Modesta propuesta para prevenir que los niños de la gente pobre en Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y hacerlos benéficos para el pueblo, elaborada por el doctor Jonathan Swift 1729.
Tal es el título del siguiente ensayo, que en realidad, poco o nada, tendría que hacer en una antología de cuentos sobre antropofagia; sin embargo, la obra es un referente absoluto de la literatura sobre este tema. Un discurso cínico que propone una alternativa dentro de lo permitido por la corona inglesa para aliviar la terrible situación social de Irlanda. El texto es malévolo, no tanto por lo que propone en sí, sino por el retrato crudo que ofrece de la relación entre ingleses e irlandeses; y aún más de la situación de crueldad y marginación que operaba de los cismáticos a los católicos en Irlanda.
El ensayo pretende seguir, emular y burlar la estela de las propuestas arbitristas nacidas en el siglo XVI, durante la monarquía hispánica. Esta corriente de pensamiento pretendía ofrecer soluciones —las más de las veces inaplicables— a los problemas económicos que atravesaban las naciones; los hombres de juicio pronto notaron la naturaleza desaforada y disparatada de los proyectos de estos pensadores y comenzaron a ridiculizarlos con escarnio, caros ejemplos hay en la obra de Cervantes y Quevedo, por nombrar dos autores. El propio Swift arremete de forma mucho más luenga contra estos pensadores en el tercer libro (que corresponde al tercer naufragio) de Los viajes de Gulliver, cuando pinta la extraña institución de la Academia de Lagado y a sus no menos desatinados miembros.
Clasifico este texto en el ámbito de lo cocido: su argumento de industrializar el consumo de carne humana a un grado nacional lleva al texto a pertenecer a la categoría de banquete. La motivación que empuja a una sociedad civilizada al canibalismo da mucho en que pensar.
Al momento de escribir esto, desconozco la recepción que tuvo el texto en su época; aunque no dudo que la credulidad y la desesperación pudieran haber llevado a alguno a tomar demasiado literal las palabras de Swift y poner en práctica esta modesta propuesta.
Causa de melancolía es para quienes caminan por esta gran ciudad, o para quienes viajan por el país, el ver las calles, las casuchas y los caminos llenos de pordioseras seguidas por tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e inportunando a cada transeúnte por una limosna. Estas madres, en lugar de ser capaces de trabajar por una vida honesta, compelidas están a emplear todo su tiempo en vagabundear pidiendo algún sustento para sus desamparados hijos, quienes, a medida que crecen, se vuelven ladrones por la escasez de empleo o dejan su querido país natal para pelear por el aspirante al trono,¹ o se venden a las Barbados.
Yo creo que todos estarán de acuerdo en que este prodigioso número de niños, en brazos o en espaldas, o a la vera de sus madres y con frecuencia de sus padres, es un pesar adicional para el deplorable estado actual del reino; y por lo tanto, quien pueda encontrar un método fácil, barato y justo para hacer de estos niños miembros sensatos y útiles para la comunidad, tanto merecería de los ciudadanos como para que se erigiera su estatua como preservador de la nación.
Pero mi intención va más allá que sólo confinarse a solventar a los niños de los pordioseros declarados; de extensión mucho mayor, deberá incluir al número total de infantes de cierta edad, quienes han nacido de padres poco capaces de ayudarlos, aquellos que exigen nuestra caridad en las calles.
Por mi parte, toda vez concentrados mis pensamientos por tantos años en este importante tema, he medido maduramente los diversos proyectos de nuestros planificadores, siempre los he encontrado ampliamente equivocados en su cálculo. Es cierto, un crío apenas nacido puede alimentarse con la leche de su madre por un año solar, sin ningún otro alimento; y el costo de ello acaso será mayor que el valor de dos chelines, los cuales podría obtener la madre; o ese mismo valor en sobras, que conseguiría por su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente cuando cumplen un año, que yo propongo proveerlos de tal manera que, en lugar de ser una carga para sus padres, o para el condado, o por necesitar alimento y vestimentas para el resto de sus vidas; ellos contribuyan a la alimentación, y en parte a la vestimenta de tantos miles.
