infierno? / Mark Twain

Sin embargo, a fuerza de practicar, llega uno al meollo de lo que dice, y suele ser de utilidad. ¡Escucha!, ya tocan diana (The réveille).
—Se oye muy débil y llega desde lejos, pero ¿verdad que suena con limpieza, que es agradable? No hay música que revuelva la sangre como la de la corneta en medio de la serena solemnidad del crepúsculo matutino, con la llanura alargándose confusa a lo lejos hasta desaparecer y las montañas fantasmales durmiendo apoyadas contra el firmamento. Dentro de un instante oirás otro toque: débil, lejano, penetrante, igual que el otro y más dulce todavía. Espera, escucha. ¡Ahí lo tienes! Ese toque dice: «¡Soy yo, Soldado, ven!».

Primeros compases del Pizzicato de Sylvia de Léo Delibes

—Y ahora, ¡fíjate en la estela azul que dejo detrás!

* La letra de la diana que toca la corneta en West Point se supone que es la siguiente: ¡No puedo lograr, no puedo lograr, no puedo lograr que despierten!
La historia de un caballo / Mark Twain

—Puedo hablar con autoridad acerca de ese pedazo del paraíso, ¿verdad? Pues sí, puedo. Igual que el Don. ¡Igual que Sancho! Esta alborada es andaluza por completo: vivificadora, fresca, sembrada de rocío, fragante, penetrante…

La historia de un caballo / Mark Twain

Cuando dio la última nota, todas las bandas rompieron a tocar a una, y despertaron las montañas con el «Star-Spangled Banner», interpretado como para que a quien lo oyera se le hinchase el corazón y le saltase en el pecho y se le pusiera la carne de gallina. Era cosa para reventar de satisfacción ver cómo la cara radiante de Cathy brillaba entre su júbilo y sus lágrimas. Entonces, y a petición, tocó ella a asamblea

…y las bandas retumbaron con el «¡En torno a la bandera, formad, formad otra vez!» (Rally round the flag). Después tocó ella otra, llamada «To the Standard» (To the Colors)*

… y las bandas contestaron con «Cuando marchábamos por Georgia». Acto seguido tocó ella a botasilla, esa llamada que es la más emocionante y expeditiva…

… y las bandas apenas si pudieron aguardar a la nota final. Rompieron con toda su fuerza con el «Tramp, tramp, tramp, los muchachos marchan», y la excitación de todos aumentó hasta hervirles la sangre. Hubo luego una pausa solemnísima, y la corneta tocó a silencio, que esta vez podía interpretarse con estas palabras: «¡Adiós, y que Dios nos guarde!», porque este toque es el que deja libre de servicio al soldado para toda la noche, y lo despide. Es un toque quejumbroso, dulce, patético, porque este no está nunca seguro de llegar a la mañana; siempre es posible que sea aquella la última vez que lo oiga…

… y entonces las bandas volvieron sus instrumentos hacia Cathy, y estallaron en el alegre frenesí de la siguiente canción: Cuando el marino marcando el paso vuelva a su casa, ¡trompas perdidos hemos de estar! ¡Trompas perdidos hemos de estar, sí! Cuando el marino marcando el paso vuelva a su casa. Y siguieron al instante con «Dixie», ese antídoto contra la melancolía, la canción militar más alegre y jubilosa de cuantas se tocan a ambos lados del océano. Y así acabó. Y luego, ¡adiós!
* Aparentemente este Bugle Call tiene un par de variantes, no pude hallar la que Mark Twain cita, sin embargo ofrezco una equivalente, de la que convine señala la diferente medida de compás y el desarrollo hacia la segunda parte; nótese que la versión de Twain es un poco más ornamental.
La historia de un caballo / Mark Twain