De la misma manera, existe otra ventaja en mi propuesta: prevenir los abortos voluntarios, y la horrenda práctica de las mujeres que asesinan a sus hijos bastardos; ¡ay!, práctica demasiado frecuente entre nosotros que sacrifica a los pobres e inocentes bebés; yo creo que es más por evadir el gasto que la vergüenza, la cual movería al llanto y la lástima del pecho más inhumano y salvaje.
El número de almas en este reino generalmente se estima en millón y medio; de estos calculo que habrá cerca de doscientas mil parejas cuyas esposas amamantan a sus hijos; de este número sustraigo treinta mil parejas que pueden mantener a sus propios hijos (aunque comprendo que no puede haber tantas bajo las actuales aflicciones del reino), pero pensando en esto, restarán ciento setenta mil criadores. De nuevo sustraigo cincuenta mil, por aquellas mujeres que abortan, o cuyos niños mueren por accidente o enfermedad durante el primer año. Sólo quedan ciento veinte mil niños de padres pobres que nacen anualmente. La pregunta por lo tanto es ¿cómo debe criarse este número y con qué habrá de proveerse? Lo cual, como ya he dicho, bajo la presente situación, es totalmente imposible por todos los métodos hasta ahora propuestos. Dado que no podemos emplearlos en manualidades, ni tampoco para construir casas, ni cultivar la tierra (me refiero al campo). Estos niños raramente logran un buen modo de vida robando hasta cumplir los seis años de edad; excepto cuando poseen una habilidad excepcional. Aunque confieso que aprenden tales capacidades antes; no obstante, durante dicho tiempo se pueden vigilar debidamente sólo como prueba; como me ha informado un importante caballero del condado de Cavan, quien protestó ante mí alegando que él nunca había conocido más de uno o dos casos de niños menores de seis años, incluso en ese lugar del reino tan reconocido por la habilidad en ese arte.
Me aseguran nuestros mercaderes que un niño o una niña mayor de doce años no es un bien vendible, incluso cuando llegan a esta edad, el trueque no reditúa arriba de tres libras esterlinas, o tres libras y media corona a lo mucho; lo cual no puede convenir ni a los padres ni al reino, pues el costo del sustento y harapos por lo menos es de cuatro veces ese valor.
Por lo tanto, propondré humildemente mis pensamientos, que espero no sean sujetos a la menor objeción.
Un norteamericano muy informado,² a quien conocí en Londres, me aseguró que un niño pequeño bien alimentado es un platillo exquisito y un alimento completo, ya sea en estofado, rostizado, horneado o hervido; y no dudo que de la misma manera se pueda servir en fricasé o al estilo ragú.
En consecuencia, ofrezco humildemente a la consideración pública, que de los ciento veinte mil niños ya computados, veinte mil puedan reservarse para crianza, de los cuales sólo una cuarta parte serán varones; que es más de lo que tenemos en ovejas, ganado vacuno o cerdos, y mi razón es que estos niños rara vez son fruto del matrimonio, una circunstancia no muy considerada por nuestros salvajes; por ende, un niño basta para servir a cuatro mujeres. Que los restantes cien mil pueden, al año de edad, ofrecerse en venta a las personas de calidad y fortuna en el reino, siempre aconsejando a las madres que los alimenten generosamente el último mes para hacerlos rechonchos y gordos para una buena mesa. Un niño bastará para dos platos en una velada de amigos, y cuando la familia cene sola, las partes anteriores o posteriores serán un plato suficiente, y sasonado con un poco de pimienta y sal, será un buen cocido incluso el cuarto día, especialmente en invierno.
He estimado que un niño recién nacido pesará doce libras en promedio, y en un año solar, si es amamantado suficientemente, increnmentará a veintiocho libras.
Aseguro que esta comida será apreciada de alguna forma, y por lo tanto será muy apropiada para los terratenientes, quienes, habiendo devorado a casi todos los padres, parecen tener derecho sobre los niños.
La carne de los infantes estará de temporada todo el año, pero será más abundante un poco antes, durante y después de marzo; debido a que, según afirma un eminente doctor francés,³ que al ser el pescado una dieta prolífica, en países católicos romanos hay más niños nacidos nueve meses después de la Cuaresma, y los mercados estarán más repletos, ya que el número de infantes papistas es de por lo menos tres a uno en el reino, y por ende, habrá otra ventaja colateral al reducir el número de papistas⁴ entre nosotros.
Ya he contabilizado el cargo por alimentar al hijo de un pordiosero (en cuya lista considero todos los campesinos, trabajadores, y cuatro quintas partes de los granjeros), la suma se acerca a los dos chelines por año, incluidos los harapos; y creo que ningún caballero se quejaría por pagar diez chelines por el cuerpo de un niño gordo; como ya he dicho, alcanzará para cuatro platillos de excelente carne nutritiva, cuando sólo haya algún invitado especial o para la cena de la propia familia. Así el caballero aprenderá a ser un buen terrateniente y será más popular entre sus arrendatarios; además, la madre obtendrá ocho chelines de ganancia neta, y estará lista para trabajar hasta que produzca otro niño.
Aquellos que son más ahorrativos (como debo confesar que los tiempos lo requieren), pueden usar el cuerpo cuya piel, artificialmente decorada, hará admirables guantes para damas, y botas de verano para los elegantes caballeros.
En cuanto a nuestra ciudad de Dublín, se puede solicitar un desolladero en el sitio adecuado para este propósito. Asimismo podremos asegurarnos que los carniceros no falten; aunque más bien recomiendo comprar a los niños vivos, y prepararlos recién desollados, como lo hacemos con los puercos rostizados.
Una persona muy valiosa, un verdadero amante de este país, y cuyas virtudes estimo en alto grado, últimamente se sentía complacido —hablando de este asunto— al ofrecer un refinamiento a mi esquema. Dijo que muchos caballeros de este reino, una vez que hubieran comido su venado, y al pensar en la demanda por la carne de venado, bien podrían suplirla con los cuerpos de jóvenes y señoritas, que no excedieran los catorce años de edad, ni que sean menores de los doce; ya que en cada país es tan grande el número de ellos listos para morir de inanición antes de encontrar trabajo; y estos pueden ponerse en disposición por sus padres, si están vivos, o de otro modo, por sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración para tan excelente amigo, y un patriota tan merecedor, no puedo estar de acuerdo con sus sentimientos, ya que en cuanto a los jóvenes, mi conocido norteamericano me aseguró, por una experiencia reciente, que su carne era generalmente dura y magra —como la de nuestros niños escolares— por el continuo ejercicio, y su sabor era desagradable, y engordarlos no correspondería con el costo. En cuanto a las jovencitas, sería, creo, con una humilde aclaración, una pérdida pública, ya que pronto ellas mismas se convertirían en criadoras; y además, no es improbable que alguna persona escrupulosa pudiera censurar dicha práctica (aunque ciertamente muy injusta), calificándola de cruel confinamiento, lo cual, confieso, siempre ha sido en cuanto a mí se refiere la mayor objeción contra cualquier proyecto, por más bien intencionado que sea.
Pero con el fin de justificar a mi amigo —él mismo confesó— este recurso se le ocurrió gracias al famoso Salmanaazor,⁵ un nativo de la isla Formosa, quien viajó a Londres hace más de veinte años. En una conversación le contó a mi amigo que en esa isla, cuando cualquier persona joven moria, el ejecutor vendía el cadáver a personas de dinero como un exquisito platillo; y que, en su tiempo, el cuerpo de una niña regordeta de quince años, quien fue crucificada por tratar de envenenar al emperador, fue vendido por cuatrocientas coronas al primer ministro de estado de su majestad imperial y a otros grandes mandarines de la corte que se encontraban en la picota, Por supuesto no puedo negar que este reino no sería el peor si el mismo uso se hiciera con varias jóvenes regordetas de la ciudad, quienes no cuentan con un solo quinto, ni pueden moverse de su alrededor sin tener al lado una silla, o se niegan a aparecer en teatros y asambleas si no portan atavíos extranjeros los cuales nunca podrán pagar.