“—De este modo procedemos. Aquí no se pierde el tiempo, y nadie entra con retraso cuando ya han levantado el telón. Formular un deseo es tarea más rápida que viajar. Hace un cuarto de segundo, toda esta gente se encontraba a millones de millas de aquí. Cuando oyeron la última señal, solo tuvieron que manifestar su pretensión, y aquí están.
El coro prodigioso atacó el himno: 
La música era magnífica, pero los que no estaban entrenados entraban a destiempo y la echaban a perder, igual que ocurría en las congregaciones religiosas de la tierra. Empezó entonces a pasar la cabeza del cortejo, y el espectáculo era maravilloso. Avanzaba como una columna maciza y sólida de quinientos mil ángeles en línea; cada uno portaba una antorcha y cantaba, y el zumbido de las alas era como un trueno que le daba a uno dolor de cabeza. Se podía seguir hacia atrás la línea de la procesión, elevándose por el firmamento como una cuerda luminosa y serpenteante, hasta que no era ya sino una débil mancha en la lejanía. El alud siguió y siguió durante largo rato, hasta que, por fin, por supuesto, llegó el tabernero. Todos se levantaron y estallaron en un vítor que hizo retumbar el cielo. Podéis creerme. Aquel hombre se deshacía en sonrisas, y llevaba la aureola ladeada sobre una oreja, con cierto descaro; en mi vida he visto un santo de aspecto más satisfecho. Cuando subió por la escalinata de la Gran Tribuna, el coro empezó:
Los anchos cielos gimen
y esperan escuchar esa voz.
Extracto de la visita que el Capitán Tormentas hizo a los Cielos / Mark Twain

Una frase que gustaba mucho a Lope de Vega, y que no encontramos antes de él, «retumba el agua», sobrevive en la famosa canción asturiana «Tres hojitas madre, tiene el arbolé». Y sabemos que el pueblo español canta ya ahora, como anónimas, ciertas composiciones hechas por García Lorca sobre modelos populares.
En torno a creación y tradición / Antonio Alatorre

Y es que hay —no cabe duda— chistes que sólo entienden los profesionales, los conocedores, los que se han dedicado a algo, los que han puesto su vida en algo. Los chistes que metió Bach en su Ofrenda musical son para los músicos, no para todo el mundo.
Crítica literaria tradicional y crítica neo-académica / Antonio Alatorre

Su primera composición fue una canción funeraria para el gato de la familia, pronto comenzó a componer regularmente y escribió una obrita para la banda de su padre, que él mismo instrumentó, con el título de Holiday Quick Step (tema que regocijaba a Ives y cuyo gusto le acompañó de por vida).
Ensayos ante una sonata, prólogo / Charles Ives

Mi tío Toby a esto no era capaz de oponer otro argumento que silbar media docena de compases del Lillabullero, recurso que él utilizaba normalmente para dar rienda suelta a sus pasiones cuando algo le sorprendía o le conmovía, pero sobre todo cuando surgía algo que a él le parecía muy absurdo.
Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy / Laurence Sterne

CUALQUIER persona que se viera precisada a hablar sentada con otra de pie, y que observase la prodigiosa congestión sanguínea de la faz de mi padre por culpa de la cual (al afluir aparentemente toda la sangre de un cuerpo a la cara como he indicado), debió, científica y pictóricamente hablando, enrojecerse seis tonos y medio, o quizá una octava sobre su color normal; cualquier persona, decía —excepto mi tío Toby—, que hubiera observado, además, el violento pellizcamiento de los pómulos y las mejillas de mi padre y la extravagante contorsión de todo su cuerpo en todo este pasaje, hubiera podido su poner que mi padre estaba furioso. Dando esto por descontado, si se tratara de un partidario de esa clase de concordia que se deriva del afinamiento simultáneo de dos instrumentos se habría, sin duda, dispuesto en seguida a poner a tono el suyo y que hubiese pasado después lo que Dios quisiera. De este modo, señora mía, la composición hubiera sonado como la sexta de Avison Scarlatti¹: con furia, o sea, como locos. Pero ¡caramba! ¿Qué tiene que ver eso de con furia o con strepito o cualquier palabra tan pomposa con la armonía?
Cualquier persona, digo, excepto mi tío Toby, cuya bondad de corazón interpretaba cualquier movimiento del cuerpo en el sentido más favorable posible, habría sacado la conclusión de que mi padre estaba enfadado y se hubiera enfadado con él. Mi tio Toby solamente tuvo reproches para con el sastre que hizo sus bolsillos, por lo que siguió sentado tranquilamente hasta que mi padre se las arreglo para sacar el pañuelo mirándole sin cesar a la cara con una inexpresiva buena voluntad. Mi padre, por fin, continuó.
¹ En realidad, Sterne debió escribir Avison's Scarlatti («El Scarlatti de Avisons), nombre que se daba a una colección de doce conciertos de Domenico Scarlatti (1685-1757), publicada por el compositor y musicólogo inglés Charles Avison (1710-1770). Se refiere al segundo movimiento del sexto concierto.
Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy / Laurence Sterne

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7. Invocación y evocación de la infancia

En un viejo cuaderno escolar tengo escrita esta frase al margen de una de las últimas páginas: Busco quién se acuerde de lo que se me olvida...