Algunas personas de espíritu desalentado se sienten muy consternadas por el vasto número de gente pobre, entre los que hay ancianos, enfermos o lisiados; y he deseado emplear mis pensamientos para saber qué curso se debe tomar para aliviar a la nación de un estorbo tan penoso. Pero no encuentro menor dolor por ese asunto, ya que es sabido que tal gente muere todos los días a causa del frio, la hambruna y la suciedad; y se vuelven una peste, más rápido de lo que razonablemente se pudiera esperar. En cuanto a los jóvenes en edad de trabajar ahora están en una condición casi desesperanzadora, no pueden conseguir empleo, y consecuentemente desfallecen sin conseguir alimento, a tal grado, que si en cualquier momento se les contrata para realizar cualquier trabajo, no poseen la fuerza para ejecutarlo; el pais y ellos mismos quedarían felizmente liberados de los males que les aquejan.
He divagado mucho, y por lo tanto regresaré a mi tema. Creo que las ventajas por las propuestas que he hecho son obvias y diversas, así como de gran importancia.
Primero, como ya lo he señalado, bajaría considerablemente el número de papistas, los cuales nos invaden anualmente al ser los principales reproductores de la nación, así como nuestros enemigos más peligrosos, y quienes se quedan en casa a propósito, con el fin de entregar el reino al aspirante al trono, esperando tomar ventaja por la ausencia de tantos buenos protestantes, quienes más bien han elegido, en contra de sus conciencias, dejar su país que permanecer en casa para pagar los diezmos a un curato episcopal.
Segundo, los inquilinos más pobres tendrán algo valioso que les pertenezca, lo cual por ley se puede usar en un apuro, y ayudará a pagar la renta al terrateniente, su maíz y el ganado, una vez que fue confiscado, y el dinero será un asunto desconocido.
Tercero, dado que el mantenimiento de cien mil niños, de dos años de edad en adelante, no puede computarse en menos de diez chelines por cabeza cada año, la reserva de la nación por ende se incrementará cincuenta mil libras por año, aparte de ganar un nuevo platillo, introducido a las mesas de los caballeros de fortuna en el reino, quienes tienen cualquier exquisitez en cuanto al gusto. Y el dinero circulará entre nosotros, siendo los bienes completamente de nuestro cultivo y manufactura.
Cuarto, los criadores regulares, además de ganar ocho chelines esterlinos al año por la venta de sus niños, se desharán del cargo de mantenerlos después del primer año.
Quinto, esta comida sería también una buena costumbre en los mesones, donde los cocineros serían muy prudentes de procurar las mejores recetas para guisarlos a la perfección; y consecuentemente, sus casas serían frecuentadas por todos los finos caballeros, que justamente se valoran a si mismos en sus conocimientos sobre el buen comer; y un buen cocinero, que entiende cómo complacer a sus invitados, se las ingeniará para ofrecerlo tan caro como le plazca.
Sexto, esto sería un gran estimulo para el matrimonio, promovido por todas las naciones sabias ya sea a través de premios, o reforzado por las leyes y penalidades. Esto incrementaría el cuidado y la ternura de las madres a sus niños, quienes estarán seguras de tener establecida una vida para sus pobres bebés, provista de alguna manera por el pueblo, y en lugar de gastos anuales, tendrían ganancias. Pronto veríamos una emulación honesta entre las mujeres casadas, las cuales buscarían tener el niño más gordo del mercado. Los hombres se volverían tan afectuosos con sus esposas durante el embarazo, como lo son ahora con sus yeguas cuando tienen potrillos, o con sus vacas y becerros, o cuando las puercas están listas para parir; y no gustarían de golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por miedo a un aborto.
Se pueden enumerar muchas otras ventajas. Por ejemplo, la suma de algunos miles de cuerpos en nuestra exportación de carne entonelada: la propagación de la carne de cerdo y el esmero en el arte de hacer el mejor tocino, tan requerido entre nosotros por la enorme falta de cerdos, que vemos con demasiada frecuencia en nuestras mesas; lo cual no es comparable en gusto o magnificencia a un niño ya crecido y engordado, quien rostizado en su totalidad hará un platillo considerable en el festin del alcalde de Londres, o en cualquier otro entretenimiento público. Pero aquí omito otros puntos al ser partidario de la brevedad.
Suponiendo que mil familias en esta ciudad fueran consumidoras asiduas de carne de infantes además de otras que pudieran comerla en encuentros amistosos —particularmente en bodas y bautizos—, calculo que Dublín consumiría cerca de veinte mil cuerpos; y el resto del reino (donde probablemente se venderían algo más baratos) los restantes ochenta mil.
No puedo pensar en ninguna objeción que pudiera surgir en contra de esta propuesta, a menos que se alegara que el número de habitantes en el reino se reduciría. Reconozco esto sin temor, y eso era ciertamente la idea principal para ofrecer esta propuesta al mundo. Deseo que el lector note que este remedio sólo lo considero para el reino de Irlanda, y no para otro que haya existido, exista, o pueda existir en la Tierra. Por lo tanto, que ningún hombre me hable de otras ventajas: como la de tasar a nuestros propietarios ausentes a cinco chelines por libra; o de no usar ni vestimentas ni muebles caseros, excepto los que sean de nuestra propia producción y manufactura; de rechazar abiertamente los materiales e instrumentos que promueven el lujo extranjero; de remediar el alto costo del orgullo, la vanidad, la ociosidad y el juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, donde diferimos incluso de los lapones y los habitantes de Topinamboo;⁶ de renunciar a nuestras aversiones y partidismos, ni de actuar más como los judíos quienes se asesinaban unos a otros en el momento mismo que su ciudad fue tomada; o de ser un poco precavidos para no vender a nuestro pais y nuestras conciencias a ningún precio; de enseñar a los terratenientes a mostrar por lo menos un grado de compasión hacia sus inquilinos. Por último, de promover un espíritu de honestidad, diligencia y habilidad en nuestros tenderos quienes, si se pudiera tomar la resolución de comprar sólo nuestros bienes nacionales, se unirían inmediatamente para abusar y forzar los precios, la medida, y la calidad; y no se pondrían de acuerdo para un trato justo de negociación, aunque a menudo y seriamente hayan sido invitados a ello.
Por lo tanto pido que ningún hombre me hable de esto ni de dichos recursos hasta que tenga al menos un destello de esperanza en que hará algún día un intento sincero y de corazón para ponerlos en práctica.
Pero, en cuanto a mi, después de haberme desgastado durante tantos años por las promesas de la vanidad, el ocio y los pensamientos visionarios, y en gran medida por estar totalmente desesperado por el éxito, me tropecé, afortunadamente, con esta propuesta, la cual, como es totalmente nueva, tiene por ende algo sólido y real, pues no implica gastos ni muchos problemas, y está totalmente en nuestra posibilidad; y debido a esto no podemos incurrir en ningún peligro al desobedecer a Inglaterra. Ya que este tipo de bien no tolerará la exportación, siendo la carne de consistencia muy tierna para admitir una larga conserva en sal, aunque tal vez podría nombrar a un país que estaría encantado de comerse a toda nuestra nación sin condimento.⁷
Después de todo, no estoy tan neciamente arraigado a mi propia opinión como para rechazar cualquier otra oferta —hecha por hombres sabios— que pueda ser igual de inocente, económica, fácil y eficaz. Pero antes de que algo de ese tipo pueda considerarse en contraposición a mi esquema, y que ofrezca uno mejor, deseo que el autor o los autores consideren de forma madura dos puntos. El primero —y como se perfilan las cosas ahora— en torno a la manera de proveer de comida e indumentaria a cien mil bocas y cuerpos inútiles. Y el segundo, al haber un millón de criaturas en cifras humanas en todo el reino, cuya subsistencia total en inventario común les dejaría una deuda de dos millones de libras esterlinas, aunando a los vagabundos de profesión, más la suma de granjeros, campesinos y trabajadores, con sus esposas e hijos, quienes de hecho son limosneros. Yo deseo que esos políticos a quienes les desagrada mi obra, y que tal vez sean tan audaces como para intentar una respuesta, primero pregunten a los padres de estos mortales, si no piensan que sería una gran felicidad que los vendieran como comida al año de edad, de la manera como lo he prescrito, y asi evadir un panorama perpetuo de infortunios, como ha venido ocurriendo por la opresión de terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta en efectivo o mediante el comercio, la necesidad del sustento diario, la falta de vivienda o vestimentas para cubrirse de las inclemencias del clima, y la expectativa más inevitable vinculada a lo mismo, o a miserias peores, en relación con su herencia de calamidades.
Reconozco, siendo sincero de corazón, que no tengo el menor interés personal en empeñarme a promover este necesario proyecto, al no poseer otro motivo que el bien público de mi país, mediante el avance de nuestro comercio, provisto de infantes, aliviando así a los pobres y dando algunos placeres a los ricos. No tengo niños con los cuales pueda proponer la ganancia de un sólo centavo; el más pequeño tiene nueve
años de edad, y mi esposa ya pasó la edad de criar niños.
¹ James Francis Edward Stuart, tal es el nombre del Viejo Pretendiente, quien fuera aspirante al trono de Inglaterra. Este príncipe católico se crió en Francia y disputó la corona a Guillermo III, pero a pesar de sus esfuerzos y el respaldo del monarca francés, su deseo sólo quedó en pretensiones; posteriormente su hijo Charles Edward Stuart también sostuvo la pretensión de su padre, siendo llamado el Joven Pretendiente. Swift menciona un par de veces a este viejo pretendiente, del que, por supuesto, no era partidario; el cisma protestante inglés de la época no les hizo la vida fácil a los católico-romanos, sobre todo en Irlanda, donde entrado el siglo posterior, se vivió la gran hambruna de la patata.
² A pesar del tono satírico del ensayo, Swift se cuida de no hacer falsas referencias; una lectura cuidadosa permite reconocer a varios personajes reales, como al Pretendiente. Sin embargo este norteamericano muy informado no es el caso, al menos yo no he logrado dar con su identidad. Algunas fuentes sostienen que es una alusión a un supuesto canibalismo practicado por los nativos de América; pero dudo que sea así, para la fecha de publicación del ensayo (1729) ya se tenía pleno conocimiento de la sociedad y cultura de los naturales de norteamérica. Hay que recordar que incluso un siglo antes (1616) la princesa Matoaka pisó suelo inglés.
³ Este eminentemente doctor francés no es otro que François Rabelais, quien en su famosa obra Gargantua y Pantagruel afirma que la dieta de Cuaresma había sido ideada para asegurar la propagación de la especie humana.
⁴ Hay que recordar que el Dr. Swift se ordenó como sacerdote de la Iglesia Anglicana; por lo cual era perfectamente razonable para él deshacerse de niños cuyos padres pertenecían a la Iglesia Católica Romana.
⁵ Swift alude a George Psalmanzar, un supuesto habitante de la Isla de Formosa (Taiwán) que en 1904 publicó una de las obras más singulares de la literatura del embuste, se trata de An Historical and Geographical Description of Formosa, an island subject to the Emperor of Japan. En dicho libro Psalmanzar describía la cultura de Formosa, sus tradiciones, mitos y costumbres; tal fue su éxito que logró engañar a la sociedad inglesa de la época. Precisamente George sostiene que los Formoseños eran un pueblo de costumbres caníbales. Tal descripción pudo haber influido notablemente en la producción literaria de Swift, y aunque lo menciona con sorna, no sería descabellado pensar que Los Viajes de Gulliver (1726) están en la misma vena que la fabulación de Psalmanzar.
⁶ Supuesta tribu natural de Brasil, hoy extinta.
⁷ Swift alude a las duras legislaciones a las que los irlandeses estaban sometidos por la corona, ya de por si el hecho de ser irlandés representaba una seria desventaja social, esta se agravaba siendo católico y no protestante. El país gustoso de comerse a Irlanda no es otro que la propia Inglaterra.
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